Read Oscuros Online

Authors: Lauren Kate

Oscuros (6 page)

BOOK: Oscuros
9.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Soy vegetariana —respondió Luce. Miraba hacia las mesas buscando a dos personas en particular: Daniel y Cam. Se sentiría mucho más cómoda si supiera dónde estaban, porque así podría comer fingiendo que no los había visto. Pero por el momento no los veía...

—Vegetariana, ¿eh? —Arriane frunció la boca—. ¿Padres
hippies
, o es un pobre intento de rebelión?

—Nada de eso, es solo que a mí no...

—¿... te gusta la carne? —Arriane cogió a Luce por los hombros y la hizo girar noventa grados para que pudiera mirar directamente a Daniel, que estaba sentado al otro lado del comedor. Luce exhaló un profundo suspiro. Allí estaba—. ¿Te refieres a toda clase de carne, esa incluida? —exclamó Arriane— ¿A «él» tampoco le hincarías el diente?

Luce le propinó un cachete a Arriane y la arrastró hasta la cola. Arriane se estaba partiendo de risa, pero Luce notaba que se había sonrojado muchísimo, lo cual debía de resultar espantosamente evidente bajo aquella luz fluorescente.

—Cállate, te ha oído—susurró. Una parte de Luce se alegraba de poder bromear sobre los chicos con una amiga. Suponiendo que Arriane fuera su amiga.

Todavía estaba confundida por el modo en que había reaccionado aquella mañana cuando vio a Daniel. La atracción que sentía hacia él... no podía entender de dónde venía y, aun así, ahí estaba otra vez. Se obligó a apartar los ojos de su cabello rubio, de la línea suave de su mandíbula. Se negaba a que la pillaran mirando. No quería darle otro motivo para que le hiciera aquel gesto obsceno con el dedo por segunda vez.

—Bah —se burló Arriane—, está tan concentrado en esa hamburguesa que no oiría ni la llamada de Satán.

Señaló a Daniel, que parecía realmente concentrado en masticar la hamburguesa. Aunque, para ser más exactos, su aspecto era el de alguien que finge estar muy concentrado en masticar una hamburguesa.

Luce observó a Roland, el amigo de Daniel, que estaba al otro lado de la mesa. La estaba mirando directamente. Cuando sus miradas se encontraron, movió las cejas, y aunque Luce no supo con qué intención lo hacía, se sintió algo incómoda.

Luce se volvió hacia Arriane.

—¿Por qué todos son tan raros en este colegio?

—No me lo tomaré como una ofensa —dijo Arriane mientras cogía una bandeja de plástico y le pasaba otra a Luce—. Ahora pasaré a explicarte el delicado arte de elegir asiento en la cafetería. Verás, nunca hay que sentarse cerca de... ¡Luce, cuidado!

Todo lo que hizo Luce fue dar un paso hacia atrás, pero, al hacerlo, sintió que alguien le propinaba un brusco empujón. Supo inmediatamente que iba a caerse. Alargó las manos en busca de algo en lo que apoyarse, pero lo único que encontró fue la bandeja llena de comida de otra persona. Se lo llevó todo por delante y cayó en el suelo de la cafetería emitiendo un ruido sordo, y con un cuenco de sopa de verduras entero en la cara.

Cuando logró apartarse los suficientes trozos de remolacha pastosa de los ojos para ver, Luce alzó la vista. El duendecillo más enfadado que nunca había visto se hallaba de pie ante ella. La chica llevaba el pelo teñido de rubio y de punta, exhibía al menos diez
piercings
en la cara y tenía una mirada asesina. Le enseñó los dientes a Luce y susurró:

—Si el mero hecho de verte no me hubiese quitado el apetito, te habría obligado a pagarme otra comida.

Luce se disculpó tartamudeando. Intentó levantarse, pero la chica le clavó el tacón de aguja de su bota negra en el pie. Luce sintió una punzada de dolor y tuvo que morderse el labio para no gritar.

—Creo que lo dejaré para otra ocasión —dijo la chica.

—Ya basta, Molly —intervino Arriane con aire conciliador, y se agachó para ayudar a Luce a levantarse.

Luce se estremeció de dolor. Sin duda el tacón de aguja iba a dejarle un cardenal.

Molly se irguió para enfrentarse a Arriane, y Luce tuvo la sensación de que no era la primera vez que se veían las caras.

—Qué deprisa te has hecho amiga de la novata —gruñó Molly—. Eso es mal comportamiento, A. ¿No se suponía que estabas en libertad condicional?

Luce tragó saliva. Arriane no había mencionado nada sobre la libertad condicional. Además, tampoco entendía que aquello tuviera que impedirle hacer nuevas amigas. Pero aquellas palabras bastaron para que Arriane cerrase el puño y lo descargase sobre el ojo derecho de Molly.

Molly retrocedió tambaleándose, pero fue Arriane quien llamó la atención de Luce. Había empezado a convulsionarse, levantando y sacudiendo los brazos.

Luce se horrorizó al comprender que se trataba de la pulsera. Estaba emitiendo algún tipo de descarga a través del cuerpo de Arriane. Increíble. Sin duda, aquel era un castigo cruel e inusual. Se le revolvió el estómago al ver cómo le temblaba todo el cuerpo a Arriane pero Luce pudo cogerla justo cuando se iba a caer al suelo.

—Arriane —susurró—, ¿estás bien?

—Genial. —Arriane abrió los ojos, parpadeó y al instante volvió a cerrarlos.

Luce dio un grito ahogado; luego, uno de los ojos de Arriane volvió a abrirse.

—Te he asustado, ¿eh? Oh, qué tierno. No te preocupes, las descargas no van a matarme —musitó—. Solo me hacen más fuerte, y además, valía la pena ponerle un ojo morado a esa vaca, ¿sabes?

—¡Venga ya, disolveos, disolveos! —tronó una voz ronca a sus espaldas. Randy jadeaba en la puerta de salida, con la cara roja. Ya era un poco tarde para intervenir, pensó Luce, pero entonces vio que Molly se acercaba hacia ellas tambaleándose, con los tacones de aguja resonando en el suelo de linóleo. Aquella chica no tenía ninguna vergüenza. ¿De verdad quería darle una paliza a Arriane con Randy allí delante?

Por suerte, los fornidos brazos de Randy la detuvieron a tiempo. Molly pataleó intentando liberarse y se puso a gritar.

—Será mejor que alguien empiece a hablar —les espetó Randy al tiempo que estrujaba a Molly hasta dejarla sin fuerzas—. Pensándolo mejor, vosotras tres: castigadas mañana por la mañana. En el cementerio. Al amanecer. —A continuación miró a Molly—. Y tú, ¿ya te has calmado?

Molly asintió con frialdad, y Randy la soltó. Se agachó para ver a Arriane, que seguía en el regazo de Luce con los brazos cruzados sobre el pecho. Al principio Luce pensó que Arriane estaba enfurruñada, como un perro rabioso con un collar eléctrico, pero entonces sintió que el cuerpo de Arriane daba una pequeña sacudida y comprendió que todavía se encontraba a merced de la pulsera.

—Venga —dijo Randy con un tono más suave—, vamos a desconectarte eso. Alargó el brazo para ayudar a Arriane a incorporar su cuerpo pequeño y tembloroso, y solo se volvió un instante en la puerta para recordarles sus órdenes a Luce y Molly.

—¡Al amanecer!

—Lo estoy deseando —respondió Molly con voz melodiosa, y luego se agachó para coger el plato de pastel de carne que se le había caído de la bandeja.

Lo balanceó un segundo por encima de la cabeza de Luce, luego le dio la vuelta y le aplastó la comida contra el pelo. Luce pudo oír el chof de su propia mortificación al tiempo que todos en Espada & Cruz contemplaban a la nueva alumna, la chica pastel de carne.

—Impagable —dijo Molly mientras sacaba una cámara plateada minúscula del bolsillo trasero de sus vaqueros negros— Di... «pastel de carne» —ordenó con voz cantarina mientras tomaba unos primeros planos—. Esto quedará genial en mi blog.

—¡Bonito sombrero! —se mofó alguien al otro lado de la cafetería.

Luce miró inquieta a Daniel, rezando para que de alguna forma no hubiera presenciado la escena. Pero no. Estaba negando con la cabeza y parecía enfadado.

Si hasta ese instante, Luce había pensado que tenía una oportunidad de levantarse y deshacerse del problema... literalmente. Pero cuando vio la reacción de Daniel... eso la destrozó.

No iba a llorar delante de todas aquellas personas horribles. Tragó saliva con dificultad, se puso en pie y se encaminó a toda prisa hacía la puerta más cercana; necesitaba un poco de aire fresco.

Sin embargo, cuando salió, la humedad sureña de septiembre la asfixiaba, la ahogaba. El cielo tenía ese color indefinido, un marrón grisáceo de una insipidez tan opresiva que hasta resultaba difícil saber dónde estaba el sol. Luce fue reduciendo el paso, pero no se detuvo hasta llegar al final del aparcamiento.

Deseaba que su coche viejo y abollado estuviera allí, para hundirse, en el asiento de tapicería desgastada, pisar el acelerador, encender el estéreo y largarse de aquel lugar. Pero allí de pie, en el asfalto negro y caliente, se impuso la realidad: estaba encadenada a aquel lugar, y dos enormes puertas metálicas la separaban del mundo exterior de Espada & Cruz. Además, aunque pudiera escapar... ¿adónde iría?

Aquel mal sabor de boca era cuanto necesitaba saber: aquella era su última parada, y las cosas no pintaban nada bien.

Era tan deprimente como cierto: Espada & Cruz era todo cuanto tenía. Se llevó las manos a la cara, sabía que debía volver. Pero, al levantar la cabeza, los restos de comida que había en sus manos le recordaron que aún estaba cubierta por el pastel de carne de Molly. Puaj. Primera parada, el baño más cercano.

De nuevo en el interior, Luce aprovechó que la puerta del lavabo de las chicas aún se balanceaba para colarse dentro. Gabbe, que ahora parecía aún más rubia e impecable que Luce (que daba la impresión de haber estado buceando en un contenedor de basura), se hizo a un lado. —Huy, perdona, cielo —dijo. Su acento del sur era agradable, pero su cara se arrugó por completo al ver a Luce—. Oh, Dios, estás horrible. ¿Qué ha pasado?

¿Qué ha pasado? Como si no lo supiera ya todo el colegio. Seguramente se estaba haciendo la tonta para que Luce reviviera la mortificante escena.

—Espera cinco minutos —le respondió Luce, algo más brusca de lo que hubiera querido—. Estoy segura de que aquí los chismes se propagan como la peste.

—¿Quieres que te deje mi base de maquillaje? —le preguntó Gabbe al tiempo que le enseñaba una cajita de cosméticos azul pastel—. Todavía no te has visto, pero creo que vas a...

—Gracias, pero no. —Luce la cortó y se metió en el baño. Abrió el grifo sin mirarse al espejo, se mojó la cara con agua fría, y por fin se dejó llevar. Mientras lloraba, apretó el dispensador del jabón e intentó limpiarse el pastel de carne de la cara con un poco de aquel polvo rosa barato. Pero aún no sabía qué hacer con el pelo y con su ropa, que sin duda había tenido mejor aspecto y olor. Ahora tampoco era cuestión de preocuparse por causar una buena primera impresión a nadie.

La puerta del baño crujió al abrirse, y Luce se pegó a la pared como un animal en una jaula. Entró una chica desconocida, y Luce se tensó, temiéndose lo peor.

La chica era rechoncha y baja, y llevaba un montón de ropa superpuesta que no lo disimulaba en absoluto. El cabello negro y rizado le cubría la cara, que era más bien ancha, y usaba unas gafas de color púrpura que se tambaleaban cuando se sorbía la nariz. Parecía bastante sencilla, pero eso no significaba nada, las apariencias engañan. Ocultaba las manos tras la espalda, un detalle que, después de todo lo que le había sucedido a Luce aquel día, no le infundía mucha confianza.

—Oye, se supone que no deberías estar aquí sin autorización... —le dijo la chica. Por el tono uniforme de su voz parecía que estaba hablando en serio.

—Lo sé. —La mirada de la chica confirmaba la sospecha de Luce, era imposible tomarse un respiro en aquel lugar. Empezó a suspirar, vencida—. Yo solo quería...

—Es broma —le dijo la chica; sonrió, miró al techo y adoptó una postura más relajada—. He pillado un poco de champú del vestuario para ti —añadió, mostrándole dos inofensivas botellas de plástico de champú y de acondicionador—. Venga —le dijo al tiempo que le acercaba una silla plegable destartalada—, vamos a lavarte bien. Siéntate.

De los labios de Luce brotó un sonido inédito, entre gemido y risa al mismo tiempo. Supuso que era un sonido de alivio. En realidad, aquella chica estaba siendo agradable con ella, no agradable como alguien podría llegar a serlo en un reformatorio, sino agradable como una persona normal. Y sin ningún motivo aparente, lo cual le provocó tal perplejidad que casi pierde el equilibrio.

—¿Gracias? —logró articular Luce, que todavía no acababa de dar crédito a cuanto estaba sucediendo.

—Oh, y seguramente necesitarás cambiarte —dijo la chica. Miró su jersey negro y se lo quitó; debajo llevaba otro idéntico.

Al ver la cara de sorpresa de Luce, añadió:

—¿Qué quieres que te diga? Tengo un sistema inmunitario hostil. Me veo obligada a llevar un montón de ropa.

—Bueno, ¿y estarás bien sin este? —preguntó Luce, más que nada por educación, pues lo cierto era que habría hecho cualquier cosa por quitarse de encima aquella capa de carne que llevaba adherida.

—Claro —contestó, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia—. Tengo tres más debajo, y un par más en el vestuario, así que no te preocupes. Me duele ver a una vegetariana cubierta de carne: me pongo en el lugar de los demás con facilidad.

Luce se preguntó cómo aquella extraña podía saber cuáles eran sus preferencias alimenticias, aunque algo la intrigaba más:

—Eh... oye, ¿por qué eres tan buena conmigo?

La chica rió, suspiró y negó con la cabeza.

—No todo el mundo en Espada & Cruz es una puta o un chulo de playa.

—¿Eh?

—«Cruz & Espada... Putas y chulos de playa», es el pareado más bien cutre que utilizan en el pueblo para referirse a esta escuela, aunque está claro que aquí no hay auténticos chulos de playa. No voy a aburrirte con los nombres más vulgares que se les han ocurrido.

Luce rió.

—Lo que quería decir es que no todo el mundo aquí es un completo imbécil.

—¿Solo la mayoría? —preguntó Luce, y al instante se odió por sonar tan negativa. Pero había sido una mañana tan larga, y le habían pasado tantas cosas, que quizá aquella chica la perdonaría por haber sido un poco brusca.

Para su sorpresa, la chica sonrió.

—Exactamente. Y por su culpa los demás tenemos que cargar con el nombre. —Extendió la mano—. Soy Pennyweather van Syckle—Lockwood. Pero puedes llamarme Penn.

—Entendido —dijo Luce, demasiado cansada para darse cuenta de que, en una vida anterior, quizá habría reprimido una risa al oír un nombre así. Sonaba como si lo hubieran sacado directamente de las páginas de una novela de Dickens. Aquella chica, que incluso con un nombre así se las arreglaba para presentarse sin complejos, tenía algo que le inspiraba confianza—. Yo soy Lucinda Price.

BOOK: Oscuros
9.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Devil's Workshop by Jáchym Topol
Lawful Escort by Tina Folsom
On Love's Own Terms by Fran Baker
The Strength of the Wolf by Douglas Valentine
Fatal Wild Child by Tracy Cooper-Posey
DARK CITY a gripping detective mystery by CHRISTOPHER M. COLAVITO
Henry and Ribsy by Beverly Cleary
Cat Fear No Evil by Shirley Rousseau Murphy
Temptation by Brie Paisley