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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (12 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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—Luce, no nos habías dicho que eras muy buena amiga del director social celestial —dijo Jasmine.

—Oh, en serio. —Dawn se inclinó para susurrar a Luce en voz alta—: Solo mi diario sabe la de veces que he deseado asistir a una fiesta de Roland Sparks, y este nunca lo revelará.

—Pero tal vez yo sí —bromeó Roland.

—¿Es que en esta fiesta no hay guarnición para los perritos? —Shelby apareció detrás de Luce con Miles a su lado. Sostenía dos perritos calientes en una mano y tendió la que le quedaba libre a Roland—. Shelby Sterris. Y tú, ¿quién eres?

—Shelby Sterris —repitió Roland—. Soy Roland Sparks. ¿Has vivido alguna vez en el Este de Los Ángeles? ¿No nos hemos visto antes?

—No.

—Tiene memoria fotográfica —explicó Miles mientras pasaba a Luce un perrito caliente vegetariano; aunque no se trataba de su bocadillo favorito, aquel no dejaba de ser un detalle muy amable—. Soy Miles. Por cierto, una gran fiesta.

—Fabulosa —asintió Dawn moviéndose con Roland al ritmo de los tambores.

—¿Y qué hay de Steven y Francesca? —preguntó Luce a Shelby prácticamente a gritos—. ¿No nos oirán?

Una cosa era escabullirse sigilosamente de un control, y otra colocar una bomba sonora justo debajo del mismo.

Jasmine volvió la mirada hacia el campus.

—Seguro que nos oyen, pero en la Escuela de la Costa nos dejan bastante sueltos. Por lo menos, a los nefilim. Mientras permanezcamos en el campus bajo su escudo protector, podemos hacer prácticamente lo que queramos.

—¿Y esto incluye un concurso de limbo? —Roland sonrió con picardía y sacó de detrás de él una rama larga y gruesa—. Miles, ¿sostienes el otro extremo?

Al cabo de unos segundos levantaron la rama, el ritmo de la percusión cambió y fue como si todos los asistentes a la fiesta abandonaran cuanto estuvieran haciendo en ese momento para formar una larga y animada cola para el limbo.

—Luce —voceó Miles—, no tendrás intención de quedarte ahí parada, ¿verdad?

Ella escrutó a la gente y se sintió rígida y como clavada a la arena. Sin embargo, Dawn y Jasmine le dejaron un espacio para que se colara entre las dos. Shelby, metida de lleno en el juego, posiblemente competitiva por naturaleza, hacía estiramientos de espalda. Incluso los almidonados marines iban a participar.

—¡Vale! —Luce se rió y se metió en la fila.

En cuanto empezó el juego, la fila se movió con rapidez; durante tres rondas Luce consiguió doblarse con facilidad debajo de la rama. La cuarta vez logró pasar con algo más de dificultad, pues tuvo que inclinar tanto la barbilla hacia atrás que vio las estrellas, lo cual le mereció una ronda de aplausos. Al poco, ella también se encontró animando a otros participantes, aunque se sorprendió al ver que saltaba cuando Shelby logró pasar. Ocurría algo sorprendente al incorporar el cuerpo después de superar el limbo: toda la fiesta parecía nutrirse de ello. En cada ocasión, Luce experimentaba una curiosa subida de adrenalina.

Normalmente, pasárselo bien no le resultaba tan fácil. Durante mucho tiempo, las risas habían venido seguidas por la culpa, por la molesta sensación de que se suponía que ella no podía pasárselo bien ya fuera por un motivo u otro. Sin embargo, de algún modo, aquella noche se sintió más ligera. Sin darse cuenta siquiera, había logrado incluso ignorar la oscuridad.

Cuando Luce se apresuró para colocarse en la fila y hacer su quinto intento, la cola se había acortado de forma significativa. La mitad de los asistentes ya habían sido eliminados y todo el mundo se arremolinaba en torno a Miles y Roland, mirando a los que quedaban. Al final de la cola, Luce se sintió un poco mareada, así que, cuando notó que alguien la asía con fuerza por el brazo, estuvo a punto de perder el equilibrio.

Iba a gritar cuando unos dedos le taparon la boca.

—Chist.

Daniel la sacó fuera de la cola y la apartó de la fiesta. Su mano fuerte y cálida le recorrió el cuello y con los labios le acarició un lado de la mejilla. Por un instante, el roce de su piel en la de ella, el intenso brillo violeta de sus ojos y la necesidad, creciente durante días, de agarrarse a él y no soltarlo hicieron que Luce se sintiera divinamente aturdida.

—¿Qué haces aquí? —susurró. Le habría gustado decir: «¡Gracias a Dios que estás aquí!», o «¡Qué duro ha sido estar separados!», o simplemente la verdad: «Te quiero». Pero en su cabeza también resonaban frases como: «Me has abandonado
»
, «Creía que esto no era seguro», o «¿Qué es eso de la tregua?».

—Tenía que verte —dijo él.

Mientras la llevaba tras una enorme piedra volcánica, Daniel dibujaba una sonrisa de complicidad en el rostro. Una sonrisa contagiosa que encontró el modo de asomarse también a los labios de Luce. Una sonrisa que no solo admitía que habían incumplido la regla de Daniel, sino que además estaban encantados de hacerlo.

—Al acercarme para ver la fiesta me he dado cuenta de que todo el mundo bailaba —dijo él—. Y me he sentido un poco celoso.

—¿Celoso? —preguntó Luce. Estaban a solas. Ella rodeó con sus brazos sus anchos hombros y miró intensamente sus ojos de color violeta—. ¿Por qué deberías sentirte celoso?

—Porque —respondió él acariciándole la espalda— tienes el carné de baile repleto por toda la eternidad.

Daniel le tomó la mano derecha, pasó la izquierda en torno a su hombro y dieron un par de pasos de baile sobre la arena. Todavía se oía la música de la fiesta, pero desde aquel lado de la roca parecía un concierto privado. Luce cerró los ojos y se apretó contra el pecho de él, hasta encontrar el sitio en el que su cabeza encajaba en el hombro de Daniel como una pieza de rompecabezas.

—No, esto así no va bien —dijo Daniel al cabo de un momento. Le señaló los pies. Ella se dio cuenta de que él iba descalzo—. Quítate los zapatos —le indicó—, y te enseñaré cómo bailan los ángeles.

Luce dejó a un lado sus zapatos planos negros y notó entre los dedos la arena blanda y fresca. Cuando Daniel se la acercó más, Luce notó que los dedos de los pies le quedaban sobre los de él y estuvo a punto de perder el equilibrio; sin embargo, él la agarró con fuerza. Luce bajó la mirada y vio que sus pies descansaban sobre los de Daniel. Y cuando levantó la mirada, tuvo la visión que anhelaba día y noche: Daniel desplegando por completo sus alas de color blanco plateado.

Sus alas ocupaban todo su plano de visión y se levantaban en todo su esplendor unos seis metros contra el cielo, centelleando en la noche… tenían que ser las más gloriosas de todo el Cielo. En los pies, Luce notó que Daniel acababa de elevarse un poco por encima del suelo. Las alas se agitaron muy suavemente, como si latieran, y así ambos quedaron suspendidos a varios centímetros del suelo.

—¿Estás lista? —preguntó él.

Ella no sabía para qué tenía que estar lista, pero no le importó.

Entonces se movieron por el aire hacia atrás, con la delicadeza de los patinadores de hielo. Daniel planeó sobre las aguas sosteniéndola en sus brazos. Luce dio un grito ahogado al notar el roce de una ola espumosa en los dedos de los pies. Daniel se rió y se alzaron un poco más en el aire. Hizo que ella se inclinara un poco hacia atrás. Dieron vueltas en círculo. Bailaban sobre el océano.

La luna parecía un foco que solo los iluminaba a ellos. Luce se reía de pura alegría, tanto que Daniel empezó a reír también. Ella nunca se había sentido más ligera.

—Gracias —susurró.

Él le respondió con un beso. Primero la besó con dulzura en la frente, luego en la nariz y finalmente llegó a sus labios.

Ella le respondió besándolo apasionadamente, diríase que con cierta desesperación, entregándose con todo su cuerpo. Así llegaba hasta él y podía deleitarse en aquel amor que compartían desde hacía tanto tiempo. Por un instante, el mundo se detuvo; luego Luce volvió en sí, sin aliento. Ni siquiera se había dado cuenta de que habían regresado a la playa.

Él tenía la mano posada en la parte posterior de la cabeza de Luce, que llevaba un gorro de nieve calado hasta las orejas en el que escondía su pelo teñido. Él se lo quitó, y Luce notó una ráfaga de brisa oceánica en la cabeza.

—¿Qué te has hecho en el pelo?

Aunque Daniel habló con suavidad, su tono sonó reprobatorio. Tal vez fuera porque la canción terminó con el baile y el beso, y ahora solo eran dos personas de pie en la playa.

Daniel tenía las alas arqueadas detrás de los hombros, visibles aún pero fuera de alcance.

—¿A quién le importa mi pelo? —Todo lo que ella quería era abrazarlo. ¿Y acaso no era eso todo cuanto le debía importar a él también?

Luce fue a coger de nuevo el gorro. Sintió su cabello rubio y desnudo demasiado expuesto, como una bandera de alarma avisando a Daniel de que tal vez estaba a punto de venirse abajo. En cuanto ella empezó a darse la vuelta, él la abrazó.

—¡Eh! —dijo acercándosela—. Lo siento.

Ella suspiró, se acercó a él y se abandonó a sus caricias. Levantó la cabeza para mirarle a los ojos.

—¿Ahora ya estamos seguros? —preguntó con la esperanza de que Daniel sacara el tema de la tregua. ¿Podrían estar juntos por fin? Sin embargo, la expresión desgarradora en sus ojos le respondió antes de que dijera nada.

—No debería estar aquí, pero me preocupas. —Él se separó un poco de ella—. Y por lo que veo, tengo motivos para preocuparme. —Le acarició un rizo de su pelo—. No entiendo por qué te has hecho esto, Luce. No eres tú.

Ella lo apartó. Siempre le había molestado que la gente le dijera eso.

—Pues soy yo la que se lo ha teñido, Daniel. Así que técnicamente soy yo. Tal vez no el yo que quieres que sea, pero…

—No eres justa. No quiero que seas distinta de quien eres.

—¿Y quién soy, Daniel? Porque si conoces la respuesta te agradeceré mucho que me ilumines. —Luce fue alzando la voz a medida que la rabia pasaba a ocupar el lugar de la pasión que se le iba escurriendo entre los dedos—. Me encuentro sola aquí sin saber por qué. Intentando entender qué pinto con toda esta gente… y sin ser ni siquiera…

—¿Sin ser ni siquiera qué?

¿Cómo podían haber pasado con tanta rapidez de bailar en el aire a esto?

—No sé. Intento vivir el momento. Hacer amigos, ¿sabes? Ayer me apunté a un club y estamos haciendo planes para ir de excursión en yate y cosas por el estilo.

En realidad ella quería hablarle de las sombras. En concreto, de lo que había hecho en el bosque. Pero Daniel había entornado los ojos, como si ella hubiera hecho algo mal.

—Tú no vas a ir en yate a ningún sitio.

—¡¿Qué?!

—Que te vas a quedar en este campus hasta que yo lo diga. —Daniel resopló al darse cuenta de que ella se enfadaba—. Detesto tener que ponerte normas, Luce, pero… me esfuerzo tanto para que estés a salvo… No permitiré que te ocurra nada.

—Exacto —masculló Luce—. Nada. Ni bueno, ni malo, ni nada. Parece que si tú no estás aquí yo no puedo hacer nada.

—Eso no es cierto. —Él le dirigió un gesto de enfado. Luce jamás le había visto perder la paciencia con tanta rapidez. Daniel levantó la vista al cielo y ella le siguió la mirada. Una sombra circulaba por encima de sus cabezas, como un cohete de artificio negro que dejaba a su paso un rastro letal y humeante. Daniel la identificó al instante.

—Tengo que marcharme —dijo.

—¡Es horrible! —Ella se volvió—. Apareces de la nada, nos enfadamos y luego te marchas. Sin duda, eso sí que es amor de verdad.

Daniel la asió de los hombros y la zarandeó hasta que ella lo miró.

—Es amor de verdad —le dijo con una desesperación que Luce no supo si restaba o añadía dolor a su corazón—. Y tú lo sabes.

El color violeta de sus ojos refulgía no de rabia, sino de un intenso deseo. Era una de esas miradas que dicen que quieres tanto a una persona que la echas de menos incluso cuando la tienes delante.

Daniel dobló la cabeza para besarle las mejillas, pero ella estaba a punto de echarse a llorar. Se sintió incómoda y se giró. Le oyó gemir y luego siguió el batido de sus alas.

¡No!

Cuando volvió la cabeza, Daniel planeaba por el cielo, suspendido entre el océano y la luna. Sus alas refulgían blancas bajo la luz de la luna. Al cabo de un instante, era difícil diferenciarlo de cualquier otra estrella del firmamento.

5

Catorce días

D
urante la noche, una capa de niebla densa invadió como un ejército sobre la ciudad de Fort Bragg y se apostó en ella. No se dispersó con la salida del sol y su languidez impregnó todas las cosas y personas. Así, el viernes en la escuela Luce se sintió como arrastrada por una marea lenta. Los profesores estaban dispersos, esquivos y lentos en sus clases, y los alumnos, profundamente aletargados, esforzándose por mantenerse despiertos ante el zumbido prolongado y melancólico del día.

Cuando las clases terminaron, la monotonía había calado profundamente en Luce. No sabía qué hacía en esa escuela que no era la suya, en ese estado provisional que no hacía más que poner de manifiesto la falta de una vida real y sólida. Lo único que quería era irse a su litera y dormir y olvidarse no solo del tiempo y de aquella larga semana que había pasado ya en la Escuela de la Costa, sino también de la disputa con Daniel y de las muchísimas preguntas e inquietudes que esta había provocado en su mente.

La noche anterior le había resultado imposible conciliar el sueño. A altas horas de la mañana había vuelto a solas a su habitación y dio vueltas y vueltas en la cama sin lograr dormirse por completo. Que Daniel le gritara ya no la sorprendía, pero no por eso la dejaba indiferente. ¿Y esa orden insultante y machista de que se quedara en el complejo de la escuela? Se le ocurrió por un momento que tal vez Daniel le había hablado igual que siglos atrás, pero Luce estaba segura de que, como Jane Eyre o Elizabeth Bennet, ninguna de sus identidades anteriores se habría tomado bien esa prohibición. Desde luego, en los tiempos actuales no.

Mientras caminaba entre la niebla hacia su dormitorio después de las clases seguía sintiéndose enfadada y molesta. Tenía la vista nublada y prácticamente andaba dormida cuando posó la mano en el pomo de la puerta. Al entrar en la habitación a oscuras y vacía estuvo a punto de pasar por alto el sobre que alguien había pasado por debajo de la puerta.

Era un sobre de color crema, fino y cuadrado; cuando le dio la vuelta vio su nombre escrito en pequeñas letras mayúsculas. Lo abrió ansiosa, esperando encontrar en ella las disculpas de él y consciente de que ella también le debía una.

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