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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (9 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Luce casi podía oler la podredumbre y la muerte que atravesaba la pantalla de la sombra. Era horrible ver todo aquello, pero lo más raro con diferencia es que no se oía nada. Sus compañeros de alrededor tenían la cabeza agachada, como intentando bloquear algún alarido, algún grito que resultaba imperceptible para Luce. Mientras se veía morir a la gente, no había más que silencio.

Cuando ya empezaba a dudar sobre si su estómago podría resistir algo más, el foco de la imagen cambió y se alejó en cierto modo, lo cual permitió a Luce verlo todo de lejos. No solo ardía una ciudad. Eran dos. De pronto le vino a la memoria algo raro, como si fuera un recuerdo que siempre hubiera tenido y en el que no hubiera pensado durante tiempo. Supo que lo que estaban viendo era Sodoma y Gomorra, las dos ciudades de la Biblia, las dos ciudades destruidas por Dios.

Luego, como si apagaran el interruptor de la luz, Steven y Francesca chasquearon los dedos y la imagen desapareció. Los restos de la sombra se desvanecieron formando una pequeña nube negra de ceniza que se depositó finalmente en el suelo del aula. En torno a Luce, todos los alumnos parecían intentar recuperar el aliento.

Ella no podía apartar la vista del sitio donde había estado la sombra. ¿Cómo había logrado algo así? Ahora empezaba a consolidarse de nuevo, los pedazos de oscuridad se iban uniendo otra vez y lentamente recuperaban la habitual forma de la sombra. Terminada su misión, la Anunciadora deambuló lentamente sobre las tablas de madera del suelo y luego se deslizó fuera del aula, como la sombra proyectada por una puerta al cerrarse.

—Sin duda os preguntaréis por qué os hemos hecho pasar por esto —dijo Steven dirigiéndose a la clase. Él y Francesca se miraron con preocupación al observar el aula. Dawn gimoteaba inclinada sobre el pupitre.

—Como sabéis —prosiguió Francesca—, en esta clase preferimos dedicar la mayor parte del tiempo a lo que vosotros, como nefilim, sois capaces de hacer; al modo en que podéis cambiar las cosas para mejor, independientemente de lo que entendáis vosotros como mejor. Preferimos mirar hacia delante que hacia atrás.

—Pero lo que habéis visto hoy —apuntó Steven— ha sido más que una simple lección de historia acompañada de unos efectos especiales increíbles. No han sido tampoco unas cuantas imágenes conjuradas por nosotros. En absoluto. Lo que habéis visto eran, de hecho, las ciudades de Sodoma y Gomorra cuando el Gran Tirano las destruyó…

—¡Cuidado! —le interrumpió Francesca con un gesto admonitorio con el dedo—. En esta aula no están permitidas las ofensas verbales.

—Tiene razón, como casi siempre. Incluso yo a veces caigo en los rumores infundados. —Steven miró fijamente a sus alumnos—. Sin embargo, como os decía, las Anunciadoras son más que meras sombras. Pueden contener información muy valiosa, son sombras, en cierto modo… pero del pasado, de acontecimientos antiguos y otros no tan remotos.

—Lo que habéis visto —terminó Francesca— solo ha sido una demostración de una habilidad extremadamente valiosa que tal vez algunos de vosotros podáis utilizar algún día.

—Por el momento no vais a intentarlo siquiera. —Steven se restregó las manos con un pañuelo que se había sacado del bolsillo—. De hecho, os prohibimos que lo intentéis, pues podríais perder el control y disolveros con ellas. Pero quizá algún día podáis hacerlo.

Luce cruzó la mirada con Miles, que le correspondió con una sonrisa divertida, como si oír aquellas palabras le hubieran tranquilizado un poco. No parecía sentirse en absoluto abatido, no al menos del modo en que Luce se sentía.

—Por otro lado —dijo Francesca—, puede que la mayoría os sintáis agotados. —Luce miró a su alrededor y contempló las caras de sus compañeros mientras Francesca hablaba. Su voz tenía el efecto del aloe sobre las quemaduras de sol. La mitad de los alumnos tenían los ojos cerrados, como si estuvieran sedados—. Es normal. La visión de las sombras requiere mucho esfuerzo. Si retroceder un par de días exige ya mucha energía, ¿qué no costará retroceder unos milenios? En fin, ya veis los efectos que provoca. En vista de lo cual… —prosiguió mirando a Steven—, hoy podéis salir antes para descansar.

—Mañana recuperaremos, así que aseguraos de terminar la lectura sobre el fenómeno de la desaparición —añadió Steven—. ¡Podéis marcharos!

En torno a Luce, los alumnos se levantaron lentamente de los pupitres, exhaustos y con aspecto aturdido. Cuando ella se puso de pie, solo notó las rodillas un poco flojas, y le pareció que estaba menos debilitada que los demás. Se arrebujó la chaqueta en los hombros y salió del aula detrás de Miles.

—¡Qué duro ha sido! —dijo él bajando los escalones de dos en dos desde la terraza—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —dijo Luce—. ¿Y tú?

Miles se frotó la frente.

—Daba la impresión de estar ahí de verdad. Me alegro que hayan terminado la clase antes. Creo que necesito una siesta.

—¡Oh, en serio! —añadió Dawn, que los seguía por el camino serpenteante que llevaba a la residencia—. Es lo último que esperaba este miércoles por la mañana. Estoy hecha polvo.

Tenía razón: la destrucción de Sodoma y Gomorra había sido horripilante. Había resultado tan real que Luce aún notaba la piel caliente por las llamaradas.

Tomaron un atajo para llegar al edificio de la residencia; bordearon la cantina por la parte norte y se sumergieron en la sombra de las secuoyas. Resultaba extraño ver el campus tan vacío, con todos los demás alumnos de la Escuela de la Costa aún en clase en el edificio principal. Uno a uno, los nefilim fueron saliendo del camino y se dirigieron directamente a la cama.

Excepto Luce, que no se sentía cansada en absoluto. En realidad, se notaba extrañamente llena de energía. Deseó de nuevo que Daniel estuviera allí. Tenía muchas ganas de hablarle de la demostración de Francesca y Steven y también de saber por qué él no le había dicho antes que las sombras albergaban más de lo que ella era capaz de ver.

Frente a Luce estaba la escalera que llevaba a su habitación. Detrás de ella, el bosque de secuoyas. Paseó frente al acceso a la residencia sin ganas de entrar, sin ganas de dormir ni de fingir que no había visto todo aquello. Sin duda, Francesca y Steven no pretendían asustar a sus alumnos; seguramente, habían querido enseñarles algo que ellos no podían explicar sin más. Pero, si las Anunciadoras eran portadoras de mensajes y reminiscencias del pasado, ¿qué sentido tenía lo que les acababan de mostrar?

Se marchó al bosque.

El reloj marcaba las once de la mañana, pero bajo el dosel penumbroso de árboles bien habría podido ser medianoche. Al adentrarse en el sombrío bosque sintió que se le erizaba el vello en las piernas desnudas. No quería dar muchas vueltas a lo sucedido; pensar no hacía más que aumentar las posibilidades de acobardamiento. Estaba a punto de penetrar en un territorio desconocido. En territorio prohibido.

Iba a invocar a una Anunciadora.

Antes ya había tenido contacto con ellas. La primera vez pellizcó a una en clase para evitar que se le colara en el bolsillo. También estuvo aquella vez en la biblioteca, cuando apartó una de Penn. Pobre Penn. Luce no pudo evitar preguntarse qué mensaje podría haber albergado esa Anunciadora. Si entonces hubiera sabido manipularlas tal y como Francesca y Steven habían hecho en clase… ¿podría haber evitado todo lo ocurrido?

Cerró los ojos. Vio a Penn desplomada contra la pared con el pecho cubierto de sangre. Su amiga herida. No. Rememorar esa noche le resultaba demasiado doloroso y no era bueno para ella. Todo cuanto podía hacer ahora era mirar adelante.

Tuvo que enfrentarse al temor gélido que la atenazaba interiormente. Apenas a diez metros de ella había una forma deslizante, oscura y familiar apostada junto a la sombra de una rama baja de secuoya.

Dio un paso hacia ella y la Anunciadora se replegó. Procurando no hacer ningún gesto brusco, Luce se acercó cada vez más, deseando que la sombra no se escabullera.

Ahí.

La sombra se agitó debajo de la rama, pero no se movió.

Aunque el corazón le latía con fuerza, Luce intentó tranquilizarse. Sí, el bosque estaba oscuro. Sí, nadie sabía dónde se encontraba ella, y sí, de acuerdo, era muy posible que nadie la echara de menos durante un buen rato si le ocurría algo… pero no había motivo alguno para ceder al pánico, ¿no? Entonces, ¿por qué se sentía asustada? ¿Por qué tenía el mismo miedo que cuando veía las sombras de pequeña, a sabiendas de que eran inofensivas?

Era hora de actuar. Podía quedarse allí paralizada para siempre, podía huir aterrada y regresar más tarde a su cuarto de mal humor, o bien…

Extendió el brazo, que ya no le temblaba, y asió la sombra. La arrastró y la apretó con fuerza contra el pecho, sorprendida de su peso y el tacto frío y húmedo. Era como una toalla mojada. Los brazos le temblaban por el esfuerzo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con ella?

Le vino a la memoria la imagen de aquellas ciudades incendiadas y se preguntó si podría soportar la visión del mensaje. Dudó también de si sería capaz de desentrañar sus secretos. ¿Cómo funcionaba todo eso? Lo único que habían hecho Francesca y Steven había sido estirar.

Contuvo el aliento y deslizó los dedos por los bordes de la sombra, la asió y le propinó un tirón suave. Para su asombro, la Anunciadora era flexible y maleable como la plastilina y podía adoptar cualquier forma que ella le diera con los dedos. Con una sonrisa, intentó manipularla para darle una forma cuadrada, esto es, para convertirla en algo parecido a una pantalla, tal como había visto hacer a sus profesores.

Al principio le resultó fácil, pero la sombra parecía endurecerse cuanto más intentaba extenderla. Y cada vez que cambiaba la posición de las manos para tirar de otro lado, el resto se replegaba formando una masa fría, negra e irregular. Al cabo de poco se encontró casi sin aliento y tuvo que limpiarse el sudor de la frente con el brazo. No estaba dispuesta a abandonar. Pero entonces la sombra empezó a vibrar y Luce gritó arrojándola al suelo.

Al instante aquel pedazo de oscuridad se escabulló a toda velocidad entre los árboles. Solo cuando hubo desaparecido, Luce se dio cuenta de que lo que vibraba no había sido la sombra, sino el teléfono móvil que llevaba en la mochila.

Se había acostumbrado a no llevar teléfono y hasta ese momento se había olvidado de que antes de dejarla en el avión que la había llevado a California el señor Cole le había dado un móvil viejo que él tenía. Estaba prácticamente inservible, pero era un modo para que él pudiera contactar con ella y ponerla al día de las historias que contaba a sus padres, que seguían creyéndola en Espada & Cruz. De esa forma, cuando Luce hablara con ellos podría seguir la farsa de forma coherente.

Nadie excepto el señor Cole tenía ese número. Y por motivos de seguridad realmente molestos, Daniel no le había indicado ninguna manera de ponerse en contacto con él. Además, ahora el teléfono había entorpecido su primer avance auténtico con una sombra.

Abrió el aparato y leyó el mensaje que el señor Cole le acababa de enviar:

Llama a tus padres. Creen que has tenido sobresaliente en un examen de historia que te acabo de hacer. La semana que viene vas a intentar entrar en el equipo de natación. No olvides fingir que todo va bien.

Y un segundo mensaje, recibido un minuto más tarde:

¿Va todo bien?

Molesta, Luce volvió a meter el móvil en la mochila y avanzó pesadamente por la espesa capa de hojas de secuoya hasta el lindero del bosque hacia su habitación. El mensaje le hizo preguntarse por los demás alumnos de Espada & Cruz. ¿Arriane seguiría aún allí y, en tal caso, a quién enviaría aviones de papel durante las clases? ¿Y Molly? ¿Habría encontrado ya a alguien con quien meterse ahora que Luce ya no estaba? ¿O tal vez las dos habían cambiado de colegio después de que Luce y Daniel se hubieran marchado? ¿Se habría creído Randy la historia de que los padres de Luce habían pedido un cambio? Luce resopló. Detestaba no poder contar la verdad a sus padres, no poder decirles lo lejos y sola que se sentía.

Pero ¿llamarles desde un móvil? Cualquier mentira que les contase —que si había tenido un sobresaliente en historia, o que iba a participar en un equipo de natación inventado— no haría más que hacer que todavía añorarse más su hogar.

El señor Cole tenía que estar loco para decirle que les llamara y mintiera. Sin embargo, si contaba a sus padres la verdad, pensarían que había perdido la cabeza. Y si no se ponía en contacto con ellos, pensarían que le había ocurrido algo. Seguramente, se acercarían en coche hasta Espada & Cruz, verían que ella no estaba ahí y, entonces, ¿qué?

Otra opción era enviarles un mensaje de correo electrónico. Mentir por e-mail no resultaría tan duro. Le permitiría ganar unos días antes de llamar por teléfono. Luce decidió enviarles un mensaje esa misma noche.

Cuando salió del bosque y llegó al camino, se quedó sorprendida al ver que era de noche. Miró atrás, hacia la espesa arboleda sumida en la penumbra. ¿Cuánto tiempo había estado allí con la sombra? Miró el reloj. Las ocho y media. Se había quedado sin almuerzo, sin las clases de la tarde y sin cena. El bosque era tan oscuro que no se había dado cuenta del tiempo que había pasado, pero entonces todo le vino de golpe y se sintió cansada, aterida y hambrienta.

Tras equivocarse tres veces dando vueltas por aquella residencia laberíntica, Luce dio al fin con su puerta. Con la esperanza de que Shelby estuviera dondequiera que iba cada noche, Luce metió la vieja llave en la cerradura y dio la vuelta al pomo.

Las luces se hallaban apagadas, pero la chimenea estaba encendida. Shelby estaba meditando sentada con las piernas cruzadas en el suelo y los ojos cerrados. Cuando Luce entró, abrió un ojo y la miró irritada.

—Lo siento —susurró Luce dejándose caer en la silla del escritorio cercano a la puerta—. Haz como si no estuviera.

Durante un rato, Shelby hizo exactamente lo que le pedía. Cerró el ojo abierto, regresó al estado de meditación y la estancia quedó en silencio. Luce encendió el ordenador que tenía en su escritorio y se quedó mirando la pantalla mientras intentaba redactar mentalmente el mensaje más inocuo posible para sus padres y, ya puestos, otro para Callie, que durante la semana anterior le había enviado un aluvión de mensajes de correo electrónico que seguían sin leer en la bandeja de entrada.

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