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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Policíaco

Sangre fría (44 page)

BOOK: Sangre fría
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—Todo salió mal. Fue un desastre horrible, demasiado complicado para explicártelo ahora.

Pendergast la miró.

—Helen, ¿por qué te embarcaste en ese plan asesino? ¿Por qué me ocultaste todas esas cosas... el Black Frame, Audubon, la familia Doane y todo lo demás? ¿Por qué no...?

Ella bajó el brazo.

—Por favor, no hablemos de eso. Ahora no. Más tarde tendremos tiempo, todo el tiempo del mundo.

—Pero Emma, tu hermana gemela, ¿sabías que sería sacrificada?

Helen se puso muy pálida.

—Me enteré... después.

—Pero tú nunca te pusiste en contacto conmigo, nunca. ¿Cómo puedo...?

Ella lo hizo callar apoyándole un dedo en los labios.

—Basta, Aloysius. Había razones para todo. Es una historia terrible, absolutamente terrible. Te la explicaré, te lo contaré todo, pero no en este lugar ni en este momento. Vámonos, por favor. —Intentó sonreír, pero estaba muy pálida.

Alzó la mano derecha y, sin decir palabra, Pendergast le deslizó el anillo en el dedo anular. Luego contempló la escena que los rodeaba. Nada había cambiado. A lo lejos, dos personas se acercaban al estanque haciendo jogging. Un niño lloraba porque se había quedado enredado en la correa de su terrier. El violinista seguía tocando.

Su mirada se posó en el último aficionado a los barcos que seguía desmontando el suyo y guardándolo torpemente en la maleta. Le temblaban las manos y, a pesar del fresco que hacía, Pendergast se dio cuenta de que tenía la frente perlada de sudor.

En una fracción de segundo una docena de pensamientos cruzaron la mente de Pendergast: evaluación, comprensión y toma de decisión.

Sin hacer el menor aspaviento y manteniendo la calma, se volvió hacia Esterhazy y le hizo un gesto para que se les acercara.

—Judson —susurró—, llévate a Helen de aquí. Hazlo tranquilamente pero sin perder un segundo.

Ella lo miró desconcertada.

—Aloysius, pero si...

Pendergast la hizo callar con un gesto rápido con la cabeza y se volvió hacia Esterhazy.

—Llévatela al Dakota. Nos encontraremos allí. Por favor, marchaos. Ya.

Cuando comenzaron a alejarse, Pendergast miró a Proctor, que seguía sentado en el banco a cien metros de distancia.

—Tenemos un problema —murmuró a través del intercomunicador. Luego echó a andar hacia el borde del lago y el aficionado a los barcos, que seguía forcejeando con su maqueta. Al pasar junto a él, se detuvo sin apartar la vista de Helen y Esterhazy, que se alejaban por el camino.

—Bonito barco —dijo—. ¿Es una goleta o un queche?

—Bueno —repuso el hombre con aire azorado—, la verdad es que acabo de empezar en esto y no sabría decirle.

Con un movimiento rápido y fluido, Pendergast sacó su .45 y apuntó al hombre.

—Levántese despacio, con las manos donde pueda verlas —ordenó.

El otro lo miró con una expresión extrañamente vacía.

—¿Está loco o qué?

—Haga lo que le digo.

El hombre empezó a incorporarse y entonces, con la rapidez del rayo, sacó una pistola de su cazadora. Pendergast lo abatió con un solo disparo. El estruendo del .45 desgarró el silencio de la tarde.

—¡Corred! —gritó a Helen y a Esterhazy.

En ese instante se desató el infierno. La pareja de tortolitos se levantaron de un salto, sacaron sendas TEC-9 de sus mochilas y abrieron fuego contra Esterhazy, que había echado a correr tirando de Helen. Los disparos de las armas automáticas lo segaron por la mitad. Esterhazy alzó las manos al aire y cayó al suelo con un grito.

Helen se detuvo y se volvió.

—¡Judson! —gritó por encima del tumulto.

—¡Sigue corriendo! —exclamó Esterhazy entre estertores—. Sigue...

Otra ráfaga lo alcanzó de lleno y lo volteó sobre la espalda.

Había gente corriendo y gritando por todas partes. Pendergast mató a uno de los jóvenes con un disparo de su .45 cuando corría hacia Helen. Proctor se había puesto en pie y con una Beretta 93R que había aparecido repentinamente en su mano disparó contra el otro, que se había refugiado tras el banco, utilizando a su compañera caída como escudo. Cuando Pendergast se disponía a apuntar para meterle una bala en la cabeza, vio con el rabillo del ojo que el mendigo salía de su caja de cartón aferrando una escopeta de cañones recortados.

—¡Proctor! —gritó—. ¡El mendigo!

Pero apenas había acabado de hablar cuando el mendigo disparó. Proctor, que estaba dándose la vuelta, recibió el impacto de lleno y cayó violentamente de espaldas; la Beretta se estrelló contra el suelo. Su cuerpo se estremeció con un espasmo antes de quedar inerte.

Antes de que el mendigo tuviera tiempo de volverse y disparar contra Pendergast, el agente especial lo mató de un disparo que le atravesó el pecho y lo arrojó contra un seto.

Pendergast dio media vuelta y vio a Helen a un centenar de metros, una figura agachada rodeada de gente que corría en todas direcciones. Seguía inclinada sobre su hermano caído, lloraba desesperada mientras le acunaba la cabeza con su única mano.

—¡Helen! —gritó corriendo hacia ella—. ¡A la Quinta Avenida! ¡Corre a la Quinta Avenida!

Un disparo sonó detrás del banco y Pendergast sintió un terrible martillazo en la espalda. La bala de grueso calibre lo lanzó de bruces al suelo, aturdiéndolo y dejándolo sin respiración, pero el chaleco antibalas evitó lo peor. Rodó, jadeando, y tumbado boca abajo abrió fuego contra el tirador escondido tras el banco. Helen por fin se había levantado y corría hacia la avenida. Pendergast se dijo que si lograba cubrir su huida con fuego de cobertura, quizá tuviera una oportunidad.

El mercenario del banco disparó de nuevo contra él, y la bala levantó una nube de polvo a escasos centímetros de su rostro. Devolvió el fuego, pero sus proyectiles rebotaron en el armazón del banco. Otro disparo salió de entre las tablas del respaldo. Pendergast notó que la bala pasaba con un siseo junto a su mejilla y le atravesaba la pantorrilla. Haciendo caso omiso del intenso dolor, respiró hondo, apuntó con cuidado y disparó. Su bala pasó entre los listones del respaldo y reventó la cara del mercenario, que cayó hacia atrás con los brazos extendidos.

El tiroteo cesó.

Pendergast se levantó y contempló la carnicería. Siete cuerpos yacían en el parque: la pareja de jóvenes, el falso aficionado a los barcos, el mendigo, Proctor y Esterhazy. El resto de la gente había huido chillando y llorando. A lo lejos, distinguió a Helen: seguía corriendo hacia la salida de la Quinta Avenida. Oyó el aullido de las sirenas. Se levantó para ir tras Helen, cojeando con su pierna herida.

Entonces vio algo más: los dos corredores, que se habían detenido y que cuando empezó el tiroteo habían cambiado de rumbo, se dirigían directamente hacia Helen. Y ya no trotaban. Corrían a toda velocidad.

—¡Helen! —gritó con todas sus fuerzas mientras se alejaba del cobertizo cojeando y dejando un rastro de sangre—. ¡Cuidado! ¡A tu izquierda!

Sin dejar de correr, Helen se volvió en la oscuridad que reinaba bajo los árboles y, al ver que los corredores se disponían a cortarle el paso en la salida, se desvió fuera del camino, hacia un bosquecillo.

Los corredores fueron hacia ella. Pendergast comprendió que no podría alcanzarla, de modo que hincó en tierra su pierna sana, apuntó con su .45 y disparó una vez. Pero su objetivo se encontraba a unos noventa metros de distancia y se desplazaba muy rápido. Era una diana imposible. Volvió a disparar, falló nuevamente y acabó vaciando el cargador con rabia y frustración. Helen corría hacia un grupo de sicomoros próximo al muro de Central Park. Con un gesto de furia, Pendergast sacó el cargador vacío y metió uno lleno.

Oyó un grito cuando los dos corredores atraparon a Helen. Uno de ellos la arrojó al suelo y entre los dos la cogieron por los brazos y la pusieron en pie.

—¡Aloysius! —la oyó gritar—. ¡Ayúdame! ¡Sé quiénes son! ¡Son del
Bund,
de la Alianza! ¡Me matarán! ¡Ayúdame!

Se la llevaron a rastras hacia la salida de la Quinta Avenida. Pendergast se incorporó con un rugido de furia y, haciendo acopió de toda su energía, se obligó a permanecer en pie. La herida de la pierna sangraba profusamente, pero él hizo caso omiso y avanzó cojeando.

Enseguida vio adonde se dirigían: un taxi esperaba junto a la acera de la Quinta Avenida. Comprendió que no podría alcanzarlos a tiempo, pero al menos el vehículo era un buen blanco. Se arrodilló de nuevo, mareado, y abrió fuego. La bala impactó contra la ventanilla delantera con un golpe sordo y rebotó. Blindada. Apuntó más abajo, a los neumáticos, y disparó dos veces, pero los proyectiles rebotaron inofensivamente en los tapacubos blindados.

—¡Aloysius! —gritó Helen justo antes de que sus captores la metieran a la fuerza en el asiento trasero del taxi y subieran tras ella.

—Los, verschwinden wir hier!
—oyó que gritaba uno de ellos—.
Gib Gas!

Las puertas del coche se cerraron. Pendergast volvió a apuntar con cuidado, disparó nuevamente contra los neumáticos, pero el coche arrancó a toda velocidad y su bala se perdió en el vacío.

—¡Helen! —gritó—. ¡No!

Lo último que vio, antes de que una negra bruma le nublara la visión, fue el taxi desaparecer entre un mar de taxis idénticos que se desplazaban en dirección sur por la Quinta Avenida. Mientras la oscuridad lo embargaba, en medio del ruido y el estruendo de las sirenas, susurró una vez más:

—Helen...

Había encontrado a Helen Esterhazy Pendergast... solo para volver a perderla.

Nota de los autores

Aunque la mayoría de las ciudades y localizaciones de
Sangre fría
son imaginarias, en algunos casos hemos empleado nuestra propia versión de lugares reales como Escocia, Nueva York, Nueva Orleans o Baton Rouge. En esos casos no hemos dudado en alterar su geografía, topología e historia para que encajara en el propósito de nuestro relato.

Todas las personas, lugares, departamentos de policía, corporaciones, instituciones, museos y agencias gubernamentales mencionadas en esta novela son ficticias o han sido utilizadas de manera ficticia.

* * * * *

Querido lector:

Desde 2011 estamos escribiendo una nueva serie de aventuras protagonizada por un agente poco corriente llamado Gideon Crew. El primer libro, titulado
Venganza
, se publicó en Plaza & Janés en noviembre de 2011.

Queremos que sepas que nuestra devoción por el agente Pendergast permanece intacta y que seguiremos publicando novelas acerca del más enigmático de los agentes del FBI con la misma frecuencia que hasta ahora. La serie iniciada con
Pantano de sangre
, publicada por Plaza & Janés en septiembre de 2010, sigue con la actual entrega
Sangre fría
y culminará con la próxima publicación titulada
Dos tumbas.

Gracias una vez más por tu interés y apoyo.

Saludos cordiales,

Douglas Preston & Lincoln Child

Douglas Preston (Cambridge, Massachusetts, 26 de mayo de 1956) es un escritor de novelas del género tecno-thriller y de terror, coautor junto a Lincoln Child de varios libros de suspense que se han convertido en superventas internacionales.

Preston comenzó su trabajo de escritor en el Museo Norteamericano de Historia Natural. Además de sus colaboraciones con Child, ha escrito cinco novelas y varios libros de temática científica que se ocupan fundamentalmente de la historia del sudoeste norteamericano. Ha trabajado también en la Universidad de Princeton y ha escrito numerosos artículos para The New Yorker sobre temas científicos.

Actualmente vive en Maine con su esposa y sus tres hijos: Selene, Aletheia, Isaac. En 1995, con The Relic, le llegó el reconocimiento mundial. Todas sus novelas han sido catalogadas como Best Sellers internacionales, incluyendo sus libros en solitario. El códice maya, su segunda novela como solista, recibió muchos elogios por parte de la crítica, y fue muy aceptada por el público. Esto hizo que continuara con Tiranosaurio, que narra los acontecimientos posteriores a los de la anterior novela. Luego llegaría Blasfemia, en donde desarrollaría a Wyman Ford, personaje de Tiranosaurio. Recientemente, en el 2010, publicó Impacto, en donde el ya mencionado Ford hace de protagonista.

Lincoln Child nació en Westport, Connecticut en 1957. Es conocido por ser co-autor de varias novelas de suspense junto a Douglas Preston que se han convertido en Best-sellers internacionales, especialmente las protagonizadas por el agente del FBI Aloysius Pendergast.

Child trabajó en una prestigiosa editorial neoyorquina y ha compilado y editado numerosas antologías de relatos de terror y cuentos de fantasmas. Trabajó como analista de sistemas en MetLife desde 1987. Unos años después de publicar su primera novela (The Relic), dejó ese trabajo para dedicarse exclusivamente a la literatura.

Notas

[1]
En alemán, «mierda». (N. del T.)
<<

[2]
En golf, repetir el primer golpe de salida.
(N. del T.)
<<

[3]
En alemán, «maldita sea». (
N
.
del T.)

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