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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

Siempre el mismo día (52 page)

BOOK: Siempre el mismo día
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–¿Qué, ya estás mejor?

Su padre está detrás.

–Un poco.

–¿Qué es? –Señala el vaso de Dexter con la cabeza–. ¿Ginebra?

–Sólo agua.

–Me alegro. He pensado que al ser una ocasión especial, esta noche podríamos cenar sopa. ¿Te atreves con una lata de sopa?

–Creo que sí.

Levanta dos latas.

–¿Mulligatawny o crema de pollo?

Y se empiezan a arrastrar por la cocina, grande y con olor a humedad: dos viudos desordenando más de lo necesario para calentar dos latas de sopa. Desde que su padre vive solo, su dieta ha vuelto a ser la de un
boy-scout
ambicioso: judías con tomate, salchichas y palitos de pescado. Hasta parece que se ha hecho un cazo de gelatina.

Suena el teléfono en el pasillo.

–¿Lo coges tú? –dice su padre, aplastando mantequilla sobre rebanadas de pan blanco. Dexter titubea–. Que no muerde, Dexter.

Dexter sale al pasillo y se pone. Es Sylvie. Se sienta en la escalera. Ahora su ex mujer vive sola. Su relación con Callum acabó explotando justo antes de Navidad. Su común infelicidad y las ganas de proteger de ello a Jasmine les han dado una extraña intimidad. Por primera vez desde que se casaron, casi son amigos.

–¿Cómo te encuentras?

–Bueno, mira… Un poco avergonzado. Lo siento.

–Tranquilo.

–Me parece recordar que tú y papá me habéis metido en la bañera.

Sylvie se ríe.

–No ha perdido la compostura ni un momento. «¡No tiene nada que no le haya visto antes!»

Dexter sonríe y hace una mueca al mismo tiempo.

–¿Jasmine está bien?

–Creo que sí. No te preocupes. Le he dicho que habías comido algo en mal estado.

–Ya la resarciré. Lo dicho, lo siento.

–Son cosas que pasan; pero no lo hagas nunca, nunca más, ¿vale?

Dexter hace un ruido como si dijera: «No; bueno, ya veremos…». Se quedan callados.

–Tengo que colgar, Sylvie, que se me quema la sopa.

–Hasta el sábado por la noche, ¿no?

–Hasta entonces. Dale un beso a Jasmine. Y perdona.

La oye ajustar el receptor.

–Todos te queremos, Dexter.

–No tenéis por qué –masculla él, avergonzado.

–Puede que no, pero te queremos.

Al cabo de un rato, cuelga el teléfono y se reúne con su padre ante el televisor, a beber agua de cebada con limón diluida en proporciones homeopáticas. Comen la sopa en bandejas especialmente acolchadas por debajo para comer cómodamente con ellas en las piernas, innovación reciente que a Dexter le resulta un poco deprimente, quizá porque es un tipo de cosa que su madre jamás habría permitido en casa. La sopa, caliente como lava, le da pinchazos en el labio cortado al tomársela a sorbitos. Las rebanadas de pan blanco que compra su padre están mal untadas de mantequilla, destrozadas, convertidas en pasta de color masilla. Lo curioso es que están deliciosas. El tajo de mantequilla se derrite en la sopa pegajosa. Se la toman mirando
EastEnders
, otra de las últimas compulsiones de su padre, que en el momento en que salen los créditos deja en el suelo la bandeja acolchada, aprieta el botón de silencio del mando a distancia y se gira para mirar a Dexter.

–Bueno, ¿y esto va a ser una celebración anual, o qué?

–Aún no lo sé. –Pasa un rato. Su padre se gira otra vez hacia el televisor silenciado–. Lo siento –dice Dexter.

–¿El qué?

–Bueno, has tenido que meterme en la bañera…

–Sí, eso, si no te importa, preferiría no tener que repetirlo. –Su padre empieza a hacer
zapping
, sin poner el sonido de la tele–. De todos modos, pronto empezarás a hacerlo tú por mí.

–Dios mío, espero que no –dice Dexter–. ¿No puede hacerlo Cassie?

Su padre sonríe y le mira.

–La verdad es que no tengo ganas de confidencias. ¿Y tú?

–No muchas, no.

–Pues nada. Lo único que te diré es que me parece que lo mejor que puedes hacer es vivir como si aún estuviera Emma. ¿No te parece que sería lo mejor?

–No sé si puedo.

–Pues tendrás que intentarlo. –Coge el mando a distancia–. ¿Qué te crees que he estado haciendo yo los últimos diez años? –Encuentra lo que buscaba en la tele, y se acomoda en el sillón–. Ah,
The Bill
.

Se quedan sentados, viendo la tele en el crepúsculo de verano, dentro de una sala llena de fotos de familia. A Dexter le avergüenza descubrir que vuelve a estar llorando, sin hacer ruido. Se lleva discretamente una mano a los ojos, pero su padre le oye aguantarse la respiración y le mira.

–¿Todo bien?

–Perdona –dice Dexter.

–¡No será por cómo cocino!

Dexter se ríe y resopla.

–Creo que aún estoy un poco borracho.

–No pasa nada –dice su padre, girándose otra vez hacia la tele–. A las nueve dan
Silent Witness
.

Capítulo 21

Arthur’s Seat

VIERNES 15 DE JULIO DE 1988

Rankeillor Street, Edimburgo

Dexter se duchó en el cuarto de baño, destartalado y lleno de humedades. Después se puso la camisa de la noche anterior. Como olía a sudor y a cigarrillos, también se puso la americana, para que no saliesen los olores. Finalmente, se echó pasta de dientes en el índice y se frotó los dientes.

Fue a la cocina, donde estaban Emma Morley y Tilly Killick, bajo un cartel sucio de
Jules y Jim
de Truffaut que ocupaba toda la pared. Debajo de la risa de Jeanne Moreau, compartieron incómodos un desayuno de retortijón seguro: tostadas de pan integral con margarina de soja y una especie de muesli en grumos. Al ser una ocasión especial, Emma había lavado la cafetera italiana, de esas que siempre parece que tengan moho dentro, y tras la primera taza de líquido negro y aceitoso, Dexter se empezó a encontrar algo mejor. Sin decir nada, escuchó las bromitas que se hacían las dos compañeras de piso, ambas con gafas grandes que llevaban como una insignia, y tuvo la vaga sensación de haber sido hecho rehén por una compañía de teatro
underground
. Quizá sí hubiera sido un error quedarse. En todo caso, lo había sido salir del dormitorio. ¿Cómo besar a Emma con Tilly Killick ahí sentada, hablando por los codos?

A Emma, por su parte, la presencia de Tilly la estaba empezando a desquiciar. Pero ¿no tenía nada de discreción, o qué? Todo el rato sentada, con la barbilla apoyada en una mano, tocándose el pelo y chupando la cucharita… Emma había cometido el error de ducharse con un bote de gel de frambuesa de Body Shop sin haberlo probado antes, y era penosamente consciente de que olía como un yogur de frutas. Se moría de ganas de ir a quitárselo, pero no se atrevía a dejar a Dexter a solas con Tilly, cuya bata abierta daba un buen panorama de su mejor ropa interior, un body rojo a cuadros de Knickerbox. A veces era tan transparente…

Volver a la cama: eso era lo que quería de verdad, y estar otra vez parcialmente vestida, pero ya era demasiado tarde; ya estaban todos demasiado sobrios. Impaciente por marcharse, se preguntó en voz alta qué harían hoy, en su primer día de licenciados.

–¿Y si vamos al pub? –propuso Dexter sin mucha convicción.

Emma gruñó de asco.

–¿Y a comer? –dijo Tilly.

–Demasiado caro.

–¿Y al cine? Pago yo –se brindó Dexter.

–No, hoy no. Demasiado buen día. Mejor algo al aire libre.

–Vale, pues a la playa, a North Berwick.

Emma se estremeció. Significaba llevar traje de baño en presencia de Dexter, tortura para la que no tenía bastantes fuerzas.

–Yo para la playa soy una negada.

–Pues entonces ¿qué?

–Podríamos subir a Arthur’s Seat –dijo Tilly.

–Nunca he estado –dijo Dexter como si tal cosa.

Se quedaron mirándolo, boquiabiertas.

–¿Nunca has subido a Arthur’s Seat?

–No.

–¿Has estado cuatro años en Edimburgo y nunca has…?

–¡Estaba ocupado!

–¿Haciendo qué? –dijo Tilly.

–Estudiando antropología –dijo Emma.

Se rieron cruelmente las dos.

–¡Pues tenemos que ir! –dijo Tilly.

Fue el preludio de un breve silencio, en que los ojos de Emma destellaron de advertencia.

–No tengo el calzado adecuado –dijo Dexter.

–Si sólo es una montañita, no el K2.

–¡No puedo ir de excursión con zapatos de vestir!

–Tranquilo, que no cuesta nada.

–¿Con traje?

–¡Sí! ¡Podríamos hacer picnic!

Emma, sin embargo, sintió que empezaba a decaer el entusiasmo, hasta que finalmente Tilly dijo:

–Ahora que lo pienso, mejor que vayáis vosotros solos. Yo tengo… que hacer unas cosas.

Al mirarla de reojo, Emma captó el final de un guiño, y pensó que sería capaz de acercarse y darle un beso.

–¡Vale, pues venga! –dijo Dexter, también más animado.

Un cuarto de hora después, salieron a una mañana brumosa de julio, con los Salisbury Crags erguidos al final de Rankeillor Street.

–¿En serio que vamos allí arriba?

–Podría subir hasta un niño. Hazme caso.

Compraron las cosas para el picnic en el supermercado de Nicolson Street, un poco incómodos los dos con el rito extrañamente doméstico de compartir la cesta de la compra, y cohibidos a la hora de elegir. ¿Las aceitunas eran demasiado lujosas? ¿Tenía gracia llevarse Irn Bru, la cola escocesa? ¿Era ostentoso comprar champán? Tras llenar la mochila militar de Emma con los víveres –los de ella en broma, los de Dexter con ínfulas de refinamiento–, volvieron hacia Holyrood Park y empezaron a subir por la base del risco.

Dexter iba rezagado, sudando por dentro del traje, y resbalando por culpa de los zapatos. Tenía un cigarrillo entre los labios, y dolor de cabeza por el vino tinto y el café del desayuno. Se daba vaga cuenta de que había que fijarse en el esplendor de las vistas, pero él lo que miraba era el culo de Emma, con unos 501 azules descoloridos, muy apretados en la cintura, y unas botas Converse All-Star negras.

–Eres muy ágil.

–¿Yo? Una cabra montesa. En casa de mis padres hacía muchas excursiones, durante mi fase Cathy: ¡venga a caminar por los páramos salvajes! Era de un profundo… «¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!»

Dexter, que escuchaba a medias, supuso que era alguna cita, pero le distrajo una franja oscura de sudor que se estaba formando entre los omoplatos de Emma, y el atisbo de una tira de sostén en el cuello ancho de su camiseta. Se le apareció otra imagen fugaz de la última noche en la cama, pero justo entonces ella se giró a mirarle, como si se lo reprochase.

–¿Qué, cómo va,
sherpa
Tenzing?

–Muy bien. Si no fuera por estos zapatos, que ya podrían tener un poco de agarre… –Emma se estaba riendo–. ¿De qué te ríes?

–No, nada, es que nunca había visto a nadie de excursión y fumando.

–¿Qué más tengo que hacer?

–¡Mirar las vistas!

–Una vista es una vista es una vista.

–¿Eso es de Shelley o de Wordsworth?

Dexter suspiró y se detuvo, con las manos en las rodillas.

–Vale, vale, ya miro las vistas.

Al girarse, vio los bloques de protección oficial, los campanarios y almenas del casco viejo al pie de la gran mole gris del castillo, y al fondo de todo, en una neblina de calor, el Firth of Forth. Dexter tenía por norma general no mostrarse impresionado por nada, pero sí que era un panorama espléndido, que reconoció por las postales. Le extrañó no haberlo visto antes.

–Muy bonito –se permitió decir.

Siguieron caminando hacia la cumbre, preguntándose qué pasaría al llegar.

Capítulo 22

Segundo aniversario

Abriendo cajas

SABADO 15 DE JULIO DE 2006

Norte de Londres y Edimburgo

A las seis y cuarto de la tarde baja la persiana metálica del Belleville Café y pone en su sitio el candado macizo. Maddy está al lado, esperándole. La coge de la mano al ir hacia el metro.

Por fin, por fin se ha cambiado de piso; lleva un tiempo instalado en un dúplex de tres habitaciones de Gospel Oak, nada vistoso, pero acogedor. Como Maddy vive un poco lejos, en Stockwell, en la otra punta de la Línea Norte, a veces lo más lógico es que se quede a dormir, pero esta noche no; sin melodramas de por medio, sin altisonancias, esta noche a Dexter le gustaría tener tiempo para sí mismo. Esta noche se ha impuesto una tarea, y sólo puede hacerla solo.

Se separan a la entrada del metro de Tufnell Park. Maddy, que es algo más alta que él, con pelo negro, largo y liso, tiene que agacharse un poco para el beso de despedida.

–Luego, si quieres, me llamas.

–Puede que sí.

–Y si te lo piensas mejor, y quieres que venga…

–Estaré bien.

–Vale. ¿Nos vemos mañana, o qué?

–Ya te llamaré.

Se dan otro beso de buenas noches, corto pero cariñoso, antes de que Dexter siga cuesta abajo hacia su nuevo domicilio.

Hace dos meses que sale con Maddy, la encargada del café. Aún no se lo han dicho oficialmente al resto del personal, aunque sospechan que probablemente ya lo sepan. No ha sido nada apasionado, sino una aceptación gradual, durante el último año, de una situación inevitable. A Dexter le ha parecido todo un poco demasiado práctico, demasiado normal. En su fuero interno le incomoda un poco la transición que ha hecho Maddy de confidente a pareja; desluce un poco la relación el haber empezado con tanta tristeza.

Aunque es verdad que se llevan muy bien, lo dice todo el mundo; Maddy es buena, sensata y atractiva, alta, delgada, un poco torpe. Tiene aspiraciones de pintora, y Dexter le ve talento; en el café hay cuadros pequeños, que de vez en cuando se venden. También es diez años menor que él –se imagina los ojos en blanco de Emma–, pero es una persona inteligente, que sabe de la vida y ha pasado sus malos tragos: un divorcio de joven y varias relaciones infelices. Es callada, reservada, reflexiva, con un toque de melancolía que ahora mismo a Dexter le va bien. También es compasiva, y de una lealtad a prueba de bombas; fue ella quien salvó el negocio en la época en que Dexter se bebía los beneficios y no iba a trabajar, algo que él le agradece. A Jasmine le gusta. Se llevan la mar de bien, al menos de momento.

Es una agradable tarde de sábado. Caminando a solas por calles residenciales, llega a su casa: el semisótano y la planta baja de una casa de época, no muy lejos de Hampstead Heath. Conserva el olor y el papel de pared de los anteriores inquilinos, un matrimonio mayor. Dexter sólo ha desembalado un par de cosas esenciales: la tele con DVD y el equipo de música. Da cierta impresión de viejo, al menos en su estado actual, con sus molduras, su espantoso cuarto de baño y su cantidad de cuartitos pequeños, pero Sylvie jura y perjura que cuando estén tirados los tabiques y lijado el suelo, tendrá muchas posibilidades. Hay una habitación grande, para cuando se queda Jasmine a dormir, y un jardín. Un jardín. Al principio Dexter decía en broma que lo pavimentaría, pero ahora ha decidido aprender jardinería, y se ha comprado un libro sobre el tema. En lo más profundo de su conciencia, ha aprehendido el concepto de cobertizo. Pronto será el golf, y dormir en pijama.

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