Star Wars Episodio V El imperio contraataca (8 page)

BOOK: Star Wars Episodio V El imperio contraataca
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Miró desesperado a su alrededor y habló por el intercomunicador:

—Cuña... Cuña... Pícaro Tres. Prepara el arpón y sígueme en la próxima pasada.

Mientras hablaba, una terrible explosión estremeció el vehículo rápido de Luke. Manipuló los mandos en un intento inútil de dominar la pequeña nave. Un escalofrío de miedo le recorrió al reparar en el denso y retorcido embudo de humo negro que salía de la sección de popa de su aparato.

Comprendió que era imposible seguir volando en el vehículo averiado por si esto fuera poco, un caminante apareció directamente en su camino.

Luke manipuló los mandos a medida que la nave caía hacia tierra, dejando una estela de humo y llamas. En ese momento el calor que hacía en la carlinga era insoportable. Las llamas empezaban a acariciar el interior del vehículo rápido y se aproximaban a Luke. Finalmente dejó que su nave patinara y se estrellara en la nieve, a pocos metros de uno de los caminantes imperiales.

Después del impacto, Luke luchó por salir de la carlinga y vio horrorizado la gigantesca figura del caminante que se acercaba.

Luke recurrió a todas sus fuerzas, salió a toda prisa de debajo del metal retorcido del tablero de mandos y subió hasta la parte superior de la carlinga. Logró entreabrir la escotilla y abandonó la nave. El vehículo temblaba violentamente a cada paso que daba el colosal caminante. Luke no se había dado cuenta de lo enormes que eran esos monstruos cuadrúpedos hasta que vio uno de cerca y sin la protección de su nave.

En ese momento se acordó de Dack y volvió a entrar en la nave estrellada para tratar de recuperar el cuerpo sin vida de su amigo, pero tuvo que renunciar al intento. El cuerpo estaba demasiado encajado en la carlinga y el caminante ya se encontraba casi a su lado, Luke evitó las llamas, se estiró dentro del vehículo rápido y aferró el arpón.

Al ver el avance de la colosal bestia mecánica tuvo una idea. Se estiró dentro de la carlinga y buscó a tientas una mina terrestre sujeta al interior de la nave. Hizo un gran esfuerzo con los dedos y sujetó la mina con firmeza.

Luke se apartó del vehículo de un salto en el mismo momento en que la máquina gigantesca levantaba una imponente pata y la posaba violentamente sobre el vehículo rápido para la nieve, aplastándolo.

Luke se agazapó debajo del caminante y se movió con él para eludir sus lentas pisadas. Alzó la cabeza y, mientras estudiaba la amplia parte inferior de la máquina, sintió que el viento frío le golpeaba la cara.

Mientras se deslizaba a toda velocidad por debajo de la máquina, Luke apuntó con el arma de arpón y disparo. Un potente imán sujeto a un cable largo y delgado salió expulsado del arma y se adhirió firmemente a la parte inferior de la máquina.

A la carrera, Luke tiró del cable y lo probó para cerciorarse de que podía soportar su peso. Ató la bobina del cable a la hebilla de su cinturón utilitario y dejó que el mecanismo de éste le levantara del suelo.

Colgado de la parte inferior del monstruo, Luke vio los caminantes que quedaban y dos vehículos rápidos pilotados por los rebeldes, que seguían luchando mientras se elevaban entre llameantes explosiones.

Como había visto que en el casco de la máquina había una pequeña escotilla, trepó hasta ella.

Con su espada láser la abrió prestamente, arrojó al interior la mina terrestre y descendió a toda velocidad por el cable. Al llegar al suelo, chocó con fuerza contra la nieve y se desmayó. Una de las patas traseras del caminante estuvo a punto de rozar su cuerpo inerte.

Después de pasar por encima de Luke y alejarse, una explosión sorda destrozó las entrañas del caminante. Inesperadamente, la tremenda mole de la bestia mecánica cedió por las juntas y por todas partes volaron mecanismos y fragmentos del casco. La máquina imperial de asalto se derrumbó hasta formar un montón humeante e inmóvil, que se posó sobre lo que quedaba de sus cuatro patas semejantes a zancos.

VI

El centro de mando de los rebeldes intentaba operar en medio de la destrucción mientras las paredes del techo temblaban y se resquebrajaban a causa de la devastadora violencia de la batalla que se libraba en la superficie. Las tuberías destrozadas por las ráfagas arrojaban chorros de vapor hirviente. Los suelos blancos estaban cubiertos de piezas de máquinas rotas y por todas partes se veían fragmentos de hielo. Con excepción de los rugidos lejanos de los disparos de láser, el centro de mando se encontraba agoreramente tranquilo.

Aún había rebeldes de guardia, incluida la princesa Leia, que observaba las imágenes que aparecían en las pantallas de las pocas consolas que todavía funcionaban.

La princesa quería asegurarse de que todas las naves de transporte habían eludido a la armada imperial y se acercaban a su punto de reunión en el espacio.

Han Solo entró a la carrera en el centro de mando y esquivó grandes fragmentos del techo de hielo que se derrumbaron a su lado. A un fragmento impresionante le siguió una avalancha de hielo que se diseminó por el suelo, junto a la entrada de la cámara. Sin darse por enterado, Han corrió hasta el tablero de mando, donde Leia se encontraba junto a See-Threepio.

—Oí que el centro de mando había sido alcanzado —Han parecía preocupado—. ¿Se encuentra bien? La princesa asintió con la cabeza. Le sorprendió ver al piloto donde el peligro era mayor.

—Vamos —la apremió antes de que ella pudiera responder—. Tiene que embarcar en su nave.

Leia parecía agotada. Había permanecido durante horas de pie ante las pantallas visoras y participado en el envío del personal rebelde a sus puestos. Han la cogió de la mano y la alejó de la cámara mientras el androide protocolario le seguía ruidosamente.

Antes de salir, Leia dio una última orden al controlador:

—Envíe la señal en código de evacuación... y trasládese al transporte.

Mientras Leia, Han y Threepio salían a toda prisa del centro de mando, una voz sonó en el sistema de altavoces y retumbó en los desiertos pasillos de hielo próximos:

—¡Retiraos, retiraos! ¡Iniciad la operación de retirada!

—Vamos —insistió Han y frunció el ceño—. Si no se da prisa, su nave no podrá despegar.

Las paredes temblaron con más violencia. Los fragmentos de hielo siguieron cayendo en la base subterránea mientras los tres avanzaban deprisa hacia las naves de transporte. Prácticamente habían llegado al hangar donde esperaba, listo para partir, el transporte de Leia cuando, al volver una esquina, descubrieron que la entrada estaba totalmente bloqueada por el hielo y la nieve.

Han comprendió que tendrían que encontrar otro modo de llegar a la nave en la que partiría Leia... y que había que hacerlo rápidamente. Les condujo de regreso a lo largo pasillo por el que habían llegado, eludió el hielo que caía y conectó su intercomunicador mientras corrían hacia la nave.

—¡Transporte C uno siete! —gritó por el micrófono—. ¡Vamos hacia allí! ¡Esperad! Estaban lo bastante cerca del hangar para oír que la nave en la que partiría Leía se preparaba para abandonar la base de hielo de los rebeldes. Si Han lograba que avanzaran unos pocos metros más, la princesa llegaría sana y salva y entonces...

Súbitamente la cámara tembló a causa de un ruido ensordecedor que dominó toda la base subterránea. Poco después, todo el techo callo delante de Han, Leia y Threepio, formando una sólida barrera de hielo entre ellos y el hangar, Miraron sobresaltados la densa masa blanca.

—Estamos aislados —gritó Han por el intercomunicador, sabía que para que el transporte escapara no debían perder tiempo en derretir la barricada ni volarla—. Tendréis que iros sin la princesa Organa —se dirigió a ella—, si tenemos suerte, lograremos llegar al
Falcon
.

La princesa y See-Threepio siguieron a Han mientras éste corría hacia otra cámara con la esperanza de que el
Millennium Falcon
y su copiloto wookie no estuviesen enterrados bajo una avalancha de hielo.

Al observar el blanco campo de batalla, el oficial rebelde vio los vehículos rápidos que quedaban en el aire y las últimas naves imperiales que pasaban junto a los restos del caminante que había estallado. Conectó su intercomunicador y oyó la orden: “Retiraos, retiraos”. Iniciad la operación de retirada. Hizo señas a sus hombres para que ocuparan el interior de la caverna de hielo y se dio cuenta de que el caminante que llevaba la delantera aún avanzaba pesadamente hacia los generadores de energía.

En el interior de la carlinga de esa máquina de asalto, el general Veers se acercó a la portilla.

Desde donde se encontraba, veía claramente el blanco situado debajo, observó los chisporroteantes generadores de energía y a las tropas rebeldes que los defendían.

—Punto tres punto tres punto cinco... Dentro de nuestro alcance, señor —comunicó el piloto.

El general se dirigió al oficial de ataque:

—Las tropas desembarcarán para un ataque en tierra —dijo el general Veers—. Prepárese para atacar el generador principal.

Flanqueado por dos de esas voluminosas máquinas, el caminante que iba en vanguardia se echó hacia delante y utilizó sus armas para dispersar a los soldados rebeldes que se retiraban.

A medida que de los caminantes que se acercaban brotaban más disparos de láser, volaron por los aires cuerpos rebeldes y partes de cuerpos de rebeldes. Muchos de los soldados que habían logrado evitar los devastadores rayos láser quedaron convertidos en una pulpa irreconocible bajo los pisotones de los caminantes. El aire estaba cargado de olor a sangre y a carne quemada y en él resonaba el fragor del combate.

Mientras huían, los pocos soldados rebeldes que sobrevivieron divisaron un solitario vehículo rápido para la nieve que retrocedía a lo lejos y de cuyo casco incendiado surgía una estela de humo negro.

Aunque el humo que surgía de su vehículo le restaba visibilidad, Hobbie aún logró ver parte de la carnicería que causaba estragos en tierra. Las heridas que le había infligido el láser de uno de los caminantes hacían que moverse fuese una tortura, para no hablar de operar los mandos de su aparato. Si lograba accionarlos lo suficiente para regresar a la base, tal vez encontrara un robot médico que...

No sabía que no sobreviviría. Ahora tenía la convicción de que estaba agonizando y, a menos que se hiciera algo para salvarles, los hombres de la trinchera morirían también.

Mientras transmitía orgullosamente su informe al cuartel general de los imperiales, el general Veers ignoraba por completo el acercamiento de pícaro Cuatro.

—Sí, Lord Vader, he llegado a los generadores principales de energía. La capa protectora será abatida dentro de unos segundos. Puede iniciar el desembarco.

Al concluir la transmisión, el general Veers cogió el electrotelémetro y miró por el ocular con el propósito de enfilar los generadores principales de energía.

Las retículas electrónicas se acomodaron de acuerdo con la información recibida de las computadoras del caminante. De improviso desaparecieron misteriosamente las lecturas de las pequeñas pantallas del monitor.

Desconcertado, el general Veers apartó la mirada del ocular del electrotelémetro y se dirigió instintivamente hacia una de las ventanas de la carlinga. Retrocedió aterrorizado al ver que un proyectil en llamas avanzaba en línea recta hacia la carlinga de su caminante.

Los demás pilotos también vieron el vehículo rápido que se precipitaba a toda velocidad y supieron que no había tiempo para hacer girar la pesada máquina de asalto.

—Va a... —empezó a decir uno de los pilotos.

En ese momento, la nave incendiada de Hobbie se estrelló contra la carlinga del caminante como una bomba tripulada y su combustible se convirtió en una cascada de llamas y desperdicios.

Durante unos segundos se oyeron gritos humanos, después sólo hubo fragmentos y la máquina se derrumbó.

Tal vez el sonido de ese estallido cercano fue lo que le permitió a Luke Skywalker recuperar el conocimiento. Atontado, levantó lentamente la cabeza de la nieve. Se sentía muy débil y estaba dolorosamente rígido a causa del frío. Pensó que era posible que la congelación ya hubiese dañado sus tejidos. Deseó que no fuera así pues no tenía ganas de pasar más tiempo sumergido en el pegajoso bacta.

Intentó levantarse pero volvió a caer sobre la nieve y rogó que ninguno de los pilotos de los caminantes le viese. El intercomunicador chirrió y logró reunir fuerzas para conectar su receptor.

—Cumplida la retirada de las unidades de avanzada —informó una voz.

¿Retirada? Luke meditó. ¡En ese caso Leia y los demás habían escapado! Súbitamente sintió que toda la contienda y las muertes del personal rebelde leal no habían sido en vano. Una ola de calor recorrió su cuerpo y logró reunir fuerzas para ponerse en pie e iniciar la larga marcha hacia una lejana formación de hielo.

Una nueva explosión sacudió la cubierta del hangar rebelde, sacudió el techo y estuvo a punto de enterrar al
Millennium Falcon
bajo un montículo de hielo. El cielo raso podía derrumbarse en cualquier momento. Al parecer, el único lugar seguro del hangar se encontraba debajo de la nave, donde Chewbacca aguardaba impaciente el regreso de su capitán. El wookie empezaba a preocuparse. Si Han no regresaba pronto, seguramente el
Falcon
quedaría enterrado en un sepulcro de hielo. Pero la lealtad hacia su compañero hizo que Chewie no partiera solo en el carguero.

Cuando el hangar tembló más violentamente, Chewbacca percibió movimientos en la cámara contigua. El gigante peludo echó atrás la cabeza y llenó el hangar con su rugido más estentóreo al ver que Han Solo trepaba por las colinas de hielo y nieve y entraba en la cámara, seguido de la princesa Leia y de un See-Threepio evidentemente nervioso.

Cerca del hangar, las tropas imperiales de asalto, que protegían sus cabezas con cascos blancos y pantallas blancas contra la nieve, habían comenzado a descender por los pasillos abandonados.

Con ellos avanzaba su jefe, la figura de túnica negra, que inspeccionó las ruinas de lo que había sido la base rebelde de Hoth. La imagen negra de Darth Vader se destacaba claramente contra las paredes, el techo y el suelo blancos. Al avanzar entre las blancas catacumbas, se apartó como un monarca para esquivar un trozo del cielo raso de hielo que caía. Después siguió avanzando con paso tan rápido que los soldados tuvieron que correr para mantener su ritmo.

Del carguero en forma de platillo surgió un sonido suave que fue aumentando de tono. Han Solo se encontraba ante los mandos en la carlinga del
Millennium Falcon
y por fin se sentía a sus anchas.

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