Read Week-end en Guatemala Online

Authors: Miguel Ángel Asturias

Tags: #Cuento, Relato,

Week-end en Guatemala (23 page)

BOOK: Week-end en Guatemala
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—Le harán decir lo que quieran…

—¡Imposible…! —se oyó el coro de voces juveniles.

—Entonces…

—¡Imposible!… ¿A Carey?… ¿A Carey, defensor de la verdad, campeón de la verdad, no como abstracción, sino como diálogo humano?

—Entonces lo echarán de un empujón…

—Sería lo mejor para él… hay empujones que son espaldarazos y con la fama que tiene en cualquier universidad lo aceptan…

—Si lo dejan salir…

—Ya yo lo sabía… —dijo Coralia.

Se le rieron en las narices estrepitosamente.

—Les aseguro que ya lo sabía…

—No puede ser… —explicó el más hablador de todos— es noticia de última hora y la pescó este aprendiz de periodista con la oreja pegada a una puerta oyendo hablar por teléfono a su papá —y al decir así descargó un manotazo en la espalda de un muchacho menudo, ojeroso, de piel blanca, blanca, como cáscara de huevo, con dos pupilas grandes, celestes.

—Yo no sé cómo, pero ya lo sabía —insistió ella—, esta mañana, en el ratito que me dormí después de sonar el despertador, se me apareció la cara del profesor, agigantada, monstruosa, no oí lo que decía, pero a juzgar por sus gestos estaba pasando por un trance difícil y como defendiéndose a mordidas…

—Ja, ja, ja… —rió el muchacho de los grandes iris abiertos como dos huecos infinitos en su cara de yeso—, no sabía que el sueño fuera fuente de información y que se usara defenderse a mordidas…

—¡Entre perros, sí! —alcanzó a decirle ella, mientras volaban todos a sus pupitres y el profesor en carne y hueso ocupaba la cátedra.

Sin preocuparse por crear el clima de coloquio, como lo hacía siempre, bromeando o refiriendo anécdotas de periodistas célebres, fue al pizarrón y dibujó rápidamente el mapa de América. Los alumnos hicieron otro tanto en sus cuadernos. Coralia no tenía mucha mano para el dibujo y algo le costó. Al levantar la cabeza, el profesor trazaba un círculo rojo alrededor de uno de los paisecitos de la América Central. Toda la clase hizo lo mismo, menos Coralia. Apenas podía sofocar su emoción. El territorio marcado por el profesor Carey con aquel círculo rojo, era su país, y sin duda, iba a tratar de publicidad turística tomándolo como ejemplo. Tosió fingidamente y volvió a mirar a sus compañeros, orgullosa, ansiosa de que todos se fijaran en ella, todos la estaban viendo, nacida en un país que valía la pena visitar… el más maravilloso del mundo… ¿eh?… el país más peligroso de América… ¿eso estaba diciendo el profesor?… le clavó los ojos empapados en llanto de bestia herida… azogada… convulsa… se había esfumado lo del turismo y hablaba de la publicidad como de un nuevo modo de crecer de los seres vivos… Ya Coralia no mordía el lápiz, se mordía los dedos… la angustia de no saber qué hacer… si echarse a llorar, si salir de la clase… el profesor había trazado una serie de líneas rectas, paralelas, al través de las cuales se proponía seguir, en forma gráfica, la experiencia publicitaria más importante de los últimos tiempos… de las gráficas de este país que registraban sus terremotos pasamos a las que ahora registran su peligrosidad, objetivamente hablando, ya que a nosotros lo que nos interesa es el origen, desarrollo y expansión de este primer ensayo de publicidad atómica… ¿seguiré soñando?, se preguntaba Coralia, solo que ahora oía al profesor, no defendiéndose ante el Comité Investigador de Actividades Antinorteamericanas, como supuso cuando sus compañeros le contaron que lo habían citado, sino atacando a su patria… en esta gráfica pongamos en cero la palabra clave… el secreto está en dar con la palabra que penetrando merced a una publicidad intensiva por los sentidos de millones y millones de seres, a ninguno de todos deje tiempo a reflexionar en lo que la palabra clave significa, sino que la acepte por lo que representa… la palabra clave en este caso es… y escribió
comunismo
… El hallazgo del término «comunismo» aplicado a este pequeño país no hubiera trascendido, no hubiera pasado de un mal chiste, si la publicidad masiva no la vacía de su contenido ideológico aplicado a la realidad y la convierte en un signo de peligro… nadie al ver el signo de muerte en un frasco de veneno, averigua si el contenido es en verdad mortal, acepta lo que con aquella calavera y las dos tibias, se le presenta como un gravísimo riesgo para su vida… y esto fue lo que nuestra publicidad hizo con la palabra «comunismo» aplicada a un país de tres millones de habitantes que en manera alguna podían ser un peligro para nosotros… se creó el peligro por el signo, por la palabra repetida, martillada, multiplicada, por nuestra basta utilería… por eso sostengo que la escritura publicitaria es ideográfica y que el publicista debe pensar en signos, no en ideas… Coralia luchaba por despegarse del asiento donde estaba como clavada, rígida, glacial… y de cero, donde hemos puesto la palabra «comunismo», signo ideográfico publicitario, arrancamos en esta forma nuestra línea de crecimiento, susceptible de oscilaciones, pero siempre ascendente…

—¡Protesto! —se oyó el grito de Coralia—. ¡Es inadmisible que se hable así de mi patria!

—No hablamos de su patria, Miss Marchena, sino de una experiencia publicitaria en marcha en estos momentos…

—En la que se ha partido de una falsedad, de una mentira, porque, como usted mismo lo ha dicho aquí, se hace uso de la palabra «comunismo» como un simple signo de peligro…

—Quise decir que para la publicidad bastaba el signo, pero no he negado, como pretende Miss Marchena, que su país no haya caído en manos del comunismo internacional…

—Otra cosa decía el señor profesor en el artículo que publicó en
The Economist

—Cuando escribí ese artículo ignoraba lo que ocurría en su patria…

—¡No lo ignoraba, profesor Carey! ¡No lo ignoraba!…

—¡Abandone la clase, Miss Marchena, se lo ruego… no voy a permitir que me llame mentiroso!

—¡Peor que eso, profesor Carey! Quiero recordarle lo que me dijo la tarde en que discutíamos el tema para mi memoria de grado, me dijo, refiriéndose al profesor Davinson, de la Universidad de Yale, que no hay mayor traidor que un profesor universitario cobarde, y usted está acobardado…

—¡Basta!… Si las cartas de su señora madre no le han abierto los ojos.

—¿Las cartas de mi madre?

—Sabiéndola rejilla interceptamos su correspondencia y tenemos las fotostáticas de esas cartas. ¿Qué le informaba? ¿Qué le informaba semanalmente? Tierras arrebatadas a sus legítimos propietarios, turbas de obreros y campesinos armados hasta los dientes amenazando a nuestras empresas, impuestos y más impuestos al capital, persecución a los sacerdotes católicos, indios que hablan de rublos…

Extrajo de sus manos unas manos de sombra que se llevó a los ojos. Sus verdaderas manos color de barro quedaron colgando, y nuevas, invisibles y no pesadas telarañas con dedos surgidos de su sombra subieron a su cara a palpar con medrosos movimientos de tanteo, primero, y desesperados estrujones, después, el lugar en que sentía los párpados abiertos. Oía al profesor Carey. Abiertos y no lo veía. En sueños lo vio con los párpados cerrados. Ahora los tenía abiertos y no lo veía. Oía, oía sus últimas palabras perdidas en una tormenta de gritos, silbidos y golpear de objetos duros sobre los pupitres.

¡Afuera!… ¡Afuera!… ¡Rufián!… ¡Farsante!… ¡Canalla!…

No eran ya sus manos. Eran muchas manos, le habían nacido muchas manos, todas las de sus compañeros que le tendían un puente colgante para que cruzara el abismo de la sombra, después de echar al profesor.

Apretó los dientes… Apretó los labios… Alguna vez sus dientes tuvieron sabor a risa… Alguna vez sus labios tuvieron otro sabor… Lloraba… Lloraba a oscuras con los ojos abiertos…

Un cablegrama llevó a la familia la noticia. Coralia Marchena Agromayor había quedado repentinamente ciega. Semanas más tarde, un avión de pasajeros la depositaba en el aeropuerto de La Aurora, acompañada de su mamá que había ido a buscarla. Su padre, sus tías y hermanitos, que fueron a encontrarla, lloraban silenciosamente, mientras se cumplían los trámites de pasaporte y aduana.

Alguien se acercó a saludarla en inglés. Ella contestó en español.

—Háblele en inglés, hijita, es míster Lamb…

—Se me olvidó el inglés, mamá —cortó ella tajante—. ¿Y mi tío Tocho? —preguntó al oír que todos callaban, callaban para enjugarse el llanto.

—Se me hace que está en la casa —se apresuró a contestarle su papá—; allá con nosotros debe estarte esperando.

—¡Has vuelto a tu tierra en un día muy lindo! —exclamó una de sus tías, hermana de su mamá.

—¿Sí?… —preguntó Coralia, agitándose en el fondo del automóvil que rodaba velozmente. Del aeropuerto a la finca había un trecho de horas.

Un rodillazo de doña Lucrecia puso en su lugar a su hermana. Imprudencia de mujer, hablarle del día a una criatura que no ve.

—¿Muy lindo el día, tiíta? —revolvióse aquélla, pasando su mano por el cristal del automóvil que le quedaba al lado del asiento, como si lo palpara.

—¡Pronto vas a poderlo apreciar por tus propios ojos! —intervino doña Lucrecia, haciendo sonar en el brazo las pulseras de oro que acababa de entrar de contrabando, pulseras que cada una tenía un relojito.

—Ya el doctor Luna recibió los informes de los médicos que te atendieron y trataron en Estados Unidos —dijo su papá— y opinan que recobrarás la vista, como la perdiste, repentinamente. El aparato visual de su hija está en perfectas condiciones, me explicó, no hay nada orgánico, es un enceguecimiento momentáneo de carácter emocional.

—¡Loado sea Dios, papá, así no vi más ese país ni a su gente!

Tocho Marchena la esperaba en la casa de la finca en compañía de don Félix Gago y otros vecinos. Flores, frutas, dulces, bebidas, panales de miel blanca, palomas, un venadito manso y una perica llevó el tío para recibirla, y cuando Coralia bajó del automóvil, la saludó una diana tocada por una marimba, entre cohetes que estaban en el cielo y trenzas coloradas de triquitraques que reventaban por tierra.

La besó y la abrazó haciendo pucheros para no soltar el llanto, apretándola contra su corazón como a cosa suya, no sólo por ser su sobrina, de su sangre, sino por sus ideas que son más sangre que la sangre, ya tenía conocimiento de la defensa que había hecho del país, ante un profesor descastado y cobarde. Y ella también lo entendió así.

—¡Viva mi sobrina!… —gritó Tocho con los ojos nublados en llanto.

—¡Vivaaaa! —contestaron todos aplaudiendo.

—¡Viva Coralia Marchena!

—¡Vivaaaa!

—¡Viva Guatemala!… —gritó ella sollozando.

—Viva Guatemala!… —contestaron todos.

—El champán… —ordenó Tocho y empezaron los sirvientes, indios de pies descalzos, a servir las copas de oro líquido y locura espumosa.

—Tío, ¿cuándo me lleva a su casa?…

—El día que quieras…

—¿Todavía tiene aquel
tanatal
de botellas vacías?

—¡Siempre!… —y, abrazando y besando nuevamente a Coralia, añadió—: ¡Qué lindo es Dios, a mi sobrina no se le olvidó hablar como nosotros! ¡
Tanatal
… qué bien suena! ¡Más champán!

—Más champán para ustedes, tío, para mí ya no y tomé sólo porque se trataba de usted, lo que tengo prohibidísimo.

—Este es don Félix Gago, aquel viejo sinvergüenza y simpático que dejaste más joven y que no ha cambiado más que en una cosa, en que ahora es más sinvergüenza y menos simpático…

—Entonces —rió Coralia— ha cambiado en dos cosas…

—Tienes razón, aquí toda la gente ha cambiado para peor…

—¡Por Coralia! —brindó don Félix.

—¡Por usted y por su hermana, señor Gago! —agradeció aquélla cortésmente, si el hombre aquél nunca le fue simpático, ahora sin saber por qué le repugnaba.

—Y el día que usted disponga vendré a visitarla para que conversemos en inglés, le faltará de vez en cuando hacer un poco de práctica…

—El inglés lo olvidé…

—¡No puede ser!

—Al quedar ciega lo olvidé totalmente…

—Qué malo estuvo eso, pues ya su mamacita la había comprometido para entrar en la Compañía Frutera, como encargada de la publicidad…

—¡Qué bueno, caray, que olvidaste el inglés! —le cortó Tocho—. Y me voy —añadió—. Porque ya se me están subiendo los champanes y puedo hacer una que no sirve… Adiós, Félix, haceme el favor de cuidarte… Coralita, otro día vengo por ti…

Luis Néstor, su hermano, salió a quererle atajar…

—¿No comes algo con nosotros? ¡Espérate, siquiera un bocadito! Mi mujer en persona ha estado preparando, se tuvo que meter en la cocina…

—Es mejor que me vaya, mi viejo, antes que ya no pueda contenerme más y le tenga que gritar a tu costilla que es una mala bestia…

—¿Qué te hizo?

—A mí nada, a Coralita…

—Ya lo había yo pensado, Tocho, desde que dijeron los médicos que era ceguera de carácter nervioso, aunque el histerismo dicen que no se hereda.

—¿Y quién habla de histerismo?… Coralia está ciega, porque el profesor Carey, cuando, en su gran infelicidad, se vio acorralado por la muchachita, sacó a relucir las cartas familiares que tu mujer semanalmente le escribía, y que ellos interceptaron y fotografiaron, contando horrores de nuestro país, donde según ella estamos sobre un volcán, corre peligro la fe católica, los indios hablan de rublos, y está en vías de desaparecer la propiedad privada…

—¿Cómo lo supiste, Tocho?

—Salió publicado en una revista, allá la tengo en la casa.

—¿En casa la tenés? —preguntó Luis Néstor.

—Sí, sí, cuando llegues la vas a leer…

—¿Y cómo ves a Coralia, cómo la ves, muy mal?

—¡Está divina! Toda ella parece dormida… cuando un pariente se nos queda ciego, da la impresión que está dormido… —y alzando la voz—: ¡Que no toque tanto la marimba porque nos va a ensordecer!…

Los marimbistas comprendieron la indirecta directa y llegándose al instrumento con los bolsillos en las manos, antes de empezar a tocar, el que rascaba el contrabajo, preguntó:

—¿Qué quieres oír, don Tocho?


Tristezas quetzaltecas
, me sigue gustando…

Y mientras surgía el vals de las teclas de madera, tembloroso, vegetal, Tocho saltó a su caballo, le metió las espuelas, y se fue llorando contra el viento.

— 7 —

La viga maestra, las otras vigas, los parales y el listón, madera preparada para fijar con mezcla y clavo sobre la edificación de adobe, el techo de la casa, todo fue arrastrado por su propietario Tiburcio Sotoj y su hijo Rufino, hasta el camino real, y tendido como un valladar de lado a lado a fin de que los vehículos tuvieran que detener su veloz carrera, si camiones o automóviles, o su paso tardo, si carruajes o carretas.

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