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Authors: Brian Keene

El alzamiento (13 page)

BOOK: El alzamiento
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Volvió a asentir, incapaz de hablar.

Abrió una puerta hacia la oscuridad.

Empezaron a caminar por el túnel. Al cruzar por un agujero de alcantarilla, Frankie observó señales de vida en los diminutos salientes: había sacos de dormir y estantes colgados de los peldaños de la escalera que subía a la calle, pero ni rastro de sus dueños.

Caminaron en silencio, acompañados únicamente por el sonido de sus pisadas y su respiración. El túnel parecía infinito, y se extendía más allá de la luz de la antorcha. Troll caminaba con una asombrosa seguridad a través de innumerables giros y esquinas.

Llegaron a una sección en la que el suelo estaba anegado de un agua lodosa, hedionda como los cadáveres andantes de la superficie y cubierta por una repugnante y fina capa. Caminaron con las piernas separadas para evitar pisar aquella mugre, plantando los pies firmemente en los lados del túnel y con la cabeza gacha.

Las cucarachas rondaban por la porquería a ciegas, alimentándose de hojas muertas y detritus de las calles y los edificios. Docenas de peces albinos recorrían las aguas. Frankie se preguntó si algún pez de colores tirado por el váter habría acabado ahí, deformado con el paso del tiempo. Algunos habían crecido tanto que apenas cabían en el agua: incapaces de nadar, chapoteaban en la mugre, dando inaudibles bocanadas en el asfixiante oxígeno.

Pero eso era todo: no había ratas o humanos, zombis o no.

Troll la guió incansablemente por la vasta red de catacumbas hasta llegar a un cruce. Varios túneles de todas las alturas y ángulos convergían en una amplia zona.

—Por aquí —susurró Troll, hablando por primera vez en más de una hora—. Todavía queda más de un kilómetro hasta el puerto.

Continuó avanzando y Frankie lo siguió de cerca. El túnel que habían tomado era totalmente recto; el techo subía y bajaba como una montaña rusa, pero el suelo estaba seco y sus doloridas piernas se lo agradecieron.

Al cabo de un rato sintió una suave brisa en el rostro.

Y entonces oyeron el primer ruido tras ellos.

Ambos se giraron. Troll sujetó la antorcha en lo alto cuando un segundo chapoteó sonó a través del eco del túnel.

—Rápido —urgió Troll, agarrándola del brazo. Empezaron a andar a paso ligero, sin llegar a correr.

Hubo más sonidos, y cada vez eran más cercanos, formando un repiqueteo. El de uñas y dientes.

Muchos.

Entonces llegó el olor. El muy familiar hedor de los no muertos.

Troll empujó a Frankie hasta ponerla ante él, se detuvo y se dio la vuelta, apuntando hacia el frente con la antorcha.

Docenas de brillantes ojos rojos le observaron desde la oscuridad.

Las ratas cargaron, abalanzándose sobre él como una ola marrón surgida de las profundidades del túnel. No emitían ningún sonido salvo el ruido de sus garras.

—¡Vete! —La empujó hacia delante con tanta fuerza que estuvo a punto de derribarla.

Tras recuperar el equilibrio, Frankie empezó a correr sin echar la vista atrás, escuchando el resonar de sus pasos por el túnel y la respiración entrecortada de Troll detrás de ella. Cada vez tenían más cerca a sus perseguidoras, que empezaron a chillar produciendo un sonido parecido al de las uñas arañando una pizarra. Frankie sacó la pistola.

—¡No servirá de nada! —Gritó Troll—. Para cuando hayas matado a una, tendrás a diez encima. ¡Corre y punto!

Obedeció y siguió corriendo a toda velocidad. Recorrió varios metros hasta darse cuenta de que él ya no la seguía.

Troll estaba en medio del túnel, con las piernas separadas, bloqueando el paso. Sostenía la antorcha como una espada flamígera, blandiéndola de lado a lado. El ejército de ratas no muertas se echó atrás, con el miedo reflejado en sus ojos.

—¡Troll!

—¡Vete! —le gritó, sin mirar atrás—. ¡Nos encontraremos fuera!

Frankie se quedó inmóvil y luego dio un paso hacia él.

—¡Maldita sea! —aulló. Las ratas avanzaban y retrocedían, tanteando los límites del fuego—. ¡Sobrevive, Frankie! Tienes una segunda oportunidad, no la eches a perder.

Algo pequeño, peludo y marrón cayó del techo chillando. Troll lo golpeó con el palo, envolviéndolo en llamas y haciendo retroceder al resto. Gruñó y empujó la antorcha hacia las criaturas.

Frankie salió corriendo a regañadientes.

* * *

... Y así fue como acabó donde se encontraba: en una zona pantanosa y amplia cerca del puerto Fells Point, recibiendo su bautismo de lluvia ácida. El rascacielos del Sylvan Learning Center y la dársena Marriot se alzaban sobre ella luciendo oscuras y empañadas ventanas.

Esperó mucho tiempo.

Troll no llegó a salir de las alcantarillas.

Frankie se puso en camino, renqueando, con la lluvia engullendo sus lágrimas.

Capítulo 8

La autopista 64 cruzó unos cuantos pueblos vacíos en su recorrido a través de las montañas de Virginia Occidental, antes de adentrarse en Virginia, y Martin susurró una plegaria en agradecimiento. Cuanto más vacíos estuviesen los pueblos, más posibilidades tenían de eludir a los no muertos.

Jim condujo hacia el sol naciente mientras Martin experimentaba con la radio, comprobando las frecuencias AM y FM. Todas las emisoras emitían las mismas veinticuatro horas de absoluto silencio.

La autopista estaba cubierta por una densa niebla, pero Jim no bajó de cien por hora pese a los ruegos de Martin de que frenase un poco. Pero, salvo por la niebla matutina, la carretera estaba despejada. Ambos se sorprendieron ante la ausencia de vehículos: sólo habían visto una media docena de coches abandonados, la mayoría de ellos en la última salida.

Pese a ello, Jim accedió a ponerse el cinturón de seguridad para tener al anciano contento.

—¿Qué tal la espalda?

—Va mejor —gruñó Martin—. Reconozco que esos analgésicos que conseguiste en la gasolinera están haciendo su efecto.

Cruzaron las salidas de Clifton Forge, Hot Springs y Crow, pueblos alejados de la autopista y rodeados de montañas. De entre los árboles que rodeaban Crow surgía un brillo naranja y varias columnas de humo negro que se extendía hasta la carretera.

—¿Paramos? —preguntó Martin.

Jim pasó por delante de la salida sin frenar.

—No. Ahí no se nos ha perdido nada.

—Pero si el pueblo está ardiendo y todavía hubiese gente viva...

—Pues será mejor que vayan pensando en marcharse. Además, si realmente queda gente viva, quizá fueron ellos los que empezaron el fuego. Puede que fuese la única forma de salvarse.

Martin reflexionó sobre ello en silencio.

—¿Sabes? —dijo minutos después—, no hemos encontrado supervivientes desde que dejamos White Sulphur Springs.

—Sí, pero tampoco hemos visto ningún zombi.

—Eso es cierto, pensé que nos encontraríamos con más. ¿Adónde ha ido todo el mundo?

—Si te refieres a los zombis —respondió Jim—, no tengo ni idea. Ten en cuenta que los pueblos de esta parte del estado son pequeños y están muy diseminados: la mayor parte de la gente vive en granjas, en casas aisladas o en cabañas de caza en mitad de la nada. Si se mueren y vuelven a la vida, lo más seguro es que no los veamos por aquí. Donde más zombis vi a la vez fue en Lewisburg, pero porque vivíamos en un barrio residencial.

—¿Pero no deberían estar trasladándose? —Preguntó Martin—. Comen gente como nosotros nos comemos una hamburguesa. Si no encuentran comida, empezarán a emigrar a donde haya más.

—Sí, seguro que ya están en ello —respondió Jim—. Pero acuérdate de que Virginia Occidental está cubierta por cientos de miles de kilómetros de montaña. La mayor parte del estado es bosque. Si están moviéndose por este tipo de terreno, es poco probable que nos encontremos con uno, humano o animal. Pero te diré una cosa: no estoy del todo de acuerdo con eso de la comida.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, no están comiendo, de eso no hay duda. Ambos lo hemos visto. ¿Pero te has fijado en una cosa? No se comen todo el cuerpo. No es como en las películas, no hacen pedazos a la víctima y la devoran hasta dejar los huesos limpios.

Martin se estremeció.

—Perdón, reverendo. Pero ¿entiendes lo que digo? Nos comen como si fuésemos alimento. Pero se aseguran de que la víctima conserve la movilidad para que pueda convertirse en uno de ellos. La mayoría de los zombis con los que nos hemos encontrado conservan los miembros, sobre todo las piernas. Y todos tienen cabeza.

—Vi a uno al que le faltaba la mandíbula inferior.

—Pero apuesto a que el cerebro lo tenía intacto, ¿a que sí? —El predicador asintió y Jim continuó—. Parece que la clave está en el cerebro. Como hablábamos ayer en la iglesia, es como si algo se apoderase del cerebro después de la muerte y reanimase el cuerpo, como un parásito o algo así. Tú dijiste que eran demonios, y puede que así sea, no lo sé. Pero sean lo que sean, estoy seguro de que al principio había muchos zombis que no podían moverse.

—¿Por qué?

—Porque cuando todo esto empezó, la gente moría por otras causas que no eran acabar como cena para un zombi. La gente que había sufrido accidentes o que había muerto en un incendio, o qué sé yo. Gente con la columna o el cuello rotos, con las piernas cortadas de cuajo, cosas así. Después, a medida que los vivos eran asesinados por la oleada original de zombis, las muertes por causas naturales disminuyeron. Cuanta más gente muere a causa de los zombis, más cadáveres conservan la capacidad de moverse.

—¿Así que crees que iremos viendo cada vez más con el paso del tiempo?

—Desde luego. Imagino que a medida que nos dirijamos al norte, que está más poblado, nos iremos encontrando con más.

—Pero Jim, ¿y los supervivientes? ¿No te parece raro que no nos hayamos encontrado con ninguna persona viva?

—No lo sé —admitió Jim—. Quizá seamos los únicos que quedan en esta zona. Pero sé que Danny está vivo y eso es todo lo que me importa.

—No podemos ser los últimos —dijo Martin—. Creo de corazón que habrá otros, Jim. Gente como nosotros. Sólo tenemos que encontrarlos.

Poco después, las luces del coche apuntaron directamente a un ciervo solitario en medio de la carretera. En cuanto los vio, salió del carril de un salto y desapareció en la espesura.

—Creo que ése estaba vivo —dijo Martin—. No se movía como uno de ellos.

—Entonces será mejor que le deseemos suerte —dijo Jim—. Los cazadores de la temporada de otoño van a ser el último de sus problemas.

Poco después, el sol deshizo la niebla. Cruzaron la frontera; un cartel verde les informó de que estaban «SALIENDO DE LA SALVAJE Y HERMOSA VIRGINIA OCCIDENTAL. VUELVA CUANDO QUIERA», animaba.

—Bien, ya estamos en Virginia —dijo Martin—. Hasta ahora todo ha ido bien.

—Espero que siga así. De momento vamos bien de gasolina: sólo hemos gastado un cuarto del depósito, pero no creo que la suerte nos dure. Cuanto más nos acerquemos a Nueva Jersey, más se complicarán las cosas. Para serte sincero, Martin, creo que nos va a costar lo nuestro llegar hasta allí.

—Quizá Dios nos despeje el camino.

Jim agarró el volante con fuerza.

Cuando volvió a hablar, Martin tuvo que esforzarse para escuchar qué decía.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué ha permitido Dios que ocurra algo así? ¿Por qué ha hecho esto?

Martin hizo una pausa y escogió sus palabras con sumo cuidado. Era una pregunta que le habían formulado miles de veces en el pasado, una pregunta que él mismo se había hecho en más de una ocasión. Muertes en la familia, enfermedades, divorcios, paro, bancarrota: todos llevaban a su rebaño a la misma pregunta.

—Ya me lo preguntaste antes y te dije que no lo sé —respondió, con las palabras atragantándosele en la garganta—. Y sigo sin saberlo. Ojalá lo supiese, Jim, de verdad. Pero lo que sí sé es que Dios no hizo esto. La Biblia dice claramente que Satán es el amo de la Tierra, lo ha sido desde su caída y la de sus lacayos.

—Pero, aun así, ¿por qué permite Dios que ocurra? Puede que el diablo gobierne el planeta, ¿pero me estás diciendo en serio que Dios no puede hacer nada al respecto?

—Créeme, lo sé, sé que puede parecerlo, pero no funciona así, Jim.

—¿Sus designios son inescrutables y todo eso?

Martin esbozó una sonrisa agridulce.

—Algo así.

—Vale, pues eso son chorradas, Martin. ¡Que no se ande con designios con mi hijo! ¡Él ya tiene el suyo y dejó que lo matasen! ¡No tiene por qué matar también al mío!

El predicador no respondió. En vez de eso, se quedó mirando los árboles, que pasaban velozmente ante ellos, a través de la ventana.

—Lo siento, Martin —dijo Jim con un suspiro—. No quería ofenderte, en serio. Es que... —No supo continuar.

Martin le puso la mano en el hombro.

—No pasa nada Jim, te entiendo. Ojalá tuviese una respuesta para ti, algo que te aliviase. Pero hay una cosa en la que creo con todo mi corazón: no fue una coincidencia que nos encontrásemos. Dios lo planeó. Y creo que Danny está vivo, Jim, ¡y vamos a encontrarlo! Estoy convencido.

—Eso espero —dijo Jim—. Dios, eso espero.

Martin hurgó en el asiento trasero hasta sacar una botella de agua para cada uno y una bolsa de patatas fritas. Comieron con voracidad.

—¿Has pensado qué haremos cuando hayamos rescatado a Danny?

—Pues la verdad es que sí, tengo un par de ideas al respecto.

—Vamos a oírlas —dijo Martin, sin poder terminar la frase. Se aferró al salpicadero—. ¡Cuidado!

El vehículo chirrió al tomar la curva cuando se encontraron con un Volkswagen Beetle de colores vivos tirado en medio de la carretera, convertido en un amasijo de hierros retorcidos. El coche descansaba sobre su techo y las ruedas (una de ellas pinchada y la otra sacada de cuajo) apuntaban hacia el cielo como las patas de un animal muerto. El lado del copiloto estaba machacado y los pedazos de la ventana cubrían el asfalto como nieve cristalina.

Cuatro motos (Jim se dio cuenta de que no eran Harleys, sino unos modelos de los jodidos japoneses) estaban aparcadas en mitad de la autopista. Una de ellas apuntaba directamente hacia ellos.

Jim pisó el freno automáticamente y, mientras el todoterreno se dirigía directo hacia la moto, vio, como si observase a cámara lenta, dos cosas. Por un lado, dos zombis estaban arrodillados en la hierba al lado de la carretera, dándose un festín con las tripas de una adolescente. Al mismo tiempo, otros dos sacaban a un joven del asiento del conductor arrastrándole del pelo. Aunque todos los zombis se quedaron mirando al vehículo, sorprendidos, uno tuvo tiempo de cortarle el cuello al chico antes de reparar en el vehículo que se dirigía hacia ellos.

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