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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (20 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Leia logró subirlo a medias a bordo. Luego algo cogió a Luke desde abajo y lo empujó bajo la superficie.

La princesa apenas lo soltó a tiempo para evitar ser arrastrada ella misma.

Transcurrieron varios segundos angustiosos sin señales de Luke. Entonces salió a la superficie no muy lejos, mascullando y escupiendo agua. Su sable, que relucía brillante bajo el agua, se movió y acuchilló algo oculto. Esto lo liberó lo suficiente para trepar otra vez al nenúfar. El sable trazó un arco peligrosamente cerca de la princesa y de sus piernas cuando Luke cortó unos miembros pálidos aferrados al borde. Siguió cortando hasta que el último seudópodo asido desapareció de la vista.

Empapado y atragantado por el agua, Luke se arrodilló en el nenúfar e intentó mirar hacia todas partes a la vez.

—¡Se va! —gritó Leia.

Luke vio la estela de burbujas en el agua, pero ahora se alejaba de la barca—nenúfar. El constante paf—paf sonó durante varios minutos después de que las burbujas desaparecieran de la vista.

Agotado, Luke se echó de espaldas y miró al techo semejante a un acerico.

—Lo lograste, Luke, lo derrotaste.

—No estoy tan seguro —jadeó, pues se sentía cualquier cosa menos victorioso—. Tal vez eso se cansó y se marchó

—observó el sable desactivado que sostenía en la mano—. O quizá decidió que el rayo de un sable no es muy apetitoso —se acomodó el sable en un cinturón, se sentó con un gemido y entrecruzó los brazos alrededor de las rodillas. El agua del pelo le caía por sus mejillas.

Leia se acercó y se estiró insegura para tocarle el brazo. Él la miró y tosió. Ella retrocedió. Súbitamente, la princesa comenzó a gritar; Luke miró a su alrededor, pero no vio nada.

La princesa se agachó, chilló y se cubrió la cara con las manos entrelazadas. El gemido apagado se prolongó varios minutos. Cuando concluyó, volvió a mirarlo sin pedir disculpas.

—Creo que ahora estoy bien —dijo con forzada serenidad. Respiró profundamente—. Pienso… Luke, estoy dispuesta a abandonar este sitio —elevó ligeramente la voz—. Estoy lista para salir.

—Leia, créame si le digo que tengo tanta prisa como usted —respondió cogiéndole la mano.

Intercambiaron unos pensamientos sin necesidad de expresarlos. Luego cada uno cogió un canalete y volvieron a remar en las negras aguas.

A pesar de la opinión de Luke en el sentido de que el enemigo translúcido volvería a atacarlos, durante varias horas nada los molestó. Pero ya no importaba. Finalmente, la otra orilla del lago apareció ante sus ojos.

Pero se acercaban a algo más que una solitaria línea de playa.

—Seguramente los coway no construyeron eso —murmuró Luke con respeto.

Más adelante, un muelle antiguo sobresalía del terreno seco. Aunque no había a la vista embarcaciones de ningún tipo, el largo dedo de metal que penetraba en el agua no dejaba dudas en cuanto a su función, al margen de su extraño diseño.

A Luke le costó más identificar los objetivos de las múltiples estructuras que se apiñaban a lo largo de la orilla. Muchas parecían de piedra, otras poseían paredes de metal y algunas mostraban combinaciones de ambos materiales. Aparte su composición, todas mantenían señales de tener una antigüedad considerable. No había un solo edificio que no estuviera desfigurado por el tiempo. Por mucho que lo intentó, Luke no logró localizar una sola ventana. Las aberturas que seguramente sirvieron como puertas eran bajas y ovales.

Remaron hacia la orilla izquierda hasta que el nenúfar tocó fondo. Luke se metió en el agua hasta la cintura y ofreció una mano a la princesa. Ella permaneció en la barca, no precisamente asustada sino falta de confianza.

—Vamos —la invitó Luke—, aquí no es profundo.

—Pero tendría que meterme en el agua. Prefiero no hacerlo, Luke.

—No hay problemas —le aseguró y encubrió su impaciencia—. Son sólo unos pocos pasos.

Leia volvió a sacudir negativamente la cabeza. Luke suspiró y caminó hasta el borde del nenúfar. Extendió ambos brazos. La princesa se acurrucó entre ellos y Luke la llevó hasta tierra seca, al tiempo que notaba con cuánta fuerza ella mantenía los ojos cerrados.

Al fin se encontraron alegremente sentados en la berma de piedra, sin preocuparse al ver que la barca improvisada se alejaba de ellos. A sus espaldas, la ciudad de los trella se alzaba silenciosamente.

—¿Ahora se siente bien? —le preguntó mientras se acercaba y la miraba a los ojos. Ella no respondió a su mirada.

—Estoy bien. Lamento haber planteado tantos problemas. Lamento haber gritado tanto. En general… tengo mejor control de mí misma.

—No tiene de qué lamentarse —aseguró Luke con firmeza—. Ciertamente, no tiene que lamentarse de haber gritado. En cuanto a estar asustada —sonrió suavemente—, yo estaba doblemente aterrorizado cuando esa especie de duende emergió de las aguas. Estaba demasiado ocupado para gritar, pues de lo contrario lo habría hecho.

—Oh, no fue por el monstruo —explicó Leia encantadoramente—. Ésa era una amenaza auténtica y palpable —se puso de pie y agregó casi con indiferencia—: Ocurre que no sé nadar.

Luke la miró incrédulo mientras ella retorcía su destrozado mono para quitarle el agua.

—¿Por qué no lo dijo antes de que zarpáramos? —logró preguntar finalmente.

Le dedicó una astuta sonrisa.

—Luke, ¿habría servido de algo? La senda desaparecía en el lago —señaló el sendero inconfundible que volvía a emerger de la orilla y se internaba en la ciudad subterránea—. Teníamos que cruzarlo. Era una situación embarazosa pero inevitable. No tenía sentido que te molestara con mis temores de la infancia —avanzó hacia el sendero—. Mira, se interna por la ciudad. Me gustaría conocer a las personas que construyeron este lugar —lo miró impaciente—. Estamos perdiendo tiempo.

Aturdido de admiración, se irguió y la siguió por el laberinto de estructuras. Comprendieron rápidamente que la ciudad era el producto de una inteligencia que hacía mucho tiempo había desaparecido de Mimban. Todo estaba ordenadamente trazado y las obras de metal denotaban técnicas desarrolladas. La decadencia de los edificios se debía al tiempo, no a un diseño o a una construcción de mala calidad. Dada la relativa escasez de erosión natural bajo tierra, no cabía duda de que la ciudad era antigua.

La ausencia de ángulos rectos y la preferencia de amplias curvas y arcos demostraba que los habitantes de la ciudad habían tenido talento estético y arquitectónico. La belleza de diseño era otro lujo que los pueblos primitivos rara vez se podían permitir, pues, por lo general, tenían que dirigir sus construcciones hacia lo estrictamente utilitario.

Algo resonó suavemente tras ellos y Luke giró. Los desconcertantes pórticos ovales los observaban como los globos oculares de unos cráneos grises y blanqueados. La princesa le miró con el ceño fruncido.

—Creí oír algo, eso es todo —le informó Luke mirando decididamente hacia el frente.

Avanzaron por la ciudad, pero la tajante negación de Luke contradecía su inquietud. Había oído algo.

Mientras avanzaban por el sendero serpenteante y los edificios se cerraban a su alrededor, sintió una molesta sensación en el cuello, como si alguien o algo lo observara. Se convirtió en una sensación casi palpable. Pero cada vez que giraba bruscamente la cabeza para mirar, no veía nada. Ni el menor indicio de movimiento, ni un susurro ni un ruido.

Se alegró cuando los edificios comenzaron a mermar y fueron menos numerosos. Los umbrales vacíos lo llamaban y sintió la tentación, la terrible tentación, de entrar en una de las estructuras ruinosas para averiguar si el interior estaba tan magníficamente conservado como el exterior.

Pero se dijo firmemente que no era ése el momento oportuno de dedicarse a explorarlo. La primera preocupación consistía en encontrar la salida, no en hurgar esa antigua metrópoli. Por muy hermosa que fuera.

Se preguntó qué había provocado la extinción de las razas desarrolladas de Mimban, de los constructores de templos, de los trella y los demás. Quizá una guerra interracial o una decadencia progresiva que concluyó cuando fueron aplastados por aborígenes como los verdegayes.

La piedra chocó contra la piedra. Esta vez, cuando giró, percibió un indicio de movimiento tras una pared de estalagmitas que se encontraba a la izquierda.

—No me dirá que no oyó eso.

—En las cavernas, las piedras caen constantemente de los techos —aseguró la princesa afablemente—, Sé cómo te sientes, Luke. Yo misma estoy bastante nerviosa.

—No se trata de mis nervios —insistió—. Algo nos sigue. Vi que se movía.

Luke ignoró las protestas de la princesa y se encaminó hacia la cadena de agujas de colores. El ruido no se repitió y no hubo movimientos. Caminó medio agazapado, llegó al extremo más distante de la pequeña pared y miró hacia el otro lado. No había nada allí.

—¡LUKE!

Ben Kenobi se habría sentido orgulloso. Con un hábil movimiento, Luke levantó una mano para detener la sombra que caía hasta él y, al mismo tiempo, activó y desenvainó el sable. Inconscientemente, había realizado ambas operaciones con el mismo brazo. La mano que levantó defensivamente sostenía el sable.

El ser quedó rápidamente cortado por la mitad.

Luke se apresuró a reunirse con la princesa. Ella señalaba hacia adelante. El sendero estaba bloqueado por dos bípedos más. Detrás de éstos aparecieron otros tres, que avanzaban cautelosamente.

—Los coway —murmuró Leia y se agachó para coger una estalactita rota. La movió eficazmente en la mano y la sostuvo como una daga mientras los humanoides los acechaban.

Eran esbeltos y estaban cubiertos por un delgado vello gris. Sus ojos parecían globos hundidos y oscuros.

Pero parecían ver claramente a Luke y a la princesa. Vestían una especie de pantalones cortos de los que colgaban diversos instrumentos primitivos y muchos amuletos. Otros amuletos semejantes colgaban de los brazos y el cuello.

Estaban todos armados con una lanza larga y delgada de piedra. Un par de ellos también tenían hachas de doble hoja. A pesar de saber su poderío mortal recientemente demostrado, no mostraron temor ante el sable de luz de Luke. Esto denotaba un conocimiento profundo de la tecnología humana gracias a las visitas a la superficie o un valor nacido de la ignorancia.

Por fortuna, sus tácticas eran igualmente primitivas. Con un grito estentóreo, los tres de atrás arremetieron juntos, mientras los dos de adelante lo hacían pocos segundos después. La pequeña diferencia de tiempo resultó crítica.

Un sólo golpe de látigo partió por la mitad dos de las lanzas agresoras. La tercera atacó a la princesa.

Ella bloqueó el golpe con la piedra, rodeó con sus piernas las del nativo que la embestía y lo hizo caer estrepitosamente al suelo. Rodó encima de él y dejó caer pesadamente el trozo de estalactita en su cráneo.

Se oyó un ruido de plástico roto y la sangre manó libremente.

Luke esquivó un violento golpe de hacha y cortó ambas piernas de su contrincante. En ese momento los dos rezagados ya habían entrado en combate. Luke despachó a uno con una embestida que cortó la mano del que sostenía la lanza por encima de la muñeca. Su poseedor cayó al suelo, gimió y se sujetó el muñón cauterizado.

Más cauteloso que su compañero, el segundo se irguió rápidamente. Comenzó a agredir a Luke con la lanza.

Luke cortó rápidamente la punta de la lanza, después de lo cual el otro le arrojó el mango, dio media vuelta y salió corriendo por el camino por el que había llegado.

Luke se volvió hacia la princesa. Leia esquivaba diestramente los cortes y las cuchilladas del nativo que quedaba, en busca de una oportunidad. Pero cuando el ser vio que Luke se acercaba, giró para retroceder.

Luke levantó el sable cuidadosamente y lo lanzó. Atravesó totalmente la parte más estrecha de la espalda del coway hasta que el macizo pomo tocó la carne. El ser cayó al suelo, muerto fulminantemente.

—¡Apresúrate! —aconsejó la princesa y recuperó el hacha de uno de los seres caídos—. No debe huir para evitar que avise a los demás.

Luke recuperó su sable y corrió tras ella.

Persiguieron juntos al único coway que quedaba.

Tenían tanta prisa que ninguno de los dos reparó de inmediato en que avanzaban ligera pero inequivocadamente hacia arriba, por primera vez desde que abandonaran el pozo trella.

Adelante aparecía una enorme pila de guijarros caídos del techo. El coway que huía llegó a ella y comenzó a trepar hacia la cima. Aunque aún corría, la princesa apuntó y lanzó el hacha con más fuerza y puntería de lo que Luke (o cualquier otra persona) hubiese imaginado era capaz. Alcanzó al nativo en el hombro derecho y lo hizo tambalear hasta el otro lado del montículo de piedras.

—¡Lo alcanzó! —exclamó Luke—. ¡Lo alcanzó!

Sin aliento, comenzaron a ascender por la colina de piedra desmenuzada. Del otro lado parecía haber más claridad. Probablemente, pensó Luke distraído, la claridad se debe a que la vegetación de plantas generadoras de luz allí es más densa.

Al margen de esto, la botánica mimbanita no ocupaba sus pensamientos en ese momento. Tenían que atrapar y despachar al coway herido antes de que lanzara sobre ellos un ejército de compañeros. Alcanzaron la cumbre.

Y se detuvieron al ver lo que aparecía más allá…

Capítulo X

La caverna desembocaba en un enorme anfiteatro circular, del tamaño del lago negro pero sin agua. En lo alto del lado más lejano de la caverna aparecían varias estructuras pequeñas y de una sola planta.

Correspondían al mismo tipo de construcción de la ciudad que habían dejado a sus espaldas y quizá fueran una especie de edificios destinados a cumplir la función de pórtico. Pero éstos no estaban tan deteriorados como las estructuras del centro de la ciudad. Alguien los había mantenido relativamente intactos. El terreno que los rodeaba estaba limpio de escombros y las paredes y los tejados habían sido separados, aunque toscamente. Todo indicaba que estaban habitados.

Debajo vieron al nativo que la princesa había herido con el hacha. Se sostenía el hombro mientras corría hacia una multitud de seres peludos que se apiñaban en el centro de la caverna. Esta multitud rodeaba una modesta charca, depresión que las filtraciones del techo mantenían llena. Una verdadera fogata ardía a la izquierda de la charca, alimentada por diversas sustancias de color amarillo y marrón que no eran realmente madera pero ardían con plena eficacia.

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