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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (22 page)

BOOK: El ojo de la mente
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El coway arremetió con los brazos abiertos para un abrazo carente de afecto.

Luke respondió al golpe directo con otro golpe directo. En cuanto el ser estuvo cerca, dio su mejor puñetazo a la mandíbula embestidora. Quizá el mentón del coway era de vidrio. En vista de los resultados, la metáfora era inadecuada. La mandíbula inferior del coway era de granito sólido, no de vidrio. A pesar de ello, la potencia del golpe de Luke lo detuvo. Por un segundo.

Cuando volvió a atacarlo, Luke le asestó otro puñetazo a la altura del plexo solar de un humano. Esto ni siquiera frenó al coway. Luke intentó esquivar y pasar por debajo de un brazo extendido, pero el aborigen era sorprendentemente veloz. Agarró a Luke del hombro y lo obligó a girar.

Desesperado, Luke intentó oponerse y se encontró en el agua. El fondo de la charca era resbaladizo, tropezó hacia atrás y cayó con un chapoteo. Mientras el coway se lanzaba sobre él, Luke giró asustado y se encontró encima de su contrincante.

Con ambas manos intentó hundir la cabeza peluda. Ésta no se movió.

Luke comprendió rápidamente por qué los coway habían elegido a aquella versión ligeramente reducida de sí mismos como representante ante la corte de Canu. Era un ser esbelto, ágil y bajo toda la pelusa engañosamente suave había un enorme trozo de músculo.

No había otras reglas, recordó. Deslizó esperanzado una mano por el fondo liso de la charca en busca de una piedra, de cualquier cosa sólida y más pequeña que su puño. Sólo encontró arena y el tanteo lo desequilibró. El coway lo tiró y cayó sobre su pecho. A diferencia del nativo, Luke descubrió que su propia cabeza se hundía fácilmente en el agua.

Unos pocos centímetros de agua lograron convertir los rugidos de la multitud en un eco mortecino.

Miró hacia arriba. Distorsionado por el agua, el rostro de batracio del coway le observaba con furia. Una presión inexorable lo mantenía hundido con una mano mientras el nativo se equilibraba con la otra.

Luke giró desesperadamente hacia la derecha. Su boca chocó contra algo tibio y mordió con fuerza. El coway se sacudió y retiró el miembro lastimado.

Luke asomó la cabeza del agua y respiró dichoso. Como otro adversario, los estrépitos de la multitud volvieron a atacarlo. En medio de ellos oyó que Halla, Leia y Threepio le alentaban frenéticamente. Los dos yuzzem ululaban de manera ensordecedora mientras Artoo lanzaba bips y silbidos lo bastante fuertes para anular a la mitad de los coway.

¡Si Hin estuviera en su lugar! El coway que tenía encima no sonreiría con tanta facilidad. Mientras la mano a la que había mordido regresaba e intentaba sujetar nuevamente su cráneo, Luke giró violentamente y tanteó con ambas manos. Los dedos buscaron los flancos del ser, cualquier punto sensible. Sin embargo, la mayor parte de las regiones que Luke buscaba estaban fuera de su alcance.

Impaciente, el coway bajó la otra mano para sostener la cabeza de Luke a fin de cogerla firmemente con la derecha. Equilibrado de esta manera, Luke descubrió que el agua trabajaba a su favor. Se irguió y giró.

El nativo oscilante cayó de lado en la charca.

Totalmente empapado y medio ahogado, Luke se tambaleó hasta ponerse de pie. Observó al coway mientras se levantaba e intentó pensar cómo lo atacaría. En el ínterin, el nativo hundió los hombros y arremetió.

En esta ocasión, Luke utilizó la pierna derecha. Mientras el joven consagraba todas las fuerzas que le quedaban en el movimiento, y su pie prácticamente estalló fuera del agua. Alcanzó al coway en el centro, aproximadamente donde se encontraría el estómago de un humano. Fuera por la tremenda fuerza de la patada o por el hecho de que había golpeado una zona vulnerable, el coway lanzó un ay de sorpresa y cayó violentamente sentado en el agua.

Luke se tambaleó hacia él, levantó la pierna y volvió a patear. El coway no estaba tan atontado y levantó un brazo para bloquear la patada. Agarró simultáneamente la pierna erguida y cayó a través de ella. Luke intentó girar mientras el coway todavía sentado lo empujaba hacia él por intermedio de la pierna que se agitaba. Luke comprendió que si el ser lograba cogerlo a tiempo, todo acabaría. Estaba boca abajo sobre la arena, no podría hacer nada.

Al arrastrar las manos encontró algo rectangular e inflexible. Era una piedra, pero demasiado grande para cubrirla con la mano. Necesitaría ambas manos para levantar algo tan sólido y mucha más fuerza de la que en ese momento poseía.

La mano a la que temía se apoyó en su nuca. Empujó hacia abajo con fuerza brutal; tan fuertemente que la cara de Luke chocó contra el fondo arenoso de la charca. Sintió que los pequeños granos se acumulaban en su nariz. Criado en un mundo yermo, estaba a punto de encontrar una muerte más húmeda de lo que había imaginado.

Sus ideas fueron confusas cuando su sangre absorbió los últimos restos de oxígeno de sus pulmones. Una voz cantó maravillosamente en lo más profundo de su mente. Le exhortaba a que se distendiera. Bueno, era bastante sencillo, reflexionó con placer. Claro que se relajaría. Ahora estaba cansado, muy cansado.

El coway lo consideró un ardid y no soltó la nuca de Luke. En todo caso, apretó con más fuerza al presentir la victoria. Después, milagrosamente, la presión desapareció del cuello de Luke. Incapaz de pensar en volverse para defenderse o atacar, Luke salió disparado hacia la superficie.

¡Aire! El más delicioso de los gases llenó sus ansiosos pulmones, esos fuelles debilitados que bombeaban con más fuerza después de cada bocanada. Escupió agua y permaneció de rodillas, delirante de placer por ser capaz de volver a respirar. Sólo cuando los aterrorizados pedidos de oxígeno de su sistema desaparecieron, se le ocurrió volverse y buscar a su contrincante.

La sangre manaba del costado de la cabeza del coway y caía en las aguas transparentes de la charca. Yacía boca arriba, a las claras inconsciente, quizá muerto.

Un Luke totalmente embotado y algo desconcertado reptó a cuatro patas hasta el coway inmóvil. Tocó con una mano la cara del otro y pasó un puño por encima. Pero no hubo respuesta. El agotamiento del coway era auténtico, no se trataba del juego del gato y el ratón. No se irguió para atacar.

Súbitamente había otro cuerpo en el agua, a su lado.

—¡Ganaste, Luke, lo derrotaste! —le gritaba la princesa al oído. Lo abrazaba fuertemente con ambos brazos y la presión hizo que los dos estuvieran a punto de caer al agua—. ¿No comprendes? —preguntó alegremente—.

Ganaste. Ahora estamos libres y podemos marcharnos. Es decir —prosiguió en voz más baja al tiempo que miraba a la multitud silenciosa e intentaba no denotar miedo—, podremos hacerlo si estos seres tienen honor.

—Yo no me preocuparía demasiado por eso, Leia —le aconsejó y se quitó el agua de la cara—. Canu ha juzgado, ¿no lo recuerda? Además, se necesitan muchos años de desarrollo tecnológico avanzado para que una sociedad reduzca el honor a un tópico moral abstracto y carente de verdadero significado. Si estuviéramos en una arena imperial, me preocuparía —miró a los nativos que observaban—. Creo que los coway mantienen su palabra.

—Pronto lo sabremos —agregó la princesa y deseó poder compartir su modo de sentir.

Luke pasó el brazo izquierdo por los hombros de la princesa y ésta le ayudó a levantarse. Mientras dejaban la charca, Luke oyó algo que barbotaba y bufaba como un cerdo en celo. Una mirada hacia la izquierda le permitió ver el cuerpo contorsionado de su contrincante. Se alegró: el coway no estaba muerto.

En cuanto esto resultó evidente, varios coway se separaron de los reunidos y se acercaron a su pariente herido. Durante un segundo, Luke se sintió preocupado. Había oído hablar de sociedades primitivas en las que el representante vencido o deshonrado de una tribu era condenado a muerte por su fracaso.

Los coway parecían más maduros. Hicieron sentar al campeón derrotado y colocaron cierto tipo de planta ardiente bajo su cara. Luke la olió y esto lo ayudó a recuperar las fuerzas. Intentó alejarse rápidamente.

Pensó, sólo a medias en broma, que aunque el coway estuviese muerto, una bocanada de esa sustancia ardiente e increíblemente acre lo habría resucitado.

Algo llamó su atención, se detuvo y lo observó abstraído. No se trataba de los métodos de curación de los coway ni de las reacciones convulsivas del guerrero derrotado, sino de una gran piedra. Del tamaño de la cabeza de un hombre, se encontraba en el agua junto a la cabeza del coway.

Las puntas de sus dedos conservaban el recuerdo de esa piedra. Era la que había encontrado antes de desmayarse. ¿Se había desmayado? Parecía que algo, desde lo más profundo de su interior, algún recurso del que no tenía conciencia, había reaccionado al borde de la asfixia para ayudarlo a levantar la piedra, girar y arrojarla a su adversario.

Pero no recordaba haber apoyado ambas manos en ella, para no hablar de levantarla del agua y lanzarla.

—¿Cómo lo hice? —preguntó a la princesa.

Leia lo miró desconcertada.

—¿Hacer? ¿Hacer qué?

—Derrotarlo… —agregó agotado y señaló al luchador coway.

La mirada de la princesa pasó del nativo a Luke y se dio el lujo de fruncir el ceño.

—¿Quieres decir que no recuerdas? —Luke negó con la cabeza—. Pensé que todo estaba perdido cuando te hundió por segunda vez, Luke. Supongo que me preocupaba innecesariamente, pero el hecho de que permanecieras sumergido durante tanto tiempo nos engañó a todos.

No era un engaño, pensó Luke para sus adentros.

Ahora la princesa sonreía.

—Después arrojaste esa piedra enorme. Le diste en la sien. El ser no la esperaba. Ni siquiera intentó esquivarla. No sabía que eras un luchador tan ágil cuerpo a cuerpo, Luke.

Luke podría haber puesto objeciones, mencionando que él tampoco lo esperaba. Pero la evidente admiración que brillaba en los ojos de la princesa le instó a guardar silencio. Discutirían todo eso más tarde, se dijo a sí mismo.

Pero había un hecho indiscutible: de algún modo, había arrojado la piedra. Mediante un método u otro, la había lanzado. Eso era lo importante. Ahora importaba averiguar si su evaluación de los coway haría que su misterioso esfuerzo valiera la pena.

Se reunieron con Halla y los demás. Todos intentaban felicitarle a la vez. Luke no respondió. Recuperó su sable de manos de la princesa y lo utilizó con el mínimo de energía para cortar las enredaderas que sujetaban a la vieja Halla a las estalactitas. La anciana estuvo a punto de caer, momentáneamente incapacitada por la falta de circulación sanguínea en las piernas atadas. Pero la princesa estaba allí para sostenerla.

—Muchas gracias, muchachita —Halla se agachó y se frotó los muslos.

Luke comenzó a liberar a los yuzzem y a los androides. Al hacerlo, uno de los jefes —el que había dado la señal para iniciar el combate—se interpuso entre Luke y Hin. Durante un terrible momento Luke creyó que había juzgado de un modo totalmente erróneo a los coway, que se había formado una opinión romántica en lugar de realista. ¿Tendría que luchar otra vez? ¿O quizá los yuzzem, que no eran humanos, tendrían que realizar alguna hazaña difícil a fin de ganar su libertad? ¿A qué faceta inimaginable de la ley subterránea tendrían que enfrentarse ahora?

No era necesario que se inquietara. El jefe sólo deseaba mostrar la decisión de Canu de un modo comprensible para todos. Luke observó, en guardia, mientras el nativo cogía entre sus prendas un cuchillo de piedra volcánica de afilada hoja y se relajó cuando vio que lo utilizaba para cortar las ataduras de los yuzzem y luego las de los androides.

Su alivio desapareció cuando oyó un murmullo y al girarse vio que varios coway le acercaban al ser con el que había luchado. Sostenían por los brazos al nativo vendado. El campeón se quitó de encima al par de ayudantes mientras se aproximaba a Luke.

Con los músculos tensos, Luke asió firmemente el sable de luz y esperó. Kee parloteó amenazador pero Luke levantó una mano para serenar al yuzzem.

El guerrero coway estiró ambos brazos, cogió a Luke de los hombros y tiró. Luke pensó que, después de todo, tendría que usar el sable, pero el nativo lo apartó suavemente. Después le pegó en la mejilla.

Luke parpadeó. El golpe había sido tan potente que estuvo a punto de derribarlo. El coway murmuró algo, pero no parecía un desafío.

—No te quedes quieto —lo instruyó Halla, divertida—, devuélvele el golpe.

—¿Qué? —Luke estaba desconcertado y no se avergonzó de demostrarlo—. Creí que la pelea había terminado.

—Así es —agregó Halla—. Ésta es la forma en que reconocen que eres el más fuerte. Vamos, devuélvele el golpe.

—Bueno…

Luke adelantó la mano derecha y golpeó al coway quieto con suficiente fuerza para que al nativo le rechinaran los dientes. A pesar de las afirmaciones de Halla, se preparó para algún tipo de respuesta violenta. Pero el nativo mostró expresión de satisfacción y cayó de rodillas ante Luke mientras la multitud aullaba en señal de aprobación.

Cuando el guerrero se apartó hacia un costado, el segundo jefe se acercó. Habló solemnemente y dirigió las palabras a Luke.

—Por lo que he entendido —tradujo Halla suavemente—, nos invitan a que nos quedemos para el festín de esta noche.

—¿Cómo pueden distinguir la noche del día? —intervino la princesa.

—Probablemente colocan observadores en las salidas a la superficie —conjeturó la anciana—. Si no han sido siempre moradores subterráneos, lo más probable es que conserven los métodos de superficie para medir el tiempo.

—¿No puede rechazar la invitación en nombre de todos? —preguntó Luke esperanzado—. Explíqueles que tenemos suma urgencia en regresar al mundo de arriba.

Halla murmuró algo en dirección al jefe, que respondió de inmediato:

—Luke, no se trata exactamente de una invitación. Parece que si no aceptamos compartir el festín, no sólo agraviamos su sentido de la hospitalidad sino también el de Canu. Desde luego, nos queda una posibilidad. Si seguimos rechazando la invitación, basta con que escojamos uno de nuestros campeones para que luche con uno de los de ellos y entonces…

Luke la interrumpió para decir:

—Acabo de darme cuenta de que estoy famélico…

Capítulo XI

No tenían ningún indicio de que fuera de noche. Cuando llegó la hora del festín, en la enorme caverna había tanta claridad como de costumbre. La vida vegetal fosforescente del interior de Mimban funcionaba según horarios que ignoraban los movimientos ocultos de los cuerpos astronómicos.

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