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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (17 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Kee intentó cooperar y lanzó un grito estentóreo. Halla tuvo que saltar para cubrirle la boca con una mano, luego se tapó la propia, meneó la cabeza y señaló el último fragmento de errandela que desaparecía entre la vegetación a no demasiada distancia. Kee asintió al comprender y gritó con más suavidad a través del hocico para llamar a sus compañeros desaparecidos. Artoo silbaba apesadumbrado.

—Luke —repitió Halla preocupada.

Los tres comenzaron a revisar la maleza que los rodeaba. Cuando después de transcurridos algunos minutos no encontraron la menor huella de la princesa o de Luke, Halla se reunió con los dos yuzzem y analizó el camino que habían tomado.

—No creo que los haya cogido… todavía no. Estaban detrás de nosotros.

Halla giró y comenzaron a desandar el camino con la esperanza de que Luke y Leia hubieran logrado eludir a la bestia.

—Tal vez estén ocultos debajo de un árbol —aventuró Threepio esperanzado.

Ninguna de las hipótesis era correcta. Luke y la princesa no habían sido devorados, pero tampoco habían logrado eludir al torpe perseguidor. Mientras abandonaban el reptador, la errandela siguió sin emoción su movimientos. Como el destrozado vehículo de los pantanos resultó poco apetitoso, el leviatán se dirigió hacia una presa más pequeña y, según esperaba, más nutritiva.

Pero su alimento se había dividido misteriosamente en dos partes. Según el razonamiento primitivo de la errandela, el más cercano era el más sabroso. Ignoró a Halla y a los demás y viró para seguir a Luke y a Leia.

—Sigue detrás de nosotros —comentó Luke, que respiraba con dificultad.

Un sólido círculo decorado con puntos negros rebotaba en la ciénaga y el monte bajo tras ellos. Leia tropezó con una raíz nudosa y Luke se apresuró a ayudarla.

—No sé… cuánto tiempo más podré… resistir, Luke.

—Yo tampoco —confesó él agotado, y su frenética mirada buscó un sitio, cualquier lugar, donde ocultarse.

—¿Y si subimos a un árbol?

—Ya lo pensé —dijo Luke mientras seguían huyendo con dificultad—. Esa cosa podría cogernos del árbol más grande que hay por aquí o aplastarlo.

—Se acerca —informó Leia mirando hacia atrás. Su voz comenzaba a temblar.

Luke bizqueó y vio algo que parecía una línea regular de piedras.

—Por aquí —la apremió.

Corrieron a trompicones hasta alcanzar algo que resultó ser una construcción artificial y no una formación natural. Cada piedra tenía forma hexagonal y encajaba con las contiguas sin cemento o masilla en las uniones.

Encima del muro circular aparecía un extraño trípode de madera y enredaderas trenzadas, adornado con pintura o tinturas.

—Parece una cisterna ceremonial —conjeturó la princesa mientras recorrían los últimos metros que los separaban de ella—. Quizá contiene agua para la estación seca —miró hacia atrás.

El impío horror pálido avanzaba implacablemente hacia ellos.

Luke comenzó a apoyar un pie sobre el muro pero al mismo tiempo miró al otro lado y retrocedió aterrorizado. El muro de piedra rodeaba un foso de nueve o diez metros de ancho. Aunque allí la luz del sol no era penetrante, pues la bruma y la lluvia la filtraban, bastaba para mostrar que el abismo que se abría a sus pies era terriblemente profundo.

La princesa también lo vio y contuvo la respiración.

—Luke, no podemos…

Pero él corría por el borde del abismo y la llamaba:

—¡Por aquí, Leia!

Se apresuró a reunirse con él.

—Luke, no podemos permanecer aquí…

El muchacho meneó la cabeza y señaló algo sitúado en el interior del muro. Leia se asomó y descubrió la causa de su agitación.

Estaban en un sitio donde el muro había sido cortado. Un pórtico cubierto por unos extraños e indescifrables garabatos enmarcaba la parte sin piedra. Dos enredaderas estaban sujetas a las pequeñas columnas de piedra. Las plantas se perdían en la oscuridad y se entrelazaban hasta formar una rara escala en espiral.

—Luke… no sé… —comenzó a decir Leia.

Luke se echó al suelo, cogió una de las enredaderas y tiró con todas sus fuerzas. La planta no cedió. La errandela se había acercado y estaba a quince metros. Abrió sus fauces llenas de dientes. De su interior surgió un suave ulular que helaba la sangre.

El sonido decidió a Luke.

—No tenemos otra opción —aseguró.

—¿Ahí abajo, Luke? —la princesa negó con la cabeza—. No podemos. No sabemos qué…

—Prefiero morir en un oscuro agujero que convertirme en desayuno de un monstruo —afirmó Luke lisa y llanamente. Luego comenzó a bajar por la escala de enredadera—. Vamos —la apremió—. ¡Resistirá el peso de los dos! —exclamó continuando el descenso.

La princesa echó una última mirada a la boca temblorosa que se acercaba, pasó ambas piernas al otro lado del foso y comenzó a bajar hacia la nada. No era tan oscuro como la noche, aunque lo suficiente para que Luke tuviera que tantear cada peldaño. En una ocasión se movió demasiado rápido y estuvo a punto de caer.

Buscó con la pierna derecha el peldaño siguiente.

No existía.

Había llegado al final de la escala.

—¡Aguante! —le gritó suavemente a Leia. El ligero eco que el foso producía confirió a su voz un sonido sepulcral. Apenas logró distinguir su rostro atemorizado cuando ella se volvió para mirarlo.

—¿Qué hay…? ¿Qué pasa…?

—La escala se acaba.

Más allá de sus pies, Luke sólo veía una negrura infinita. Parecía que no habían descendido nada. Pero a medida que sus ojos se adaptaban a la luz, creyó distinguir algo un par de pasos más arriba y hacia la derecha.

Trepó y en seguida tocó los pies de la princesa. Después de serenarla, se estiró y se situó a un costado. El saliente que había visto apenas tenía un metro de ancho pero encima había otra enredadera resistente sujeta al muro, que corría paralela al saliente, aproximadamente a la altura de la cintura. Con sumo cuidado, Luke enganchó un brazo por encima de la enredadera.

—Leia, hay un saliente —le explicó tendiéndole una mano.

La princesa pasó, sujetó la enredadera con ambas manos y estudió la roca de abajo.

—Alguien cortó esta parte del muro del foso —afirmó—. Me gustaría saber quién lo hizo y con qué intenciones.

—A mí también —reconoció Luke—. Es una pena que Halla no esté aquí. Estoy seguro que ella podría decírnoslo.

Un roce fuerte y resonante que provenía de lo alto interrumpió la conversación. Apretados contra la pared del foso, levantaron la mirada con los ojos muy abiertos. El ruido no se repitió.

Luke sintió la calidez del cuerpo que se encontraba junto a él y bajó la vista. Enmarcada en la débil luz de lo alto, la princesa estaba más radiante y hermosa que nunca.

—Leia —murmuró—, yo…

Otro chasquido más ruidoso y amenazador. De arriba cayeron varias piedras y trozos de muro y pasaron volando a su lado. Intentaron hundirse en la piedra inflexible, fundirse con la humedad que chorreaba en sus costados.

Muy abajo sonó un potente paf. Se trataba de una de las piedras caídas que finalmente chocaba con algo.

Luke no estaba seguro de que fuera el fondo.

Sin resuello, permanecieron agazapados y con los ojos fijos en el círculo de luz solar brumosa que provenía de lo alto. Algo apareció con incesante lentitud. Al principio parecía una nube cenicienta que cubría el sol. La garganta de la princesa emitió suaves sonidos. Luke estaba totalmente paralizado.

La sólida cabeza—gusano eclipsó la abertura. Se balanceó como un péndulo horizontal, se movió de lado a lado y buscó con inimaginables sentidos.

Luke miró desesperadamente a su alrededor y divisó algo que parecía una abertura en la pared del foso.

Se encontraba en el extremo más lejano del saliente.

—Sígame —instruyó a la princesa.

Como Leia no se movió, la cogió de una mano y tiró. Ella le siguió, con la mirada fija en el monstruo.

La grieta resultó lo suficientemente grande para contener a los dos. Era bastante alta, por lo que Luke apenas tuvo que agacharse para entrar. Ambos miraron hacia arriba y hacia afuera, aliviados por haber abandonado el angosto saliente.

Quizá el ser que se encontraba arriba percibió su alivio. Evidentemente algo le atrajo, pues el enorme cráneo cesó de pronto el balanceo. Giró hacia abajo, frente a ellos.

—¡Nos ve! —murmuró la princesa y agarró con tanta fuerza el brazo de Luke que él sintió dolor—. ¡Oh, nos ve!

—Quizá… quizá sólo mira el foso —respondió Luke más esperanzado que optimista.

Con un movimiento encorvado que limó la piedra y la roca de la parte superior del abismo, la cabeza se deslizó perezosamente hacia ellos. Su boca inmensa estaba abierta y enmarcaba una oscuridad más profunda que la del foso.

—Está bajando —dijo la princesa—. Luke, baja a buscarnos.

—No puede. No puede alcanzarnos —insistió Luke y buscó la pistola.

No la tenía. Se le había caído cuando abandonó el reptador. Su mano rodeó la empuñadura del sable de luz.

Se oyó un ruido opresivo. Enormes trozos de piedra caían, chocaban y rebotaban contra las paredes, más abajo.

—¿Qué longitud tiene? —preguntó Luke y señaló la bestia semejante a un gusano.

—No lo sé. No la vi bien. Parecía prolongarse hasta la eternidad —respondió.

La errandela se encontraba a menos de doce metros por encima de ellos y todavía se movía. No cabían dudas de que ahora los veía.

—¿No puede agarrarse a la pared? Es tan hábil… —agregó la princesa.

—Lo ignoro —murmuró Luke distraído. Apretó convulsivamente la empuñadura del sable.

Repentinamente la cosa—gusano pareció abalanzarse sobre ellos. La princesa gritó y su chillido resonó delirante en las paredes del foso mientras Luke cogía el sable del cinturón y lo activaba. En los confines plutonianos del pozo, la diáfana luz azul era un pequeño consuelo.

Pero la errandela no los atacó. Demasiado extendida a pesar de su longitud increíble, caía. Bajó como cohete: una catarata blanca aparentemente infinita de carne apenas brillante. Se asomaron y vieron que se convertía en un punto, un lunar brillante antes de desaparecer definitivamente en las abismales profundidades. Los ecos del ser que rebotaba y chocaba en las paredes llegaron hasta ellos cada vez más débilmente, memorias agonizantes de una sólida muerte.

Luke, tembloroso, desactivó el sable y volvió a acomodarlo en su cinturón.

Al mismo tiempo, la princesa reparó en cuán fuertemente se agarraba a él. La proximidad engendró una marea de emociones confusas. Sería decoroso soltarse, separarse un poco. Decoroso, pero en modo alguno tan agradable. Se sentía totalmente vacía y el alivio que experimentaba al apoyarse en Luke era digno de toda sensación de falta de decoro.

Permanecieron así durante un tiempo inconmensurable. Luke deslizó un brazo por sus hombros y Leia no le rechazó. Tampoco lo miró melosamente, pero a él le bastaba con esto, al menos por el momento, Luke era feliz.

Una eternidad más tarde, una voz quejumbrosa resonó en las paredes y llegó hasta ellos, tan sutilmente que Luke no estaba seguro de haberla oído.

—Luke, muchacho… ¿estás ahí abajo?

El y la princesa intercambiaron una mirada. Luke se asomó inseguro desde el hueco donde se habían refugiado y miró hacia arriba. Cuatro rostros le observaron desde la superficie. Dos eran bigotudos y peludos; otro era dorado y metálico.

—¿Halla?

Un agitado parloteo llegó hasta él: indudablemente, se trataba de Hin. Cuando cesó el histérico griterío, Halla volvió a llamarle.

—Amo Luke, ¿están bien los dos? —preguntó Threepio.

—Creo que sí —respondió a gritos—. La bestia bajó detrás de nosotros.

—En todo momento creí que estabais detrás de mí —agregó Halla—. Me alegro de que estéis vivos.

—¡Nosotros también! —exclamó la princesa, que recuperó rápidamente su acostumbrada confianza en sí misma—. Dentro de un minuto estaremos con vosotros —comenzó a salir del hueco de la roca.

—No, no lo conseguiremos —dijo sombríamente Luke alargando un brazo para detenerla—. Mire a su alrededor.

La princesa siguió con la mirada la dirección que el brazo de Luke señalaba. Las paredes del pozo estaban restregadas y pulidas como por una inmensa esponja abrasiva en los lugares por donde había caído la errandela. La escala en espiral de lianas por la que habían bajado había desaparecido. Al igual que más de la mitad del saliente.

—No hay forma de subir —explicó Luke a los preocupados observadores de la superficie—. La escala de enredaderas por la que bajamos está destrozada. ¿Podéis hacer otra?

Silencio desde arriba. Durante algunos instantes los rostros desaparecieron. Luke se preocupó a causa de la ausencia, pero regresaron.

—No confío en ninguna de las enredaderas que crecen por aquí —gritó Halla—. Seguramente la escala que utilizasteis estaba construida con enredaderas traídas de otro sitio. Pero tal vez haya otra salida.

Luke estudió el interior liso del foso.

—¿Otra salida? Halla, ¿de qué habla?

—¿Dónde estabais cuando cayó el gusano?

—Aquí, en la pared, al final de un saliente en un pequeño hueco —le informó.

—Al final de un saliente —repitió Halla con satisfacción—. ¿Qué tamaño tiene el lugar ahuecado?

—Es lo bastante grande para que los dos permanezcamos de pie.

—Lo suponía: Luke, muchacho, estáis en un pozo coway.

—¿Qué? —preguntó la princesa con el ceño fruncido.

—Coway, niña —repitió Halla—. Os explicaré que en Mimban coexistían y coexisten todo tipo de razas. Los coway están relacionados con los verdegayes de las ciudades, pero no son nada serviles. Viven bajo tierra, motivo por el cual nadie sabe demasiado sobre ellos. Pero utilizan los viejos pozos trella para acceder ocasionalmente a la superficie, además de los vertederos naturales y otras aberturas de superficie.

—Primero pozos coway ahora trella —murmuró Luke mientras estudiaba el vacío que se abría bajo ellos—.

¿Qué es un pozo trella?

—Un pozo perforado por los trella —replicó Halla que esperaba la pregunta—. Los llaman simplemente pozos.

Nadie sabe para qué sirven realmente, del mismo modo que nadie sabe mucho sobre los trella. Quizá ellos construyeron muchos de los templos. De todos modos, han desaparecido hace mucho tiempo y ahora los coway están aquí. Si llegas hasta el final del hueco, probablemente descubrirás que desemboca en un pasadizo.

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