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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (7 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Luke miró con prevención a la mujer mientras ésta acercaba una silla a la mesa.

—No nos conocemos. Y no recuerdo haberla invitado a que se reuniera con nosotros. Hágame el favor de dejarnos solos a mi criada y a mí.

—Oh, muchacho, no os molestaré —insistió la mujer con un tono que sugería sutilmente que sabía algo que ellos ignoraban. Ladeó la cabeza hacia la princesa—. No me sorprende que no nos conozcamos. Vosotros dos sois forasteros aquí, ¿no?

Esa afirmación pareció arrancar a la princesa de su parálisis. Miró sorprendida a la vieja y apartó la mirada… hacia cualquier lado con tal de no ver esos ojos maliciosos y acusadores.

—¿Qué la lleva a decir algo tan ridículo? —tartamudeó Luke.

La anciana se acercó con aire de conspiradora.

—La vieja Halla tiene buen ojo para los rostros. No sois residentes en esta ciudad y no os he visto en ninguna de las otras cuatro. Aunque este mundo está enfermo y decrépito, conozco a todos los enfermos y los decrépitos que lo habitan. Sois nuevos para mí.

—Llegamos… vinimos en la última nave —pretextó a ciegas Luke.

La mujer le sonrió sin convicción.

—¿Es verdad? Intentáis engañar a la vieja Halla, ¿no? No, muchacha y muchacho, no os asustéis. Tienes el rostro tan pálido como el interior de la barriga de un soldado. Así que sois forasteros… Eso es bueno, bueno.

Necesito desconocidos. Os necesito para que me ayudéis.

La princesa giró para mirarla inquisitivamente.

— ¿Usted quiere que la ayudemos?

—Sorprendida, ¿no? —cacareó Halla.

—¿Que la ayudemos a qué? —preguntó Luke desconcertado.

—Simplemente que me ayudéis —replicó, indiferente y enigmática—. Vosotros me ayudáis, yo os ayudo. Sé que necesitáis ayuda porque en este mundo no hay desconocidos pero vosotros estáis aquí. ¿Queréis saber cómo estoy enterada de que sois desconocidos? —se inclinó sobre la mesa y agitó un dedo malicioso ante Luke—.

Joven, lo sé porque la fuerza es poderosa en ti.

Luke le sonrió de manera triste.

—La fuerza es una superstición, un mito en que la gente cree ciegamente. Se utiliza para asustar a los niños.

—¿De verdad? —Halla se echó hacia atrás y cruzó los brazos satisfecha—. Bueno, chico, la superstición es poderosa en ti. Mucho más fuerte que en cualquiera de las personas con las que me he topado en esta olvidada palada de tierra.

De pronto, Luke la observó atentamente.

—¿Qué ocurre, Luke? —preguntó la princesa al ver la expresión que había demudado su rostro.

El muchacho la ignoró.

—Ha dicho que su nombre es Halla —la mujer asintió lentamente una sola vez—. Usted también está rodeada por un poco de la fuerza.

—Más que un poco, pimpollo —aseguró indignada—. ¡ Soy una maestra en la fuerza, una maestra!

Luke continuó en silencio.

—¿Quieres una prueba? —prosiguió la vieja—. ¡Mira!

Se concentró en una coctelera de especias situada en el centro de la mesa, debajo de una de las espitas, y la hizo temblar ligeramente. Rebotó dos veces contra la mesa y se movió varios centímetros hacia la izquierda. Halla se recostó en la silla, respiró profundamente y se secó el sudor de la frente.

—¿Lo ves? ¡Vaya, un poco de la fuerzal

—Estoy convencido —confesó Luke y dirigió una curiosa mirada a la intrigada princesa, mirada que decía que no estaba en absoluto impresionado por esos trucos de salón—. Está rodeada por un montón de fuerza.

—Si quiero, puedo hacer otras cosas —anunció Halla orgullosa—. Dos manipuladores de la fuerza… estamos destinados a unir nuestras manos, ¿eh?

—No estoy tan segura —comenzó a decir la princesa.

—No te preocupes por mí, bonitilla —le aconsejó Halla. Se estiró para tocar la mano de la princesa. Leia la retiró insegura. Halla la observó, sonrió y le cogió fuertemente la muñeca—. Crees que estoy loca, ¿no? Crees que la vieja Halla está loca.

La princesa negó con la cabeza.

—No… no he dicho eso. Jamás lo dije.

—Ah, pero lo pensaste, ¿no? —como Leia no respondió, Halla se encogió de hombros. Si estaba ofendida no lo hizo notar—. No importa, no importa.

La vieja liberó la muñeca de la princesa. Leia retiró lentamente la mano y con la otra se frotó la muñeca.

—¿Por qué quiere ayudarnos? —preguntó, con decisión Luke—. Siempre que, en virtud de lo hablado, supongamos que necesitamos ayuda y que sus deducciones sean correctas.

—Muchacho, te responderé en nombre de lo hablado —contestó burlonamente—. Decidme qué necesitáis de mí.

—Ahora escuche, vieja —comenzó Luke con tono amenazador.

Halla no se dejó intimidar.

—Eso no va conmigo, pañales. No querréis que se publique a voz en grito que sois forasteros aquí, ¿no? — levantó ligeramente la voz al decir la última frase; Luke le pidió que se callara y miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie la había oído.

—Está bien. Puesto que sabe que somos forasteros, también sabe qué necesitamos. Tenemos que salir de este planeta —la princesa le lanzó una mirada de advertencia, pero Luke la ignoró—. No, cálmese. Ella está rodeada por la fuerza —volvió a concentrarse en la anciana—. A propósito, ¿quién es usted?

—Sólo la vieja Halla —declaró secamente la mujer—. Y vosotros queréis salir de Mimban. No me consideráis una estúpida, ¿verdad? —frunció astutamente el ceño—. Decidme, ¿cómo llegasteis aquí? No lograréis convencerme de que vinisteis en la nave regular de provisiones.

—¿Nave regular de provisiones? —respondió Leia sorprendida—. ¿Quiere decir que en Circarpo conocen la existencia de esta instalación?

—Escucha, mujer, ¿acaso dije de dónde venía el transporte? —Halla bufó burlonamente—. Los circarpianos… ¡vaya provincianos! Tienen este sitio a sus espaldas y ni siquiera saben que existe. No, el gobierno imperial dirige directamente la mina y las ciudades.

—Lo sospechábamos —reconoció Luke.

—Controlan el espacio a lo largo de muchos diámetros planetarios —prosiguió Halla—. Los circarpianos tienen una colonia bastante importante en Diez. Si una nave pasa cerca, lo cierran todo. Cierran la mina, el radiofaro de aterrizaje y todo lo demás.

—Creo comprender por qué no nos detectaron —agregó Luke. Leia levantó una mano como amonestación y le miró significativamente. Luke rechazó sus advertencias—. O confiamos o no confiamos en Halla. Sospecha lo suficiente para entregarnos a los intimidadores locales cuando le venga en gana —miró abiertamente a la anciana—. Viajábamos de Circarpo Diez a Cuatro por negocios.

—Querrás decir que veníais de la base rebelde de Catorce —le corrigió Halla presuntuosamente—. Demasiada confianza… —como a Luke se le atragantó la respuesta, ella le restó importancia al asunto—. No te preocupes, muchacho, el único gobierno que reconozco es el mío. Si quisiera vender a los rebeldes, ¿crees que esa base seguiría allá?

Luke se tranquilizó a la fuerza y le sonrió.

—Viajábamos en un par de cazas de un solo asiento. Si los instrumentos de aquí son normales, no están calibrados para reconocer una nave tan pequeña. Seguramente por ese motivo no sonó la alarma. Bajamos sin que nos detectaran.

—¿Dónde están vuestras naves? —preguntó Halla preocupada—. Si se encuentran cerca, es probable que las encuentren muy pronto.

Luke hizo un gesto de indiferencia que apuntaba, en líneas generales, hacia el nordeste.

—Afuera, en alguna parte, a varios días de caminata. Eso si el estiércol que hace las veces de terreno todavía no las ha tragado.

Halla lanzó un bufido de satisfacción.

—¡Bien! La gente no se aleja demasiado de las ciudades. No es probable que descubran las naves. ¿Cómo lograsteis aterrizar sin campo ni radiofaro?

—¡Aterrizar! —ironizó la princesa—. ¡Qué gracioso! Nos metimos en algún tipo de efecto de distorsión de campo, apostaría que provocado por la minería energética. Liquidó nuestros instrumentos de a bordo. Supongo que una nave necesita protección especial para atravesar una atmósfera afectada por ese tipo de energía excedente. Pero fue una verdadera suerte que lo lográramos, porque de lo contrario nos habríamos posado en el centro del campo de los imperiales — concluyó.

—Verá, Halla —dijo Luke—. Tiene que ayudarnos a encontrar el modo de salir de este mundo.

—Muchacho, eso es casi imposible. Piensa en otra cosa. Estáis aquí ilegalmente y sin documentación adecuada. En cuanto alguien os la solicite y no podáis mostrarla os meterán en la cárcel local para interrogaros. El jefe local es una bestia llamada Grammel —miró a uno y luego a otro solemnemente—.

Un hombre que conviene evitar.

—Está bien —accedió Luke sin dificultades—. Si no podemos marcharnos a través de los canales normales tendrá que ayudarnos a robar una nave.

Por primera vez desde que se reunió con ellos, Halla enmudeció.

—¿Algo más, muchacho? —logró preguntar por último—. ¿El manto con el que Grammel juró su cargo? ¿Quizá las dualidades del emperador? ¿Robar una nave? Muchacho, estás loco.

—Entonces estamos en compañía digna de confianza —comentó satisfecha la princesa.

Halla se giró hacia ella.

—Bonitilla, ya he tenido bastante contigo. No estoy muy segura de necesitar tu ayuda.

—¿Tiene idea de quién soy? —comenzó a preguntarle la princesa. Se contuvo a tiempo—. Eso no importa. Lo importante es que usted no puede hacerlo, ¿verdad? —Halla comenzó a poner reparos, pero la princesa la interrumpió desafiante—. ¿Puede hacerlo?

—No se trata de que no pueda, bonitilla —replicó Halla cuidadosamente—. Se trata de que los riesgos que conlleva hacerlo merezcan la pena… —guardó silencio y por último miró de mala gana a Luke—. De acuerdo, muchacho y señora, os ayudaré a robar la nave —Luke miró entusiasmado a la princesa, que seguía observando a Halla—. Pero con una condición.

La princesa asintió maliciosa y preguntó formalmente :

—¿Cuál?

—Vosotros me ayudáis primero.

—No creo que tengamos muchas opciones —replicó Luke—. ¿Para qué necesita nuestra ayuda?

—Para encontrar algo —dijo Halla—. Muchacho, tiene que ser sencillo si combinamos tu conocimiento de la fuerza con el mío. Pero se trata de algo que no puedo hacer sola y que no puedo confiar a nadie. Sé que puedo confiar en vosotros porque si intentáis traicionarme os delataré a Grammel.

—Sensato —opinó la princesa afablemente—. Ha dicho que la tarea será sencilla. ¿Qué hemos de encontrar?

Halla miró a su alrededor con intensidad tragicómica antes de concentrarse en ellos.

—Chicos, ¿oísteis hablar alguna vez del cristal Kaibur?

—Por ahora, va bien —reconoció Leia sin convicción.

—Vuestra ignorancia no me sorprende —agregó Halla—. Sólo unas pocas personas que han explorado Minaban han oído hablar del cristal. Los xenoarqueólogos circarpianos conocieron su existencia durante la primera y única expedición de reconocimiento que hicieron a este planeta. Finalmente llegaron a la conclusión de que se trataba de un mito, de una exagerada historia local fabulada por los nativos para conseguir por medio de halagos que les dieran más alcohol. Prácticamente se olvidaron del asunto. Pero cuando el equipo de minería se estableció aquí, figuraba en los archivos imperiales. Según el mito, el cristal está situado en el templo de Pomojema, una modesta deidad local, al decir de los verdefayes.

—Todo parece verosímil —estaba dispuesto a reconocer Luke—. ¿Dónde se encuentra el templo?

—Muy lejos de aquí, también de acuerdo con la información que he logrado reunir procedente de los nativos

—prosiguió Halla—. Este mundo está atiborrado de templos. Recordad que Pomojema es un dios de tercera categoría, por lo que nadie se ha interesado demasiado en encontrar su templohogar.

—Templos, dioses, cristales —musitó la princesa—. De acuerdo, supongamos que ese lugar legendario existe —

agregó y apuntó con un dedo acusador a Halla—. ¿Se supone que el cristal Kaibur es… una enorme piedra preciosa de algún tipo?

—De algún tipo —confesó Halla con su sonrisa socarrona—. Interesada a pesar de todo, ¿no es así?

La princesa apartó la mirada.

—Nos interesa todo lo que contribuya a que salgamos de aquí —afirmó Luke—. He de reconocer que esta historia del cristal es bastante seductora. ¿De qué tipo de piedra se trata?

—¡Bah! Muchacho, menos aún me importaría el tipo de collar que podría hacerse con ella alguna noble caprichosa —miró significativamente a la princesa antes de continuar—. Lo que más me interesa es determinada propiedad que se le atribuye.

—Más cuentos —agregó la princesa—. Halla, ¿cómo puede estar tan absolutamente convencida, tan segura de que los xenoarqueólogos no tenían razón y de que sólo se trata de una leyenda nativa?

—¡ Porque tengo pruebas! —espetó Halla triunfalmente.

Cogió la parte superior de su traje, sacó un paquete de tela aislante y lo desenrolló sobre la mesa. Contenía una diminuta caja de metal. Con la uña del dedo meñique de la mano derecha tiró varias veces de la cerradura de combinación en miniatura. La tapa se abrió con un casi imperceptible chasquido.

Luke se acercó para ver bien. La princesa hizo lo mismo.

Vieron una astilla de algo que parecía vidrio rojo y que brillaba con suavidad. El color era más profundo y rico que el del corindón rojo. Poseía un lustre vitreo que semejaba miel cristalizada.

—Bueno, ¿ahora estáis convencidos de que digo la verdad? —les preguntó Halla después de un prolongado silencio.

Todavía escéptica, la princesa se apoyó en la silla y miró de soslayo a Halla.

—Puede ser un pequeño fragmento de vidrio radiante, de plástico o un silicato común tratado para que brille. ¿Espera que lo acepte como prueba?

—¡Es un fragmento del mismo cristal Kaibur! —insistió Halla, ofendida por la incredulidad de Leia.

—Claro que sí —afirmó la princesa—. ¿Cómo lo consiguió?

—Me lo proporcionó un verdefaye, a cambio de una botella de alcohol.

Leia la miró afectadamente.

—¿Intenta decirnos que uno de los habitantes primitivos y supersticiosos se separaría de un fragmento de una piedra preciosa medio legendaria de uno de sus propios templos a cambio de una mísera botella de alcohol?

—No era el templo ni el dios de sus antepasados —replicó Halla con moderado desdén—. Y aunque lo fuera no importaría. Mire a los pobrecillos —señaló a los pordioseros degradados y reptantes que suplicaban a los parroquianos la posibilidad de cumplir los actos más serviles a cambio de un trago de alcohol—. Harían cualquier cosa salvo matarse por un trago. Son capaces de realizar las tareas más inmundas durante días por la décima parte de una botella.

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