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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (3 page)

BOOK: El ojo de la mente
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—Artoo, no sé qué dices pues no está Threepio para traducirlo. Pero puedo adivinarlo —miró hacia afuera—. No sé dónde están él y la princesa. Ni siquiera estoy seguro de dónde estamos nosotros.

Estudió detenidamente la superficie de Mimban. A su alrededor se elevaba una densa vegetación, pero en lugar de presentar un frente continuo como una selva normal se agrupaba en grandes cavidades. Había un extenso espacio abierto. Mimban —o al menos la zona en que se había posado—era un conglomerado de ciénaga, selva y pantano.

Un barro fluido cubría la mayor parte de un lánguido torrente que corría a la derecha de la nave.

Serpenteaba en cámara lenta. A su izquierda, el tronco del enorme árbol con el que había estado a punto de chocar se encumbraba en medio de la bruma. Más lejos aparecía una maraña de otro tipo de vegetación alta rodeada de arbustos y de cansados y caídos helechos. Estaba bordeada por un terreno de color marrón desleído. Desde esa distancia, no podía reconocer la solidez de la superficie. Luke se sujetó con una mano de una rama pequeña y se asomó sobre el costado de la nave. El caza con ala en X parecía apoyarse en terreno parecido. No se hundía. Esto significaba que, probablemente, podría caminar. Se sintió algo aliviado, ya que sin nave no sabía volar.

Sonrió ligeramente para sus adentros, se agachó y miró debajo de la rama. El ala doble de babor de la nave se había desprendido y dispersado en algún lugar del bosque y sólo quedaban tocones iguales de metal.

Naturalmente, también faltaban los dos motores de ese lado. Indudablemente, estaba varado.

Regresó cautelosamente hasta la maltrecha carlinga, destrabó el asiento, lo corrió hacia un costado y comenzó a buscar, en el compartimiento cerrado y situado detrás, el material que tendría que llevar: raciones de emergencia, el sable de luz de su padre, un traje térmico… este último porque, a pesar del aspecto tropical de algunas plantas, indudablemente hacía frío afuera.

Luke sabía que existían bosques lluviosos templados, así como tropicales. Aunque era probable que la temperatura no se volviera peligrosamente fría, podría combinarse con la humedad omnipresente y producirle escalofríos incómodos y en potencia debilitadores. Por ese motivo tomó la precaución de embalar el traje ligero. La mochila de supervivencia que acarrearía en la espalda estaba sujeta con correas al respaldo del asiento. Abrió las hebillas y comenzó a llenar su amplio interior con provisiones del compartimiento.

Después de llenar la mochila a prueba de rasgaduras, intentó cerrar herméticamente la carlinga para protegerla. Después se sentó en el borde del asiento y meditó.

De sus observaciones preliminares no había encontrado indicios de la nave en Y de la princesa. Pero a causa de la atmósfera húmeda y nebulosa, podría haber aterrizado a diez metros de distancia y ésta haberla ocultado. Era probable que ella hubiese aterrizado o que se hubiera estrellado suavemente delante de Luke, según su cálculo de la velocidad con la que se había posado su propia nave. Como carecía de otra información, no le quedaba otra posibilidad que seguir a pie el último curso que había trazado en pos de la nave de ella.

Había pensado ponerse de pie en el morro de la nave y gritar, pero decidió que sería mejor que primero situara visualmente la nave. La cacofonía de los gritos, los silbidos, los aullidos, los silbos y los zumbidos que surgían de la ciénaga circundante y la vegetación densa no le estimulaban a hacerse notar. Si gritaba podía despertar todo tipo de atención y, probablemente, la de algún carnívoro.

Mejor sería encontrar primero la nave de la princesa. Con suerte, ella no habría perdido la sensatez y estaría sentada en la carlinga, viva, intacta y furiosa de impaciencia mientras esperaba su llegada.

Luke volvió a salir de la carlinga y utilizó ramas para equilibrarse mientras bajaba hasta el tocón roto del ala doble de babor. Descendió cuidadosamente hasta el terreno, que le pareció suave, casi elástico. Al levantar un pie vio que la suela de la bota ya estaba cubierta por una sustancia gris y pegajosa que se parecía a la arcilla de modelar húmeda. Pero el terreno se sustentaba, soportaba su peso. Artoo se reunió con él un instante después.

Gracias al imprevisto aterrizaje forzoso, no tuvo que buscar un bastón. En la estela del caza había abundantes ramas partidas y astilladas. Escogió una que le serviría tanto para apoyarse como para tantear el terreno antes de pisarlo.

Utilizó el morro de la nave como tosca guía para orientar la brújula de rastreo y emprendió la marcha, girando unos grados a estribor.

Pudo ser un movimiento de las ramas del bosque, la fuerza o una anticuada corazonada, pero hasta Ben Kenobi habría reconocido que Luke tenía una sola posibilidad de encontrar la nave de la princesa. Si el caza no se hallaba cerca del camino que había elegido, si no lo veía y pasaba de largo, Luke podría seguir recorriendo la superficie de Mimban durante mil años sin volver a ver a la princesa.

Si su cinta original de trazado había sido exacta y si ella no había modificado en el último momento y por algún motivo desconocido su curso descendente, tardaría una semana en encontrarla. Claro que, pensó, quizá ella no había podido impedir que el caza modificara su ángulo de caída. Descartó esa posibilidad. La situación era suficiente sin necesidad de sumarle esas especulaciones.

La niebla—bruma—lluvia modificaba su consistencia pero no cesaba. Poco después, las partes expuestas de su cuerpo estaban totalmente empapadas. Luke pensó que, en ese momento, era una bruma beligerante más que una verdadera lluvia.

El traje le mantenía el cuerpo protegido de la humedad, pero poco después la cara, las manos y el cuero cabelludo tenían riachuelos propios así como agua acumulada. Aunque los momentos casi totalmente secos eran escasos, dedicó muchas energías a quitarse regularmente las gotas de agua acumuladas en la frente y las mejillas.

En una ocasión vio que algo parecido a una serpiente pálida, de unos cuatro metros de longitud, se deslizaba entre la maleza. Al recorrer cautelosamente el camino que ésta había tomado, vio que en la tierra blanda había dejado un rastro acanalado y bordeado de moco luminoso. Pero Luke no se impresionó. Había dedicado poco tiempo a estudiar zoología. Ni siquiera en Tatooine, que albergaba sus propios fenómenos protoplasmáticos, esas cosas apenas le habían interesado. Si un crítero no intentaba devorarte, desgarrarte o ingerirte por otros medios, otras cosas despertaban tu interés.

Sin embargo, ahora tuvo que concentrar toda su atención en mantener el camino preestablecido. A pesar de la brújula de rastreo incorporada a la manga del traje, sabía que podría desviarse fácilmente. Y una desviación de una décima de grado podía resultar fatal.

Durante uno de los pocos momentos casi secos ascendió una ligera elevación. A través de la bruma y la niebla divisó, a la distancia, almenas monolíticas de color gris. Pensó que probablemente esos muros no los habían erigido manos humanas.

El color gris acero uniforme hacía que parecieran construidas con los bloques de juguete de un niño. A tanta distancia, Luke no podía estar seguro si el color era auténtico o estaba enmascarado por la cambiante bruma. En las encumbradas torres grises había incrustaciones de piedra negra o de metal y mostraban cúpulas deformes.

Se detuvo y por primera vez sintió la tentación de cambiar de dirección y explorar. Allí se podrían descubrir muchas cosas. Sin embargo, la princesa no esperaba en aquella ciudad sino en algún lugar más distante y en un ambiente que, en cualquier momento, podía ser hostil.

Como en respuesta a su idea, percibió un movimiento en un grupo de arbustos de color verde herrumbre.

Alertó todos sus sentidos, se dejó caer sobre una rodilla y cogió el sable de luz de su cinto. La vegetación comenzó a crujir violentamente. Deslizó con el pulgar el botón activador. A su lado, Artoo emitió un nervioso bip.

Sea lo que fuere, la cosa que estaba allí, se le acercaba. Luke pensó en probar el viento y recordó, avergonzado de sí mismo, que no corría ni una brizna de aire. Sin embargo, quizá eso no fuera efectivo para inhibir al ser que se aproximaba.

Bruscamente, la vegetación se abrió ante sus ojos. De ella surgió un mimbanita. Era una gran pelota de color marrón oscuro, unas manchas y unas rayas verdes cubrían su cuerpo y tenía aproximadamente un metro de diámetro. Cuatro patas cortas y peludas Je sostenían, patas que acababan en dedos gruesos y dobles.

Cuatro brazos asomaban de la superficie superior. La modesta cola era tan pelada como la de una rata.

Todo lo que se veía del rostro era un par de ojos abiertos que espiaban entre la piel cerdosa. El ser abrió aún más los ojos cuando posó su mirada en Luke y en Artoo Detoo.

Luke esperó tenso, con el dedo apoyado en el botón del sable de luz.

El ser no arremetió. Lanzó un chillido sorprendido y apagado y giró. Impulsado por sus ocho miembros, el ser se internó rápidamente en la maleza protectora.

Después de varios minutos de silencio, Luke se puso de pie. Apartó el dedo del botón del sable, volvió a acomodar el arma en su cinturón y sonrió de modo un tanto histérico.

Su primer encuentro con un habitante de ese mundo había dado por resultado que éste huyera aterrorizado. Quizá la fauna que le rodeaba, si no realmente amiga, tampoco era tan peligrosa. Con esa idea continuó, con pasos más largos, con un poco más de confianza en sí mismo. Su postura era más erguida y su humor bastante más elevado, estimulado por el más tenaz de los estados de ánimo: la falsa confianza…

Capítulo II

Leia Organa hizo otro débil intento de acomodarse el pelo alisado por la lluvia, renunció malhumorada y observó la exuberante vegetación que le rodeaba.

Después de perder todo contacto con Luke, había logrado aterrizar bruscamente en ese húmedo infierno.

Se consoló algo al pensar que si Luke también había sobrevivido al aterrizaje, intentaría encontrarla.

Después de todo, su tarea consistía en ocuparse de que ella llegara sana y salva a Circarpo IV.

Furiosa, pensó que ahora llegaría algo más que un poco tarde a la conferencia. Un rápido examen le había mostrado que ya no tendría que preocuparse por el funcionamiento defectuoso del motor de babor que ahora era una forma metálica rectangular y aplastada, incapaz de impulsarse a sí mismo o a cualquier otra cosa a través de un segundo—luz. Apenas estaba en mejores condiciones el resto de la nave con ala en forma de Y.

Pensó en buscar a Luke. Pero era más sensato que uno de ellos esperara la llegada del otro y sabía que Luke la buscaría en cuanto pudiera.

—Discúlpeme, princesa —dijo la forma metálica situada detrás de ella—, ¿cree que Artoo y el amo Luke aterrizaron sanos y salvos en este horrible lugar?

—Claro que sí. Luke es el mejor piloto que tenemos. Si yo lo logré, seguramente él no tuvo problemas.

Sus palabras contenían una leve mentira. ¿Y si Luk yacía herido en algún sitio, incapaz de moverse, mientras ella le esperaba sentada? Mejor no pensar en ello. La visión de un Luke retorcido y maltrecho que se desangraba en la carlinga de su nave en X hizo que se le revolviera violentamente el estómago.

Abrió una vez más el techo de la carlinga y arrugó la nariz ante el inmundo olor del cenagal chorreante que los rodeaba. Se abalanzó sobre ella el ruido de las cosas ocultas que se movían sigilosamente por el monte bajo. A pesar de ello, hasta el momento no había aparecido algo mayor que un par de casi insectos de colores claros. Apoyaba cómodamente la pistola en el regazo. No es que la necesitara, segura como estaba en la carlinga cuyo panel corredero del techo podría acomodar y cerrar herméticamente en pocos segundos.

Estaba totalmente a salvo.

Threepio opinaba de otro modo.

—No me gusta este lugar, princesa. No me gusta nada.

—Descansa. Ahí fuera no puede haber nada —señaló la vegetación más espesa—que te considere digerible.

A la izquierda de la princesa y a poca distancia sonó un grito agudo y ululante, parecido al de una trompeta desafinada. Leia se agitó bruscamente y absorbió sorprendida una bocanada de aire. Pero no había nada.

Apretó la cara contra la portilla abierta mientras intentaba penetrar con ojos ansiosos la muralla verdimarrón de vegetación. Como el ruido no se repitió, se obligó a distenderse.

—Threepio, ¿ves algo?

—No, princesa. Sólo algunos artrópodos pequeños pese a que también exploro con los infrarrojos. Pero esto no significa que ahí fuera no haya algo grande y hostil.

—Pero, ¿no ves nada?

—No.

Leia estaba furiosa consigo misma. Un simple ruido la había aterrorizado. Probablemente el grito de desamparo de algún hervíboro inofensivo la había asustado como a un niño. No volvería a ocurrir.

Estaba furiosa porque lo que les había obligado a aterrizar seguramente la llevaría a no asistir a la manifestación de bienvenida programada en Circarpo, lo cual ofendería a los funcionarios gubernamentales designados para la recepción. Estaba doblemente furiosa con Luke. Furiosa porque no hizo un milagro de navegación y la siguió sin instrumentos ni control y furiosa, sobre todo, porque había tenido razón al insistir en que no debían aterrizar allí.

Por eso esperó y protestó para sus adentros; pasaba de formular las maldiciones que utilizaría cuando él llegara a preocuparse por lo que tendría que hacer si Luke no aparecía.

¡ Aaaah—wooop!

De nuevo el sonido como de trompeta. En consecuencia, lo que lo había producido no se había marchado. En todo caso, el agudo ulular sonaba más próximo. Esta vez su mano asió la pistola. Volvió a observar la selva circundante pero no vio nada.

Mientras miraba, meditó. ¿Y si por algún motivo había interpretado incorrectamente el radiofaro de aterrizaje? ¿Si se trataba tan sólo de la más simple de las estaciones automáticas y este mundo no sólo carecía de mecánicos, sino también de medios para los viajeros orgánicos?

Si Luke estaba muerto, quedaría abandonada allí sin la idea de… Esta vez se produjo un ruidoso estrépito a su derecha. Giró en el asiento, disparó instintivamente a través de la portilla agrietada y se vio recompensada con el olor a materia vegetal húmeda y quemada. La boca de la pistola siguió centrada en el punto carbonizado. Con optimismo, alcanzaría a la cosa. Afortunadamente no lo hizo.

—¡Soy yo! —gritó una voz algo más que temblorosa. Leia había estado a punto de acertarle—. Somos Artoo y yo.

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