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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (6 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Leia apartó la mirada.

—¿Qué haría una representante de la Alianza con dinero contante y sonante durante una misión diplomática?

Luke suspiró.

—Supongo que nos arreglaremos. ¿Qué opina de comer algo distinto de un concentrado?

Lo miró, visiblemente entusiasmada.

—Luke, podría ingerir media olla de comida china. ¿Estás seguro de que debemos hacerlo?

—En algún momento tendremos que mezclarnos con los demás. Mientras nos parezcamos o nos comportemos como desconocidos totales, nadie nos molestará.

Comenzaron a caminar hacia la calle principal después de enterrar las mochinas y los trajes de vuelo en una ciénaga espesa como jarabe.

Estaban a mitad de camino cuando la luz creciente hizo que Luke se detuviera.

—¿Qué sucede? —preguntó la princesa preocupada.

—Dos cosas —respondió Luke y la miró—. En primer lugar, su modo de caminar.

—¿Qué tiene de malo mi modo de caminar?

—Nada. Nada, pero éste es el problema.

Arrugó las cejas desconcertada.

—Luke, no te entiendo.

Se lo explicó lentamente:

—Camina como… como una princesa. No como una obrera. Hunda los hombros, despoje a su paso de confianza y distanciamiento. Tambaléese un poco. No tiene que caminar como un miembro de la familia imperial, sino como una cansada extractora de mineral. Y en segundo lugar…

Luke se estiró y le desbarató violentamente el complicado peinado.

—¡Eh! —gritó y forcejeó Leía.

Cuando Luke retrocedió, el pelo de la princesa Leia formaba un nebuloso laberinto de mechones indisciplinados alrededor de su cabeza y su rostro y el elaborado moño doble que había usado había desaparecido por completo.

—Así está mejor —comentó—, pero todavía hay algo que no está bien.

Un instante después, Luke se agachó, cogió un puñado de tierra húmeda y avanzó hacia ella.

—Oh, no —le advirtió, levantó ambas manos a la defensiva y retrocedió—. Durante días he vivido en el fango.

¡No permitiré que me cubras con esa inmundicia!

—Como prefiera, Leia —arrojó el barro y éste chocó contra el suelo con un ruidoso chapoteo—. Hágalo usted misma.

La princesa vaciló. Después, con saliva, las manos y el mínimo de tierra indispensable, logró borrar de su cara todo rastro de maquillaje y ensuciarse lo menos posible.

—¿Qué tal? —preguntó con cautela.

Luke aprobó.

—Ahora está mucho mejor, parece alguien que ha pasado demasiado tiempo en el desierto, sin agua.

—Gracias —murmuró—. También comienzo a sentir que es así.

—Es necesario. Quiero que salgamos con vida de este mundo.

—No lo lograremos si no encontramos esa comida de que hablaste.

Luke tuvo que apresurarse para alcanzarla mientras Leia avanzaba hacia la calle…

Capítulo III

Conversaron en voz baja mientras recorrían el andén metálico hacia los edificios más iluminados. De las brumas se materializaron cada vez más mineros y también comenzaron a aparecer otras figuras.

—La ciudad empieza a despertar —comentó Leia—. Es probable que en la mina hagan tres turnos rotatorios. Parece que uno de los turnos acaba de terminar.

—No sé —confesó Luke—. Tendrá que hacer algo respecto a su modo de andar. Arrastre un poco más los pies.

Ella asintió e intentó obedecer. Luke hizo un esfuerzo para no mirar las caras con las que se cruzaban, temeroso de que alguna les devolviera la mirada.

—Todavía va demasiado rígida. Relájese. Así, así es mejor.

Se detuvieron ante una estructura bastante tranquila y bien cuidada que se anunciaba como una taberna.

— Parece bastante pacífica —Luke giró—. Threepio, Artoo y tú esperaréis aquí. Carece de sentido buscarnos problemas. Buscad un rincón oscuro y quedaos quietos allí hasta que regresemos.

—No tendrá que insistir, amo Luke —respondió fervorosamente el androide alto y dorado—. Vamos, Artoo.

Ambos androides se dirigieron a un estrecho pasadizo existente entre la taberna y el edificio lindante.

—Princesa, ¿qué opina? ¿Corremos el riesgo?

—Estoy desfallecida… hemos perdido bastante tiempo —apoyó la mano en el picaporte. Las puertas dobles se abrieron inmediatamente.

Y les asaltaron inmediatamente un torrente cegador de luz y un ensordecedor ruido mezclado con girones de conversación. Como ya se habían expuesto, no les quedaba otro remedio que entrar con tanta indiferencia como pudieran mostrar.

El interior de la taberna estaba ocupado por reservados bajos llenos de febril humanidad. La miasma del incienso narcótico y de otros humos estuvo a punto de asfixiar a Luke, que luchó por no toser.

—¿Qué te ocurre? —la princesa parecía preocupada pero no afectada por la viciosa atmósfera—. La gente te mira.

—Es… el aire —explicó e intentó respirar normalmente—. Tiene algo. Una serie completa de algos.

La princesa sonrió entre dientes.

—¿Demasiado para ti, piloto de caza?

A Luke no le avergonzaba reconocerlo. Cuando recuperó el resuello para volver a hablar, le dijo:

—Leia, soy básicamente un muchacho del campo. No he tenido mucha experiencia con las diversiones rebuscadas.

Ella olisqueó el aire, valorándolo.

—Yo no diría que estos aromas son rebuscados. Densos, sí, pero no complicados.

En algún lugar próximo al centro del remolino humano encontraron milagrosamente una mesa desocupada.

La princesa se concentró en la tabla de la mesa cuando el camarero humano se acercó. No era menester que se preocupara. El camarero ni siquiera los miró.

—¿Qué desean? —preguntó de manera sencilla y sin concederles importancia.

Luke notó que el hombre fumaba mientras trabajaba.

—¿Qué plato recomiendan esta noche? —le preguntó e intentó hablar como alguien que acaba de pasar diez horas en las entrañas de la tierra.

—Filete Kommerken, corte del flanco y otovergios… Además de las guarniciones de costumbre.

—Para dos —agregó Luke y cortó aquí la conversación.

Su respuesta pareció satisfacer al camarero.

—De acuerdo —dijo con la misma ligereza y se mezcló con los parroquianos.

—No hizo ninguna pregunta —susurró exaltada la princesa y elevó la mirada hacia Luke.

—No. Quizá sea más sencillo de lo que supuse.

Luke comenzaba a sentir algo parecido a esperanza, pero después su expresión se ensombreció.

—¿Qué pasa, Luke?

Hizo un gesto y ella dirigió la mirada hacia la barra.

Algo de tamaño humano, flaco y cubierto totalmente por una piel ligera y de color verde acosaba débilmente a un minero grueso y pesado. Ese ser tenía ojos grandes y nocturnos y una cresta de piel más alta y más oscura que le cubría desde la coronilla hasta la mitad de la espalda. La piel simplemente curtida de algún animal desconocido cubría su región pélvica y de su cuello colgaban varios collares ruidosos decorados con adornos primitivos.

Poco después el ser comenzó a emitir suplicantes maullidos con voz aguda que se quebraba. El extraño sonsonete estaba henchido de un inequívoco indicio de desesperación.

—Por favor, señor —suplicó—, ¿un traguito? ¿Vickerman, vickerman?

El fornido minero respondió a esa lastimera demanda extendiendo un ancho pie y pateando la cara del nativo. Luke se estremeció y apartó la mirada. La princesa lo observó de soslayo.

—¿Qué ocurre, Luke?

—No soporto que maltraten a nadie de semejante manera —murmuró—, sea humano, animal o extraño —la miró con atención—. ¿Cómo puede mirar?

—Vi mi mundo entero, a varios millones de personas, destruido —respondió con gélida naturalidad—. Nada de lo que haga la humanidad me sorprende, salvo el hecho de que todavía alguien pueda sorprenderse —volvió su cínica mirada a la escena que se desarrollaba junto a la barra.

—¡Las botas! —gritó el minero al aborigen mientras sus compañeros reían satisfechos—. Las botas, ¿de acuerdo?

El extraño ser que gemía y suplicaba contorsionó la cabeza con un movimiento que no parecía natural, miró al hombre y se limpió la sangre de la cara.

—¿Vickerman, vickerman?

—Sí, vickerman —admitió el minero y comenzó a hartarse del juego—. Las botas.

Sin más, el nativo se dejó caer sobre la barriga. Una lengua sorprendentemente larga y parecida a una serpiente se asomó y comenzó a chupar la mugre y el barro de las botas del hombre.

—Estoy a punto de marearme —murmuró Luke con una voz que apenas se oía. La princesa se limitó a encogerse de hombros.

—Luke, tenemos nuestros demonios y nuestros ángeles. Tienes que estar preparado para ocuparte de ambos.

Cuando la princesa volvió a mirar hacia la barra, el nativo había terminado su degradante tarea y, con ansia, levantaba las manos con las que formaba bocina.

—¿Ahora, ahora habrá vickerman?

—Sí, seguro —respondió el minero.

Se estiró sobre la barra, cogió una botella de extraña forma y accionó un botón que tenía al costado. Una parte de la sección superior de la botella se llenó de un líquido oscuro. Dejó de llenarse con un chasquido.

El minero giró para mirar al expectante nativo, inclinó la botella y derramó el espeso licor rojo en el suelo en lugar de dejarlo caer en las manos que formaban bocina. Mientras los hombres y las mujeres que ocupaban la barra se divertían a costa de aquella desdichada criatura, ésta cayó en posición inclinada y agitó esa lengua sorprendente, parecida a la de una rana, para lamer el alcohol antes de que se perdiera entre las grietas y los huecos del suelo.

Incapaz de seguir mirando, Luke dejó correr su furiosa mirada por la amplia cámara cargada de humo. En ese momento vio más bípedos de piel verde. Muchos suplicaban con aire de frenética esperanza y otros se dedicaban a realizar alguna tarea degradante.

—No reconozco esta raza.

—Yo tampoco —dijo la princesa—. Seguramente son nativos de este mundo. El Imperio no es famoso por la delicadeza con que trata a los aborígenes no aliados.

Luke estaba a punto de responder pero ella le hizo un gesto para que se callara. El camarero había llegado con la comida.

La carne tenía un color extraño y las verduras también. Pero todo estaba caliente y tenía buen sabor.

Tres espitas surgieron como una flor del centro de la mesa. Luke llenó su vaso con el contenido de una de ellas y lo paladeó, desconfiado:

—No está mal.

Mientras tanto, la princesa probó con cautela la carne. Arrugó la boca al masticar y tragar.

—No es lo que pediría si pudiera elegir…

—Pero no podemos —afirmó Luke.

—No… no podemos. Nosotros… —calló, se quedó con la mirada fija y Luke se volvió para ver qué ocurría a sus espaldas.

El camarero seguía allí y le observaba. En cuanto reparó en que ella también lo miraba, giró y se alejó.

—¿Crees que sospecha? —preguntó preocupada.

—¿Cómo va a sospechar? Las ropas que lleva son correctas y ni siquiera yo la reconocería.

Relativamente tranquilizada, Leia se inclinó sobre el plato y siguió comiendo.

—Mira hacia allá —susurró la princesa.

Luke giró y miró furtivamente en la dirección señalada.

El camarero conversaba con un hombre alto y cortés vestido con el uniforme de funcionario imperial.

—¡Claro que sospechan! —murmuró agitada. Comenzó a ponerse de pie—. Es suficiente, Luke, salgamos de aquí.

—No podemos salir apresuradamente, sobre todo si nos observan —respondió—. Princesa, no se asuste.

—Luke, he dicho que me marcho —nerviosa, comenzó a girar para retirarse.

Sin comprender qué hacía, Luke se estiró, le dio una sonora bofetada en la cara y mientras las cabezas giraban en dirección a ellos, dijo a gritos:

—¡No habrá favores para ti hasta que yo haya terminado de comer!

Leia se llevó una mano a la mejilla ardiente. Muda y con los ojos desorbitados, volvió a sentarse con lentitud. Luke atacó frenéticamente su filete mientras el imperial uniformado se acercaba lentamente a ellos, seguido a cierta distancia por el camarero.

—Si tiene algún problema… —comenzó a decir.

—No, ningún problema —le aseguró Luke y sonrió forzadamente. El hombre no se marchó—. Quizá yo pueda ayudarle.

—No. No caben dudas de que usted es un minero —la mirada oleosa del burócrata se posó ahora en Leia—. Su compañera es quien me llama la atención.

Leia no levantó la mirada.

—¿Por qué? —preguntó Luke alegremente—. ¿Qué problema hay?

—Bueno, se viste como una minera —respondió el hombre—, pero como dijo Elarles —señaló al camarero—, sus manos parecerían indicar otra profesión.

Sorprendido, Luke también reparó en las manos de la princesa: suaves, delicadas, sin callos, indudablemente las manos de cualquiera menos de una trabajadora manual. Los años que Luke había pasado en la granja de su tío habían dotado su cuerpo, incluidas sus manos, para hacerse pasar por simple minero, pero la princesa Organa probablemente había dedicado el tiempo a manipular cintas de libros, nunca una excavadora o una deshuesadora.

Luke pensó frenéticamente.

—No, ella… Bueno, la compré —Leia se estremeció y lo miró un instante antes de volver a concentrarse decididamente en la comida—. Sí, es mi criada, gasté todos mis ahorros en ella —intentó hablar con tono indiferente y se encogió de hombros antes de volver a ocuparse de la comida—. Desde luego, no es gran cosa —los hombros de la princesa temblaron—. Pero era lo mejor que podía pagar. Y suele ser divertida, aunque a veces se desmanda y tengo que pegarle.

El burócrata asintió comprensivamente y sonrió por primera vez.

—Lo comprendo, joven. Lamento haber interrumpido su comida.

—No se preocupe —replicó Luke mientras el hombre volvía a su mesa.

La princesa le miró furiosa.

—Te has divertido, ¿verdad?

—No, claro que no. Tuve que hacerlo para salvarnos.

Leia se frotó la mejilla.

—¿Y esa historia de la criada?

—Fue la primera cosa lógica que se me ocurrió —insistió Luke—. Además, da una razón de su persona tan válida como cualquier otra —parecía satisfecho—. Nadie la pondrá en duda en cuanto se corra la voz.

—¿En cuanto se corra la voz? —se levantó—. Luke Skywalker, si crees que actuaré como tu criada hasta que…

—Eh, querida… ¿te encuentras bien? —preguntó una voz nueva.

Luke observó a la anciana que había aparecido junto a la princesa. La vieja apoyó una mano firme en el hombro de la princesa y ejerció una presión suave pero inflexible. Todavía algo azorada, la princesa se sentó lentamente.

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