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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (2 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Luke accionó los mandos correspondientes. Un instante después, un gemido persistente llenó la pequeña cabina.

—¿Lo conoces? —le preguntó Leia.

—De acuerdo, es un radiofaro direccional de aterrizaje —respondió confundido. De todos modos, las investigaciones posteriores no mostraron archivos de la existencia de una estación de Mimban—. Pero no hay nada en las listas de las cintas imperiales ni en las de la Alianza. Si nosotros… —calló cuando una bocanada de gas surgió brillantemente de la nave con ala en forma de Y de la princesa, se expandió y desapareció—.

¡Leia! ¡Princesa Leia!

La navecilla ya trazaba una curva y se alejaba de él.

—¡Luke, he perdido por completo los mandos laterales! ¡Tengo que bajar!

Luke se apresuró a repetir su senda de planeo.

—No niego la presencia del radiofaro. ¡Quizá hemos tenido suerte! ¡Intente trasladar la energía a los mandos de babor!

—Hago cuanto puedo —respondió ella. Hubo un instante de silencio y luego se oyó—: ¡Threepio, deja de moverte y vigila tus manipuladores ventrales!

—Lo siento, princesa Leia —dijo con voz contrita y metálica su compañero de cabina, el broncíneo androide See Threepio, especialista en relaciones entre humanos y cyborgs—. ¿Y si el amo Luke tuviera razón y abajo no hubiese una estación? Podríamos quedar definitivamente aislados en este mundo vacío, sin compañía, sin cintas de información, sin… ¡sin lubricaníesl

—¿No oíste el radiofaro? —preguntó la princesa.

Luke vio el destello de una fugaz explosión y, poco después, la nave en Y se lanzó hacia la superficie en un ángulo mucho más agudo. Durante algunos instantes sólo la estática respondió a sus frenéticas llamadas.

Luego la interferencia desapareció.

—De buena me he salvado, Luke —agregó la princesa—. Perdí totalmente el motor dorsal de estribor. He reducido en un noventa por ciento la potencia del dorsal de babor para equilibrar los sistemas de guía.

—Lo sé. Reduje la energía de mi nave para descender con usted.

Threepio suspiró en la minúscula cabina de la nave con ala en Y y se aferró con más firmeza a las paredes que lo rodeaban.

—Por favor, princesa, intente que nos posemos suavemente. Los aterrizajes bruscos producen cosas terribles en mis circuitos internos.

—Tampoco le sientan muy bien a mi interior —replicó la princesa, con los labios fuertemente apretados mientras luchaba con los mandos inertes—. Además, no tienes de qué preocuparte. Los androides no tienen problemas orgánicos en el espacio.

Threepio podría haber sostenido lo contrario, pero permaneció en silencio mientras la nave con ala en forma de Y inició un balanceo descendente que le revolvió el estómago. Luke tuvo que reaccionar rápidamente para seguirla. Hubo una ligera señal positiva: la señal del radiofaro no era imaginaria. Estaba realmente allí y zumbaba constantemente cuando sintonizó los mandos del tablero para que fuera audible.

Quizá Leia tenía razón.

De todos modos, no confiaba en ello.

—Artoo, infórmame si divisas algo excepcional mientras bajamos. Coloca todos tus enchufes sensores a plena potencia.

Un silbido tranquilizador recorrió la carlinga.

Descendían a doscientos kilómetros cuando Luke saltó en el asiento. Algo comenzó a atenazarle la mente.

Una agitación de la fuerza. Intentó relajarse, dejar que ésta lo llenara y fluyera a través de él como el viejo Ben le había enseñado.

Su sensibilidad estaba lejos de ser perfecta y dudaba sinceramente de alcanzar algún día la mitad del dominio de la fuerza que Kenobi había poseído… aunque el anciano había mostrado mucha confianza en las posibilidades de Luke. De cualquier manera, sabía lo suficiente para valorar ese hormigueo sutil. Le despertó una sensación de inquietud casi palpable que provenía de algo (o varias cosas) de la superficie que aparecía debajo. Pero no estaba seguro. De todos modos ahora no podía hacer nada en ese sentido. La única preocupación del momento consistía en esperar que la nave de la princesa se posara sin dificultades.

Pero cuanto antes abandonaran Mimban, mejor se sentiría.

A pesar de sus problemas, la princesa se tomaba el trabajo de transmitirle información combinada. Como si él no fuera capaz de trazar el curso de su nave. Luke intentó identificar algo que divisó debajo de ellos cuando entraron en la atmósfera exterior. En las nubes de esa zona había algo extraño… no logró averiguar de qué se trataba exactamente.

Transmitió su nueva preocupación a la princesa.

—Luke, te preocupas demasiado. Morirás a una edad temprana por culpa de tantas preocupaciones. Y eso sería un desperdicio de…

No logró averiguar de qué sería el desperdicio por preocuparse tanto, pues en ese instante ingresaron por primera vez en la troposfera y la reacción inmediata de ambas naves ante la atmósfera más densa y de ésta ante las naves no fue nada normal.

Parecía que súbitamente se habían zambullido de un cielo salpicado de nubes pero de aspecto normal, en un océano de electricidad líquida. Gigantescos y multicolores rayos de energía estallaban en el aire vacío.

Entraban en contacto con los cascos de las dos naves y originaban el caos de los instrumentos donde segundos antes había reinado el orden. En lugar de la bóveda teñida de azul o de amarillo que esperaban atravesar, la atmósfera que los rodeaba estaba empapada de energías extrañas, que deambulaban de manera tan salvaje y frenética que lindaban con lo animado. Detrás de Luke, Artoo Detoo lanzaba nerviosos bips.

Luke luchó con sus instrumentos. Éstos le lanzaron un fárrago de disparates electrónicos. La nave con ala en X, que evolucionaba locamente, estaba dominada por fuerzas no identificadas, lo suficientemente poderosas para sacudirla como un juguete. La tormenta cromática desapareció a sus espaldas como si de pronto Luke hubiese salido de una tromba marina, aunque los mandos siguieron mostrando aquello que, con toda probabilidad, eran manifestaciones permanentes de lo electrónicamente podrido.

Una rápida comprobación verbal le reveló lo que más temía: el caza de la princesa no estaba a la vista. Con una mano, Luke intentó controlar los mandos manuales de la nave loca y con la otra activó el comunicador:

—¡Leia! ¡Leia! Leia, ¿se encuentra…?

—Ningún… control, Luke —le llegó la respuesta cargada de estática. El muchacho apenas logró distinguir las palabras—. Los instrumentos… Intento aterrizar… de una pieza. Si nosotros…

Por mucho que manoseó frenéticamente el comunicador, la princesa había desaparecido. Desvió la atención cuando algo de un panel del techo voló en una lluvia de chispas y fragmentos metálicos. La carlinga se llenó de humos acres.

Impulsado por una idea desesperada, Luke activó el rastreador del caza. Formaba parte del armamento ofensivo de su nave y se contaba entre sus componentes mejor construidos y herméticamente cerrados. Pese a ello, había quedado sobrecargado por la furia de las extrañas energías distorsionadoras, energías que sus diseñadores jamás supusieron que encontraría.

A pesar de que ahora era inútil, el registro automático estaba intacto y funcionaba. Durante algunos instantes mostró la espiral descendente que sólo pudo dejar la nave de la princesa. Lo mejor que podía sin autoacrecentamiento, Luke programó la nave en Y para un curso descendente de persecución. Existían muy pocas posibilidades o ninguna de seguir con precisión a la princesa. Rezó simplemente para que no aterrizaran en los lados opuestos del planeta. Simplemente rezó para que pudieran aterrizar.

El caza siguió cayendo y viró ligeramente como un camello lisiado bajo una tormenta de arena. Mientras la exuberante superficie de Mimban se abalanzaba sobre él, Luke echó vistazos ondulantes y retorcidos a las ringleras verdes y sin montañas, entrelazadas con venas y arterias de color marrón barro y azul.

Aunque desconocía por completo la topografía mimbaica, el verde y el marrón azul de los ríos, los torrentes y la vegetación le parecieron infinitamente preferibles como lugares de aterrizaje a, por ejemplo, al cerúleo interminable de la alta mar o las cumbres grises de las montañas jóvenes. No hay piedra más suave que el agua ni agua tan suave como una ciénaga, pensó e intentó alegrarse. Comenzaba a creer que podría sobrevivir realmente al aterrizaje y que la princesa también lo lograría.

Se esforzó frenéticamente en descubrir una combinación de circuitos que reactivaran el rastreador de blancos. En cierto momento estuvo a punto de lograrlo. En la pantalla apareció la nave en Y que todavía seguía el curso que él acababa de trazar. Parecían mayores sus posibilidades de posarse cerca de la nave de la princesa Leia.

A pesar de las exigencias de su mente, Luke no pudo dejar de pensar en las distorsiones energéticas que habían estropeado los instrumentos de ambas naves. El hecho de que el remolino de arco iris se redujera a una zona —zona muy próxima a la situación del radiofaro de aterrizaje—planteaba cuestiones tan enigmáticas como perturbadoras.

Luke apagó los motores y siguió planeando al tiempo que descendía para tratar de reducir al mínimo las consecuencias de sus controles enloquecidos. En Tatooine había practicado mucho cuando holgazaneaba en su saltador celeste. Pero eso era muy distinto a hacer prácticamente lo mismo en un vehículo tan complejo como el caza. Ignoraba si a la princesa se le ocurriría la misma idea o si tenía experiencia en el vuelo sin motor. Luke se mordió angustiado el labio inferior y comprendió que aunque ella intentara planear, su propia nave se adaptaba mejor a esa maniobra que la nave de la princesa, con ala en forma de Y.

Si pudiera verla, me sentiría mucho mejor, pensó. Por más que esforzó la vista, no vio rastros de ella.

Sabía que poco después desaparecería toda posibilidad de establecer un contacto visual. Su nave comenzó a hundirse inexorablemente en un suelo de algodón gris y mugriento: densas nubes.

Varios rayos zigzagueantes cortaron el aire, pero ahora eran naturales. En ese momento, Luke estaba inmerso en las nubes y no distinguía nada. El pánico se apoderó de él. Si la visibilidad seguía siendo la misma hasta alcanzar la superficie, localizaría el suelo demasiado tarde, bruscamente. Mientras pensaba en volver a conectar el automático, a pesar de que distorsionaba, salió de la capa inferior de nubes. La atmósfera estaba cargada de lluvia pero no hasta el punto de que le resultara imposible divisar el terreno de abajo.

Ahora el tiempo corría más rápido que la altitud. Apenas contó con ambos para volver a encender los mandos atmosféricos cuando algo sacudió al caza desde abajo. Una serie de crujidos parecidos acompañó instantáneamente a la sacudida mientras Luke arrancaba las copas de los árboles más altos.

Luke observó el indicador de velocidad aérea, disparó los cohetes de frenado y posó con toda suavidad el morro de la nave. Al menos se ahorraría la preocupación de ocasionar el incendio de la vegetación del lugar de aterrizaje. Todo lo que le rodeaba estaba empapado.

Volvió a disparar los cohetes de frenado. Pese al arnés de combate, una serie de sacudidas y traqueteos violentos lo estremeció. Adelante, una ola verde y floral rompió y lo cubrió de oscuridad…

Parpadeó. Más adelante, la proa destrozada del caza enmarcaba la selva con cristalina geometría. Todo estaba en calma. Cuando intentó inclinarse hacia adelante, el agua le acarició la cara. Esto contribuyó a que se despejara y a que enfocara el paisaje con claridad. Hasta la lluvia caía con cautela, musitó, si es que era una lluvia ligera en lugar de una bruma excepcionalmente densa.

Luke estiró el cuello y notó que el techo de metal estaba suelto en muchos puntos —como si se tratase de un abridor gigantesco—destrozo producido por la rama gruesa y ahora astillada de un árbol gigante. Si por casualidad el caza se hubiese deslizado un poco más alto, el cráneo de Luke se habría desprendido de igual manera… un poco más a babor y el ancho tronco del árbol lo habría aplastado contra la central de energía.

Se había salvado de la decapitación y la compresión fatal por un metro a ambos lados.

El agua seguía entrando en la rota y abierta carlinga desde el monte de arriba. Súbitamente Luke se dio cuenta de que estaba sediento y abrió la boca para que el agua apagara su sed. Percibió una ligera salobridad que no le pareció buena. El agua de lluvia (o de bruma) parecía diáfana y pura. Y lo era. Comprendió que la salobridad provenía de la sangre que manaba de la herida que tenía en la frente. Le caía por el lado izquierdo de la nariz y de ahí le llegaba a los labios.

Luke abrió los cierres «g» y se quitó el arnés. Aunque se movía con cuidado y lentamente, le parecía que todos los músculos de su cuerpo habían sido cogidos y tirados desde extremos contrarios casi hasta el punto de quebrárselos. Ignoró el dolor como pudo y pasó revista a su entorno.

Entre las distorsiones generadas por la tormenta electrónica que había atravesado y las consecuencias más prosaicas del aterrizaje, sus instrumentos se habían convertido en candidatos a la tienda de objetos usados. Jamás volverían a controlar ese caza. Giró a la izquierda y accionó el cuadro de mando de salida, pero no se sorprendió al no obtener respuesta. Después de mover el interruptor doble del disparador manual, dio un golpe rápido al botón de emergencia. Dos de los cuatro cerrojos explosivos se dispararon. El cuadro se movió unos pocos centímetros y luego se inmovilizó.

Luke se agarró al asiento del piloto, se sujetó con ambas manos y pateó. Lo único que logró fue sentir dolores punzantes en ambas piernas. Sólo quedaba la salida normal, si es que no estaba demasiado atascada.

Se levantó con ambas manos, empujó el mecanismo disparador y empujó. Nada. Se detuvo y jadeó mientras analizaba sus posibilidades.

La cubierta de la carlinga comenzó a elevarse por sí misma.

Luke se agitó frenéticamente e intentó encontrar la pistola. Un bip quejumbroso le tranquilizó.

—¡Artoo Detoo!

Una curvada capucha metálica le miró y el único ojo electrónico de color rojo le estudió preocupado.

—Sí, estoy bien… supongo.

Luke utilizó la pata central de Artoo como abrazadera, se levantó y salió. Estiró las piernas, se puso de pie y se encontró encima de la nave varada. Apoyó la espalda contra la curva de la enorme rama sobresaliente.

Sonó un pesaroso silbido—graznido y Luke miró a Artoo, que se asía al cercano casco de metal.

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