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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (4 page)

BOOK: El ojo de la mente
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—¡Artoo Detoo! —Threepio salió gateando de la carlinga y se acercó para saludar a su achaparrado compañero—. Artoo, me alegro de… —calló y continuó con tono distinto—: ¿Qué piensas cuando me haces esperar así? Cuando recuerdo la angustia que me has causado…

—Luke, ¿estás bien?

Comenzó a trepar por la parte dañada del caza y se sentó junto a la carlinga abierta.

—Sí. Aterricé detrás de usted. Temía que Artoo y yo no lográramos encontrarla.

—Y yo temía que tú… —Leia calló y bajó los ojos, incapaz de sostener la mirada del muchacho—. Te pido disculpas, Luke, cometí un error al tratar de aterrizar aquí.

Incómodo, Luke también apartó la mirada.

—Nadie podía prever la perturbación atmosférica que nos obligó a bajar, Leia.

La princesa miró la selva.

—Logré rastrear el emplazamiento de ese radiofaro mensajero antes de que mis instrumentos quedaran totalmente inutilizados —apuntó ligeramente hacia atrás y hacia la izquierda—. Está por allí. En cuanto lleguemos a la estación, buscaremos a la persona que está a cargo de ella y acordaremos la salida de este mundo.

—Si es que hay una estación —dijo Luke suavemente—o alguien a cargo de ella.

—Pensé que podría ser una estación totalmente automatizada —reconoció—, pero no sé qué más podemos hacer.

—De acuerdo —dijo Luke con un lento suspiro—.

Sentados aquí no ganaremos nada. Antes creía en los milagros, pero ahora no. Aquí nos pueden devorar con la misma facilidad que en el camino. La princesa parecía abatida.

—¿Entonces te has topado con seres de carne y huesos?

—No. En realidad, encontré muy poca vida. El único animal de cierto tamaño con el que me topé —explicó con una ligera sonrisa—me miró y salió corriendo como un bantha que ve un fantasma —giró y comenzó a entrar en la carlinga—. Emprendamos la marcha mientras haya luz. Le ayudaré a preparar la mochila.

Se acomodó con cuidado junto a ella. Mientras quitaba el pestillo a su asiento, Luke se dio cuenta del reducido espacio en que se movían. Torpemente apoyada contra él, la princesa no parecía reparar en lo próximos que estaban. Pero a causa de la humedad, el calor de su cuerpo era casi palpable para Luke, que tuvo que procurar concentrarse en lo que hacía.

La princesa salió de la carlinga, se detuvo en el morro del caza y estiró las manos hacia él:

—Luke, pásame la mochila.

El joven le tendió la mochila.

—¿Pesa mucho? —le preguntó mientras se la entregaba.

La princesa se la colocó en la espalda, pasó ambos brazos por las correas y acomodó el peso antes de apretarlas.

—El peso del cargo público era mucho mayor —respondió—. En marcha.

Se deslizó ágilmente por el costado, se dejó caer, apoyó los pies, dio dos pasos en dirección al lejano radiofaro… y comenzó a hundirse.

—¿Luke…? ¿Threepio…?

—Tómelo con calma, princesa. —Bordeó cuidadosamente el mismo lado y caminó sobre el ala intacta, frente a ella.

—¡Luke! —Ya estaba hundida hasta las rodillas en un estiércol gris. En todo caso, comenzaba a hundirse con más rapidez.

Luke intentó sujetarse con la mano izquierda y extendió la derecha desde el borde del ala.

—Inclínese hacia mí. Artoo, engánchate a la nave. Threepio, dame la mano.

La princesa le obedeció y el movimiento provocó sonidos chapoteantes en la ciénaga. Agitó su mano buscando la de él y golpeó el blando terreno a muchos centímetros de la mano de Luke.

Luke se irguió, corrió hasta la carlinga, cogió su bastón, volvió a acomodarse apresuradamente en posición inclinada sobre el ala y le extendió el palo.

—Inclínese hacia mí —repitió—. Threepio, si Artoo y tú no os cogéis con fuerza, me hundiré con ella.

—No se preocupe, señor —le aseguró Threepio.

Artoo agregó un silbido.

Ahora la princesa estaba hundida hasta la cintura. Durante el primer intento, no logró coger el palo. La segunda vez sus dedos lo cubrieron y lo sujetó también con la otra mano.

Luke cogió con ambas manos la punta del palo, se sentó en el ala y se echó hacia atrás. Sus pies resbalaron y rasparon el metal liso.

—¡Artoo, Threepio… empujad!

Después de cogerla con firmeza, la tierra no estaba dispuesta a renunciar a su premio. Con todos los músculos del cuerpo tensos, Luke luchó por tirar y contrarrestar simultáneamente la fuerza. Intentó concentrar todo su peso en los brazos, en un tirón desesperado.

Se oyó un ruido cansado y absorbente y la princesa salió despedida hacia arriba. Luke dio un breve respiro a sus brazos agotados y los agitó un momento.

—Después podrás jugar a motores de juguete —lo amonestó la princesa—. Ahora tira.

La furia momentánea le dio energías para sacarla por completo de la ciénaga. Luke se agachó, le ofreció una mano y después ambos se sentaron en el borde del ala.

Cubierta de las costillas hacia abajo en un envase de barro verdigris y trozos de algo semejante a paja seca, la princesa no parecía nada regia. Leia golpeó inútilmente el barro, que se secaba rápidamente y adquiría la consistencia de un cemento fino. No dijo nada y Luke intuyó que ningún comentario sería demasiado bien recibido.

—Vamos —propuso simplemente.

Cogió su bastón y avanzó hasta la parte de atrás del ala. Se asomó y tanteó el terreno, que no dio muestras de tragar su bastón. Pero se sostuvo con una mano del borde del ala mientras bajaba. Sus pies se hundieron medio centímetro en la marga esponjosa. Pero la tierra de ese sitio no parecía distinta de la arcilla movediza que había estado a punto de engullir a la princesa.

Leia se dejó posar suavemente a su lado y poco después atravesaban intermitentes manchones de vegetación apenas conocida. Las ramas y los arbustos bloqueaban las piernas cansadas y a veces las espinas los pinchaban con denuedo, pero la suposición de Luke de que el terreno de debajo de la vegetación más alta era el más firme resultó correcta: tenía apreciable consistencia, pues ni siquiera los pesados androides se hundían en el estiércol.

De vez en cuando, la princesa golpeaba o empujaba con repugnancia la parte inferior de su cuerpo, que ahora estaba sólidamente cubierta por la sustancia en que se había hundido. Se mostraba excepcionalmente silenciosa. Luke no sabía si su silencio se debía al deseo de conservar las fuerzas o a la perturbación por su situación en ese momento. Prefería pensar lo primero. Por lo que sabía, Leia no solía sufrir de estados de perturbación.

Con frecuencia se detenían, trazaban círculos y luego orientaban la aguja de la brújula de rastreo para asegurarse de que todavía marchaban hacia el emplazamiento del radiofaro.

—Aunque sea una estación automática —comentó Luke varios días después en un intento de alegrarla—, alguien la instaló aquí y tienen que mantenerla. Aunque el mantenimiento no sea muy constante. Vi algunas ruinas bastante grandes cerca del lugar donde nos posamos. Es posible que los nativos vivan en ellas o que estén vacías, pero el radiofaro podría ser de utilidad para un puesto de investigación xenoarqueológica.

—Puede ser —reconoció entusiasmada—. Sí… eso explicaría por qué el radiofaro no figura en las listas. ¡Una minúscula avanzada científica sólo puede ser provisional!

—Y reciente —agregó Luke, estimulado por la verosimilitud de su hipótesis. La conversación sobre esa posibilidad logró que él, mejor dicho, que ambos, se sintieran mejor—. Si es así, aunque se trate de una estación automatizada que sólo se utiliza de vez en cuando tiene que contener un refugio de emergencia y provisiones de supervivencia. Caramba, hasta puede haber una transmisora planetaria subespacial para contactar con Circarpo IV cuando el equipo científico opera aquí.

—No sería bueno que anunciara mi presencia con un grito de socorro —observó la princesa y echó hacia atrás su cabellera morena. Agregó rápidamente—: No es que vaya a ser exigente. Estoy dispuesta a llegar como una crisálida.

Caminaron un rato en silencio hasta que otra pregunta surgió en la mente de Luke:

—Princesa, todavía me pregunto qué provocó el desconcierto de nuestros instrumentos. El enorme volumen de energía libre ascendente que atravesamos… los rayos que saltaban del cielo a la nave y de la nave nuevamente al cielo… nunca he visto nada semejante.

—Yo tampoco, señor —comentó Threepio—. Creí enloquecer.

—Y yo tampoco —reconoció la princesa pensativamente—. Jamás he leído nada sobre un fenómeno natural parecido. Varios gigantes gaseosos colonizados soportan tormentas mayores, pero nunca con tanto color. Y

siempre están presentes las nubes tempestuosas. Nosotros estábamos por encima de la gruesa capa de nubes cuando ocurrió —vaciló y agregó—: Pero, por algún motivo, todo eso me resulta casi conocido.

Artoo lanzó un bip de asentimiento.

—Eso lleva a pensar que el que estableció ese radiofaro mensajero en esta zona también habría incluido un mensaje en la transmisión para advertir a las naves que se alejen del peligro.

—Sí —coincidió la princesa—. Es difícil pensar que una expedición científica, o de cualquier otro tipo, sea tan negligente. El olvido es casi criminal —agitó lentamente la cabeza—. Ese efecto… casi puedo recordar algo parecido —una tímida sonrisa—. Todavía tengo la cabeza ocupada por la conferencia.

Así debía ser, pensó Luke, ocuparse sólo de una cosa: llegar hasta el radiofaro mensajero y abrigar la esperanza de que hubiera algo más que un montón de maquinaria. Pero esto fue lo que dijo:

—Comprendo, princesa.

No era la fuerza sino un sentido humano más antiguo y más altamente desarrollado lo que le convenció a medias de que los observaban. De vez en cuando giraba rápidamente para escudriñar los árboles, la bruma que se extendía a sus espaldas y para mirar a ambos lados. Nada le devolvía la mirada, pero la sensación persistía.

En cierta ocasión, ella lo vio observar un matorral húmedo e insalubre.

—¿Estás nervioso? —era en parte una pregunta y en parte un desafío.

—Suponga que estoy nervioso —replicó—. Estoy nervioso, asustado y desearía que en este momento estuviéramos en Circarpo. En cualquier lugar de Circarpo en lugar de atravesar a pie esta ciénaga.

La princesa se puso seria y dijo:

—Se aprende a aceptar cualquier acontecimiento que la vida te depara con el mejor de los espíritus —

miró fijamente hacia adelante.

—Es exactamente lo que hago —confesó Luke—, los acepto con el mejor de los espíritus: nervios y miedo.

—Bueno, no es necesario que me mires como si todo fuera culpa mía.

—¿Es eso lo que di a entender? ¿Es eso lo que dije? —agregó Luke, con más fuerza de la que se proponía.

La princesa le miró atentamente y él maldijo su incapacidad de ocultar sus sentimientos. Llegó a la conclusión de que habría sido un espantoso jugador de cartas o un pésimo político.

—No, pero tú… —comenzó a responder apasionadamente.

—Princesa —la interrumpió con suavidad—, según el emplazamiento que usted ha trazado, aún nos queda un largo camino por recorrer. El hecho de que algo lleno de dientes y garras no se haya abalanzado sobre nosotros desde los árboles no significa que esos seres no existen aquí. Pero no tenemos tiempo de discutir entre nosotros. Además, ahora la responsabilidad es un asunto inútil. La ha remplazado la supervivencia. Y sobreviviremos si la fuerza nos acompaña.

No hubo respuesta. Este hecho, en sí mismo, era alentador. Siguieron avanzando y Luke le dedicó miradas de admiración cuando ella no lo veía. A pesar de que estaba despeinada y cubierta de polvo de la cintura hacia abajo, era hermosa. Luke sabía que estaba enojada, no con él sino por la posibilidad de que pudieran perder la conferencia programada con la resistencia circarpiana.

No hay noche más oscura que una cubierta de bruma y en Mimban todas las noches eran brumosas.

Prepararon una cama entre las raíces bifurcadas de un inmenso árbol. Mientras la princesa encendía una hoguera, Luke y los androides construyeron un refugio para guarecerse de la lluvia extendiendo las dos capas de supervivencia entre las raíces macizas.

Se abrazaron para mantener el calor y miraron la noche que intentaba deslizarse alrededor de los bordes del fuego. A pesar de la bruma, la hoguera crujía tranquilizadoramente mientras los sonidos nocturnos cantaban en coro en torno a ellos. Éstos no se diferenciaban de los sonidos diurnos, pero todo lo que viste el manto de la noche, sobre todo en un mundo extraño, participa del misterio y del terror nocturno.

—No se preocupe, señor —aconsejó Threepio—. Artoo y yo haremos guardia. No necesitamos dormir y aquí afuera no hay nada que pueda devorarnos —algo que sonaba como una tubería rota barbotó es tentóreamente en la oscuridad y Threepio se sobresaltó. Artoo lanzó un bip burlón y los dos androides quedaron cubiertos por las sombras—. Muy gracioso —amonestó Threepio a su compañero—. Espero que uno de los carnívoros locales se atragante contigo y te rompa todos los sensores externos.

Artoo silbó, con poca convicción.

La princesa se apretó contra Luke. Él intentó consolarla sin parecer ansioso, pero a medida que la oscuridad se convertía en una negrura estigia y los sonidos nocturnos en gemidos y gritos sepulcrales, le rodeó instintivamente los hombros con un brazo. Ella no puso reparos. Luke se sintió bien al estar así, apoyado contra ella y tratando de ignorar el terreno húmedo sobre el que descansaban.

Algo emitió un grito de estridencias abismales y Luke despertó de su sueño. Nada se movía más allá del fuego agonizante. Con la mano libre arrojó varios fragmentos de madera sobre las ascuas y vio que el fuego se reavivaba.

Después miró por casualidad el rostro de su compañera. No era el rostro de una princesa y senadora ni el de una dirigente de la Alianza Rebelde, sino el de una niña aterida de frío. Húmedos y entreabiertos por el sueño, los labios parecían llamarle. Luke se acercó y buscó refugio del verde y el marrón húmedos de la ciénaga en esa rojez hipnótica.

Vaciló y se echó hacia atrás. Ella era una aristócrata y una dirigente rebelde. A pesar de todo lo que había logrado desde Yavin, él sólo era un piloto y, antes que esto, el sobrino de un granjero. Campesino y princesa, musitó disgustado.

Su misión consistía en protegerla. No aprovecharía esa confianza, a pesar de sus esperanzas imposibles. La defendería de cualquier peligro que surgiera de la oscuridad, que reptara desde el lodo o que cayera de las ramas nudosas bajo las cuales caminaban. Lo haría por respeto, admiración y, probablemente, por la más poderosa de las emociones: el amor no correspondido.

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