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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (10 page)

BOOK: El ojo de la mente
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—Oh, capitán—supervisor —comenzó a decir servilmente el más corpulento de los tres—, nos provocaron. Sólo intentábamos defender la ley de la ciudad que se refiere a las refriegas callejeras.

—¿Mediante su transgresión y el ataque a esta señorita? —replicó Grammel.

—No era algo serio —agregó el hombre—. Al principio, sólo queríamos divertirnos un poco.

—La diversión os costará a cada uno la paga de medio período de tiempo —declaró Grammel—. Seré indulgente con vosotros —los tres hombres apenas se animaban a mostrarse esperanzados—. Aquí las leyes mineras son poco exigentes y os conceden bastante libertad en términos de esparcimientos —los miró furioso—. Sin embargo, la agresión con intento de asesinato no corresponde a la idea que el Imperio tiene del ocio productivo. Al margen —agregó luego de una pausa—de lo que yo pueda pensar personalmente.

Envalentonado, uno de los mineros decidió tentar su suerte. Avanzó y anunció:

—Capitán—supervisor Grammel, apelo la sentencia.

Grammel miró al hombre del mismo modo que un botánico observaría una nueva especie de maleza.

—Tiene derecho a ello. ¿Sobre qué base recurre?

—Brevedad… brevedad del juicio e informalidad de las circunstancias —logró finalmente decir.

—Muy bien. Puesto que aquí la ley imperial soy yo, analizaré su apelación —Grammel se interrumpió un instante y agregó afablemente—: Su apelación ha sido rechazada.

—Entonces apelo al representante del Departamento Imperial de Recursos que está a cargo de las operaciones mineras —replicó con viveza el hombre—. Quiero que la sentencia se recurra de otro modo.

—Desde luego —coincidió Grammel. Se acercó a la pared situada detrás del escritorio. Cogió de su sitio una larga y delgada barra de plástico y apretó el interruptor de uno de los extremos mientras rodeaba el escritorio—. La conversación ha sido grabada —informó a todos.

Tocó otro interruptor y la barra mostró una línea móvil de palabras a través de su superficie encerada.

Cuando la grabación terminó, levantó la barra y hundió bruscamente un extremo del plástico rígido en el ojo izquierdo del minero discutidor.

Sangre y carne salieron a chorros mientras el hombre caía al suelo aullando. Uno de sus aterrorizados compañeros se agachó a su lado e intentó restañar el flujo de sangre de la cuenca ocular destrozada. Bajaba en torrente constante por el rostro del hombre y la pechera de su mono.

—Vosotros tres estáis despedidos —les informó Grammel ligeramente, como si nada anormal hubiese ocurrido—

. ¿Sargento?

—¿Capitán—supervisor?

—Lleve a estos tres a las celdas de contención traseras. Sus dos compañeros se reunirán con ellos en cuanto se hayan recuperado. Que se sienten y piensen un rato. Registre sus nombres y claves de identificación para que puedan pagar las multas con más facilidad. A no ser —concluyó locuazmente y se golpeó la palma de la mano con la barra grabadora—que algún otro quiera apelar la sentencia.

Mientras los dos mineros transportaban y arrastraban a su compañero desmayado hasta la salida bajo guardia, Grammel les apuntó con la barra.

—Sabed que todavía tiene el ojo. Ha quedado permanentemente grabado aquí. Traedlo cuando se recupere y permitiré que vuelva a verlo.

El sargento aguardó la salida de los guardianes y los mineros y luego volvió a hacer guardia junto a la puerta.

—Me desagradan los detalles burocráticos —explicó Grammel afablemente a Luke y a la princesa—, pero éste es un mundo prácticamente desconocido e inexplorado y yo no puedo perder tiempo. A veces mis decisiones deben de ser rápidas y contundentes. Sólo el grado de capacidad que tienen para idear degradaciones más complejas para sí mismos distingue a los animales humanos que trabajan aquí de los nativos. Durante milenios, ese tipo de inventiva ha sido un rasgo persistente y lamentable de la humanidad. Como seguramente lo comprenden, estoy convencido de que ustedes dos serán más sensatos que esos tipos inferiores que acaban de dejarnos.

Se sentó en el borde del escritorio y comenzó a golpearse la pierna con la barra de punta roja. Luke estaba nervioso.

—Ya se lo dije, capitán—supervisor —repitió—. Seguramente perdimos nuestras tarjetas de identidad durante la refriega. Debieron de caer en el barro. Si nos permite regresar allí, estoy seguro de que las encontraremos.

A menos que —agregó con fingida preocupación—alguien se acercara después de la pelea y las robara.

—Ah, creo que ninguno de nuestros laboriosos ciudadanos haría algo semejante —comentó Grammel y giró.

Miró atentamente por encima del hombro—. En realidad, tampoco creo que esté allí. Me parece que ustedes dos no tenían tarjeta alguna de identidad que perder. Por lo que me han dicho, son más que desconocidos en esta ciudad. Son forasteros para la mina, para la presencia imperial aquí, para este mismo mundo. No logro imaginar cómo llegaron sin ser detectados, sin autorización y enteros —apretó los dientes y agregó peligrosamente—: No obstante, lo averiguaré. Siempre averiguo lo que deseo saber.

—Es extraño —intervino la princesa—, pues me parece que usted tiene una capacidad de aprendizaje excesivamente limitada.

Su comentario no desconcertó a Grammel. En todo caso, los meditados insultos de la princesa parecían satisfacerle.

—Jovencita, hace un rato me llamó incompetente. Ahora me denigra intelectualmente. No soy inteligente, pero tampoco incompetente ni carezco de educación. Adquirí un estilo aprendiendo cómo obtener respuestas a mis preguntas. Pero su comentario sobre mis modales es realista —echó hacia atrás el pie izquierdo y la pateó en el muslo izquierdo con la punta de la bota.

Gimiendo de dolor, la princesa se sujetó debajo de la cadera y cayó de rodillas. Detuvo con la mano derecha la caída mientras con la otra se sostenía el lugar lastimado. Luke se enfureció interiormente pero siguió mirando hacia adelante con toda decisión. No era el momento ni el lugar de morir.

—Sin embargo, soy honrado —agregó Grammel mientras la miraba.

Volvió a mover la pierna y pateó el brazo derecho de la princesa, con el que sostenía el cuerpo. Leia cayó, rodó y se sentó sin dejar de sujetar la pierna izquierda. El capitán—supervisor lanzó una fuerte patada que la alcanzó en el nacimiento de la columna vertebral, aunque no con la fuerza suficiente para paralizarla. Leia gimió mientras se llevaba ambas manos a la parte más estrecha de la espalda y cayó de costado, posición en la que permaneció quejándose.

Grammel volvió a echar hacia atrás la pierna. Incapaz de soportarlo, Luke se interpuso entre ambos y dijo rápidamente:

—Capitán—supervisor, si le dijera la verdad no me creería.

La propuesta era tan intrigante que, por el momento, Grammel se olvidó de la princesa.

—Joven, siempre estoy dispuesto a escuchar.

Luke lanzó un suspiro de desconsuelo y se mostró abatido.

—Somos delincuentes fugados de Circarpo —confesó pesarosamente—. Allá nos buscan por extorsión y chantaje —señaló el cuerpo caído de la princesa—. La chica es mi compañera y señuelo. Nosotros… cometimos el error de comprometer a algunas personas que resultaron ser más importantes de lo que suponíamos. No somos delincuentes muy importantes, pero logramos que algunas personas muy influyentes estén furiosas con nosotros —calló.

—Continúe —le apremió evasivamente Grammel.

—Circarpo todavía mantiene la condena a muerte para muchos delitos —prosiguió Luke—. Es un mundo febril, al estilo de la empresa privada.

—Sé todo lo que hay que saber sobre Circarpo —aclaró con impaciencia el capitán—supervisor.

Luke se apresuró a continuar con el relato.

—Robamos una pequeña nave vital. Habíamos oído hablar de las pequeñas colonias de Doce y Diez.

—Y entonces intentaron huir hacia allí —intervino Grammel—. Bastante lógico.

—Con la esperanza de encontrar un modo de salir del sistema —concluyó Luke a toda velocidad. Su entusiasmo era sincero porque hasta el momento Grammel no había rechazado de plano la historia—. Incluso — agregó como medida de seguridad— pensamos unirnos a los rebeldes si eso nos ayudaba a eludir el procesamiento.

—Ambos seríais traidores bastante despreciables —comentó Grammel—. Los rebeldes se habrían burlado de ustedes. No alistan delincuentes en sus filas. Es extraño puesto que, técnicamente, son los peores delincuentes. Quienquiera que les viese se daría cuenta de que ellos jamás les aceptarían.

Luke sabía que, afortunadamente, la princesa estaba demasiado dolorida para reírse.

—Jovencito, opino que su historia, aunque verosímil, es una falsedad inteligentemente tramada —Luke se quedó helado—. Pero… podría ser verdad. Si es así, si son lo que afirman ser, quizá hasta podamos doblegar un poco las leyes para ustedes. Admiro la inventiva en los demás. Quizá descubramos que pueden hacer algo aquí, en Mimban. El Imperio tiene muchos revoltosos que trabajan en las minas. Ya han encontrado a cinco. Desde luego —concluyó—, siempre podré devolverles a Circarpo para que les procesen.

—¡Oh, no, capitán—supervisor! —gritó Luke, cayó de rodillas y se agarró desesperadamente a las perneras de Grammel—. Por favor, no lo haga, nos ejecutarán. ¡Por favor, trabajaremos hasta reventar, pero no nos envíe allá! —sollozaba abiertamente.

—Aléjese de mis botas —ordenó con repugnancia Grammel.

Mientras Luke retrocedía obedientemente, el capitán—supervisor se agachó para cepillarse los pantalones en el lugar que Luke había tocado.

Luke se secó las lágrimas con esfuerzo e intentó no mostrarse demasiado esperanzado mientras estudiaba a Grammel. A lo largo del diálogo, la princesa se había sentado. Todavía se frotaba la parte más estrecha de la espalda con una mano y evitaba cuidadosamente la mirada de Grammel.

—Como ya afirmé, todo lo que me ha dicho es posible pero improbable —continuó el capitán—supervisor. Miró a Luke de un modo extraño—. Sin embargo, hay algo que me interesa. Si es honrado conmigo en este sentido, lo tomaré como una señal de su buena fe.

—No comprendo, capitán—supervisor —reconoció Luke en el vacío.

—Me han dicho —prosiguió Grammel—que tiene en su poder una gema pequeña…

Luke quedó helado.

Capítulo V

—Gran capitán—supervisor —logró decir al fin—, creo que no comprendo a qué se refiere.

—Por favor —solicitó Grammel y por primera vez mostró un indicio de auténtica emoción—, no juegue conmigo. Les observaron mientras conversaban con una persona local —pronunció las últimas palabras con verdadero asco—, cuya presencia aquí las leyes imperiales apenas toleran. Ella siempre permanece del lado seguro de la ilegalidad. A pesar de mis sentimientos personales, su deportación ilegal e innecesaria irritaría a algunos sectores del populacho que la consideran divertida. Además, resultaría costoso. Les vieron mientras le mostraban una piedrecita roja y brillante. ¿Quizá algo que ustedes adquirieron durante su estancia ilegal en Circarpo?

Los pensamientos de Luke eran un torbellino. Indudablemente algún informante de Grammel —con toda probabilidad la diminuta figura encapotada con la que el capitán—supervisor había conversado hacía algunos minutos—había visto el fragmento de cristal Kaibur que Halla les había ofrecido. Pero el espía no había visto que Halla lo sacaba y se lo mostraba a Luke.

¡Entonces Grammel y el espía suponían que la piedra era algo que Luke había traído y mostraba a Halla! Esto estaba bien en lo que concernía a la anciana, pensó. Ahora no tenía que mezclarse en el asunto.

Durante un instante terrible, Luke pensó que Grammel podía ser un ser sensible a la fuerza con los conocimientos y la capacidad de operar el cristal o, al menos, de percibir sus propiedades especiales. Pero un apresurado análisis sólo reveló que la mente de Grammel estaba dominada por el vacío insípido y rutinario asociado con los humanos normales. Nada podía sospechar sobre la verdadera importancia del fragmento. Sin embargo, Luke se resistió a entregar el precioso trozo a un servidor del Imperio.

Grammel no era una persona dada a perder tiempo.

—Vamos, joven. Usted parece una persona sensata. Seguramente no valdrá la pena buscarse más problemas.

—En realidad —insistió Luke y buscó frenéticamente evasivas—, no sé de qué me habla.

—Bueno, si insiste… —respondió Grammel, no muy satisfecho. Dirigió su atención a la princesa, que continuaba en el suelo y se frotaba las heridas—. ¿Quizá la joven es algo más que un socio comercial?

¿Significa algo para usted?

Luke se encogió rebuscadamente de hombros.

—No significa nada para mí.

—De acuerdo —agregó el capitán—supervisor—. Entonces lo que va a ocurrir ahora no le preocupará.

Llamó por señas al sargento. El soldado cubierto con la armadura se acercó y se agachó sobre la princesa.

Leia se estiró para cogerle la mano, deslizó una pierna debajo de la de él y, simultáneamente, tiró y pateó.

Mientras el soldado caía al suelo estrepitosamente, corrió hacia la puerta y gritó a Luke que la siguiera.

Por más que movió la llave y el pomo de la puerta, ésta no se abrió.

—Querida mía, pierde el tiempo —le dijo Grammel—. Debió tratar de coger su arma. Nos abren exclusivamente la puerta a mí, a algunos miembros selectos de mi personal y a los soldados que tienen el resonador adecuado incorporado a la armadura. Sospecho que usted no se incluye en ninguna de estas categorías.

Irritado, el sargento se había puesto de pie y avanzaba hacia ella con los brazos abiertos. Leia comenzó a correr, tropezó y cayó al suelo. Grammel se situó encima de ella y cerró el puño de la mano derecha.

—¡No! —exclamó Luke en el último momento.

Grammel interrumpió el movimiento de la mano en el aire mientras le miraba.

—Eso está mejor —aconsejó a Luke—. Mejor ser sensato que obstinado. Desde luego, encontraría la piedra, pero usted consideraría desagradable el descubrimiento.

Luke desabrochó un bolsillo y lo abrió.

—¡No puedes! —declaró una voz. Giró y vio que la princesa le observaba. Evidentemente, ésta había terminado por creer al menos una parte de la historia de Halla. Aunque quizá, se corrigió, ella jugaba su papel de ladrona de poca monta que no desea separarse de los bienes duramente ganados.

—No tenemos otra escapatoria.

Mientras Grammel no pidiera nombres, Luke pensaba que carecía de sentido ofrecérselos voluntariamente, fueran falsos o auténticos. Desenrolló la tela, sacó la cajita y se la entregó al expectante administrador.

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