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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (5 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Incluso la defendería de sí mismo, decidió cansinamente. Cinco minutos después dormía profundamente…

Cualquier molestia se vio solventada por el hecho de que él despertó primero. Apartó sus brazos de los hombros de ella y le dio dos codazos con suavidad.

Al tercero, la princesa se irguió, con los ojos abiertos y fijos con súbito desvelo. Giró bruscamente para observarle. En ese momento recordó los acontecimientos de los últimos días y se distendió ligeramente.

—Lo siento. Creí que estaba en otra parte. Me asusté un poco —comenzó a revolver su mochila de supervivencia y Luke hizo lo mismo.

Threepio les ofreció un alegre saludo.

Mientras el sol cubierto por las nubes salía detrás de ellos y calentaba ligeramente las brumas, compartieron un magro desayuno de cubitos concentrados de emergencia.

—El inventor de estos cubitos —Leia hizo una mueca de disgusto y mordió un pedacito de un cubito rosado—debió ser en parte máquina. No les dio el más mínimo sabor.

Luke intentó ocultar el espantoso gusto que sentía en ese momento.

—Bueno, no sé. Sirven para mantenerse con vida, no para proporcionar buen gusto.

—¿Quieres otro? —le ofreció un cubito azul, que tenía la consistencia de una esponja muerta.

Luke lo miró y sonrió con asco.

—Ahora… no. Estoy satisfecho.

La princesa asintió maliciosamente y luego sonrió. Luke también le sonrió.

El largo día nunca resultaba totalmente agradable, pero los trajes y las capas térmicas los mantenían abrigados. Al acabar la mañana, hacía el suficiente calor para que se desabrocharan las capas, doblaran la tela delgada en pequeños rectángulos y las guardaran en los bolsillos del traje.

Las escasas brechas en la bruma nunca duraban lo bastante para que pudieran ver el sol naciente, aunque Threepio y Artoo les aseguraron que estaba allí. El astro atacaba insistentemente la bruma y, de mera semioscuridad, elevaba el nivel de luz a una especie de crepúsculo completo.

—Nos estamos acercando al radiofaro —les comunicó Leia alrededor del mediodía.

Luke se preguntó cuántas horas habían dormido. Seguramente, los días y las noches eran largos en Circarpo/Mimban.

—Princesa, hemos de estar dispuestos a no encontrar nada. Tal vez no haya una estación de radiofaro.

—Lo sé —reconoció serenamente—. Pero tendremos que buscar. Podemos avanzar en una espiral creciente a partir del sitio que tracé y abrigar esperanzas.

Adelante se extendía una larga muralla de árboles y de vegetación menor. Se internaron en ella sin vacilar y cambiaron la facilidad del paso por un terreno seguro en el cual caminar.

—Discúlpeme, señor.

Luke miró hacia adelante y a su derecha. Ambos robots se habían detenido y See Threepio estaba apoyado contra algo.

—¿De qué se trata, Threepio?

—Señor, discúlpeme, pero no estoy apoyado contra un árbol —replicó el androide—, pues esto es metal. Pensé que valía la pena llamar su atención sobre este asunto. Existe una posibilidad… —un fuerte bip le interrumpió y miró disgustado a Artoo—. ¿Así que hablo demasiado? ¿Qué quieres decir, segundo de la fábrica?

—¡Metal… es metal! —la princesa estaba junto a los robots y esperaba que Luke se abriera paso entre la maleza.

—Artoo, trata de quitar parte de la maleza —el androide pequeño activó una pequeña llama cortadora y la utilizó para abrir una senda a través de la selva—. Es una pared… tiene que serlo —murmuró Luke mientras avanzaban paralelamente a la superficie metálica cubierta de señales del bosque.

Ciertamente, el metal terminó y abandonaron los árboles para entrar en una calzada modestamente despejada. Desembocaba en una calle pavimentada con tierra y arcilla apisonadas. Los edificios bordeaban ambos lados de la presuntuosa calleja y se erguían decididos hacia las nieblas arremolinadas. Unos cálidos brillos amarillos surgían de las luces ocultas tras las ventanas herméticamente cerradas e iluminaban y dibujaban las elevadas aceras de metal, entoldadas contra la bruma y la lluvia.

—Demos gracias a la fuerza —murmuró la princesa.

—En primer lugar —comenzó a decir Luke—, encontraremos un sitio donde lavarnos. Después… —avanzó un paso. Una mano le cogió del hombro y le hizo detenerse. Miró con curiosidad a Leia—. ¿Qué ocurre?

—Piensa un instante, Luke —le apremió suavemente—. Esto es algo más que el simple emplazamiento de un radiofaro mensajero. Mucho más —con cautela, se asomó en la esquina de la pared metálica y observó la calle. Ahora algunas figuras recoman los andenes metálicos. Otras cruzaban la calle pulida por la bruma—.

También es demasiado importante para ser un puesto científico.

Luke dirigió su atención a las calles cubiertas y observó las figuras, la tosca forma de las estructuras.

—Tiene razón. Es una gran instalación. Quizá alguna compañía de Circarpo…

—No —hizo un gesto brusco—. Mira aquello.

Dos figuras se balanceaban en el medio de la calle. Usaban armadura en lugar de ropa suelta, armadura ceñida de color blanco y negro. Una armadura demasiado conocida.

Ambos hombres llevaban los cascos con indiferencia. A uno de ellos se le cayó, se agachó para recogerlo y lo pateó accidentalmente calle arriba. Su compañero le reprendió. El torpe imperial lanzó una maldición, cogió su casco y los dos continuaron su camino zigzagueante.

Luke había abierto los ojos tanto como Leia.

—Tropas imperiales de asalto aquí. Y los circarpianos lo ignoran, pues en caso contrario los de la resistencia nos lo habrían dicho.

Ella asentía exaltada.

—¡Si los circarpianos se enteran, se retirarán del Imperio más rápido de lo que un burócrata puede citar formularios!

—¿Y quién les informará sobre esta violación? —inquirió Luke.

—Nosotros… —la princesa calló y se mostró preocupada—. Luke, ahora tenemos dos motivos para necesitar ayuda.

—Shhhhh —chistó Luke.

Retrocedieron en la oscuridad. En la esquina cercana apareció un grupo numeroso de hombres y mujeres.

Conversaban serenamente y no fue la charla inaudible lo que llamó la atención de Luke y Leia. Vestían ropas extrañas, monos de una tela negra y reflectora que encajaban en las botas altas que hacían juego.

El mono concluía en un gorro que cubría la cabeza del que lo usaba. Algunos miembros del grupo tenían la capucha puesta y ajustada y otros la llevaban plegada contra la espalda. En los cinturones anchos colgaban y se balanceaban diversos tipos de equipo que Luke no reconoció.

Evidentemente, la princesa sabía de qué se trataba.

—Son mineros —le informó y miró bajar a un grupo por uno de los andenes metálicos—. Llevan trajes de mineros. El Imperio extrae algo valioso de este planeta y los circarpianos no saben absolutamente nada.

—¿Cómo está tan segura? —preguntó Luke.

La princesa parecía convencida.

—Tendrían aquí su propia instalación y no habría tropas. Evidentemente, el Imperio no quiere que nadie se entere de la existencia de esto.

Artoo silbó suavemente para mostrar que estaba de acuerdo.

La conversación resultó imposible cuando el aire se cubrió súbitamente a causa de un aullido lejano y violento. Parecía que un desfile de demonios pataleaba debajo de la superficie.

El ruido se prolongó durante varios minutos y después cesó. El haberlo comprendido transformó la expresión de la princesa.

—¡Minería energética! —explicó jadeante a Luke—. Utilizan aquí grandes generadores —hizo una pausa para meditar y agregó—: Esto podría explicar la perturbación atmosférica que nos obligó a bajar. Sabía que había leído algo sobre este efecto. Es necesario aislar especialmente una nave para que atraviese una zona en que funciona una perforadora energética. Los derivados, incluidas las cargas excesivas, se desvían hacia el cielo.

Pero los materiales radiactivos… si este mundo sustenta una raza nativa, ese tipo de minería es ilegal.

—¿Desde cuándo la legalidad importó alguna vez al Imperio? —preguntó Luke amargamente.

—Desde luego, tienes razón.

—No podemos seguir aquí —prosiguió Luke—. En primer lugar, tenemos que conseguir algún alimento sólido.

Esos concentrados no logran mantenerle a uno con vida durante mucho tiempo si no se ingieren algunas proteínas. Además —agregó y miró el fangoso aspecto de Leia—, tenemos que lavarnos. No podemos llamar la atención. Desde lo que ocurrió en Yavin y en la Estrella de la Muerte, los funcionarios imperiales intimidadores nos conocen muy bien y nos prenderían al vernos —estudió el traje de piloto de la princesa y luego el suyo—. No podemos andar por la ciudad con esta ropa. Creo que será mejor que pensemos en robar una muda.

—¿Robar? —objetó la princesa y se irguió—. ¿Robarle a un tendero probablemente honrado? Si por un segundo supones que una ex princesa de la casa real de Alderaan, una senadora, recurrirá a…

—Yo las robaré —afirmó Luke secamente Se asomó a la esquina metálica. La calle cubierta de bruma estaba desierta en ese momento y le hizo señas de que lo siguiera.

Se pegaron a las paredes de los edificios, intentaron pasar con toda rapidez ante las ventanas iluminadas y las puertas abiertas y se deslizaron furtivamente de sombra en sombra. Mientras avanzaban, Luke examinó apresuradamente cada uno de los escaparates. Al final se detuvo y señaló un cartel colocado encima de un umbral.

—Provisiones para mineros —cuchicheó—. Ésta es la tienda que nos interesa —mientras la princesa vigilaba los andenes, él intentó espiar por una oscura ventana—. Quizá esté cerrado —agregó con ilusión.

—Probablemente los únicos establecimientos abiertos a esta hora de la noche sólo venden bebidas alcohólicas — afirmó prosaica la princesa—. ¿Y ahora qué hacemos? —parecía incómoda.

A modo de respuesta, Luke la condujo hasta el fondo. Allí estaba la entrada trasera que había imaginado.

Pero tenía el cerrojo echado, como sospechaba. Para complicar aún más las cosas, detrás del edificio se abría un ancho camino desbrozado de la selva y la ciénaga. Si por casualidad pasaba alguien, no tendrían dónde esconderse.

—¡Maravilloso! —exclamó la princesa mientras Luke probaba el portal cerrado—. ¿Cómo entramos? —señaló la puerta metálica sin juntas que, seguramente, tenía echado el cerrojo y se controlaba desde el interior. La parte de atrás del edificio carecía de ventanas, probablemente para frustrar intenciones como las que ellos tenían.

Luke cogió el sable de luz de su cintura y, con toda lentitud, ajustó los mandos de la empuñadura.

—Luke, ¿qué piensas hacer?

—Ignoro si esta ciudad es muy grande, pero una entrada ruidosa llamaría demasiado la atención. Intento no armar estrépito.

La princesa observó con interés, retrocedió un par de pasos y miró nerviosamente calleja arriba y abajo.

Esperaba que en cualquier momento un pelotón de tropas de asalto enfurecidas giraría corriendo en la esquina hacia ella, alertado por alguna alarma oculta que, sin saberlo, habían apretado.

Sin embargo, mientras Luke activaba el sable sólo oyó los ruidos de la selva. En lugar del haz de energía blanca de más de un metro, el pomo lanzó un rayo corto y delgado como una aguja. Con la concentración digna de un maestro artesano, Luke avanzó y movió el rayo de energía a lo largo del reducido espacio visible entre la puerta y el mango. A un tercio del suelo, se oyó un claro chasquido y la puerta se deslizó, obediente, hasta abrirse. Luke volvió a ajustar el sable, lo desconectó y se lo acomodó en la cintura.

—Adelante —dijo Leia—. Los androides y yo haremos guardia.

El joven hizo una señal de asentimiento con la cabeza y desapareció.

El objetivo principal de Luke estaba convenientemente situado cerca del fondo de la tienda. Dedicó varios minutos a revolver las estanterías hasta que encontró lo que quería. Cogió las ropas más usadas, corrió hasta la entrada trasera de la tienda y lanzó el botín a la princesa. Después cruzó el umbral de la puerta, se estiró hacia atrás y tocó el botón de Cerrar. Quitó el brazo mientras la puerta se cerraba a sus espaldas. Con suerte, el tendero tardaría varias semanas en descubrir la pérdida.

Satisfecho consigo mismo, Luke bajó al campo y comenzó a desabrocharse el traje de vuelo. Estaba parcialmente desvestido cuando se interrumpió al notar que la princesa estaba inmóvil y le observaba.

—Vamos, tenemos que darnos prisa.

Leia apoyó sus manos en sus bien formadas caderas, inclinó la cabeza de costado y lo miró significativamente.

—Ah —murmuró y sonrió a medias. Giró y siguió desvistiéndose. Como tuvo la sensación de que nada había cambiado a sus espaldas, echó una mirada furtiva y vio que la princesa todavía le observaba incómoda—.

Princesa, ¿qué es lo que está mal?

Ella parecía molesta.

—Luke, me caes bien y nos conocemos hace tiempo, pero no estoy segura de poder confiar en ti… ahora.

El muchacho sonrió.

—Sabe que no habrá ninguna diferencia si las tropas de asalto nos encuentran aquí con nuestros trajes de vuelo —señaló con la mano—. Puede cambiarse en el monte.

Giró y siguió cambiándose de atuendo. Leia observó la selva cercana. Minúsculos puntos de luz amarilla, los ojos de seres desconocidos, se encendían y se apagaban entre los arbustos. Algunos ruidos extraños y desconcertantes le silbaban y atravesaban. Suspiró, comenzó a quitarse el traje de vuelo y se detuvo.

—Bueno, ¿vosotros dos qué miráis?

—Ah… lo siento, yo… —un insistente silbido—. Sí, Artoo, tienes razón.

Ambos androides se alejaron de la princesa.

Poco después, Luke pudo girar y estudiarla de modo evaluador. El traje sencillo y gastado le quedaba algo ajustado, pero le sentaba de un modo natural.

—¿Está bien? —preguntó Leia, evidentemente poco entusiasmada con su nuevo vestido—. ¿Y tú qué miras?

—Pienso que quizá algo con un dibu… —comenzó a decir. Tuvo que reaccionar rápidamente para esquivar la bota que ella le arrojó. Chocó contra la puerta metálica—. Lo siento —agregó como si hablara en serio y recogió la bota.

Luke se agachó sobre su traje anterior y comenzó a pasar varias cosas de éste y de la mochila a las bolsas del cinturón del uniforme de minero.

Abrió con cuidado una cajita, revisó rápidamente su contenido, la cerró y la guardó en un bolsillo.

—Tengo suficiente dinero imperial para sobrevivir algún tiempo. ¿Y usted?

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