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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas entre la niebla (13 page)

BOOK: Espadas entre la niebla
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El mar parecía hacerse un poco más blanco por delante de ellos y el Ratonero se dio cuenta de que se estaba aproximando a la parte inferior de la cortina de roca cremosa a la que él y Fafhrd habían subido el día anterior. El recuerdo de aquella escalada permitió, por fin, que su imaginación escapara a aquella sensación de ahogo, quizá porque se adaptaba bien a la necesidad de que tanto él como Fafhrd se elevaran de algún modo, saliendo de su apurada situación actual.

Había sido una ascensión muy difícil, si bien la roca pálida había demostrado ser dura y estable; aunque encontraron muy pocos salientes y lugares donde apoyar los pies, utilizaron la cuerda para avanzar por un estrecho paso, introduciendo a veces estacas en las grietas para crear un punto de apoyo allí donde no existía ninguno. Tenían grandes esperanzas de encontrar agua fresca y caza, pues se encontraban muy al oeste de Ool Hrusp y de sus Ratoneros. Cuando finalmente llegaron a la cima, con el cuerpo dolorido y resoplando a causa del esfuerzo, estuvieron más dispuestos a dejarse caer sobre el suelo y descansar un rato mientras observaban el paisaje de prados y árboles enanos que sabían era característico de otras partes de aquella solitaria península que se extendía hacia el sudoeste, entre los mares Interior y Exterior.

Pero en lugar de lo que esperaban encontrar, no hallaron nada. En cierto sentido, y si eso era posible, aquello era peor que nada. La cima, a la que tanto habían ansiado llegar, demostró no ser más que una simple esquina de roca de un metro y medio de anchura en su parte más amplia, con otros lugares más estrechos, mientras que, por el otro lado, la roca descendía más precipitadamente aún que por la vertiente que acababan de escalar —en realidad, la roca quedaba cortada en grandes zonas—, mostrando una distancia igual o incluso algo mayor. Desde aquella altura mareante, se extendía un horizonte lleno de olas, espuma y rocas.

Se encontraron a si mismos encaramados a una verdadera cortina rocosa, tan delgada como el papel en relación con su altura, y que se extendía entre el mar Interior y lo que, según se dieron cuenta, debía de ser el mar Exterior, que había ido abriéndose paso a través de la península inexplorada en esta región, aunque sin acabar de romperla por completo.
Miraran hacia donde miraran, la vista sólo podía captar la misma situación, aunque el Ratonero creyó observar un espesamiento de la pared rocosa en dirección hacia Ool Hrusp.

Fafhrd se echó a reír ante aquella sorpresa; potentes risotadas de alegría que hicieron al Ratonero mirarle en silencio por temor a que la simple vibración de su voz pudiera hacer temblar y desmoronar el poco espacio rocoso, tan afilado como un cuchillo, sobre el que se hallaban encaramados. El Ratonero se sintió tan enojado con las risas de Fafhrd que se levantó y se balanceó hábilmente, lleno de rabia, sobre la costilla rocosa, pensando mientras tanto en la sabia advertencia de Sheelba:

—Lo sepas o no, el hombre camina por entre grandes abismos sobre una cuerda floja que no tiene ni principio ni fin.

Habiendo expresado así sus sentimientos de horrorizada conmoción, cada uno a su manera, los dos se quedaron observando más racionalmente la fría extensión marina que se abría bajo ellos. El oleaje y el gran número de rocas que emergían del agua daban la impresión de que el mar era menos profundo de lo que era en realidad, y Fafhrd opinó que se encontraban en un momento de bajamar, pues su conocimiento de la luna le decía que, en aquella región, las mareas tenían que ser en aquellos momentos muy acusadas. De las rocas que emergían, había una en especial que sobresalía: se trataba de un grueso pilar,. a dos tiros de flecha de la pared rocosa y de una altura de cuatro pisos. El pilar mostraba un reborde que subía en forma de espiral, y que parecía como si hubiera sido hecho por la mano humana, mientras que en su gruesa base y cuando emergía de entre la espuma, parecía un extraño rectángulo lleno de algas que daba la impresión de que se trataba de una gran puerta rígida, aunque hacia dónde pudiera conducir aquella puerta y quién podría utilizarla eran cuestiones que les dejaron perplejos.

Después, como no hallaron contestación a aquella pregunta ni a otras, y como no cabía la menor duda de que allí no había caza ni agua fresca, descendieron hacia el mar Interior y hacia el
Tesoro Negro,
aunque, en esta ocasión, cada vez que colocaban una estaca lo hacían con el temor de que toda la pared rocosa pudiera desgajarse y desplomarse sobre ellos...

—¡Rocas!

El grito de advertencia de Fafhrd hizo que el Ratonero regresara a la realidad, abandonando la ensoñación de su memoria. Y la realidad cayó sobre él en un instante, como si hubiera descendido desde las elevadas paredes rocosas hasta un lugar situado a una distancia casi igual, pero bajo la base marina. Justo por encima de su cabeza, tres gruesas protuberancias rocosas descendían inexplicablemente, atravesando el acuoso techo gris del túnel. El Ratonero movió la cabeza con un estremecimiento al pasar bajo ellas, como tuvo que haber hecho el propio Fafhrd, y después, mirando hacia su camarada, observó otras protuberancias rocosas que se acercaban al túnel desde todas partes... A medida que avanzaba, vio que el túnel estaba cambiando, convirtiéndose, de uno de agua y fango, en otro cuyo techo, paredes y suelo empezaban a ser de roca sólida. La luz que atravesaba el agua empezó a desvanecerse tras ellos, pero la creciente fosforescencia, natural para la vida animal de la caverna marina, casi compensaba la falta de luz, dibujando débilmente su húmedo y rocoso camino y brillando aquí y allá de una forma especial y con una gran variedad de colores procedentes de las rayas, portillas, sensores y ojos luminosos de numerosos peces muertos y cangrejos.

El Ratonero se dio cuenta de que debían de estar pasando ahora por debajo de la cortina rocosa a la que él y Fafhrd subieran el día anterior, y que el túnel, que seguía abriéndose ante ellos, debía pasar por debajo del mar Exterior que ellos habían visto lleno de oleaje. Ya no percibía aquella inmediata sensación opresiva producida por el crujiente peso del océano sobre sus cabezas, o por el rozar de los codos contra aquella cosa mágica. Sin embargo, y en cierto sentido, aún le resultaba peor el pensamiento de que si se desmoronaba el tubo, la tienda de aire y el túnel que había tras ellos, una tremenda cantidad de agua penetraría de golpe en el túnel rocoso, ahogándoles. Cuando se encontraba con el techo de agua sobre la cabeza aún tenía la sensación de que, si todo aquello se desmoronaba, podría nadar hacia la superficie, arrastrando posiblemente consigo a Fafhrd. Pero aquí se encontraban definitivamente atrapados.

Cierto que el túnel parecía ascender, pero no lo bastante como para tranquilizar al Ratonero. Y, lo que era peor aún, si finalmente llegaba a emerger, lo haría en medio de aquella estrujante confusión de espuma que vieran el día anterior. En realidad, el Ratonero sentía cada vez menos esperanzas de salir con vida de allí, si es que le quedaban algunas. Sus sensaciones de depresión y condenación final, se fueron hundiendo gradualmente hasta alcanzar su punto más bajo y, en un desesperado esfuerzo por elevar un poco su estado de ánimo, se imaginó la más entusiasta de las tabernas que conocía en Lankhmar..., un gran sótano gris, todo iluminado con antorchas, con el vino corriendo de las jarras a los vasos, con el sonido de las cartas y las monedas y las voces que rugían y gritaban, con el humo impregnándolo todo, con las mujeres desnudas retorciéndose en bailes lascivos...


¡Oh, Ganador...!

El profundo y sentido murmullo de Fafhrd y la gran mano del norteño apoyada en su pecho, detuvieron el lento caminar del Ratonero, sin que éste pudiera estar seguro de si su espíritu volvía a regresar bajo el mar Exterior, o produjo simplemente una fantástica alteración de lo que había estado imaginando hasta entonces.

Se encontraban ante la entrada a una enorme gruta submarina qué se elevaba, en múltiples escalones y terrazas, hacia un techo indefinido del que descendía, como una neblina plateada, un brillo tres veces más potente que la luz de la luna. La gruta olía a mar, como el túnel que acababan de abandonar; también estaba lleno de peces muertos, anguilas y pequeños pulpos desparramados por todas partes; los moluscos, pequeños y grandes, estaban adheridos a las paredes y esquinas, entre algas colgantes y fibras de color verde plateado, mientras que los diversos nichos y oscuras puertas circulares, e incluso el suelo con escalones y terrazas parecía estar formado en parte por la acción de las aguas y de la arena.

La neblina plateada no caía casualmente, sino que se concentraba en remolinos y ondas de luz sobre tres terrazas. La primera de ellas estaba situada en un lugar central y sólo un trozo nivelado y después unas pocas repisas bajas la separaban de la boca del túnel. Sobre esta terraza se encontraba una gran mesa de piedra de cuyos lados colgaban algas, con unas patas llenas de moluscos incrustados, mientras que la parte superior, de mármol granulado y moteado, estaba pulido, ofreciendo un aspecto de exquisita suavidad. En uno de los extremos de la mesa había un gran cuenco dorado y dos copas igualmente doradas situadas a ambos todos del cuenco.

Más allá de la primera terraza se elevaba una segunda hilera de escalones, con zonas de sombras amenazantes que las apretaban desde ambos lados. Detrás de las zonas de oscuridad se encontraban una segunda y una tercera terrazas iluminadas por la luz plateada. La que estaba a la derecha, del lado de Fafhrd, pues él se hallaba a la derecha de la boca del túnel, aparecía amurallada y arqueada con madreperlas, como si se tratara de una concha gigantesca, y unos abultamientos de perlas se elevaban del suelo, como un montón de almohadas de satén. La terraza que estaba del lado del Ratonero, situada algo más abajo, se encontraba recubierta por una capa de algas, que caían en amplias tiras festoneadas y onduladas sobre el suelo. Entre estas dos terrazas, los escalones o repisas irregulares continuaban hacia arriba, hasta llegar a una tercera zona oscura.

Las sombras, las ondas de oscuridad y los débiles resplandores sombríos impedían que las tres zonas de oscuridad fueran ocupadas; no cabía la menor duda de que se trataba de tres amplias terrazas. En la superior, la que estaba al lado de Fafhrd, había una mujer alta y opulosamente hermosa, cuyo pelo dorado se elevaba en masas espirales como una concha, y cuyo vestido de doradas escamas colgaba sobre su carne de un verde pálido. Sus dedos mostraban la existencia de membranas entre ellos, y cuando se volvió pudieron ver que en el cuello poseía pequeñas entalladuras, como las agallas de un pez.

En la terraza situada al lado del Ratonero había una criatura femenina algo más delgada, pero exquisita, cuya carne plateada parecía convertirse en escamas sobre los hombros, la espalda y las caderas, bajo el vestido de una película aterciopelada, y cuyo pelo oscuro estaba dividido y echado hacia atrás, a partir de la frente, por una cresta de plata afiligranada de la altura del ancho de una mano. También ella poseía las pequeñas entalladuras en el cuello y las membranas entre los dedos.

La tercera figura, que se encontraba acurrucada detrás de la mesa, era escuálida y asexual, dando la impresión de poseer una edad avanzada y un físico viejo, pero fuerte. Iba vestida de negro. Su cabeza estaba cubierta por un espeso pelo grueso de color rojo oscuro, como hierro oxidado, mientras que sus agallas y las membranas de sus dedos eran mucho más evidentes.

Cada una de estas mujeres llevaba puesta una máscara metálica que, por su forma y expresión, se parecía a la que Fafhrd encontrara en el fango. La de la primera figura era de oro; la de la segunda de plata, mientras que la máscara de la tercera era de bronce oscurecido por la acción del mar y moteada de verde.

Las dos primeras mujeres estaban quietas, no como si fueran parte de un espectáculo, sino más bien como si estuvieran observando uno. La escuálida bruja negra del mar, en cambio, se mostraba vibrantemente activa, aunque apenas se movía sobre sus membranosos dedos negros, excepto para cambiar abruptamente de posición, aunque con ligereza, de vez en cuando. Sostenía un pequeño látigo en cada mano, y las membranas dobladas hacia afuera le hacían flexionar los nudillos; con estos látigos, mantenía y dirigía la rápida revolución de media docena de objetos, situados sobre la parte superior y pulimentada de la mesa. Resultaba imposible decir qué eran aquellos objetos; únicamente se podía determinar que tenían un aspecto ovalado. A medida que giraban, y gracias a su semitransparencia, se podría haber dicho que se trataba de grandes anillos o platos, mientras que otros eran como cápsulas debido a su opacidad. Su brillo era plateado, verdoso y dorado, y se movían y giraban con tal rapidez, interseccionando sus órbitas a medida que giraban, que parecían dejar brillantes estelas en el aire enrarecido detrás de ellos. En cuanto uno de ellos disminuía su velocidad y empezaba a poder distinguirse su verdadera forma, la bruja negra les volvía a imprimir velocidad con dos o tres rápidos latigazos; si uno de ellos se acercaba demasiado al borde de la mesa, ella volvía a dirigir su órbita con diestros latigazos; de vez en cuando, y con una increíble habilidad, hacía saltar a uno de ellos en el aire volviendo a golpearlo cuando aterrizaba sobre la mesa, de modo que continuara girando su interrupción, dejando sobre él una estela evanescente de color plateado.

Estos zumbantes objetos eran los que causaban los gemidos y silbidos que el Ratonero había escuchado a lo largo del túnel.

Ahora, mientras los observaba y escuchaba, se convenció de que aquellos objetos giratorios eran una parte crucial de la magia que había creado y mantenido abierto el camino a través del mar Interior que acababan de dejar atrás, en parte porque los tubos plateados le hicieron pensar en el pozo de aire por el que había descendido con la cuerda y en el túnel de aire que atravesaron. También estaba convencido de que, una vez cesaron de girar, el tubo de aire, la tienda y el túnel se desmoronarían y las aguas del mar Interior penetrarían en la gruta a través del túnel.

De hecho, al Ratonero le pareció que la escuálida bruja negra del mar había estado dando latigazos a sus juguetes desde hacía varias horas y —lo que era más importante—, que sería capaz de continuar haciéndolo durante varias horas más. No mostraba ningún signo de lo que estaba haciendo, excepto por la rítmica elevación y descenso de su pecho sin senos, y por el silbido extra de su respiración, a través de la ranura de la máscara, correspondiente a la boca, y el abrirse y cerrarse de sus agallas.

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