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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas entre la niebla (9 page)

BOOK: Espadas entre la niebla
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Como un solo hombre, todos los reunidos se postraron..., con la excepción del Ratonero Gris, Grilli, Wiggin y Quatch, todos los cuales sabían bien con quién se enfrentaban. (Puig también lo sabía, naturalmente, pero él, con una mayor sutileza mental en algunos aspectos y ahora firmemente convertido al issekianismo, se limitó a suponer que Issek había decidido manifestarse en el cuerpo de Fafhrd y que él, Pulg, había sido guiado divinamente para preparar aquel cuerpo con tal finalidad. Se sintió humildemente satisfecho al darse cuenta de la importancia que tenía su propia posición en el designio de la reencarnación de Issek.)

Sin embargo, a sus tres sicarios no les afectó en absoluto la emoción religiosa. Grilli no podía hacer nada de momento, pues Pulg seguía cogiéndole la muñeca y apretándosela con la fuerza de su pasión espiritual. Pero Wiggin y Quatch estaban libres. Aunque de reflejos algo lentos y poco acostumbrados a actuar por propia iniciativa, no tardaron en darse cuenta de que se había presentado allí el gigante al que tenían que mantener fuera de combate para que no estropeara el juego de su amo, que se portaba de un modo extraño, y su lugarteniente vestido de gris. Además, sabían bien a qué jarra se refería Fafhrd con unos gritos tan airados, y como también sabían que ellos la habían robado y se la habían bebido, probablemente temieron que el bárbaro no tardara en verles, se liberara de sus ataduras y se vengara de ellos.

Tensaron sus ballestas con toda rapidez, colocaron en ellas los dardos, apuntaron y los dispararon contra el pecho desnudo de Fafhrd. Varias personas observaron su maligna acción y se pusieron a gritar.

Los dos proyectiles golpearon el pecho de Fafhrd, rebotaron y cayeron sobre los adoquines..., lo cual era muy natural, puesto que eran dos dardos para cazar aves (con unas bolitas de madera en la punta, utilizadas para derribar pájaros pequeños) introducidos por el Ratonero en sus aljabas.

La muchedumbre se quedó boquiabierta ante la invulnerabilidad de Issek, y luego prorrumpieron en gritos de alegría y asombro.

No obstante, aunque los dardos para cazar aves difícilmente atravesarían la piel de un hombre, ni siquiera disparados de cerca, golpean con fuerza y causan dolor incluso en el cuerpo embotado de un hombre que ha ingerido recientemente buena cantidad de vino. Fafhrd rugió de dolor, agitó los brazos convulsamente y rompió el bastidor al que se hallaba atado.

La multitud aclamó histéricamente ese nuevo y apropiado acto del drama de Issek, que su acólito había recitado con tanta frecuencia.

Quatch y Wiggin se dieron cuenta de que sus armas arrojadizas se habían vuelto de alguna manera inocuas, pero eran demasiado cortos de luces o estaban muy embotados por el vino para ver algo oculto o sospechoso en aquel extraño fenómeno. Empuñaron, pues, sus espadas y se abalanzaron contra Fafhrd con ánimo de ensartarle antes de que pudiera terminar de librarse de los fragmentos del camastro roto: había descubierto con sorpresa el bastidor al que estaba atado y se debatía para soltarse.

Quatch y Wiggin se adelantaron, sí, pero casi al instante se detuvieron, en la misma postura extraña de unos hombres que tratan de elevarse en el aire tirando de su cinturón. Las espadas no salían de sus vainas. El pegamento mingol es realmente poderoso, y el Ratonero había decidido que, aunque no consiguiera mucho más, debía poner a los sicarios de Pulg en tal situación que no pudieran hacer daño a nadie.

Sin embargo, no había podido hacer nada con respecto a Grilli, pues era muy astuto y, además, Pulg lo había retenido a su lado. Ahora, casi babeando de rabia y disgusto, Grilli se separó de su amo idiotizado por la divinidad, sacó su navaja y saltó hacia Fafhrd, quien por fin había visto claramente qué era lo que le trababa y estaba rompiendo los molestos fragmentos de la cama contra una rodilla o haciendo palanca con el pie contra el suelo, acompañado por los gritos de ánimo de la multitud.

Pero el Ratonero saltó con mayor rapidez. Grilli le vio venir, y varió el objetivo de su ataque, dirigiéndolo contra el hombre vestido de gris. Amagó dos golpes y lanzó un tajo que falló por poco, luego perdió sangre con demasiada rapidez para que le interesara repetir el ataque: Garra de Gato es estrecha, pero corta las gargantas tan bien como cualquier otra daga (aunque no tiene una punta muy curva ni armada de púas, como han afirmado algunos eruditos de mentalidad demasiado prosaica).

El enfrentamiento con Grilli dejó al Ratonero muy cerca de Fafhrd. El hombrecillo se dio cuenta de que aún sostenía en la mano izquierda la representación en oro de la Jarra moldeada por Fafhrd, y aquel objeto desencadenó entonces en la mente del Ratonero una serie de inspiraciones que se tradujeron en actos, los cuales fueron sucediéndose de modo parecido a las figuras de una danza.

Golpeó a Fafhrd en la mejilla con el dorso de la mano para atraer la atención del gigante, y luego se acercó a Pulg de un salto, trazando con la mano un arco espectacular, como si transmitiera algo del dios desnudo al chantajista, y depositó livianamente el objeto de oro entre los dedos suplicantes de éste. (Había llegado uno de esos momentos en que dejan de ser útiles todas las escalas ordinarias de valores —incluso para el Ratonero— y el oro deja de tener valor, aunque sólo sea brevemente.) Al reconocer el objeto sagrado, Pulg casi expiró en éxtasis.

Pero el Ratonero ya se había abierto paso entre los congregados y cruzado la calle. Al llegar junto al altar—cofre de Issek, a cuyo lado estaba tendido Bwadres —inconsciente pero con una sonrisa en los labios—, retiró la bolsa de ajos, saltó sobre la tapa del tonel y empezó a bailar sobre ella, gritando para atraer la atención de Fafhrd mientras señalaba sus propios pies.

Fafhrd vio el tonel, como había pretendido el Ratonero, pero en aquel momento no le pareció que tuviera nada que ver con las colectas de Issek (los pensamientos de esa clase habían desaparecido de su mente), sino que lo vio como un probable recipiente del vino que anhelaba. Lanzando un grito de alegría, se apresuró a cruzar la calle —sus adoradores se apartaron presurosos de su camino o gimieron con éxtasis beatífico cuando el dios les pisoteó con sus pies descalzos—, y cogiendo el tonel, lo alzó hasta sus labios.

A la multitud le pareció que Issek bebía de su propio cofre: una manera inusitada, aunque indudablemente pintoresca, de que un dios absorbiese las ofrendas de sus fieles.

Con un rugido de irritación, Fafhrd levantó el tonel para romperlo contra los adoquines, ya fuera por pura frustración o con la idea de obtener el vino. Pero en aquel momento el Ratonero volvió a distraer su atención. El hombrecillo había cogido dos grandes jarras de cerveza de una bandeja abandonada y agitaba el líquido embriagador, hasta que la espuma empezó a deslizarse por los lados.

Poniendo el tonel bajo el brazo izquierdo, pues muchos borrachos tienen el curioso y prudente hábito de aferrarse distraídamente a las cosas, sobre todo si pueden contener licor, Fafhrd fue de nuevo tras el Ratonero, el cual se sumió en la oscuridad del pórtico más cercano para salir danzando por otro, mientras hacía trazar a Fafhrd un gran círculo alrededor de la turbulenta congregación.

Visto de un modo literal, el espectáculo no era precisamente edificante: un dios corpulento corriendo tras un pequeño demonio mientras intentaba atrapar una jarra de cerveza que le eludía continuamente... Pero los lankhmarianos lo veían bajo otro prisma, como dos docenas de alegorías y simbolismos diferentes, varios de los cuales se escribirían más tarde sobre pergamino.

La segunda vez que Issek y el pequeño demonio gris entraron por el pórtico, no volvieron a salir. Un gran corro de voces mezcladas siguió lanzando gritos expectantes y temerosos durante algún tiempo, pero los dos seres sobrenaturales no reaparecieron.

Lankhmar está llena de callejones laberínticos, y especialmente ese tramo de la calle de los Dioses los tiene en abundancia: algunos de ellos conducen, por rutas oscuras y enrevesadas, a lugares tan lejanos como los muelles.

Pero los issekianos, tanto los antiguos como los nuevos conversos, ni siquiera pensaron en esos callejones al analizar la desaparición de su dios. Los dioses tienen sus propias puertas para entrar y salir del espacio y el tiempo, y es natural en ellos desvanecerse súbita e inexplicablemente. Todo lo que puede esperarse de un dios cuyo principal drama en la tierra ya se ha representado, son breves reapariciones, y la verdad es que sería incómodo que permaneciera entre sus fieles demasiado tiempo, prorrogando una Segunda Venida... Entre otras cosas, sería una tensión demasiado grande para los nervios de sus adeptos.

La gran multitud a la que se había concedido la visión de Issek fue dispersándose lentamente, como era de esperar... Tenían mucho que contarse, mucho sobre lo que especular e, inevitablemente, discutir.

El blasfemo ataque de Quatch y Wiggin contra el dios fue recordado y castigado posteriormente, aunque algunos ya consideraban el incidente como parte de una alegoría general. Los dos matones tuvieron suerte de escapar con vida después de que los molieran a palos.

En cuanto al cuerpo de Grilli, lo recogieron sin ninguna ceremonia y lo arrojaron al Carro de la Muerte a la mañana siguiente. Así finalizó su historia.

Pulg volvió en sí y vio a Bwadres inclinado solícitamente sobre él..., y fueron principalmente estas dos personas las que configuraron la historia posterior del issekianismo.

Para abreviar y exponer con sencillez un relato largo o, mejor aún, completo, Pulg llegó a ser algo así como el gran visir de Issek y trabajó sin descanso por la mayor gloria del dios, llevando siempre colgado al pecho el dorado emblema de la Jarra como señal de su rango. Tras su conversión al benévolo dios, no abandonó su antiguo oficio, como podrían haber esperado algunos moralistas, sino que lo continuó, incluso con mayor celo que antes, chantajeando implacablemente a los sacerdotes de todos los dioses, excepto Issek, y oprimiéndolos. En la cumbre de su éxito, el issekianismo llegó a tener cinco grandes templos en Lankhmar, numerosos santuarios menores en la misma ciudad y un cuerpo sacerdotal cada vez más numeroso bajo la dirección nominal de Bwadres, pues iba a caer de nuevo en la senilidad.

El issekianismo floreció exactamente tres años bajo la dirección de Pulg. Pero cuando llegó a saberse, debido a ciertas revelaciones incautas de Bwadres, que Pulg no sólo llevaba a cabo bajo el disfraz de la extorsión una guerra santa contra todos los dioses en Lankhmar, con el objetivo final de arrojarlos de la ciudad y, si fuera posible, del mundo, sino que incluso acariciaba sombríos propósitos de derribar a los dioses de Lankhmar, o al menos obligarles a reconocer la superioridad de Issek..., cuando todo esto resultó evidente, la condenación del issekianismo fue irreversible. Al tercer aniversario de la Segunda Venida de Issek, por la noche descendió una niebla amenazante y espesa. Fue una de esas noches en que todos los lankhmarianos juiciosos se quedan en sus casas, junto al fuego. Hacia medianoche se oyeron gritos terribles y lamentos desgarradores en toda la ciudad, junto con el estruendo de gruesas puertas y fuertes muros de piedra derribados..., precedido y seguido, según sostuvieron algunos testigos trémulos, por el tintineo de huesos en marcha. Un joven que se asomó a la ventana de un desván, vivió lo suficiente, antes de expirar entre delirios, para informar que había visto desfilar por las calles una multitud de figuras enfundadas en togas negras, con manos, pies y facciones tiznados, y de una delgadez esquelética.

A la mañana siguiente, los cinco templos de Issek estaban vacíos y profanados, y todos sus santuarios menores habían sido derribados, mientras que sus numerosos sacerdotes, incluidos su antiguo sumo sacerdote y su presuntuoso gran visir, hasta el último miembro, se habían desvanecido de un modo misterioso que rebasaba la comprensión humana.

Volviendo a un amanecer, exactamente tres años antes, encontramos al Ratonero Gris y a Fafhrd subiendo desde un desvencijado y agrietado esquife a la bañera de una chalupa negra atracada más allá del Gran Espigón que sobresale de Lankhmar y la orilla oriental del río Hlal y se adentra en el Mar Interior. Antes de subir a bordo, Fafhrd entregó el tonel de Issek al impasible y cetrino Ourph, y entonces, con considerable satisfacción, empujó el esquife hasta hundirlo por completo.

La carrera a través de la ciudad en pos del Ratonero, seguida por el brioso trabajo de esclavo de galeras a los remos del esquife (pues tal parecía exactamente el nórdico en su desnudez casi completa), habían despejado totalmente la cabeza de Fafhrd de los vapores del vino, aunque ahora le dolía terriblemente. El Ratonero aún parecía un tanto fatigado por la carrera, pues su forma física era deplorable tras varios meses de pereza y glotonería.

A pesar de su fatiga, los dos amigos ayudaron a Ourph en la tarea de levar anclas y largar velas. Pronto un viento salobre y refrescante por estribor les alejó de la costa y de Lankhmar. Entonces, mientras Ourph alababa efusivamente a Fafhrd y le abrigaba con un grueso manto, el Ratonero, amparado por la oscuridad del alba, se volvió rápidamente hacia el tonel de Issek, decidido a hacerse con el botín antes que Fafhrd tuviera oportunidad de experimentar cualquier estúpido escrúpulo religioso, o un sentimiento nórdico de honestidad, y arrojara el tonel por la borda.

Pero los dedos del Ratonero no encontraron la abertura para echar las monedas en la tapa... Todavía estaba muy oscuro para poder ver bien, por lo que invirtió el objeto agradablemente pesado, tan lleno que ni siquiera tintineaba... Al parecer, tampoco en el otro extremo había ninguna abertura para las monedas, aunque sí lo que parecía una inscripción grabada al fuego con los jeroglíficos de Lankhmar. Pero aún estaba demasiado oscuro para leer fácilmente y Fafhrd se aproximaba a él, por lo que el Ratonero alzó con rapidez un hacha pesada que había cogido del armero de la chalupa y la descargó sobre el tonel, arrancando un trozo de madera.

Una rociada de líquido aromático salió pulverizada, con un olor muy familiar. El tonel estaba lleno de aguardiente hasta el mismo borde; por eso no había producido ningún gorgoteo...

Poco después fueron capaces de leer la inscripción quemada, la cual era muy sucinta: «Querido Pulg: Ahoga en esto tus pesares. Basharat».

Era muy fácil comprender que la tarde anterior el Chantajista Número Dos había tenido una oportunidad perfecta para efectuar la sustitución: La calle de los Dioses estaba desierta, Bwadres dormía como si hubiera tomado un somnífero gracias a la cena a base de pescado guisado, mucho más abundante que de ordinario, y Fafhrd había abandonado su puesto para beber con el Ratonero.

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