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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (27 page)

BOOK: Malditos
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«Porque me necesitas. Ven. Puedo regalarte los sueños más dulces.»

Helena trazó un círculo mientras escudriñaba el paisaje en busca de la voz. Tras la primera rotación, entendió que la voz estaba dentro de su mente. Respiró hondamente y movió la cabeza de lado a lado para deshacerse de aquellas telarañas que se deslizaban sobre sus pupilas.

—¿Helena? ¿Estás bien? —preguntó Ariadna.

La hermana de Jasón acarició el codo de Helena con sus manos de sanadora. Ante aquel gesto tan amable, la chica esbozó una sonrisa, pero enseguida le apartó el brazo.

—Ares huyó de Orión porque es evidente que, con o sin sus poderes, él sabe defenderse. Pero yo no —dijo Helena, que consiguió concentrar su atención gracias a su fuerza de voluntad—. Tengo que aprender a enfrentarme a Ares yo solita.

Sobre todo ahora que Orión la odiaba y no quería volver a verla. Cada vez que pensaba que tendría que regresar al Submundo sin Orión, sentía que se le encogía el corazón.

—Ares. ¿El Ares dios de la guerra?

Aparentemente, Claire quería asegurarse de que todos habían entendido lo mismo.

—Sí —afirmó Helena asintiendo con la cabeza.

—Y bien, ¿qué pasó? —gritó Matt, ansioso por conocer la historia—. ¿Hablaste con él?

—No fue como una conversación normal que digamos. Está pirado, Matt.

Loco como una cabra. Hablaba como si recitara un poema y perdía sangre por los lugares más extraños. Incluso su pelo sangraba, ¿puedes imaginártelo? Y, si queréis que os diga la verdad, no creo que aquella sangre fuera suya.

Cuando Helena bajó la mirada se percató de que los dedos le tiritaban. De hecho, todo su cuerpo estaba temblando.

Bajo la luz brillante del día, dudó de si aquel fortuito encuentro con Ares había sido un mero producto de su imaginación. Todo a su alrededor parecía real, pero a la vez falso. Los colores se percibían sobresaturados y las voces rasgaban sus oídos, como si fueran gritos discordantes. Le daba la sensación de que, de un momento a otro, todo a su alrededor se había convertido en el decorado de un musical de Broadway y de que ella era la única que estaba lo bastante lejos del escenario como para darse cuenta de que el mundo estaba hecho de pintura y contrachapado.

—Por lo que pudimos intuir, Ares es un mortal más en el Submundo, como nosotros. —Helena intentaba decir en voz alta todos los pensamientos que le rondaban por la cabeza—. Pero, aun así, es un tipo fuerte que sabe cómo luchar. No puedo defenderme contra él sin unas lecciones de combate. Necesito que me enseñes, Ari. ¿Lo harás?

—Tendrás que entrenarte con ella para que pueda ocuparme de instruiros a los dos —le ordenó Ariadna a Matt—. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?

—Seguramente no. Pero hagámoslo de todas formas —respondió.

—A la jaula —mandó Ariadna con solemnidad—. Matt. Ve a cambiarte y ponte un
gi
. No quiero que te manches la ropa de sangre.

Mientras Helena y Matt entrenaban, Claire se dirigió hacia la cocina para explicarle al resto de la familia el desafortunado encuentro de Helena con Ares en el Submundo. Quizás, entre todos, podrían trazar algún plan. Matt y Helena sudaron durante horas y, a decir verdad, Ariadna no tuvo una pizca de compasión. En más de una ocasión Helena notó que su dulce y delicada amiga se había convertido en un sargento instructor, como Héctor.

Golpear a Matt no era fácil. Llevaba un traje de protección para amortiguar los golpes, pero, aun así, Helena se mostraba reacia a apalearle demasiado a menudo. Tras cada asalto se preocupaba por haberle hecho daño.

Aquella situación le hizo rememorar cómo había apuñalado a Orión sin compasión y la culpa la abrumó.

Las furias la habían incitado a hacerlo. Su intención jamás había sido atravesar el corazón de Orión con una daga. Helena se repetía constantemente lo mismo para convencerse, aunque, en el instante en que se arrodilló justo delante de él, deseó matarle con todas sus fueras. De hecho, solo existía otra persona hacia la que había sentido esa emoción tan intensa.

«Son las furias. Es el instinto y no una intención verdadera», se dijo con convicción.

Pero si su instinto era tan terrible, ¿cómo podría fiarse de sí misma? Al parecer, todo lo que deseaba de forma instintiva era inmoral, doloroso o equivocado. No tenía ni la más remota idea de qué hacer.

Demasiado cansada para alzar los brazos, Helena los dejó caer y, acto seguido, Matt le asestó un puñetazo en la cara.

—¡Uff, Lennie! Sin tus rayos eres un cero a la izquierda —gritó Claire en cuanto cruzó el umbral de la puerta.

—Gracias, Risitas —respondió Helena con sarcasmo mientras se sacudía el polvo del trasero—. ¿Qué han dicho Casandra y Cástor?

—Que intentarían encontrar una explicación —respondió Claire con una mueca—. ¡Por favor! Nadie sabe qué aconsejarte.

—Genial —dijo Helena mientras Matt le ofrecía la mano para ayudarla a ponerse de pie.

—Venga —animó—. Volvamos al trabajo.

Helena ya no quería seguir practicando, pero sabía que Matt tenía razón.

Disponía de poco tiempo. Era inevitable que se durmiera en algún momento, y por lo visto necesitaba solucionar varias cosas antes de eso, como aprender habilidades de combate, elaborar un plan para plantarle cara a Ares o escuchar diversas teorías que explicaran la presencia de ese dios en el Submundo. Necesitaba que todos unieran sus esfuerzos para averiguar ciertos datos, porque jamás lo conseguiría ella sola. Sin embargo, se sentía responsable, como si fuera ella quien debiera encargarse de todo eso.

Una vocecita en su cabeza que sonaba sospechosamente como la de Héctor le recordó que delegar era una de las destrezas más importantes que cualquier general debía aprender.

«¿Y desde cuándo soy yo un general?», pensó con cierto pesar. En aquel momento hubiera dado cualquier cosa por llamar a Héctor y pedirle consejo, o por enviarle un mensaje a Orión y bromear sobre el asunto. Y Lucas… Helena se detuvo. Necesitaba a Lucas por muchas razones. ¿Por qué no podía tenerlos en su vida? ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?

—¡Concentración! —ladró Ariadna.

Matt vio una clara ventaja y atizó un puñetazo a Helena, quien de inmediato perdió el equilibrio y se cayó de bruces. Se golpeó la espalda contra la colchoneta y se fijó en la bombilla que iluminaba el cuadrilátero mientras reflexionaba en qué punto se había perdido. En una milésima de segundo logró enumerar todos los errores que le habían conducido hasta allí.

Primero: Héctor. Sabía que, por su culpa, el mayor de los Delos era un paria. Debería haberle impedido que asesinara a Creonte. Pero como la oscuridad del maestro de la sombra la asustaba tanto, Héctor no tuvo más remedio que matar a su enemigo por ella. Y ahora, Héctor había desaparecido de su vida.

Segundo: Orión. El joven había logrado resistirse a las furias, cuando, en realidad, podría haberla matado en un abrir y cerrar de ojos. A modo de agradecimiento, Helena le había clavado un cuchillo en el pecho. Por lo visto, le había perdido para siempre. La idea le dolía tanto que prefirió no darle más vueltas.

Y por último: Lucas. Siempre Lucas.

Pronunciar su nombre parecía interrumpir todos sus pensamientos. No podía pensar en otra cosa. Durante un breve instante de lucidez, solo pudo pensar en su nombre, como un camino iluminado que se abría entre su abarrotada mente.

—¿Lennie? ¿Estás bien? —preguntó Matt con cierto nerviosismo.

Helena se percató de que seguía tumbada boca arriba, pensando.

—Excelente —respondió mientras se palpaba el labio partido. Echó un fugaz vistazo a Matt, quien ya estaba preparado, con los puños en alto y añadió—: ¿Sabes qué, Matt? Te estás convirtiendo en un matón de primera.

Matt puso los ojos en blanco y se alejó con expresión de indignación, como si pensara que Helena le estaba tomando el pelo. Pero la joven lo decía en serio. Durante las últimas semanas había ganado músculo y se asemejaba más a un boxeador que a un jugador de golf. Helena le miró entrecerrando los ojos y, olvidando que aquella silueta pertenecía a su buen amigo Matt, habría asegurado que era un tipo duro. Además de atractivo, a decir verdad. Sin embargo, solo podía considerar a Matt como un hermano.

—¿Piensas levantarte o te rindes? —gritó Claire con voz alegre al ver el patético estado de forma de su mejor amiga.

—Creo que ya he tenido bastante —susurró Helena al techo.

—Genial, porque has recibido un montón de mensajes de Orión —agregó Claire al mismo tiempo que revisaba con descaro el contenido de los mensajes—. Vaya, por lo visto está hecho polvo. ¿Qué ha pasado?

Claire no pudo acabar la pregunta. Helena salió volando del cuadrilátero para arrebatarle el teléfono.

Orión le había enviado casi media docena de mensajes. Los primeros eran divertidos, como si quisiera quitar hierro al asunto, pero los siguientes ya eran más serios. El penúltimo mensaje que había recibido decía: «Podemos superar esto, ¿no crees?».

Diez minutos después le había escrito el último: «Supongo que ayer rompimos una condición clave del contrato».

—¿Qué ocurrió anoche? —preguntó Claire mientras leía por encima del hombro de Helena—. ¿Acaso vosotros…?

La mirada furiosa de Helena dejó muda a su amiga.

—¿Qué? ¿Qué quieres preguntarme, Risitas? —murmuró solo para disimular el bochorno. Lo último que deseaba era hablar de cómo Orión la había acariciado, ni siquiera con Claire. Lo consideraba algo privado, íntimo. Y, más importante todavía, podían enemistarse con Orión para siempre.

Todos conocían las normas que imponía la Tregua. Si creían que estaba demasiado unida a él, no dudarían en prohibirle que lo volviera a ver. No obstante, unida o no a él, no sabía si podría continuar en el Submundo sin Orión. Le necesitaba. Aunque tenía la esperanza de que, por el bien de todos, no le necesitara demasiado.

—Claire no ha insinuado nada, Helena —tranquilizó Matt—. Simplemente estamos preocupados. Es obvio que, por tu reacción a su mensaje, os tenéis cariño.

—¿Sabéis qué? Estoy harta de todas esas miraditas que me lanzáis cada vez que Orión me envía un mensaje —replicó Helena, que enseguida se puso a la defensiva—. ¡Por supuesto que nos tenemos cariño! Estamos pasando un infierno juntos. Pero un verdadero infierno, ¿lo entendéis? Y la última noche fue dura, muy dura. Después de lo que hice no creo que vuelva a saber de él.

—¿Qué pasó? —preguntó Matt con serenidad al darse cuenta de que a Helena se le quebraba la voz.

Tras recuperar el control, continuó. Les contó toda la historia sobre Cerbero, la misteriosa persona que había provocado la distracción y describió con pelos y señales cómo Orión y ella habían corrido por su vida hasta el portal. Después, con una voz monótona y sombría, les explicó que las furias habían hecho su aparición estelar.

—Orión consiguió resistirse, pero supongo que yo no fui lo bastante fuerte —admitió—. Le miré a los ojos y le atravesé con su propio cuchillo. Lo hice despacio.

«Mientras le besaba», añadió Helena mentalmente, sin osar decirlo en voz alta.

Todos contemplaban a Helena atónitos. Enfadada, se secó todas las lágrimas de culpabilidad que le humedecían las mejillas y deseó quitarse la imagen de Orión de la cabeza con la misma facilidad. El muchacho parecía tan sorprendido y dolido… Y todo porque ella le había traicionado.

—Sí, lo sé. Soy una persona horrible. Ahora que conocéis la historia, ¿os importa darme un minuto para responderle?

Los tres intentaron convencerla de que no opinaban lo mismo, insistiendo una y otra vez en que no era culpa suya haber atacado a Orión. Pero Helena les dio la espalda para centrar toda su atención en las teclas de su teléfono. Ansiaba volver a conectar con Orión y, a su parecer, el hecho de que sus bienintencionados amigos la ayudaran a mitigar su sentimiento de culpa no era tan necesario.

«Lo siento. Por favor, por favor, por favor, ¿me perdonas?», tecleó Helena.

Esperó. Pero no obtuvo respuesta alguna. Sin apartar la vista de la pantalla repasó la serie de mensajes que le había enviado Orión y, por lo que pudo intuir, no estaba enfadado ni le guardaba rencor. Aunque quizá se había tomado un tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido y había cambiado de opinión. Eso significaría que jamás volvería a verle.

Desesperada, envió unos cuantos mensajes seguidos: «Si no me perdonas, te juro que jamás volveré a dormir». «¿Orión? Al menos, contéstame.» «Por favor, háblame.»

Helena mantenía la mirada pegada a la pantalla después de cada mensaje, esperando una respuesta que jamás llegaba. Tras un eterno silencio, se sentó en el suelo, agotada. Tenía el cuerpo sudado y tembloroso, y sentía un continuo martilleo en la cabeza, como si alguien hubiera jugado al baloncesto con ella.

—¿Aún no sabes nada de Orión? —preguntó Ariadna.

Negó con la cabeza y se frotó los ojos. ¿Cuánto tiempo llevaba mirando la pantalla? Al echar un vistazo a su alrededor, reparó en la presencia de Jasón y Casandra, que hacía minutos se habían reunido con los demás en la sala de entrenamiento. De forma repentina, notó un frío gélido y se estremeció.

—Debes contarnos algo más sobre la distracción que has mencionado antes; la que apartó a Cerbero de su propósito —dijo Casandra.

—No pudimos ver quién era —replicó Helena—, pero fuera quien fuese cantaba al estilo tirolés.

—Parece imposible —intervino Casandra, algo dubitativa.

—¿Es posible que fuera una de aquellas arpías? —propuso Jasón.

—No era una arpía, Jasón. Era la voz de una persona, un ser humano vivo que se arriesgó a que un lobo de tres cabezas le engullera, solo para ayudamos. Sé que parece una locura, pero Orión también lo oyó. No fue ninguna ilusión.

«Yo tampoco soy una ilusión, Bella. Estoy esperándote.»

Helena se puso rígida y volvió la cabeza hacia un lado para localizar el origen de aquella voz. Evidentemente, nadie más escuchó el susurro.

—¿Vienes con nosotros a la biblioteca, Helena? —preguntó Casandra, aunque en vez de una invitación pareció más bien una orden—. Jasón y yo queremos charlar contigo.

Jasón asintió con la cabeza al pasar junto a Ariadna. Tenía los labios apretados, como si estuviera irritado y molesto con ella. Helena se fijó en que ni se molestó en mirar a Claire o a Matt; simplemente pasó a su lado con frialdad. Al volverse, pilló a su mejor amiga mirando a Jasón mientras este se alejaba. Le daba la impresión de que Claire deseaba ponerse a gritar o romper a llorar. Helena supuso que algo había ocurrido entre ellos tres e intuía que tenía que ver con el hecho de que Ariadna entrenara a Matt tan abiertamente.

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