Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona (11 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona
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El príncipe Beju frunció el ceño.

—Giba es demasiado listo para depender de mí.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Obi-Wan.

Se encogió de hombros.

—Tiene que tener un plan de reserva. Puede que ya se haya asegurado otra manera de ganar...

Obi-Wan se sintió descorazonado. Los asuntos de palacio siempre terminaban complicándose. Las intrigas eran demasiado abundantes. Deseó que Qui-Gon estuviera allí.

Justo en ese momento, oyó gritos en las calles exteriores del palacio. Obi-Wan se levantó y se dirigió a la Cámara del Consejo. Beju le siguió corriendo.

Se fueron rápidamente hacia la ventana. Cientos de personas, quizás miles, enfilaban desde lo alto de las montañas hacia Galu. Algunos de ellos iban en barredores. Escoltaban un batallón de la guardia real, que marchaba entre ellos.

Comandaba la cabeza del grupo una mujer, con su pelo plateado ondeando al viento detrás de ella. Cerca estaba Qui-Gon. Los galacianos habían salido a la calle para ver lo que pasaba.

—Tuviera el plan que tuviera Giba, ha fracasado —le dijo Obi-Wan a Beju—. La gente de las montañas viene a votar.

Capítulo 17

Qui-Gon se encontró a Obi-Wan esperándole en las puertas de palacio. Se animó al ver a su padawan.

—Intenté contactar contigo con el comunicador — le dijo.

—Estuve involuntariamente retenido en una cámara frigorífica —contó Obi-Wan con una sonrisa de medio lado—. Veo que has convencido a Elan después de todo.

Qui-Gon asintió.

—Cuando la guardia real atacó, se dio cuenta de que se la necesitaba aquí. ¿Dónde está Giba?

Obi-Wan condujo a Qui-Gon dentro de palacio.

—El príncipe Beju ha dictado una orden de arresto. No podrá escaparse de los guardias por mucho tiempo más.

—¿El príncipe Beju? —preguntó extrañado Qui-Gon.

No esperaba que el Príncipe se volviera en contra de su aliado.

—Se dio cuenta de que no podía confiar en él —explicó Obi-Wan, frunciendo el ceño—. Espero que no sea demasiado tarde para la Reina. Mandé a un médico con el antídoto, pero está muy débil.

—Has estado muy ocupado, padawan —le dijo Qui-Gon, haciéndole un gesto de aprobación.

Se había cuestionado las habilidades de Obi-Wan para solucionar los problemas que había en palacio. Cuando no pudo comunicarse con él, se preocupó al pensar que había dejado solo al joven padawan con una situación que le iba grande. Obviamente, Obi-Wan se había encontrado con problemas y obstáculos, pero los había logrado superar.

—Tenías razón respecto de Jono —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon le puso una mano en el hombro.

—Siento que fuera así.

Entraron en la zona de recepción de la Reina. El príncipe Beju estaba de pie esperándoles.

—¿Está Elan contigo? —preguntó a Qui-Gon.

Qui-Gon negó con la cabeza.

—Se ha ido a ver a Wila Prammi. Puedo concertaros una cita, si quieres.

El Príncipe frunció el ceño.

—Todavía no lo sé —dijo dubitativo—. Primero, debo ver cómo van las cosas aquí. Mientras hablamos, Giba está siendo arrestado.

—¡Yo creo que no! —dijo Giba irrumpiendo en la habitación. Ondeaba en el aire con una mano una hoja que contenía su orden de arresto—. Esto viene firmado por el príncipe Beju. No tiene validez. Tú no gobiernas Gala, Príncipe. —Giba le dirigió una cortante sonrisa—. Y nunca lo harás. Cuando muera la Reina, otra ocupará su lugar. Pero no tú.

—Todavía no estoy muerta. —La Reina estaba de pie en el hueco de la puerta. Tenía que apoyarse en las manos, pero permanecía erguida, con la cabeza alta—. ¡Guardias! —llamó con voz apagada a los dos guardias que la flanqueaban—. ¡Arrestadle!

De entre sus ropas, Giba sacó el sable láser de Obi-Wan. Qui-Gon se quedó sorprendido, pero en un segundo ya había activado el suyo.

—Creo que no es muy recomendable enfrentarse a un Jedi con ese arma —le dijo con agrado a Giba.

—No me importa tu opinión —le contestó Giba acercándose a él.

El sable láser de Qui-Gon fue un chorro de luz verde borroso cuando expertamente rechazó el golpe torpe de Giba, giró y acertó de pleno en la muñeca de Giba. El ministro estaba desarmado y en el suelo antes de que nadie pudiese ni darse cuenta.

Qui-Gon alcanzó el arma de Obi-Wan y se la entregó de vuelta. Los guardias se dirigieron hacia él para arrestar a Giba.

—Esperad —dijo Giba a la desesperada—. No tenéis que acatar las órdenes de la Reina. Durante años habéis obedecido mis órdenes. Obviamente, la casa real ha perdido el control. ¿No habéis visto lo que ha pasado? ¡Elan ha llegado con un ejército! La guerra civil va a estallar de un momento a otro. Sólo hay una esperanza. Debemos apostar y fiarnos de Deca Brun. Es demasiado tarde para que se celebren unas elecciones. Si me dejáis marchar, lo traeré aquí.

—¿Y por qué te iba a escuchar Deca Brun, Giba? —preguntó el príncipe Beju.

—Porque soy un sabio y reconocido Ministro del Consejo, dedicado a mi adorada Gala —contestó Giba.

—¿Dónde conseguiste ese sable láser, Giba? —preguntó Obi-Wan.

—Lo encontré en palacio, por supuesto —contestó Giba—. Se te cayó cuando escapabas de los guardias.

—Eso no es verdad —dijo Obi-Wan—. Un Jedi no deja caer su sable. Me lo quitaron los hombres de Deca Brun.

—¡Yo no sabía nada de eso! —replicó Giba—. Y ahora no sé de qué me estás acusando.

—De estar compinchado con Deca Brun —contestó Obi-Wan con un tono de voz firme.

Qui-Gon le miró sorprendido. ¿Era un farol de Obi-Wan o tenía pruebas de ello?

Nadie se dio cuenta de que Jono se había colado en la habitación.

—Es verdad —empezó a hablar a media voz—. Giba tenía miedo de que el Príncipe perdiera las elecciones. Hizo un trato con Deca Brun. Le encontraría dinero y apoyo desde el exterior de Gala.

—Offworld —dijo Obi-Wan—. Vi las grabaciones en la oficina de Deca.

Qui-Gon se volvió hacia Obi-Wan sorprendido de nuevo.


Sí que has tenido que estar muy ocupado
—murmuró.

—A cambio, Deca le encontraría un lugar en su nuevo gobierno —concluyó Jono—. Giba no quería perder su poder de ninguna de las maneras.

—Arrestadle —repitió la Reina sin muchas fuerzas.

Los guardias pusieron rayos de luz alrededor de sus muñecas y se lo llevaron.

—Se acabó todo —dijo la Reina.

Beju cruzó la estancia y se dirigió hacia ella. Pasó un brazo encima de sus hombros para ayudarla a sujetarse.

—Excepto la votación —dijo—. Dejemos que la gente decida.

Capítulo 18

Wila Prammi salió elegido Gobernador de Gala por un amplio margen de votos. El príncipe Beju renunció a su candidatura para apoyarla. Le contó lo que sabía de Deca Brun, revelando su pacto con Giba y con Offworld. Después de hablar con Wila, Elan decidió apoyarla también, consiguiéndole todos los votos de la gente de la montaña.

Las calles de Galu se llenaron de gente que celebraba la victoria de Wila. La gente de la ciudad y de las montañas cantaban y gritaban juntos. A pesar de que Gala había tenido su peligro de revolución, habían logrado hacer una transición de poder pacífica.

No quedaba nada que retuviese ya a los Jedi en Gala. Qui-Gon estaba preocupado al enterarse de que Xánatos estaba implicado en lo que había pasado en este planeta. Su antiguo aprendiz ya debía saber que Qui-Gon y Obi-Wan eran los Jedi enviados como Guardianes de la Paz. Su viejo enemigo podría venir a buscarles. Qui-Gon no quería poner en peligro la paz de Gala. Lo mejor era desaparecer en la galaxia.

Qui-Gon fue a las estancias de la Reina para celebrar su última audiencia. Se encontró a la Reina de pie en la ventana mirando hacia Galu. Lucía un vestido azul oscuro con brillos de plata. No llevaba joyas y su pelo largo estaba peinado con sencillez. Los signos de su enfermedad todavía empañaban su belleza, pero Qui-Gon vio otros nuevos de salud en el ligero color de sus mejillas y en la claridad de sus ojos.

—Se me ha regalado algo único, Qui-Gon, algo que no esperaba —dijo—. Estaré viva para contemplar mi legado. Beju encontrará un camino mejor —dijo con una amplia sonrisa—. Todavía no se ha dado cuenta, pero yo estoy segura de ello. Gala será libre y vivirá en paz.

—Hablé con Elan —dijo Qui-Gon—. Regresa a las montañas, pero ha establecido un lazo de unión con Wila. No creo que se aisle de nuevo completamente.

—Yo también hablé con Elan —dijo la Reina—. Es una mujer joven muy destacada. De momento, ha rechazado tomar el apellido Tallah, pero lo considerará. Lo añadiría al apellido de sus padres, por supuesto. Cabezota hasta el final.

—¿Y Jono? —preguntó Qui-Gon—. Obi-Wan está preocupado por él.

—Aunque Jono nos haya traicionado —dijo la Reina—, es mejor para todos olvidar. Jono será castigado, o al menos el chico lo entenderá como un castigo. Se le ha devuelto a su familia y va a aprender a ser granjero. Será uno más ahora.

—Y puede que aprenda algo sobre la libertad —observó Qui-Gon.

—Eso espero —coincidió la Reina—. Espero que todos lo hagamos. —Estudió un momento a Qui-Gon—. Todo ha terminado bien. Has cumplido tu misión. Y, sin embargo, pareces triste.

—Es verdad —admitió Qui-Gon—. Estoy intentando comprender por qué. A veces los dictados de nuestro propio corazón son un misterio.

La Reina asintió.

—Pregúntaselo a Beju —dijo—. Mi hijo está empezando a comprenderse a sí mismo.

—He estado pensando en lo que dejaré cuando me muera —dijo Qui-Gon—. Viajo de mundo a mundo. Mi conexión con cada uno de ellos es muy débil. ¿Cuál será mi legado?

La Reina sonrió. Extendió los brazos para abarcar a la ciudad de Galu que podía ver debajo de ella. Fuera, Qui-Gon veía a la gente que iba a trabajar, que se paraba a hablar en las calles o se encontraba al doblar una esquina. Era una escena con mucha vida, pacífica.

—Esto —dijo ella con amabilidad.

No dijo más. Pero Qui-Gon entendió su silencio. Desde el primer momento en el que había aterrizado en Gala, un sentimiento de resolución le había golpeado dentro de él con fuerza. Como Jedi, tenía que dejar a su paso justicia y honor. No importaba si sus huellas desaparecían, o si años después nadie en Gala recordaba que dos Jedi habían aparecido para ayudar a que la transición fuese pacífica en su planeta. Recordarían la paz, y eso era suficiente.

Y tenía a Obi-Wan. Tras cada misión, estaba más convencido de que su padawan se estaba convirtiendo en un ser extraordinario, incluso entre los Jedi.

Lo que le enseñaba perduraría. Eso era suficiente legado.

Y además, seguro que había legados todavía tenía que encontrar.

Qui-Gon llevaba ya un rato con la Reina. Obi-Wan estaba sentado en la Cámara del Consejo con Elan y Beju. No se hablaban entre ellos. Viso les había pedido que se encontraran. Obi-Wan se estaba preguntando qué es lo que el miembro del Consejo planeaba.

Viso entró en la habitación. Echó hacia atrás su capucha y los miro con sus ojos azul lechoso, ojos que no podían ver pero que todavía sabían cómo mirar.

—Gracias por haber venido —les dijo—. Quiero enseñaros algo. A ti también, Obi-Wan.

Le siguieron a la antecámara de paredes azules. Viso condujo a Elan hasta situarla en la mitad del cuadrado que estaba en el centro.

Tan pronto como sus pies rozaron la marca, la fuente de poder de las paredes empezó a brillar. Lanzó rayos de luz. El pelo plateado de Elan acogió la luz, creando un halo plateado alrededor de su cara.

Los rayos dorados de repente la rodearon, pasando cada vez más deprisa. Después se dispersaron en una explosión de luces destellantes.

Parecía que Elan brillara. Y entonces, Obi-Wan lo vio. La silueta de una corona se dibujó en su corazón.

—¿Lo ves, Elan Tallah? —preguntó Viso—. Tú eres la princesa Elan.

Elan miró abajo a la sombra que se perfilaba en su pecho. La tocó, la cogió con una mano y observó la luz dorada moviéndose en su piel. Después salió del cuadrado. Los rayos se recogieron. Las paredes se oscurecieron. La habitación pasó a ser una simple estancia vacía otra vez.

—La última Princesa —dijo Elan.

Viso se volvió hacia Beju.

—¿Quieres que te escolte hasta tus habitaciones, mí Príncipe?

Beju tragó saliva. Negó con la cabeza.

—Mi nombre es Beju —dijo.

Elan sonrió y le cogió de la mano.

—Vamos, hermano. Vayámonos juntos.

Obi-Wan vio cómo Elan y Beju salían de la habitación a la vez, seguidos por Viso.

Elan y Beju habían cambiado completamente su idea de lo que habían heredado de sus padres. Habían forjado un camino nuevo, tomando como legado sus propios caracteres, no sus posiciones sociales.

Eso, decidió Obi-Wan, era la verdadera marca de la grandeza.

Él, además, estaba en un camino que no podía prever. El Código Jedi era una parte de él tan importante como la herencia Tallah lo era para Elan y Beju. Sus ataduras no eran menos trascendentales.

Obi-Wan se dio cuenta de que había aprendido algo inesperado en esa misión. Tenía un nuevo sentido del propósito.

Cuando se giró, se encontró a Qui-Gon de pie en el marco de la puerta, esperando. Le hubiera gustado hablarle a su Maestro de su nuevo propósito, de las preguntas que se había hecho cuando Qui-Gon estaba en las montañas, las preguntas acerca de su legado y lo que significaba.

Pero su Maestro parecía tan severo. Obi-Wan sabía que Qui-Gon tenía muchas ganas de partir de Gala. Su próxima misión les esperaba. Qui-Gon le diría que tenía que concentrarse en ella. Delante tendrían nuevas preguntas, nuevas complicaciones.

Siempre más preguntas que respuestas hay
, Yoda les había dicho.

Qui-Gon interrumpió los pensamientos de Obi-Wan.

—Es el momento de partir —dijo.

Obi-Wan asintió.

—Estoy preparado.

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