Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona (9 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona
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—Y respuestas cortantes—dijo Qui-Gon.

Domi se rió.

—Es verdad. —Se tocó su vendaje con muchísimo cuidado—. Tiene las mismas manos para curar que su padre.

—¿Conocías a su padre? —preguntó Qui-Gon con curiosidad.

—La memoria de Rowi es todavía venerada por nuestra gente —contestó Domi—. Conocía todas las hierbas de la montaña. Le pasó todos sus conocimientos a Elan. Y su madre Tema era conocida por su coraje. Fue una de las pocas que nos abandonó. Estaba cansada, quería ver el mundo exterior. Pero volvió. La gente de la montaña siempre vuelve.

Domi se deslizó fuera de la camilla.

—¿A dónde fue Tema? —preguntó Qui-Gon.

—A Galu, donde todos ellos van —contestó Domi—. Y de donde todos regresan. Tema era artesana, y había oído que en palacio necesitaban trabajadores. Quería ver la vida que había más allá de las montañas. Nunca habló de lo que se encontró allí. A mí nunca me ha apetecido ir. Echaría de menos las montañas.

Sonriendo, Domi se fue. Qui-Gon frunció el ceño. Así que Elan le había mentido. Su madre había ido a Galu, después de todo. Y había trabajado en palacio.

Se dio cuenta de que Elan tenía que tener miedo. Él había sacudido su mundo, su creencia de cuáles eran sus orígenes. Puede que ella rechazara sus palabras. Pero seguro que no era capaz de olvidarlas.

***

Elan había ido a la tienda de las cocinas, pero se había ido al poco de llegar. La preparación de las comidas estaba bajo control. Qui-Gon se fue hacia la tienda de los prisioneros, con la esperanza de encontrarla allí.

Saludó al guardia apostado allí y entró. Los soldados se habían juntado en grupos pequeños y hablaban tranquilamente. Elan no estaba allí. Qui-Gon vio a un oficial sentado solo junto a la unidad de calor. Su túnica tenía rasgaduras y llevaba una mano vendada. Miraba fijamente a las relucientes barras de la unidad de calor.

Qui-Gon se sentó junto a él.

—¿Estás bien? —preguntó con calma—. ¿Necesitas un médico?

—Él dijo que eran bárbaros —dijo el oficial torpemente—. Dijo que mataban por deporte y que atacarían la ciudad en breve. En vez de eso, nos rescataron de morir de hambre y asfixia. Dijo que tenían que ser aniquilados para salvar a Galu. Dijo que no tenían compasión. Y en vez de eso, nos han dado mantas.

—¿Quién dijo eso? —preguntó Qui-Gon—. ¿El príncipe Beju?

—¿Recibir órdenes de ese cachorro? —negó el oficial con la cabeza—. Es Giba quien da las órdenes. Y nos ha decepcionado.

***

Qui-Gon tenía que hablar con Obi-Wan. Tenían que detener a Giba. Si estaba dispuesto a acabar con la gente de las montañas para matar a Elan, no había duda que estaba maquinando algún plan para hacerse con el gobierno.

Otra vez, Obi-Wan no respondió su llamada. Ahora Qui-Gon sí que estaba realmente preocupado. Algo iba mal. Su padawan sabía lo importante que era estar en contacto.

De repente, Qui-Gon sintió una interferencia en la Fuerza, una onda de peligro. Sólo podía ser de Obi-Wan. Tenía que volver a Galu inmediatamente.

Buscó a Elan, y finalmente la encontró cuando salía de la tienda de los niños. Rápidamente le contó que Giba era el responsable del ataque.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó esquivando su mirada.

—Este ataque se planeó para acabar contigo —dijo Qui-Gon—. Si tiene que acabar con toda tu gente, lo hará. ¿No te da idea eso de lo desesperado que está? No estarás segura hasta que Gala elija a sus gobernantes. Y no hay duda de que esos gobernantes estarán bajo su poder, con lo que tampoco estarás segura entonces. Giba hará todo lo que pueda para conseguir sus objetivos. Creemos que está envenenando a la reina Veda.

Elan palideció. La historia que le había contado sobre ella Qui-Gon volvió a aparecer. Parecía que estaba temblando.

—Te lo dije, no tengo nada que ver con la reina Veda —murmuró.

—Sé que me mentiste sobre tu madre —dijo Qui-Gon tranquilamente—. Ella trabajó en palacio. ¿No puedes ni siquiera admitir la posibilidad de que la Reina esté diciendo la verdad? Me temo que está siendo castigada por compartir la verdad conmigo y contigo.

Elan volvió la cara. Se quedó mirando los árboles.

—Gala decaerá sin ti —dijo—. Debo volver. Ven conmigo.

La mirada de Elan, cuando se volvió, era fiera.

—No seré una Princesa —le advirtió.

—Ni deberías —replicó Qui-Gon—. Elan es suficiente.

Capítulo 14

No sentía los pies. Obi-Wan se quitó las botas y se los frotó para restablecer la circulación. Llevaba encerrado varias horas en la cámara frigorífica. Había estado andando sin parar para mantener el calor. Había llamado a la Fuerza y la había visualizado como calor y luz.

Se volvió a poner las botas. Buscó en el bolsillo interior de su túnica la piedra de río que Qui-Gon le había regalado en su trece cumpleaños, cuando oficialmente se había convertido en su padawan. La piedra parecía tener algo de calor y la frotó entre las palmas de las manos.

Sabía que cada vez tenía menos fuerzas. No podía seguir andando durante un tiempo ilimitado. Cerró los ojos, mandando un mensaje amplificado por la Fuerza a Qui-Gon.
Tengo problemas, Maestro. Vuelve
.

¿Qué estaba planeando Deca Brun? ¿Era consciente de que estaba aliado con una empresa corrupta que podía devastar el planeta? ¿Sabía lo malvado que Xánatos podía llegar a ser?

La mayor preocupación de Obi-Wan era que Deca hablara con Xánatos y le dijera que tenía encerrado un Jedi en su cámara refrigeradora. Una vez que Xánatos supiera que era Obi-Wan, también sabría que Qui-Gon andaba cerca.

Y cuando Xánatos supiese eso, intentaría atrapar a Qui-Gon. Había jurado que le destruiría.

Obi-Wan tenía que escapar. Tenía que advertir a Qui-Gon de que Xánatos estaba en medio de todo esto.

Oyó unos ruidos débiles fuera de la puerta del congelador. ¡Quizás alguien viniese a liberarle! Obi-Wan se puso de pie. Acercó su oreja a la puerta, ignorando lo fría que estaba.

Las voces le llegaban débiles. Usó la Fuerza para que le ayudara a distinguirlas de los otros ruidos: el constante zumbar de la cámara, su propia respiración. Se concentró en lo que pasaba en el exterior.

—No me importa —dijo alguien.

Era una voz de un chico joven.

—Yo también tengo que hacer mi trabajo. Tengo un turbocamión lleno de carne que entregar. Ya está pagada. No habrá carne en una semana si no la meto en la cámara. Se lo puedes preguntar a Deca Brun. Yo no lo haré.

—Nadie entrará ni saldrá —contestó el guardia bruscamente.

Obi-Wan se concentró en la Fuerza como si fuese un láser.
Está bien, todos necesitamos comer
.

—Está bien, todos necesitamos comer —dijo el guardia—. ¡No te muevas de ahí! Yo la colocaré dentro.

Obi-Wan oyó cómo se descorría el cerrojo. Avanzó hacia la puerta. Se abrió y entró un transporte tan ancho que taponaba toda la salida.

Obi-Wan siguió avanzando. Empujó contra el vehículo con todas sus fuerzas, ayudándose de la Fuerza otra vez. El pesado transporte retrocedió hacia el guardia.

El chico del transporte dio un empujón adicional. El vehículo fue a parar contra la pared, aprisionando al guardia. Este soltó un grito de enfado y empujó el pesado transporte. No se movió.

El chico se quitó la gorra. Era Jono.

—No hay nada como el trabajo en equipo —le dijo a Obi-Wan, sonriendo.

—Gracias por el rescate —respondió Obi-Wan agradecido.

Bajaron corriendo por un pasillo y llegaron a una oficina desierta. Los débiles rayos de un sol naciente se filtraban a través de la ventana. Obi-Wan dudó.

—Mi sable láser —dijo—. Y mi comunicador...

—No podemos pararnos a esperar ahora —interrumpió Jono—. Vendrán a por nosotros en seguida. —Le cogió del codo y tiró de él—. El príncipe Beju ha encarcelado a la Reina. Ella se niega a comer. Estoy preocupado, Obi-Wan. Creo que se está muriendo. ¡Vamos!

Una luz de primera hora de la mañana iluminaba la ciudad. La luz gris se combinaba con tonos rosáceos. Los galacianos empezaban a moverse. Los cafés empezaban a abrirse en los principales bulevares mientras ellos corrían.

—Hablé con los otros miembros del Consejo —le contó Jono a Obi-Wan—. Era un riesgo que tenía que asumir. Quieren reunirse contigo y discutir qué hacer con Giba. Han formado una alianza en su contra. Encarcelar a la Reina fue un error. Giba y el príncipe Beju han ido demasiado lejos.

—Antes tengo que ir a ver a alguien —le dijo Obi-Wan a Jono.

Jono le lanzó una mirada de incredulidad.

—Pero, no hay tiempo que perder. ¡Hoy es el día de las elecciones, Obi-Wan!

—Esto es importante, Jono —dijo Obi-Wan con firmeza—. Tengo que parar un momento en un laboratorio que analiza sustancias. Si se ha identificado una sustancia, tendremos una prueba de que la Reina estaba siendo envenenada. Necesitamos esa prueba.

Jono negó con la cabeza.

—No podemos, Obi-Wan. El Consejo de Ministros está esperando. Les prometí llevarte allí inmediatamente.

—Si sabemos lo que está envenenando a la Reina, puede que haya un antídoto —discutió Obi-Wan.

Jono se mordió un labio.

—Pero...

—Es por aquí —dijo Obi-Wan señalando una calle transversal.

Giró una esquina, sabiendo que Jono le seguiría.

Estaba a unos pocos minutos del laboratorio de Mali Errat. Estaba cerrado y oscuro, pero Obi-Wan golpeó la puerta. Mali sacó la cabeza a través de una ventana del segundo piso. Su mata de pelo blanco creaba un extraño halo alrededor de su cabeza.

—¿Quién es? —rugió—. ¡Quién viene a estas horas de la mañana!

—¡Soy yo, Mali! —gritó Obi-Wan.

Dio un paso en la calle para que el científico pudiera verle bien.

—¡Joven impaciente! ¿Dónde has estado? —gritó Mali, balanceándose excitado en el alféizar de la ventana—. Tengo tus resultados. Estaré abajo en un momento.

Instantes después la puerta se abrió. Mali estaba de pie en el recibidor vestido con su único traje. Sujetaba una hoja grande llena de datos.

—¡Soy un genio! —proclamó.

—¿Qué has encontrado? —preguntó Obi-Wan.

—He buscado cada grupo de agentes químicos en toda la galaxia —dijo Mali—. Cada compuesto, cada veneno secreto, cada químico... ¿Y sabes por qué no he podido encontrar tu agente venenoso?

Obi-Wan negó con la cabeza impaciente.

—¡Porque era un ingrediente
natural
! —rugió Mali—. ¡Qué sorpresa! ¿Quién los usa ya? ¡Nadie! Es dimilatis. ¡Una hierba! Crece en las llanuras del mar de Gala. Una especie o dos de ellas son inofensivas. Pero la gente de aquí sabe que si se seca, y se usa en determinadas proporciones, tiene los mismos efectos que una enfermedad devastadora. Enfermedad mortal, al final.

—Si crece en las llanuras del mar de Gala es probable que también lo haga en los jardines de palacio —dijo Obi-Wan pensativo.

—Vamos Obi-Wan, corre —urgió Jono—. Se lo tenemos que contar al Consejo.

—¿Hay algún antídoto? —preguntó Obi-Wan.

Mali esgrimió un frasco.

—He creado uno. Esto te costará...

Obi-Wan descargó todos los créditos que llevaba en las manos del anciano. Agarró el frasco. Instando a Jono a que se diera prisa, corrieron hacia palacio.

***

Jono llevó a Obi-Wan a una parte del palacio que nunca había visitado, arriba en la torre desde la que se oteaban los jardines.

—Necesito encontrar a la Reina —dijo Obi-Wan impaciente.

—Me dijeron que te trajera aquí —dijo Jono nerviosamente—. Los guardias cuidarán de ti. Tú solo no podrías hacerlo. Ellos te llevarán ante la Reina.

Obi-Wan se acercó a la pequeña ventana. Miró abajo y vio la copa de un gran lindemor. Debajo se alienaban las ordenadas filas de los jardines de la cocina.

—¿Conoces bien a los jardineros Jono? —preguntó—. ¿Habría alguno de ellos que pudiera participar en un complot contra la Reina?

—No lo sé —dijo Jono.

—Tienen que saber mucho acerca de las hierbas —dijo Obi-Wan en actitud pensativa—. ¿Y qué hay del consejero de los ojos azules y blancos? Siempre está en los jardines.

—Viso es el apoyo más incondicional de la Reina —dijo Jono.

—Un miembro del Consejo podría tener acceso a las habitaciones de la Reina —comentó Obi-Wan reflexionando—. Pero aun así, sería extraño que entrara llevando comida.

El acceso era la clave, lo sabía. El veneno tenía que ser puesto en la comida de la Reina por alguien que no despertara sospechas...

Un pensamiento atravesó su mente como si fuese un láser. El color verde que había abajo se le volvió borroso.
Jono
. Su amigo era el único que tenía acceso a los jardines y a la comida. Qui-Gon tenía razón. A veces lo obvio es la respuesta.

Jono había dicho que echaba de menos el mar. El veneno venía de las tierras cercanas al mar. Tenía el deber diario de recoger flores para el jarrón de la Reina. Era fácil que recogiese también un poco de dimilatis. Y Jono era el encargado de llevar cada noche el té a la Reina, como Qui-Gon había señalado.

Obi-Wan se dio la vuelta. Jono retrocedió.

—¿Qué pasa, Obi-Wan? —preguntó.

Tenía una mirada de preocupación, pero Obi-Wan sintió su nerviosismo.

—Fuiste tú, ¿verdad? —dijo Obi-Wan calmadamente—. Tú envenenaste a la Reina.

—¿Envenenar a la Reina? ¡Yo no podría hacer una cosa así! —gritó Jono—. ¡Sabes que podría haber sido cualquiera!

—Pero no lo fue —dijo Obi-Wan—. Fuiste tú.

Qui-Gon le decía a veces que no estaba en contacto con la Fuerza viviente. Pero ahora Obi-Wan podía ver la culpabilidad de su amigo como si tuviese un sensor. Vio la desesperación y el miedo en los ojos de Jono. Y algo más: ira.

No dijo nada, sólo mantuvo la mirada de Jono.

Lentamente, la máscara de inocencia se fue cayendo de la cara de Jono.

—¿Y por qué yo no debería haberlo hecho? —preguntó suavemente Jono—. ¡Gracias a ti, Jedi, casi me echan de palacio!

—Pero matar a la Reina... —comenzó a decir lentamente Obi-Wan.

—¿No entiendes, Obi-Wan? —gritó Jono—. ¡Esto es todo lo que tengo! Los Dunn han sido parte de la familia real durante generaciones. Es lo que me han enseñado, para lo que me han criado. El honor de mi familia depende de mí.

Jono hizo un gesto de súplica con sus manos.

—¡La
Reina
depende de ti! —añadió Obi-Wan—. ¡Tu trabajo es protegerla!

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