Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona (7 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona
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El tono de voz de Qui-Gon se volvió severo.

—Eso es hacer un salto en un razonamiento lógico, padawan. ¿Estás sugiriendo que Elan podría tener algo que ver con la enfermedad de la Reina? Ella nunca va a Galu.

—Eso no lo sabemos —discutió Obi-Wan—. Me has dicho que se enfadó al encontrarte. ¿Y si ella ya sabía lo de su derecho de herencia? Me has preguntado quién se beneficiaría de la muerte de la Reina. ¿No es Elan la más beneficiada?

—Ella no conocía sus orígenes —contestó Qui-Gon.

—Pudo fingir —dijo con obcecación Obi-Wan.

Si Qui-Gon podía acusar a Jono, ¿por qué no podía ampliar el círculo de sospechosos con Elan?

—Concéntrate en lo que pasa en palacio —dijo Qui-Gon. Obi-Wan notó la desaprobación en su tono de voz—. Yo me ocuparé de Elan.

La comunicación se cortó. Obi-Wan guardó el aparato de comunicación en su bolsillo, decepcionado con su funcionamiento. A veces sentía como si Qui-Gon y él nunca iban a conseguir tener la perfecta comunicación mental que es la señal principal de la buena relación entre Maestro y aprendiz.

Obviamente, Qui-Gon no había convencido a Elan de que ella era la heredera de la corona. Entonces, ¿por qué estaba malgastando su tiempo con la gente de las montañas?

Obi-Wan echó a andar por un camino en dirección a los jardines de la cocina. Cuando dobló una esquina, casi choca con Jono.

—¡Obi-Wan! Aquí estás —dijo Jono—. Te he dejado una bandeja con fresas frescas juna para el desayuno. Muy dulces.

Obi-Wan asintió y se encaminó hacia palacio. Se había encontrado a Jono demasiado cerca de él. ¿Habría oído su conversación con Qui-Gon? ¿Era Jono un espía de Giba y Beju después de todo?

Capítulo 10

Obi-Wan había adivinado que la Reina estaba siendo envenenada a través de la bandeja de la cena, pero no podía estar absolutamente seguro. No tenía manera de averiguar en cuánto tiempo actuaba el veneno. No podía jugar con la vida de la Reina.

Fue corriendo a las estancias de la Reina. Estaba sentada en la habitación exterior vestida con su traje de mañana. Tenía sombras negras debajo de sus ojos y el pelo largo caía a lo largo de su espalda. La mesa estaba preparada para el desayuno: té, fruta y un proteínico pastel. Estaba justamente llevando la taza a sus labios con una temblorosa mano...

—¡No! —gritó Obi-Wan.

Se lanzó sobre ella y tiró la taza. Se hizo añicos en el suelo.

La Reina se volvió despacio hacia él y se le quedó mirando fijamente.

—Eso era parte de mi desayuno —dijo.

—Creo que la están envenenando, reina Veda —soltó de repente Obi-Wan.

La Reina movió su cabeza con dificultad. Le miró fijamente a los ojos

—¿Qué has dicho?

—No sé quién es el responsable —dijo Obi-Wan desesperadamente—. No tengo pruebas, todavía no. Pero es verdad, no debe beber o comer nada que le preparen.

—Eso es imposible —susurró la Reina.

—Imposible —anunció el príncipe Beju, entrando con grandes zancadas. Giba seguía los pasos de Beju—. ¡El Jedi miente!

—¿Por qué va a mentir, hijo? —preguntó la Reina sin fuerzas.

—Para ensuciar el buen nombre del palacio —contestó el príncipe Beju—. O por alguna otra razón que todavía no hemos descubierto. ¡No me fío de ninguno de los dos, madre!

—¿Y dónde está el otro? —preguntó Giba sibilinamente—. Una y otra vez he intentando verle y siempre me han dicho que está descansando o caminando solo por los jardines. ¡No me lo creo! Creo que este Jedi ya nos ha mentido. ¿Por qué no habría de mentirnos otra vez?

—Los dos no habéis hecho otra cosa que acusarme. Me resulta extraño que ni siquiera me habéis concedido la posibilidad de que lo que esté diciendo sea verdad —señaló Obi-Wan—. Si lo que digo fuera verdad, os afectaría. Mirad a la Reina. Cada día está más débil.

El Príncipe se volvió hacia su madre. Su rostro enfadado se relajó un momento y avanzó un paso hacia ella. Después se recobró y se volvió hacia Obi-Wan.

—La enfermedad de mi madre no es asunto tuyo. Y el andar diciendo mentiras por ahí no la ayuda. ¡Sólo logras que se preocupe! Puede que Qui-Gon Jinn esté metido en este lío de envenenamientos del que hablas. Giba tiene razón. Es extraño que no le hayamos visto. Primero pareció aceptar nuestras condiciones y después rompió su compromiso. ¡Es capaz de hacer cualquier cosa!

—Qui-Gon ha ido a las montañas para tratar de convencer a Elan y que traiga a su gente a votar —dijo Obi-Wan.

Era una media verdad, pero al menos daba una explicación a su desaparición. No podía revelar el secreto de la Reina.

—¡Qué historia tan ridícula! —se mofó el príncipe Beju—. ¿Por qué podría ser importante la opinión de la gente de las montañas? ¿Por qué nos tiene que preocupar lo que piensen? Obviamente, estás mintiendo otra vez.

La Reina se inclinó para intentar ponerse de pie. Parecía que realizar ese movimiento le costaba un gran esfuerzo.

—No miente, Beju —dijo—. Lo sé. Yo le pedí a Qui-Gon que encontrara a Elan. Lo hizo por mí.

—Pero, ¿por qué? —preguntó el príncipe Beju mirando a la cara de su madre.

—Porque es tu hermanastra —contestó la Reina—. Es el momento de que lo sepas. Tu padre tuvo una hija de un matrimonio anterior al mío. Se divorció de su mujer y abandonó a su hija. Fue una dura decisión...

—¡No me lo creo! —negó el príncipe Beju con la cabeza—. Ahora eres

la que estás mintiendo. Mi padre no pudo hacer algo tan poco honorable. La familia es la piedra angular de la vida en Gala. Él lo repetía a menudo. Él no deshonraría el nombre de los Tallah casándose con una persona de las montañas. ¡Y nunca abandonaría a un hijo! ¡Y tú lo sabes!

—Siento haber tenido que contarte esto, Beju —dijo la reina Veda con cariño—. Es verdad. El se arrepintió. Le hubiera gustado hacerlo bien.

—Estás manchando la memoria de mi padre —susurró horrorizado el príncipe Beju—. ¿Vas a seguir avergonzándome?

La Reina se volvió hacia Giba.

—Díselo tú —suplicó—. Tú estabas allí. Sabes que es verdad.

Giba negó con la cabeza.

—Lo siento, Reina. Yo haría cualquier cosa por su majestad. Excepto mentir.

La Reina se cayó hacia atrás. Obi-Wan corrió a sujetarla.

—Ya veo lo que pasa —bramó el príncipe Beju—. Estás compinchada con los Jedi. Habéis conspirado en mi contra. Harás lo que sea necesario para que no sea Rey.

—No, Beju, hijo —dijo la Reina con voz débil—. No...

—Voy a llamar a los guardias —dijo firmemente el príncipe Beju.

Se movió hacia los tubos que colgaban de la pared.

Obi-Wan todavía estaba sujetando los brazos de la Reina. Podía sentir cómo temblaba. Estaba a punto de desmayarse. De repente, con un arranque de fuerza se separó de Obi-Wan. Tuvo tiempo de lanzarle una mirada que significaba que corriera. Después dio un paso hacia delante y se desmayó en los brazos de su hijo.

El príncipe Beju perdió el equilibrio. Agarró a su madre para que no cayera. Giba fue a ayudarle.

En ese momento Obi-Wan salió corriendo por la puerta.

Capítulo 11

Obi-Wan huyó. Desapareció a través de la puerta hacia los jardines y vio el destello de un vestido plateado de los que usaban los miembros del Consejo y unos ojos azul lechoso moviéndose entre los árboles. Obi-Wan se dio la vuelta y se internó en el huerto.

Tenía que salir de palacio y no podía hacerlo por la puerta principal. Estaba seguro que Giba tenía algo que ver con el envenenamiento de la Reina. Lo que no tenía tan claro es si el príncipe Beju también estaba implicado. El Príncipe parecía haberse conmovido realmente por la situación de su madre.

Oyó pasos que corrían detrás de él. Obi-Wan abandonó el camino que llevaba. Estaba cerca de la alta pared de piedra que delimitaba los contornos del palacio.

—¡Obi-Wan! ¡Espera, amigo!

Obi-Wan dudó. ¿Podía confiar en él? Le hubiese gustado poder hacerlo. Le caía bien. Pero, ¿había sido una coincidencia que Giba y Beju hubieran entrado en la habitación cuando él estaba hablando con la Reina? ¿Le había perseguido Jono por los jardines y luego había ido a delatarle? La advertencia de Qui-Gon le pesaba como una losa en su corazón.

—¡Por favor! —gritó Jono.

En otras circunstancias, Obi-Wan habría salido al camino anterior. ¿Y si iba acompañado de guardias? Obi-Wan todavía tenía tiempo para correr.

Sabía que regresarías. He estado esperando mucho tiempo a tener un amigo, Obi-Wan.

Recordó la mirada de Jono ese día, pensativa y sincera. Jono se había fiado de él. Tenía que devolverle el favor. Obi-Wan se detuvo.

Jono apareció a la vista, con su pelo rubio flotando en el aire. Casi cae encima de Obi-Wan, pero, sin embargo, tropezó y salió despedido por los aires.

—¡Ou! —gritó, frotándose una rodilla. Se quitó el pelo de los ojos y sonrió—. Esto me ayudará a aprender cómo cazar a un Jedi.

Obi-Wan le ayudó a ponerse en pie.

—Puedes correr más rápido.

—Por eso es por lo que me necesitas —dijo Jono—. Debes dejar que te ayude. Venía de camino a atender a la Reina y oí lo que pasó. ¿Crees que la Reina está siendo envenenada? —terminó casi en un susurro.

—Sí, lo creo —dijo Obi-Wan.

—Beju ha llamado a la guardia. No estás seguro aquí, Obi-Wan. Te están buscando.

—Estaba a punto de irme —le dijo Obi-Wan.

—Pero, ¿a dónde ibas a ir? —preguntó Jono frunciendo el ceño.

—Me esconderé en la ciudad —dijo Obi-Wan—. Y esperaré a que vuelva Qui-Gon.

—Te encontrarán —dijo Jono—. Hay espías por todas partes. Iré contigo. Sé a dónde tenemos que ir.

—¿A dónde? —preguntó Obi-Wan.

—A ver a Deca Brun —dijo con firmeza Jono—. Él nos ayudará.

***

Los cuarteles generales de Deca Brun estaban situados en una populosa y animada área de Galu, en el medio de la zona de tiendas y de las altas torres residenciales. Anuncios luminosos rojos proclamaban su nombre desde casi todas las ventanas. Enormes pósteres de un sonriente Deca ocupaban las paredes. Debajo, con letras mayúsculas manuscritas por Deca se podía leer: "¡Yo soy tú! ¡Todos somos uno!".

—Fue Deca quien nos demostró que todos éramos parte de Gala —le contó Jono a Obi-Wan según se aproximaban al edificio—. Antes, el linaje familiar era el vínculo más importante en Gala. Los Tallah, los Giba, los Prammi, y otros recibían los favores en los tribunales. Fue Deca quien dijo que todos nos debíamos lealtad entre todos nosotros, los galacianos.

La cara del chico demostraba orgullo.

—Me hizo darme cuenta de que existía el mundo fuera de palacio.

Jono empujó y abrió la puerta. La oficina estaba llena de trabajadores de la campaña. Algunos estaban ocupados en las terminales de datos, otros hablaban en grupos.

Un galaciano alto y huesudo vio a Jono. Sonrió y le saludó con la mano.

—¡Jono! Has venido a hacer de voluntario, ¿no?

Jono se dirigió al hombre.

—Sila, éste es mi amigo Obi-Wan. Necesitamos ver a Deca ahora mismo.

Sila sonrió.

—Todos lo necesitamos, Jono —dijo—. Es difícil pillarle. Está por todas partes. Haciendo discursos, consiguiendo nuevos simpatizantes...

—Pero es importante —insistió Jono.

La sonrisa de Sila desapareció.

—Ya veo —dijo—. Puede que esté en sus alojamientos privados. —Dudaba—. Ven conmigo.

Obi-Wan asintió y Jono se fue. Tomó asiento. De repente una mujer joven asomó la cabeza por una puerta que tenía enfrente. —Manifestación en la calle Thrush. ¿Vais a venir todos? Necesitamos ayuda.

Los trabajadores de Brun se pusieron en pie, cogiendo anuncios luminosos y señales láser.

—Cuida la fortaleza —le gritó uno de ellos a Obi-Wan. Asintió.

En unos segundos la habitación se había quedado vacía. Alguien se había dejado abierto un fichero electrónico en un escritorio cercano a él. Obi-Wan se inclinó para leerlo.

Un nombre familiar llamó su atención. "Offworld".

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Qui-Gon y él habían tenido un encontronazo con Offworld recientemente. La empresa era una organización que reclutaba esclavos para que trabajaran en sus minas. Habían arrasado planetas, destrozado sus recursos naturales y después se habían marchado de allí.

Y Offworld estaba liderado por un enemigo de Qui-Gon, su antiguo aprendiz, Xánatos.

Obi-Wan examinó más a fondo el dispositivo.

Por lo que pudo deducir, Offworld había donado una gran suma para financiar la campaña de Deca Brun. El dinero había llegado a través de otras empresas galacianas.

Obi-Wan cerró el fichero y miró en otros, pero no había ya más menciones a Offworld. Vio uno titulado "Corporación Minera Galaciana".

Lo examinó. Contenía un plan detallado para abrir minas en la mitad del territorio del pequeño Gala. Eso incluiría el mar Galaciano, la mayor fuente del agua potable del planeta y las casas de los pocos galacianos que se dedicaban al mar.

Obi-Wan leyó rápidamente los planes, que incluían traer emigrantes de otros mundos, construir aeropuertos espaciales para albergar los enormes transportes que eran parte del negocio de Offworld y el "reclutamiento" de galacianos para sus actividades.

La compañía era una tapadera de Offworld.

Deca Brun había aceptado los planes a cambio de financiación, supuso Obi-Wan. Deca se ufanaba que su capital provenía de las pequeñas donaciones de los galacianos. Eso probaba que tenía un gran apoyo social. Pero lo que realmente ocurría es que la mayor parte de la campaña estaba financiada por Offworld.

Obi-Wan cerró rápidamente el fichero. Se giró y corrió a través de la puerta por la que había desaparecido Jono. Tenía que encontrar al chico, salir de allí, advertir a Qui-Gon.

En vez de eso, se encontró con cuatro pistolas láser apuntándole al pecho. Cuatro guardias estaban de pie en la entrada. Detrás de ellos había otra puerta. Obi-Wan oyó el click del cierre de la puerta por la que había venido.

—Dame tus armas, espía —dijo uno de ellos.

—No soy un espía... —comenzó a decir Obi-Wan.

Empezaron a disparar sus láser. Obi-Wan los oyó silbar al lado de su oreja y estrellarse en la pared que tenía detrás. Saltaron trozos de piedra. Uno de ellos le cortó en la mejilla.

—Dame tus armas, espía —repitió el guardia.

Otro guardia se adelantó. Le quitó a Obi-Wan el sable láser y el comunicador.

—¿Tú sabes —dijo el guardia iniciando una conversación—cuánta comida se necesita para alimentar la organización de Deca?

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