Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona (4 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona
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Jono le hablaba a menudo de su familia. Incluso aun cuando apenas los veía, conservaba un fuerte vínculo con ellos. Obi-Wan llegó a envidiar ese sentimiento familiar tan fuerte en su amigo. Él había perdido los vínculos familiares cuando escogió el destino de ser un Jedi. Debía lealtad al Código Jedi. ¿Había elegido la opción correcta? De repente, le parecía que ese Código era mucho más abstracto que los lazos sanguíneos.

Herencia. Legado
. Le hubiera gustado hablar de lo que estaba sintiendo con Qui-Gon. Pero su Maestro no le hubiese entendido, porque estaba fuertemente unido al Código Jedi. No miraría hacia atrás y reflexionaría sobre lo que echaba de menos.

Y, además, le había abandonado para ir a buscar a un fantasma.

***

Las noches eran largas en Gala. El sol se ocultaba pronto y tres lunas se alzaban poco a poco en el cielo. A Obi-Wan le gustaba caminar por los jardines a esa hora, cuando la pálida luz de las lunas hacía que la fruta de los árboles adquiriera un color plateado.

Una noche se sorprendió al encontrar a la reina Veda sentada en el césped, con la espalda apoyada en el grueso y firme tronco de un árbol muja. No llevaba su tocado, y su dorado pelo suelto le llegaba hasta la cintura. Parecía una chica joven hasta que Obi-Wan se acercó lo suficiente para advertir el desgaste de la enfermedad en su cara.

—Siéntate, joven Obi-Wan —le dijo señalando un sitio a su lado—. A mí también me gusta ver los jardines a esta hora.

Obi-Wan se sentó cerca de ella, con las piernas cruzadas y el cuerpo estirado en una postura típica entre los Jedi. No había visto a la Reina desde su primer encuentro cuando llegaron. Parecía alarmantemente más enferma.

—Me gusta el olor de la hierba —murmuró la Reina pasando sus manos sobre ella—. Antes de ponerme enferma, solía mirarla desde mi ventana. Todo lo veía desde la ventana. Ahora creo que prefiero tocar y oler y sentirme parte de las cosas. —Puso un poco de hierba en la palma de la mano de Obi-Wan y cerró sus dedos sobre ella—. Agárrate a la vida, Obi-Wan. Es lo único que te aconsejo.

Obi-Wan observó las marcas de lágrimas que había en la cara de la Reina. Le hubiese gustado que Qui-Gon estuviera allí. El carácter calmado del Maestro suavizaba los más fieros corazones. ¿Qué hubiese dicho Qui-Gon en esta situación?

Habría empezado diciendo algo diplomático pero cordial. Hubiera dejado hablar a la Reina, sabiendo que necesitaba desahogarse.

—No se encuentra bien —dijo con cuidado.

—No, me siento peor —contestó la Reina dejando descansar su cabeza en el tronco—. Tengo muchos dolores por las noches. No puedo dormir. A mitad del día me siento algo mejor, pero por la noche el dolor comienza otra vez. Por eso salgo ahora, antes de que el dolor sea más fuerte. Quiero recordar los días en los que me sentía bien. Los días en el campo... —la Reina suspiró.

—¿En el campo? —Obi-Wan preguntó sorprendido.

—Los Tallah tienen un territorio en el campo al oeste de la ciudad —contó la Reina—. Justo antes de que cayera enferma fui allí para recuperarme. Puede que fuera el aire puro. O puede —dijo mostrando arrepentimiento— que fuese que allí descansaba. El Consejo de Ministros no me llamaba para mis reuniones y no tenía a los sirvientes zumbando a mi alrededor. Sólo estábamos mi cuidador y yo. Pero parecía que el gobierno no podía funcionar sin mí y vinieron a verme. Durante esos días, me sentí más enferma que nunca. Fue lo peor de todo —comentó tristemente—. Sentir que mejoraba para luego volver a recaer.

—¿Y por qué no vuelve allí? —preguntó Obi-Wan.

—Las elecciones consumen mi tiempo y son ahora mi prioridad —dijo la Reina—. Ahora estoy muy débil para viajar. Es lo que me dicen mis médicos, y son los mejores de Galu. Todos los días son iguales para mí, con la esperanza de recuperarme, pero luego esa esperanza desaparece. Ahora se ha ido definitivamente. Sólo me queda llegar al final.

Obi-Wan la miró. Las lunas habían subido a lo alto y hacían que la cara de la Reina luciera de un color plateado. Pudo volver a ver que en su momento la monarca había sido guapa.

—No estés triste —dijo la Reina a Obi-Wan—. Ya lo he aceptado. ¿Me ayudas a levantarme? Es la hora de mi té.

Obi-Wan se levantó y la cogió de la mano. La presión de sus dedos era débil. Colocó otra mano debajo de su codo y la ayudó a levantarse.

—Buenas noches, reina Veda —le dijo cuando se iba, con su vestido rozando la hierba—. Lo siento —añadió en voz baja, sabiendo que ella ya no le oía.

Las palabras de la Reina le habían conmovido. No sabía si ella mentía acerca de los derechos de Elan por la corona. Pero sabía que había hablado honestamente de su enfermedad y de sus miedos. Podía imaginar lo terrible que es sentir cómo se acaba la vida lentamente. Sufrir, luego recuperarse, y más tarde volver a sentir que la esperanza de vivir se esfuma cada vez que las lunas se alzan en el cielo cada noche...

Cada noche. Obi-Wan se estiró. La Fuerza le estaba diciendo que se concentrara. ¿No tenía la enfermedad de la Reina un ritmo extraño? ¿No decía que se encontraba mejor en el campo?

Hasta que llegaron los miembros del Consejo...

Este pensamiento conmocionó a Obi-Wan.

¿Habría sido envenenada la Reina?

Capítulo 6

Obi-Wan no dudó. Si sus sospechas eran ciertas, no había tiempo que perder. Rápidamente corrió a través de los jardines. Espió a un anciano vestido con las ropas plateadas de los miembros del Consejo que daba vueltas entre los árboles, posando ocasionalmente su mano en la corteza a modo de apoyo. Sus lechosos ojos azules estaban vueltos hacia la luna. Obi-Wan retrocedió antes de ser visto. No quería llamar la atención de nadie.

Corrió sin hacer ruido a través de los pasillos de palacio hasta la estancia de la Reina. Llamó suavemente a la puerta.

—Soy Obi-Wan —anunció.

Jono abrió la puerta.

—La Reina está tomando su refrigerio nocturno —dijo.

—¿Quién lo trae? —preguntó Obi-Wan.

Cuando vio la cara extrañada de Jono añadió rápidamente:

—Me estaba preguntando si podría pedir un té y algo de comer esta noche.

—Los sirvientes de la cocina lo preparan —contestó Jono—. Les diré que te hagan uno. —Sonrió abiertamente—. Me encargaré de conseguirte los mejores dulces que haya en la cocina.

—¿Podría ver a la Reina? —preguntó Obi-Wan—. Sólo necesito decirle un par de palabras.

Jono asintió y se retiró a una habitación interior. Después de un momento, la puerta se abrió y condujo a Obi-Wan al interior.

La Reina estaba reclinada sobre un diván, con una bandeja que tenía una taza de té, un plato con frutas y dulces, situada cerca de una mesa. Un pequeño jarrón con flores estaba situado cerca de ella.

—Quería asegurarme de que estaba bien —dijo Obi-Wan acercándose—. Parecía cansada en el huerto.

—Qué amable —la Reina le dedicó una sonrisa triste—. Estoy un poco más cansada de lo habitual, me temo. Pero no te preocupes por mí, Obi-Wan Kenobi. Tienes cosas más importantes de qué ocuparte.

—Creo que no —afirmó gentilmente—. Su bienestar es muy importante para mí, reina Veda.

Alargó la mano hacia abajo y cogió la taza de té. Quedaba muy poco.

—Su té está frío. ¿Quiere que le traiga otro?

La Reina cerró los ojos con dulzura.

—No quiero más —dijo suavemente—. Puedes decirle a Jono que lo retire.

—Descanse ahora —dijo gentilmente Obi-Wan.

Cogió la bandeja y se dirigió hacia la puerta. Cuando la traspasó, la habitación exterior estaba vacía. Bien. No quería involucrar a Jono en sus planes.

Rápidamente, se llevó la bandeja a su habitación. Allí echó el té en un tubo de su maletín médico medpac. Después colocó el tubo y el resto de los dulces en una bolsa y se lo guardó en un bolsillo de su túnica. Luego llevó la bandeja de vuelta a las cocinas.

Mañana tendría que analizar la comida. Y lo haría sin contar con Jono.

***

—Estoy preocupado por mi Reina —le comentó Jono cuando caminaban al día siguiente por las calles de Galu—. La veo más débil cada día que pasa. Los médicos no pueden hacer nada por ella. Nada.

—Estás cerca de ella —observó Obi-Wan.

Había notado el afecto con el que la Reina trataba a Jono. Había más calor que el que demostraba Qui-Gon con Obi-Wan. Pero en ese momento, Jono llevaba sirviéndola ya ocho años.

Jono se mordió los labios. Asintió.

—Es muy duro. El príncipe Beju no viene a verla. Está enfadado con ella. Y dice que le duele verla tan enferma. Necesita concentrarse en las elecciones. ¿Cómo puede ser tan cruel? ¡Sólo se preocupa de sí mismo!

Pararon en el exterior de una zona de votación que había sido habilitada dentro de un espacio comunitario. Obi-Wan había visitado varias áreas como ésta en Galu, hablando con los encargados de llevar a los votantes a las terminales de datos privadas donde podían depositar sus votos. Había comprobado que los aparatos funcionasen correctamente. Pero sentía que su esfuerzo era inútil. Él no era un experto en procesos electorales.

Tras su primera salida, había contactado con Qui-Gon para decirle cuan inútil se sentía. Qui-Gon no le había compadecido.

—Tu presencia es suficiente —le dijo brevemente—. Tienen que pensar que el proceso electoral está siendo vigilado por una fuerza exterior. Eso dará a la gente confianza en el sistema.

Obi-Wan se volvió hacia Jono.

—Jono, ¿te importaría esperar fuera? Creo que sería mejor. Después de todo, la gente sabe que eres un representante de palacio. Tengo que parecer neutral o ellos no se fiarán en el proceso de votación.

—Es verdad —dijo Jono dubitativo—. Pero se supone que yo tengo que estar todo el tiempo a tu lado... —Su voz era cada vez más baja, pero sonrió—. Por supuesto que tienes razón, Obi-Wan. No quiero poner en peligro las elecciones. Te esperaré allí, en la plaza.

Obi-Wan se lo agradeció y entró en el centro comunitario. Se sentía culpable por haber mentido a Jono. Pero no podía involucrarle en lo que iba a hacer a continuación. Si la Reina estaba siendo envenenada, nadie en palacio debería enterarse de que lo sabía. Tenía que desenmascarar al envenenador. Si necesitaba la ayuda de Jono después, ya se la pediría. Primero necesitaba consultar con Qui-Gon.

Obi-Wan se encaminó por el centro comunitario y salió por una puerta lateral. Rápidamente bajó por una callejuela hasta una calle lateral. Después dobló en dirección contraria.

De camino al centro, Obi-Wan se había fijado en unas cabinas de información. Estaban repartidas por Galu, y los ciudadanos las utilizaban para buscar datos o servicios disponibles en la capital. Sólo estaba a unas pocas manzanas del centro.

La reluciente luz verde situada encima de la cabina brillaba para indicar que estaba libre. Rápidamente Obi-Wan se introdujo en el interior. Tecleó "analizador de sustancias" en el tablero. En unos segundos la pantalla mostró varios nombres. Obi-Wan accedió a un mapa de la ciudad en el que se marcaba dónde podía encontrar cada analizador. Uno de estos nombres, Mali Errat, estaba cerca de donde él estaba situado. Tocó la pantalla y un camino verde luminoso le marcó el camino.

Obi-Wan corrió por las calles abarrotadas. Jono empezaría pronto a preguntarse por qué tardaba tanto. El chico conocía bien las calles de Galu y podría encontrarle.

No obtuvo respuesta a su llamada en la puerta, y no había ningún signo en el exterior. Obi-Wan empujó la puerta con cuidado y se encontró en una pequeña y desordenada habitación. Una larga y resistente mesa de acero cruzaba la estancia, yendo de una pared a otra. La mesa estaba llena de materiales: tubos, probetas, circuitos, chips, instrumentos de medida y ficheros. Cajas de metal llenaban el suelo, algunas apiladas en precario equilibrio, otras casi tan altas que llegaban al techo. Papeles llenos de datos cubrían también el suelo.

¿Eso era un laboratorio o una zona de almacenamiento de los trastos de un lunático?

—¿Hola? —preguntó Obi-Wan.

—¿Quién es?

Una cabeza surgió detrás de un montón de cajas. Era un viejo galaciano. Hebras de pelo platino cubrían su cabeza calva y sus ojos gris claro bizqueaban.

—¿Qué quieres?, vamos —dijo con impaciencia y haciendo chasquear sus dedos—. Cuéntame qué quieres.

Obi-Wan se acercó y ojeó alrededor de las cajas. El hombre estaba sentado en el suelo. Rollos de papel impresos con datos estaban esparcidos alrededor de él y colgaban de sus rodillas.

—Estoy buscando a Mali Errat...

—¡Habla alto, chico, no susurres!

—Mali Errat —repitió Obi-Wan, esta vez en voz más alta.

—¡No grites! Yo soy Mali. Pareces sorprendido de encontrarme en mi laboratorio, chico. Bueno, ¿qué quieres?

—Tengo algo que necesito analizar —comenzó a decir Obi-Wan.

Mali le interrumpió de nuevo.

—Es sorprendente. Estás en un laboratorio que se dedica a analizar sustancias. Por supuesto que sé que quieres que analice algo. Obviamente soy más listo de lo que parezco.

El anciano se rió entre dientes.

Obi-Wan miró el desorden reinante en el laboratorio, con los rollos de papel tirados por el suelo como serpientes.

—Quizá esté muy ocupado...

—Es cierto —Mali dijo repentinamente—. Así que no malgastes mi tiempo. Muéstrame lo que traes.

No tenía elección. No había tiempo para buscar un científico más convencional. O uno más educado. Obi-Wan sacó la bolsa de su túnica. Se la dio a Mali.

El viejo sacó la probeta con el té y los pequeños dulces redondos.

—¿Quieres que analice tu comida?

Obi-Wan estiró la mano.

—Puedo ir a otro sitio.

—Joven susceptible... —murmuró Mali—. ¿Cuándo necesitas los resultados?

—Ahora mismo —dijo Obi-Wan.

—Te costará caro —le advirtió Mali.

—Tengo dinero —dijo Obi-Wan mostrándoselo.

Mali tomó algunos créditos de su mano.

—Esto bastará. Vale.

Se puso de pie. Era un hombre pequeño pero ágil, y Obi-Wan se dio cuenta cuando Mali se dobló por encima de una pila de cajas y acercó un taburete a la mesa de acero.

Silbando entre dientes, Mali tomó primero algunas migas de los pasteles y las introdujo en un escáner de rayos.

—Pastel —dijo pasado un momento, leyendo los resultados—. Endulzador, muja, carne, levadura...

—¿Nada más? —preguntó Obi-Wan.

Mali sorbió los residuos que habían quedado en sus dedos.

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