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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El toro y la lanza (3 page)

BOOK: El toro y la lanza
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Corum empezó a darse cuenta de que su taciturnidad había iniciado el cambio que podía acabar convirtiéndola en locura cuando oyó voces una noche estando acostado en su cama. Eran voces distantes, un coro que cantaba un nombre que podía ser el suyo en una lengua que se parecía a la de los vadhagh pero que, al mismo tiempo, era muy distinta. Por mucho que se esforzara no podía acallar las voces, de la misma manera que no conseguía comprender más que unas cuantas palabras de lo que decían por mucho que aguzara el oído. Después de haber oído las voces durante varias noches, Corum empezó a gritar pidiéndoles que se callaran. Gemía, se revolcaba entre las sedas y las pieles e intentaba taparse los oídos, y de día se reía de sí mismo y cabalgaba durante horas y horas para agotarse y poder caer en un profundo sopor en cuanto llegara el momento de acostarse. Pero las voces seguían hablándole cada noche, y después llegaron los sueños. Siluetas envueltas en sombras se alzaban en un claro de un frondoso bosque. Se cogían de la mano formando un círculo, y parecían rodearle. Corum hablaba con ellas en sus sueños y les decía que no podía oírlas, que no sabía qué deseaban de él. Les pedía que callaran y le dejaran en paz, pero las siluetas seguían con su cántico. Tenían los ojos cerrados y las cabezas echadas hacia atrás, y se balanceaban de un lado a otro.

—Corum. Corum. Corum. Corum.

—¿Qué queréis de mí?

—Corum. Ayúdanos. Corum.

Corum se abría paso a través del círculo, huía a la carrera por el bosque y acababa despertando. Sabía qué le estaba ocurriendo. Su mente se había vuelto contra sí misma. No tenía nada en qué ocuparse, por lo que había decidido empezar a crear fantasmas. Corum nunca había oído hablar de que algo así le hubiese ocurrido a un vadhagh con anterioridad, aunque era bastante frecuente entre la raza de los mabden. ¿Sería posible que aún estuviese viviendo dentro de un sueño mabden, tal como le había dicho el hechicero Shool en una ocasión? ¿Sería quizá que el sueño de los vadhagh y los nhadragh había llegado a su fin y, como resultado, estaría soñando un sueño dentro de otro sueño?

Pero aquellos pensamientos no le ayudaban en nada a recobrar la cordura que se le iba escapando, y Corum intentó expulsarlos de su mente. Empezó a sentir la necesidad de pedir consejo, pero no había nadie a quien pudiera recurrir. Los Señores de la Ley y el Caos ya no gobernaban el mundo, y ya no quedaban en él sirvientes suyos a los que impartieran aunque sólo fuese una pequeña parte de su sabiduría. Corum sabía más sobre asuntos filosóficos que cualquier otra persona, pero había sabios vadhagh que habían llegado hasta allí procedentes de Gwlas-cor-Gwrys, la Ciudad en la Pirámide, que tenían algunos conocimientos sobre esas cuestiones.

Corum decidió que si los sueños y las visiones seguían, emprendería el viaje hasta alguno de los castillos en que vivían los vadhagh y buscaría ayuda allí, y se consoló con el razonamiento de que había una buena posibilidad de que las voces no le siguieran si se marchaba del Castillo Erorn.

Sus cabalgadas se fueron volviendo tan largas y salvajes que todas sus monturas acababan agotadas. Corum se fue alejando cada vez más y más del Castillo Erorn como si albergara la esperanza de que con ello encontraría algo que le ayudara, pero no encontró nada salvo el mar al oeste de él y los páramos y los bosques al este, al sur y al norte. Allí no había aldeas mabden, y tampoco había granjas y ni siquiera las chozas de los tramperos o de los que fabricaban carbón de leña, pues desde que el rey Lyr-a-Brode había sido derrotado los mabden no sentían el más mínimo deseo de vivir en las tierras de los vadhagh. Corum se preguntó qué estaba buscando en realidad. ¿La compañía de los mabden? ¿Representarían quizá sus voces y sus sueños meramente el deseo de volver a compartir aventuras con los mortales? La idea le resultaba dolorosa. Durante un momento vio con toda claridad a Rhalina tal como había sido en su juventud, radiante, orgullosa y fuerte.

Desenvainó su espada y lanzó un mandoble contra los helechos. Atacó los troncos de los árboles con su lanza. Disparó sus flechas contra las rocas. Fue la parodia de una batalla. De vez en cuando se desplomaba sobre la hierba y sollozaba.

Y las voces seguían llamándole.

—¡Corum! ¡Corum! ¡Ayúdanos!

—¿Ayudaros? —gritó él—. ¡Es Corum quien necesita ayuda! —Corum. Corum. Corum...

¿Había oído aquellas voces con anterioridad? ¿Se había encontrado alguna vez en una situación semejante?

Corum tenía la vaga impresión de que así había sido, pero le bastaba con recordar todos los acontecimientos de su vida para comprender que no podía ser así. Nunca había oído aquellas voces, y nunca había tenido aquellos sueños y, sin embargo, estaba seguro de que los recordaba de otra época. ¿De otra encarnación, quizá? ¿Sería verdad que era el Campeón Eterno?

Corum volvía al Castillo Erorn por el camino del mar —cansado, a veces con la ropa destrozada, a veces sin sus armas, a veces llevando de la brida un caballo que cojeaba—, y el retumbar de las olas que se agitaban en las cavernas que había debajo del castillo era como el palpitar de su corazón.

Sus sirvientes intentaban consolarle y retenerle en el castillo, y le preguntaban qué le tenía tan trastornado. Corum no respondía a sus preguntas. Se mostraba cortés, pero no decía ni una sola palabra sobre su tormento. No podía hablarles de aquello, y sabía que aunque hubiese conseguido hacerlo ellos no habrían podido comprenderle.

Y un día Corum cruzó con paso tambaleante el umbral del patio del castillo sintiéndose tan agotado que apenas conseguía mantenerse en pie, y los sirvientes le dijeron que un visitante acababa de llegar al Castillo Erorn y que le estaba esperando en una de las salas de música, la misma que Corum había mantenido cerrada desde hacía unos cuantos años porque la hermosura de la música le recordaba demasiado a Rhalina, que siempre la había considerado su sala favorita.

—¿Cómo se llama? —murmuró Corum—. ¿Es mabden o vadhagh? ¿Qué propósito le ha traído hasta aquí?

—No ha querido decirnos nada, amo, salvo que era vuestro amigo o vuestro enemigo..., y que vos sabríais cuál de las dos cosas es.

—¿Amigo o enemigo? ¿Acaso es un bufón que propone acertijos y charadas? Tendrá que esforzarse mucho aquí...

Pero Corum acogió aquel misterio con curiosidad y casi con gratitud. Antes de ir a la sala de música se lavó, se cambió de ropa y tomó unos sorbos de vino hasta que por fin se sintió lo suficientemente revivido como para enfrentarse al desconocido.

Las arpas, órganos y cristales de la sala de música ya habían iniciado su sinfonía. Corum oyó las débiles notas de una melodía familiar que subían revoloteando hasta sus aposentos, y apenas llegaron a sus oídos se sintió abrumado por la depresión y decidió que el desconocido no se merecía el que tuviese la cortesía de ir a verle. Pero había una parte de su ser que quería escuchar aquella música. La había compuesto él mismo para el cumpleaños de Rhalina, y expresaba una gran parte del tierno amor que había sentido hacia ella. Rhalina había cumplido noventa años, y su mente y su cuerpo seguían tan vigorosos como en su juventud. «Me mantienes joven, Corum», le había dicho.

Las lágrimas inundaron su único ojo. Corum se las limpió con la manga y maldijo al visitante que había revivido aquellos recuerdos. Aquel entrometido se había presentado en el Castillo Erorn sin invitación previa, y había abierto una sala de música que estaba cerrada por deseo expreso del señor del castillo. ¿Cómo podía justificar semejantes acciones?

Después Corum se preguntó si se trataría de un nhadragh, pues había oído comentar que éstos todavía le odiaban. Los que habían quedado con vida después de las conquistas del rey Lyr-a-Brode habían degenerado hasta caer en un estado de semibestialidad. ¿Y si alguno de ellos había recordado una parte suficiente de su odio como para buscar a Corum con el objetivo de matarle? Aquel pensamiento hizo que Corum sintiera algo que se acercaba bastante al júbilo, y se dijo que disfrutaría del combate si llegaba a haberlo.

Y, por esa razón, se puso la mano de plata y cogió su espada de hoja esbelta y afilada antes de bajar por la rampa que llevaba a la sala de música.

La música fue aumentando de volumen y se fue volviendo mas compleja y exquisita a medida que se aproximaba a la sala. Corum tuvo que luchar contra ella para seguir avanzando, tal como habría tenido que luchar contra un vendaval.

Entró en la estancia. Sus colores giraban y bailaban con la música. Había tanta luz que Corum quedó cegado durante un momento. Después parpadeó y recorrió la sala con la mirada buscando a su visitante.

Por fin logró verle. El hombre estaba sentado entre las sombras, absorto en la música. Corum avanzó por entre las enormes arpas, órganos y cristales, acallándolos con un roce de sus dedos hasta que todo quedó en silencio. Los colores se esfumaron. El hombre que había estado sentado en un rincón se levantó y empezó a ir hacia Corum. No era muy alto, y caminaba con un visible contoneo. Llevaba un sombrero de ala ancha y había una deformidad sobre su hombro izquierdo, quizá una joroba. Su rostro quedaba totalmente oscurecido por el ala del sombrero, pero aun así Corum empezó a sospechar que conocía a aquel hombre.

Reconoció al gato antes que a su visitante. El felino estaba acurrucado sobre el hombro izquierdo, y era lo que al principio Corum había confundido con una joroba. Sus ojos redondos se clavaron en el príncipe. El gato empezó a ronronear. El hombre alzó la cabeza, y el gesto reveló el rostro sonriente de Jhary-a-Conel.

Corum había quedado tan asombrado y estaba tan acostumbrado a vivir en compañía de los fantasmas que tardó un poco en reaccionar.

—¿Jhary? —murmuró por fin.

—Buenos días, príncipe Corum. Espero que no te haya molestado que escuchara tu música... Creo que no había oído nunca esa pieza.

—No. La escribí mucho tiempo después de que te marcharas.

La voz de Corum sonaba distante incluso en sus oídos.

—¿Te ha trastornado el que la hiciera sonar? —preguntó Jhary poniendo cara de preocupación.

—Sí, pero no debes sentirte culpable por ello. La escribí para Rhalina, y ahora...

—Rhalina está muerta. He oído decir que su vida fue envidiable y llena de felicidad.

—Sí, y también fue muy corta —replicó Corum con la voz impregnada de amargura.

—Fue más larga que la de la inmensa mayoría de mortales, Corum. —Jhary decidió cambiar de tema—. Tienes mal aspecto... ¿Has estado enfermo?

—Mi cabeza quizá lo haya estado. Aún lloro por Rhalina, Jhary-a-Conel. Aún no he superado la pena y el dolor de perderla, ¿comprendes? Desearía que ella... —Corum miró a Jhary e intentó sonreír sin mucho éxito—. Pero no debo pensar en lo imposible.

—Así pues, ¿existen las imposibilidades?

Jhary concentró su atención en su gato y acarició sus peludas alas.

—En este mundo sí.

—Existen en la gran mayoría de mundos, cierto, pero lo que es imposible en uno es posible en otro. Ése es el gran placer que se experimenta al viajar entre los mundos, tal como yo hago.

—Fuiste en busca de dioses. ¿Los encontraste?

—Encontré a unos cuantos, y también a unos cuantos héroes de los que podía ser compañero. Desde que hablamos por última vez, he presenciado el nacimiento de un mundo nuevo y la destrucción de uno muy viejo. He visto muchas formas de vida muy extrañas y he oído muchas opiniones peculiares sobre la naturaleza del universo y de sus habitantes. La vida surge y se extingue, como ya sabes... No hay tragedia alguna en el hecho de la muerte, Corum.

—Aquí sí la hay —observó Corum—. Cuando hay que seguir viviendo durante siglos antes de poder reunirte de nuevo con el ser amado, y cuando lo único que se consigue con eso es unirse a él en la nada y el olvido...

—¡Qué conversación tan ridícula y morbosa! No es digna de un héroe... —Jhary se rió—. No es de hombres inteligentes hablar de estas cosas, amigo mío, y digo eso por no emplear palabras más fuertes. Oh, vamos, Corum... Si tu compañía se ha vuelto tan aburrida como empiezo a temer, acabaré lamentando haberte hecho esta visita.

Y Corum sonrió por fin.

—Tienes razón. Me temo que es el triste destino de los hombres que rehuyen la compañía de los demás. Se les embota el ingenio, ¿verdad?

—Ésa es la razón por la que siempre he preferido la vida de las ciudades —dijo Jhary.

—¿Y acaso la ciudad no te va robando poco a poco el alma? Los nhadragh vivían en ciudades y acabaron degenerando.

—El espíritu puede ser nutrido casi en cualquier sitio. La mente necesita estímulos. Todo es cuestión de encontrar el equilibrio, y supongo que eso es algo que también depende del temperamento de cada uno. Bien, pues en lo que respecta a lo temperamental yo he nacido para vivir en las ciudades... ¡Y cuanto más grandes, más sucias y más densamente pobladas, tanto mejor! He visto unas cuantas ciudades tan ennegrecidas por la mugre, tan vastas y tan repletas de vida que si te contara todos los detalles nunca me creerías... ¡Ah, qué hermosas eran!

Corum volvió a reír.

—¡Me alegra mucho que hayas vuelto, Jhary-a-Conel, y que hayas traído contigo tu sombrero, tu gato y tu ironía!

Y después se abrazaron el uno al otro y rieron a carcajadas.

Segundo capítulo

La invocación de un semidiós muerto

Aquella noche hubo un banquete y el corazón de Corum olvidó la melancolía que se había adueñado de él, y pudo disfrutar de la carne y del vino por primera vez en siete años.

—Y después me vi involucrado en las aventuras más extrañas imaginables concernientes a la naturaleza del tiempo — dijo Jhary, quien ya llevaba casi dos horas contando lo que había hecho desde su separación—. Supongo que te acordarás del Bastón Rúnico, que acudió en nuestra ayuda durante el episodio de la torre de Voilodion Ghagnasdiak, ¿verdad? Bien, pues mis aventuras estuvieron relacionadas con el mundo que se halla más influido por ese báculo tan peculiar... Conocí a una manifestación de ese héroe eterno, del que tú mismo eres una manifestación, que se llamaba Hawkmoon. Si piensas que tu tragedia es grande, te parecería que no es nada después de conocer la tragedia de Hawkmoon, quien obtuvo un amigo y perdió una compañera, dos hijos y...

Y Jhary-a-Conel pasó la hora siguiente contándole la historia de Hawkmoon.

Después le aseguró que había muchas historias más que podía contarle si Corum deseaba oírlas. Había historias sobre Elric y Erekosë, a los que Corum ya había conocido, sobre Kane y Cornelius y Carnelian, sobre Glogauer y Bastable y muchos más. Jhary le juró que todos ellos eran aspectos del mismo campeón y que todos eran amigos de Corum (eso suponiendo que no fueran él mismo), y habló de asuntos tan graves e importantes con tal buen humor y adornándolos con tantas bromas que Corum se fue alegrando cada vez más y más hasta que acabó incapaz de contener las carcajadas y bastante embriagado por el vino.

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