Read El toro y la lanza Online

Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El toro y la lanza (4 page)

BOOK: El toro y la lanza
10.26Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Faltaba poco para que amaneciese cuando Corum confesó su secreto a Jhary y le dijo que temía haber enloquecido,

—Oigo voces, tengo sueños... Siempre es el mismo sueño. Me llaman, me suplican que me una a ellos. ¿Debo fingir ante mí mismo que es Rhalina la que me llama? Nada de cuanto hago puede librarme de ellos, Jhary. Por eso había vuelto a salir del castillo hoy... Albergaba la esperanza de agotarme hasta tal extremo que luego no soñaría.

Y el rostro de Jhary se fue poniendo más y más serio mientras le escuchaba, y cuando Corum hubo acabado de hablar el hombrecillo puso la mano sobre el hombro de su amigo.

—No temas —le dijo—. Quizá hayas estado loco durante estos últimos siete años, pero se trataba de una locura mucho más callada y discreta. Has oído voces, y las personas a las que viste en tu sueño eran reales. Estaban llamando a su campeón, o al menos eso es lo que intentaban hacer. Estaban intentando conseguir que acudieras a ellos. Ya hace muchos días que lo intentan.

Corum volvía a tener bastantes dificultades para entender lo que le estaba diciendo Jhary.

—¿Su campeón...? —murmuró.

—En su época tú eres una leyenda —le dijo Jhary—, o como mínimo un semidiós. Para ellos eres Corum Llaw Ereint..., Corum el de la Mano de Plata, un gran guerrero y campeón de su pueblo. ¡Hay ciclos enteros de historias que narran tus hazañas y demuestran tu divinidad! —Los labios de Jhary se curvaron en una sonrisa levemente sardónica—. Al igual que ocurre con la inmensa mayoría de dioses y héroes, tu nombre está unido a una leyenda que afirma que volverás cuando tu pueblo te necesite más desesperadamente. Y no cabe duda de que ahora te necesitan desesperadamente, Corum...

—¿Quiénes son esas personas a las que llamas «mi pueblo»?

—Son los descendientes de las gentes de Llwym-an-Esh... El pueblo de Rhalina.

—¿El pueblo de Rhalina...?

—Son buena gente, Corum. Les conozco. —¿Estabas con ellos antes de venir a verme? —No exactamente.

—¿Y no puedes hacer que pongan fin a sus cánticos? ¿No puedes conseguir que dejen de aparecer en mis sueños?

—Su fuerza se debilita a cada día que pasa. Pronto habrán dejado de torturarte, y cuando eso haya ocurrido podrás volver a dormir en paz.

—¿Estás seguro de ello?

—Oh, estoy segurísimo. No pasará mucho tiempo antes de que el Pueblo Frío haya vencido la escasa resistencia que aún son capaces de oponer, y el Pueblo de los Pinos no tardará en esclavizar o aniquilar a los restos de su raza.

—Bien, como tú mismo has dicho son cosas que ocurren... —murmuró Corum.

—Cierto —dijo Jhary—. Pero sería una pena ver cómo los últimos representantes de esa raza luminosa sucumben ante los oscuros y salvajes invasores que ahora mismo están avanzando a través de sus tierras, trayendo consigo el terror donde antes había paz, imponiendo el temor donde antes reinaba la alegría...

—Eso me suena familiar —replicó secamente Corum—. Así que el mundo gira y vuelve a girar, ¿eh?

Corum se dijo que ahora ya estaba seguro de entender por qué Jhary había insistido tanto en hablar de aquel tema.

—Y vuelve a girar —asintió Jhary.

—Jhary, no podría ayudarles incluso suponiendo que quisiera hacerlo. Ya no soy capaz de viajar de un plano a otro. Ni siquiera puedo ver lo que hay en otros planos... Además, ¿qué ayuda podría prestar un solo guerrero a ese pueblo del que me estás hablando?

—Un guerrero podría ayudarles muchísimo, y si no opones resistencia a ella su misma invocación te llevará hasta ellos. Pero están muy débiles, y no pueden llevarte allí en contra de tu voluntad. Te estás resistiendo, y no se necesita una gran resistencia para que la invocación fracase. Cada vez son menos, y su poder está a punto de esfumarse. Hubo un tiempo en el que fueron un gran pueblo, e incluso su nombre deriva del tuyo. Tuhana-Cremm Croich... Así es como se llaman a sí mismos.

—¿Cremm?

—O Corum en algunas ocasiones. Es una forma más antigua de tu nombre. Para ellos significa simplemente «Señor»... Señor del Túmulo. Te adoran bajo la forma de una gran piedra que se alza encima de un túmulo. Se supone que vives debajo de ese túmulo y que escuchas sus plegarias.

—Son muy supersticiosos.

—Sí, un poquito; pero no se dejan obsesionar ni dominar por los dioses. Adoran al Hombre por encima de todo lo demás, y en realidad todos sus dioses no son más que héroes muertos. Hay quienes crean dioses a partir del sol, la luna, las tormentas o los animales, pero estas gentes sólo divinizan lo que hay de noble en el Hombre y sólo aman aquello que hay de hermoso en la naturaleza. Corum, te aseguro que si llegaras a conocer a los descendientes de tu esposa te sentirías muy orgulloso de ellos.

—Ya... —dijo Corum entrecerrando su único ojo y mirando de soslayo a Jhary. Sus labios esbozaban una débil sonrisa—. Y ese túmulo... ¿Está en un bosque de robles?

—Sí, está en un bosque de robles.

—Es el mismo que vi en mi sueño. ¿Y por qué está siendo atacado ese pueblo?

—Una raza del otro lado del mar (algunos dicen que llegada del fondo del mar) ha aparecido viniendo del este. Todas las tierras que eran conocidas como Bro-an-Mabden han quedado ocultas bajo las olas o yacen bajo el manto del invierno perpetuo. El hielo lo cubre todo, y ha sido traído por esas gentes del este. También se ha dicho que se trata de un pueblo que había conquistado aquellas tierras en el pasado y que fue expulsado de ellas. Otros sugieren que se trata de una mezcla de dos o más razas muy antiguas que se aliaron para destruir a los antepasados de los mabden de Lwym-an-Esh. Allí no se habla del Caos ni de la Ley. Si esas gentes tienen algún poder, procede de ellos mismos. Pueden crear fantasmas, y sus hechizos son muy poderosos. Pueden destruir mediante el fuego o mediante el hielo, y también tienen otros poderes. Les llaman los Fhoi Myore y controlan al Viento del Norte. También son conocidos como el Pueblo Frío, y pueden hacer que los mares del norte y del este obedezcan a su voluntad. Hay quienes les conocen con el nombre de Pueblo de los Pinos, y los lobos negros son sus sirvientes y obedecen sus órdenes. Son un pueblo brutal, y algunos afirman que han nacido del Caos y de la Vieja Noche. Quizá sean los últimos vestigios del Caos que todavía perduran en este plano, Corum.

Corum ya estaba sonriendo abiertamente.

—¿Y estás intentando convencerme de que me enfrente a ellos por un pueblo que no es el mío?

—Es tuyo por adopción. Es el pueblo de tu esposa.

—Ya tomé parte en un conflicto que no era mío —dijo Corum, dando la espalda a Jhary y sirviéndose más vino.

—¿Que no era tuyo? Todos los conflictos lo son, Corum. Es tu destino.

—¿Y si me resisto a ese destino?

—No podrás seguir resistiéndote a él durante mucho tiempo. Lo sé, créeme. Es mejor que aceptes tu destino de buena gana..., con humor, incluso.

—¿Humor? —Corum bebió el vino y se limpió los labios—. Eso no es nada fácil, Jhary.

—No, pero es lo que hace que todo resulte soportable.

—¿Y qué arriesgo si respondo a esta llamada y ayudo a ese pueblo?

—Muchas cosas. Tu vida.

—Que no vale mucho. ¿Qué más?

—Tu alma, quizá.

—¿Y qué es mi alma?

—Si te embarcas en esta empresa, quizá descubras cuál es la respuesta a esa pregunta.

Corum frunció el ceño.

—Mi espíritu no me pertenece, Jhary-a-Conel. Tú mismo me lo has dicho.

—Yo nunca he dicho eso. Tu espíritu es únicamente tuyo y te pertenece. Puede que tus acciones sean dictadas por otras fuerzas. Eso es un asunto muy distinto...

Corum sonrió y el fruncimiento de ceño se esfumó.

—Me recuerdas a esos sacerdotes de Arkyn que tanto abundaban en Lwym-an-Esh.. Creo que la moralidad es un tanto dudosa, pero siempre he sido un pragmático. La raza de los vadhagh es una raza pragmática.

Jhary enarcó las cejas, pero no dijo nada.

—¿Permitirás que el Pueblo de Cremm Croich te invoque? —Me lo pensaré.

—Bueno, por lo menos háblales...

—Lo he intentado. No me oyen.

—Quizá sí te oigan, o quizá sea preciso que tu mente se halle en un estado determinado para que tu respuesta pueda ser oída.

—Muy bien, lo intentaré. Ah, Jhary, y si permito que me transporten a ese futuro... ¿Estarás allí?

—Posiblemente.

—¿No puedes darme más garantías al respecto?

—Soy tan poco dueño de mi destino como tú lo eres del tuyo, Campeón Eterno.

—Te agradecería que no utilizaras ese título —dijo Corum—. Siempre que oigo esas palabras me siento bastante incómodo.

Jhary se rió.

— ¡No puedo decir que te culpe por ello, Corum Jhaelen Irsei!

Corum se puso en pie y estiró los brazos. La luz del fuego se deslizó sobre su mano plateada e hizo que brillara con destellos tan rojizos como si hubiera quedado repentinamente empapada en sangre. Corum contempló su mano y la hizo girar a un lado y a otro como si nunca se hubiera fijado en ella hasta aquel momento.

—Corum de la Mano de Plata —dijo con voz pensativa—. Supongo que piensan que la mano es de origen sobrenatural...

—Tienen más experiencia de lo sobrenatural que de lo que tu llamarías «ciencia». No les desprecies por eso. Viven en un lugar donde están ocurriendo cosas muy extrañas, y a veces las leyes naturales son una creación de las ideas humanas.

—He meditado a menudo en esa teoría, Jhary. Pero ¿cómo encontrar pruebas que la apoyen?

—Las pruebas también pueden ser creadas. No cabe duda de que haces bien estimulando tu pragmatismo de todas las maneras posibles. Yo creo en todo, al igual que no creo en nada.

Corum bostezó y asintió.

—Sí, me parece que es la actitud más recomendable... Bien, me voy a la cama. No sé qué saldrá de todo esto, Jhary, pero debes saber que tu aparición ha mejorado considerablemente mi estado de ánimo. Volveré a hablar contigo mañana. Antes he de ver qué tal paso esta noche.

Jhary rascó a su gato debajo de la barbilla.

—Ayudar a los que te están llamando podría resultarte muy beneficioso.

Casi daba la impresión de estar hablando con el gato.

Corum había empezado a ir hacia la puerta y se detuvo antes de llegar a ella.

—No es la primera alusión a eso que dejas escapar —dijo—. ¿Podrías decirme de qué manera me beneficiaría?

—He dicho que «podría» resultarte beneficioso, Corum, pero no puedo añadir nada más. Sería una estupidez por mi parte, y también sería una muestra de irresponsabilidad. De hecho, quizá ya he hablado demasiado, pues veo que te he dejado un poco perplejo.

—Expulsaré ese asunto de mi mente... Y te deseo que pases una buena noche, viejo amigo.

—Buenas noches, Corum, y que tus sueños estén libres de sombras.

Corum salió de la habitación y empezó a subir por la rampa que llevaba a su dormitorio. Era la primera noche desde hacía muchos meses en que la perspectiva de conciliar el sueño no le inspiraba tanto miedo como curiosidad.

Se quedó dormido casi de inmediato, y las voces empezaron a hacerse oír apenas lo hubo hecho. En vez de oponerles resistencia, Corum se relajó y las escuchó.

—¡Corum! Cremm Croich... Tu pueblo te necesita.

La voz podía oírse con toda claridad a pesar de que hablaba con un acento muy extraño, pero Corum no podía ver el coro ni el círculo de siluetas cogidas de las manos que se alzaban sobre un túmulo en un bosque de robles.

—Señor del Túmulo, Señor de la Mano de Plata... Sólo tú puedes salvarnos.

Corum oyó su voz antes de darse cuenta de que había hablado.

—¿Cómo puedo salvaros? —preguntó.

—¡Al fin has respondido! —exclamó la voz, ahora claramente emocionada—. Ven a nosotros, Corum de la Mano de Plata, Príncipe de la Túnica Escarlata... Sálvanos tal como nos has salvado en el pasado.

—¿Cómo puedo salvaros?

—Puedes encontrar el Toro y la Lanza y ponerte al frente de nosotros para guiarnos contra los Fhoi Myore. Muéstranos cómo combatirles, pues ellos no pelean como nosotros.

Corum se removió. Ahora podía verles. Eran hombres y mujeres altos, jóvenes y apuestos cuyos cuerpos bronceados brillaban lanzando cálidos destellos dorados del color del trigo en otoño, y el oro había sido trabajado hasta formar dibujos tan complejos como hermosos. Brazaletes, tobilleras, collares, ajorcas... Todo era de oro. Las túnicas que vestían eran de lino teñido con suaves tonos rojos, azules y amarillos. Todos calzaban sandalias. Su cabello era rubio o tan rojo como las bayas del serbal. No cabía duda de que eran de la misma raza que las gentes de Lwyman-Esh. Las siluetas se alzaban en el bosque de robles, los ojos cerrados y cogidas de la mano, y todas hablaban al unísono como si fueran una sola.

—Ven a nosotros, Señor Corum. Ven a nosotros.

—Pensaré en ello —dijo Corum adoptando un tono de voz lo más afable y bondadoso posible—, pues ha transcurrido mucho tiempo desde que combatí por última vez y he olvidado las artes de la guerra.

—¿Mañana?

—Si vengo, vendré mañana.

La escena se esfumó y las voces se desvanecieron, y Corum durmió apaciblemente hasta la mañana siguiente.

Cuando despertó, Corum ya sabía que no había nada que discutir. Mientras dormía había decidido que de poder hacerlo respondería a la llamada de las siluetas del bosque de robles. La vida que llevaba en el Castillo Erorn no sólo era horrible, sino que no resultaba útil a nadie..., ni siquiera a él mismo. Iría hasta ellos atravesando el plano y desplazándose a través del tiempo, e iría hasta ellos orgullosamente y por voluntad propia.

Jhary le encontró en la sala de armas. Corum había escogido llevar el peto de plata y el casco cónico de acero con su nombre completo grabado en la cima. También había apartado unas grebas de bronce dorado y su túnica de gruesa seda escarlata y la camisa de seda y lino azul. Un hacha de guerra vadhagh de mango largo estaba apoyada en un banco, y a su lado había una espada forjada en un lugar que no se hallaba sobre la faz de la Tierra y que tenía la empuñadura de ónice rojo y negro; una lanza cuyo astil estaba adornado de un extremo a otro con miniaturas de escenas de cacería que mostraban a más de un centenar de figuras diminutas, todas ellas talladas con considerable detalle; un buen arco y una aljaba llena de flechas cuyas plumas habían sido colocadas una por una. A su lado había un escudo de guerra redondo hecho con varias capas de madera, cuero, bronce y plata que luego habían sido recubiertas con la fina y resistente piel del rinoceronte blanco que en tiempos había vivido en los bosques que se extendían al norte de las tierras de Corum.

BOOK: El toro y la lanza
10.26Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Reavers (Book 3) by Benjamin Schramm
Liars and Tigers by Breanna Hayse
The Lesson by Jesse Ball
Sandra Chastain by Firebrand