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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

La Corporación (17 page)

BOOK: La Corporación
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Megan se queda con la boca abierta.

—¿Qué tienen de malo mis ositos?

—Los escritorios de oficina deben estar limpios de trastos, al menos eso dicen los criterios. Como el mío. Mira.

Sydney pasa la mano por encima de los papeles. Una grapa está colgando de la esquina superior izquierda.

—¡Usted jamás se ha quejado de mis ositos!

—Escucha bien lo que te digo, Megan: no soy yo, son los criterios de la empresa. Segundo, no muestras ningún interés en la labor de equipo.

—Pero si yo trabajo sola. Si usted quiere, trabajaré con la gente. A mí me encanta trabajar con la gente. ¡Estoy más que harta de estar sola!

Sydney dobla los brazos sobre la mesa.

—Bueno, ahora ya no vale la pena quejarse.

—¿Entonces para qué me dice esas cosas?

—Bueno, es parte del proceso de
feedback
. Te estoy diciendo en qué debes mejorar.

—O sea que si mejoro…

—Sí, pero no
aquí
. Hazlo en otro sitio. De aquí ya has sido despedida. En realidad, es por tu bien. Un poco de gratitud no vendría mal.

La boca de Megan empieza a funcionar. Y lo que sale es:

—Gracias.

—De nada —responde Sydney—. Bueno, en conclusión, esos dos aspectos han afectado a tus calificaciones, pero lo peor de todo es que no has alcanzado ningún objetivo.

—¿Qué objetivo?

—Ninguno —Sydney coge una pluma de plata y la agita en el aire. Unos retazos de luz del sol reflejada se clavan en los ojos de Megan—. Durante la última evaluación, se suponía que debíamos acordar algunos objetivos para ti, pero no lo hicimos. Por eso, donde dice «objetivos conseguidos» he tenido que poner «ninguno».

—¡Habría logrado objetivos si usted me los hubiese marcado!

—Es posible. Nunca se sabe.

—¿Cómo puede echarme la culpa de no conseguir unos objetivos que jamás tuve?

—No esperarás que diga que los has alcanzado cuando no lo has hecho.

—¡Pero eso no es cierto! —la perplejidad de Megan comienza a disiparse. Su cuerpo comienza a reaccionar de la forma debida; es decir, que comienza a llorar—. ¡Yo hago bien mi trabajo! ¡Lo hago bien!

Megan se cubre el rostro con las manos. Sydney guarda silencio, mientras Megan llora y su cuerpo se sacude. Se siente avergonzada de llorar en la oficina de su jefa, pero no puede evitarlo. Luego, una terrible idea se le pasa por la cabeza: Sydney se está riendo desde el otro lado de la mesa, divertida más que avergonzada por el llanto de Megan. Es una idea tan terrible que levanta la cabeza con brusquedad. Eso toma a Sydney por sorpresa, y la sonrisa maliciosa se borra demasiado tarde de su rostro. Sydney aprieta los labios.

—No pienso perder mi tiempo en discusiones. La decisión está tomada. No es cosa mía —Sydney dobla los brazos y añade— seguridad te está esperando.

Megan se levanta de la silla, se dirige a la puerta y en efecto ve que hay dos hombres uniformados al lado de su mesa. Los demás empleados de Ventas de Formación miran por encima de los paneles divisorios.

—¿Megan Jackson? —pregunta uno de los hombres de Seguridad.

Los guardias permanecen de pie a su lado mientras ella mete sus ositos en el bolso, uno detrás de otro. Cuando extiende la mano para cerrar una carta que estaba escribiendo en el ordenador, la mano uniformada de un guardia de seguridad se lo impide:

—Por favor, no intente manipular el ordenador.

Cuando termina de recoger sus cosas, los guardias de seguridad la escoltan a través de Berlín Oriental. Megan se da cuenta de que todos los empleados la miran, unos empleados con los que lleva tiempo trabajando pero a los que nunca ha llegado a conocer realmente. A pesar de lo humillada que se siente, le entran ganas de reír: es la primera vez que se fijan en ella. Mira a Jones antes de marcharse, al apuesto y guapo Jones al que ya no volverá a ver jamás. Está pálido y anonadado, con la mirada puesta en ella; ¡por fin se ha fijado en ella!

Esta vez no ha sido como en agosto, cuando despidieron a Wendell. Éste se había ido ya cuando salieron de la sala de reuniones. Hoy en cambio se han presentado los de seguridad y han echado a una persona. Los demás se sienten como un rebaño de impalas después de ver cómo los leones han terminado su caza y se llevan un cuerpo inerte. Inconscientemente, los demás empleados se agrupan, con las orejas tiesas y las fosas nasales muy abiertas, mientras los de seguridad regresan y se llevan el ordenador, pieza por pieza. Luego limpian la mesa, echan un espray en la silla y la colocan en su lugar. Jones no puede apartar la mirada de ellos.

—¿Por qué han echado a Megan? —termina diciendo—. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué?

—Déjalo, Jones —interrumpe Holly algo incómoda—. Así son las cosas. No hay nada que puedas hacer al respecto.

La cabeza de Roger aparece por encima del Muro de Berlín.

—Oye, Freddy, Freddy.

Freddy sabe lo que le va a preguntar. Encoge los hombros.

—Dime.

—La porra. ¿Quién había apostado por Megan? ¿Quién ha ganado la porra?

—Nadie.

—¡Vaya! —dice arqueando las cejas con esperanza—. Entonces sigue en pie, ¿verdad?

—Sí —responde Freddy—. Sigue en pie.

Eve llama a la puerta del apartamento de Jones durante cinco minutos seguidos.

—Venga, vamos —se oye su voz a través de la puerta—. No seas ridículo. Sé perfectamente que estás ahí.

Jones no se imagina cómo ha podido entrar en el edificio. Hay un interfono, que Jones ignoró deliberadamente cuando ella llamó hace diez minutos, y no se puede entrar sin una llave.

—Apenas la conocías. Llevas tres meses en Zephyr y sólo hablaste en cuatro ocasiones con ella. No es tan grave, sólo la han despedido, es algo que pasa todos los días en un entorno empresarial.

Jones mete la mano en la bolsa de patatas fritas que tiene encima de las rodillas y saca un puñado. Está sentado en su raído sofá de color marrón, delante de un televisor al que le quitó el volumen cuando Eve comenzó a llamar a la puerta. Sin embargo, no parece que esté consiguiendo engañar a nadie realmente, de modo que se mete las patatas en la boca y las mastica ruidosamente.

—Tú ya sabes cómo funcionan las cosas, así que deja de comportarte como un niño. Hace tres días te pregunté si comprendías cuál era tu posición y me respondiste que sí.

—Si trabajan para
nada
, ¿qué necesidad hay de despedirlos? —pregunta Jones a gritos, lo que hace que pedazos de patatas fritas salgan despedidos de su boca.

—Porque forma parte del estudio. Nos dedicamos a observar cómo son contratados, cómo se adaptan, cómo trabajan y cómo son despedidos. Nuestro trabajo no consiste en proporcionarles una fantasía empresarial donde la gente consigue un trabajo de por vida. Nosotros calcamos la vida real —Eve hace una pausa—. Déjame entrar y te lo explicaré.

—Ya lo entiendo —responde Jones irritado.

—Entonces ven al partido de béisbol.

Eso le irrita tanto que se pone en pie.

—Megan tenía
amigos
en Zephyr. Era parte de su
vida
. —En realidad Jones no está muy seguro de esto; se está permitiendo hacer algunas suposiciones.— Era una
buena persona
. ¿Qué va a ser de ella ahora? ¿Lo sabes?

—Recibirá un subsidio por despido y buscará otro trabajo. Y nosotros correremos la voz de que la ha contratado un competidor.

—Assiduous.

—Exactamente. Es mejor si no hay contacto entre los empleados antiguos y nuevos, por eso inventamos una empresa imaginaria.

—Ni siquiera piensas decírselo a ella, ¿verdad que no? Son personas, han trabajado para la empresa durante años y jamás lo sabrán.

—Por supuesto que no. Imagina si lo supieran. Piensa en ello, Jones. Sería sumamente destructivo decirle a una persona que todo lo que ha hecho en los últimos años es pura
ficción
. ¿Qué pensaría de todas las noches que ha llegado tarde a casa, de las horas perdidas, del estrés, de los plazos…? Lo único que los mantiene en su sano juicio es la creencia de que su trabajo ha significado
algo
. ¿Acaso quieres arrebatársela?

Jones se queda parado en medio de la habitación, sosteniendo una bolsa de patatas a medias y sin decir nada.

—Escucha —dice Eve con voz melosa—. Comprendo tu postura y la comparto. No hay duda de que echar a la gente es una putada, pero ¿de qué te va a servir seguir con esta rabieta? Jones, si esto te preocupa, entonces estás en el lugar adecuado. Justo en este momento miles de directores de grado medio van en su coche escuchando el audiobook El sistema de gestión omega, y si les decimos que algo funciona, lo probarán. Así que no te quejes por todo esto, y mejóralo. Busca una mejor forma de hacerlo.

Jones se dirige a la puerta, la abre de golpe y toma aliento para soltar una retahíla de observaciones mordaces sobre la ética de cambiar los sistemas corruptos desde dentro, con ejemplos probablemente tomados de los nazis. Pero entonces la ve y toda esa burbuja de aire estalla. Eve va vestida —si se puede llamar así a la coincidencia casual de unas cuantas piezas de ropa vaporosa para cubrir algunas partes clave de su cuerpo— con un traje de satén negro. Unos pendientes de diamante brillan en sus orejas, y tampoco se ha olvidado del collar. La piel bronceada del escote trata de convencerle para que baje la vista más abajo todavía, al tiempo que sus piernas cantan un idilio.

—Vamos al partido de béisbol, que para eso me he arreglado —dice Eve tendiéndole la mano.

—Sí, pero eso no significa que esté de acuerdo contigo, ni que me sienta contento —dice al final Jones.

—Como quieras —responde Eve sonriendo. Luego su mirada baja hacia su camiseta y a sus pantalones de chándal manchados y pregunta:

—¿Vas a…?

—Voy a cambiarme —dice Jones.

Jones no era muy aficionado al béisbol en el instituto. No jugaba bien, no disfrutaba viéndolo y no le agradaba ver a las chicas sentadas en grupo a la izquierda de la cancha mirando a los chicos ejercitarse con el bate. Pero algo cambió en la universidad, algo relacionado con la enorme pantalla de televisión de la sala de recreo y con los grupos que se reunían para ver los partidos. No sucedió de forma inmediata; poco a poco se dejó arrastrar por el flujo y el reflujo del juego, por sus glorias y sus tragedias, por la diferencia de una fracción de segundo entre unas y otras, hasta que un día se dio cuenta de que le encantaba ese deporte. Jones ha estado más veces de las que puede recordar en Safeco Field, pero en ninguna de ellas bajó por una rampa con el coche y fue recibido por un mozo que le escoltó hasta una serie de ascensores privados, ni jamás había pisado la suave y blanda moqueta color crema que conduce hasta un pasillo donde hay un letrero que reza: «Palcos de empresa».

El… ¿conserje? los lleva hasta una puerta donde pone Alpha y la abre para que pasen. Dentro hay varios sofás de piel y enormes frigoríficos. La cristalera de enfrente está ligeramente ahumada y ofrece una vista tan impresionante del terreno de juego que Jones se queda boquiabierto. En ese momento se da cuenta de que ya no volverá a disfrutar de un partido de béisbol si no lo ve desde ahí.

—Vaya, veo que te gusta.

Eve pone su chal en la percha.

—Me preguntaba por qué te habías quedado tan callado. ¿Es la primera vez que estás en un reservado?

Jones no puede apartar los ojos del campo.

—Sí.

—Yo detesto el béisbol, pero me agrada este sitio. Es tranquilo, ¿verdad?

—No puedo creer que sea sólo para nosotros. ¿No lo usa nadie más?

—No. De hecho, la mayoría de las veces está vacío —Jones se da la vuelta, demasiado indignado como para responder—. ¿Qué pasa? ¿Crees que lo debemos abrir al público? ¿O quizá buscar algunos niños con cáncer y traerlos a ver los partidos?

—Bueno ¿y por qué narices no? —responde Jones.

Eve se ríe.

—Lo que hace especial este sitio, Jones, no son los sofás de cuero, ni el contenido de las neveras, ni la espléndida vista, sino que
nosotros
estamos aquí mientras que
ellos
—Eve hace un gesto hacia la multitud— están allí.

Jones hace una mueca de disgusto.

—Por lo que veo tus padres no te enseñaron eso de compartir.

—Sí que lo hicieron —responde Eve dirigiéndose al bar y estudiando detenidamente la hilera de botellas. Jones ve su cara reflejada en el espejo que hay detrás de ellos—. De hecho, mi madre nos prohibía a mí y a mis hermanas tener posesiones individuales. Todo era de todas —extiende el brazo para coger una botella oscura y rechoncha de algo que Jones no reconoce, además de un par de delicados y bulbosos vasos—. ¿Qué te parece? ¿Crees que toda mi vida es una rebelión por haber tenido unos padres hippies?

—Bueno, eso explicaría muchas cosas.

—La cuestión es —dice Eve sentándose en el sofá y acariciando el espacio que queda a su lado— que las posesiones tienen su gracia. Por ejemplo, a mí no me interesan especialmente los coches. No sé cuántos cilindros tiene mi Audi, ni tampoco, ahora que lo pienso, para qué sirve un cilindro. Ni la más remota idea. Pero cuando lo miro, Jones, me gusta lo que veo. Me
encanta
. Porque es mío y es más bonito que el de todos los demás.

—Esa es una de las cosas más horribles que he oído —responde Jones.

Eve le tiende un vaso con un líquido marron con hielo y Jones lo coge.

—No hay nada malo en disfrutar de la vida. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa puedes hacer?

Eve levanta el vaso y le da un trago.

Jones se sienta a su lado.

—Bueno, no querría parecer demasiado radical, pero ¿qué opinas de ayudar a la gente? ¿Conseguir que el mundo sea un poco mejor?

Eve tose de forma explosiva. Logra dejar el vaso sobre la mesa tras dos intentos fallidos y busca un pañuelo de papel en el bolso para secarse los ojos.

—¡Dios santo! Casi me muero —dice. Respira profundamente y añade—, uf. De acuerdo. Dime entonces ¿cómo justificas comprarte unos zapatos nuevos?

—¿Cómo dices?

—Habiendo miles de personas muriéndose de hambre en África, ¿qué clase de persona se compraría unos zapatos de doscientos dólares? Una vez que te metes en ese paradigma, es un pozo sin fondo. Jamás te sentirás satisfecho en la vida mientras haya alguien que sea pobre o padezca hambre, y siempre lo habrá, igual que lo ha habido desde el principio de los tiempos. Te sentirás siempre culpable e hipócrita.
Yo
en cambio soy coherente. Soy sincera y admito que no me importa. Tú quieres que te asegure que Alpha es una empresa ética, pero no pienso hacerlo porque eso de la ética me parece una chorrada. Es sólo una excusa que inventamos para justificar lo que hacemos. Por eso mi lema es: sé lo bastante grande para vivir sin racionalizaciones.

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