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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

La Corporación (19 page)

BOOK: La Corporación
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»Hemos logrado grandes avances, pero el trabajo aún no ha terminado. Ahora más que nunca, necesitamos demostrarles a todos que la Corporación Zephyr es líder en su sector, por lo que debemos enfatizar nuestro compromiso con nuestra visión estratégica. Por ese motivo, durante las siguientes semanas, todos los departamentos serán consolidados. Eso es todo. Que tengan un buen día. Gracias.

Este es el primer mensaje de voz que reciben los empleados el viernes por la mañana. Llegan, se quitan la chaqueta y guardan los bolsos. Cogen el auricular, introducen su código de acceso y eso es lo que oyen.

Salvo Jones. Este se arrastra hasta su mesa como un moribundo, se sienta, apoya los codos y se sostiene la cabeza. La luz del contestador automático se enciende y se apaga, lanzando rayos de luz roja cada dos segundos y medio. No tiene fuerzas ni para apagarla.

—¡Consolidados! —grita Freddy—.
¡La mayoría de los departamentos
!

Holly y él se levantan al mismo tiempo.

—Tú pregúntale a Elizabeth. Yo hablaré con Megan. Ella… —Freddy chasquea los dedos—. ¡Oh mierda! Se me había olvidado que la han despedido.

Holly ya se ha marchado. Freddy corre tras ella y pasa al lado de Jones, que tiene aspecto de haber tenido una reunión de cuatro horas con Recursos Humanos. Freddy duda un momento.

—No te preocupes, Jones. No nos debemos asustar hasta que no sepamos algo —de repente sus ojos se agrandan—. ¿O es que tú ya sabes algo? —Freddy agarra a Jones por los hombros—. ¿Nos van a consolidar?

—Por favor, no me sacudas —dice Jones.

Freddy no sabe qué le sucede a Jones, pero obviamente no es la fusión y eso es lo importante en ese momento; es decir, quién va a perder el empleo. Holly ya se encuentra en Berlín Occidental, hablando con Elizabeth y probablemente averiguando quién va a ser despedido y quién se quedará si pronuncia las palabras adecuadas ante la persona adecuada. Probablemente
en este momento
se está asegurando su permanencia en la empresa, mientras él está perdiendo el tiempo con Jones. Freddy sale disparado hacia Berlín Occidental mientras grita:

—¡Ahora no!

No hay manera de encontrar a Elizabeth, de modo que Holly se ha ido en busca de Roger y está tratando de sonsacarle información. Freddy interrumpe la conversación.

—¿Qué has dicho?

Roger arquea una ceja.

—Digo que cuando hay una fusión sale beneficiado el departamento con el director más fuerte. Nosotros contamos con Sydney, así que no hay razón para asustarse.

—De acuerdo. Entonces Sydney nos salvará.

—A menos que… —Roger duda—. Bueno, a menos que le pidan que elija entre salvar el departamento o su propio puesto.

Holly se lleva la mano a la boca.

—Pero estoy convencido de que eso no sucederá —termina diciendo Roger.

Freddy, sin embargo, no está tan convencido, ni tampoco Holly, que ya está espiando a Elizabeth mientras regresa pálida y tambaleante del cuarto de baño. Elizabeth visita el cuarto de baño con mucha frecuencia en los últimos días. Cada vez que Holly la necesita, la encuentra allí.

—¡Elizabeth! Dime qué sabes. ¿Nos van a consolidar?

Elizabeth la mira perpleja.

—¿A consolidar?

—El mensaje de voz. Sabes si…

Holly se calla porque ha visto que la luz del contestador automático de Elizabeth aún está parpadeando; es decir, que aún no ha escuchado el mensaje. Holly se queda perpleja. Elizabeth siempre es la primera en enterarse de todo, pero hoy parece que no. Mientras los demás escuchaban el mensaje de voz, ella estaba en el cuarto de baño.

—¿Qué es eso de la fusión? —pregunta Elizabeth.

—Um… —responde Holly moviendo los pies—. Pues…

La Corporación Zephyr ha empezado de nuevo a trabajar tras el apagón de la red, pero ahora que se avecina una fusión nadie tiene tiempo para eso. El trabajo se detiene en todo el edificio. Las ruedas de la industria se paran de golpe y empiezan a brotar los rumores. En cuestión de minutos, Zephyr fabrica historias a un ritmo espectacular. Si las historias se pudieran vender, su nivel de productividad merecería una publicidad y una recompensa muy especiales, pero no se puede y hasta Dirección General es consciente de ello. Cuando se dan cuenta de lo que sucede, Dirección General emite una llamada telefónica a todos los jefes de departamento en la que prohíbe a todos los miembros de la plantilla que especulen sobre la fusión. Dirección General observa que mientras ellos trabajan para salvar el puesto de trabajo de todos los empleados, los empleados sólo se preocupan del suyo propio. ¡Todos al trabajo otra vez!

Los jefes de departamento están completamente de acuerdo. Asienten con la cabeza a pesar de tratarse de una conversación telefónica. Sus voces denotan gravedad. Respaldan a Dirección General al 110 por ciento. ¡O puede que más! La puja se dispara rápidamente.

Sin embargo, una vez que la llamada termina, su respaldo decae, primero a niveles reales, luego más abajo aún.

—Dirección General aún no ha decidido qué departamentos serán consolidados —responden los directores a las inquietas preguntas de los empleados—. O puede que lo hayan hecho, pero no quieran decirlo aún. Sé tanto como vosotros; es decir, que no tengo ni idea de lo que están haciendo.

Los empleados se arremolinan asustados alrededor de las máquinas de café. El rumor se extiende hacia el subsuelo y allí florece. Las bandejas de las impresoras láser se llenan de currículos actualizados.

Mientras tanto, Dirección General se reúne en su soleada sala de reuniones. La sesión comienza con una nota peligrosa cuando se sugiere, aunque no de una forma muy explícita, que no ha sido muy prudente por parte de Daniel Klausman anunciar que iba a efectuarse una fusión sin que se decidiera previamente qué departamentos iban a ser consolidados. Tal vez hubiera sido una buena idea que Daniel Klausman hubiese dado alguna pista a Dirección General acerca de su gran plan. Tal vez, sólo tal vez, hubiese sido mejor que Dirección General lo hubiese sabido antes que nadie.

Los culos de Dirección General se agitan inquietos en sus asientos. Klausman no asiste a esas reuniones, pero todos saben que se entera de todo lo que sucede en ellas. Algunos sospechanque la habitación está vigilada, que hay micrófonos en las flores, cámaras escondidas en los ojos de los retratos, en fin, ese tipo de cosas. Otros en cambio se preguntan si hay algún topo y algunos están empezando a desarrollar la teoría de que alguien de Dirección General es Daniel Klausman, pero prefieren no decir nada porque admitir que jamás has visto al Consejero Delegado de tu empresa cara a cara equivale a anunciar tu irrelevancia política. Sea lo que sea, en Dirección General todos se esfuerzan siempre en parecer muy leales. Es una decisión impecable por parte de Klausman hacer partícipe a toda la plantilla de la decisión, dicen. Y golpean la mesa al decirlo, para que quede bien claro ante los micrófonos, los topos o el mismísimo Klausman.

—Yo hace tiempo que sospechaba algo así —dice el vicepresidente de Gestión Empresarial, Previsión y Auditoría—. Mis empleados están a punto de completar un análisis que demuestra que el 80 por ciento de nuestros costes son atribuibles a sólo el 20 por ciento de las unidades empresariales.

Eso levanta un murmullo de alarma.

—¿Cómo es posible? —protesta el hombre que está sentado a su derecha—. Esa era la situación antes de nuestra última fusión y hemos recortado la mayor parte de ese 80 por ciento.

—Sí, pero este es un nuevo 80 por ciento —recalca el vicepresidente.

Con eso se pone fin a la conversación. Obviamente, la empresa debe seguir recortando costes hasta que esos porcentajes se reduzcan. Se propone una moción para expresar el respaldo a la decisión tomada por Klausman, que es aprobada por unanimidad. Si hay algo que Dirección General sabe hacer es aprobar mociones.

Tras este primer logro, Dirección General se toma un descanso. ¡Uf! Todos aprovechan la oportunidad para mirar sus mensajes de voz y pedirles un café a sus asistentes. Mientras lo hacen, todos se agrupan inconscientemente en bandos separados. En confianza, se susurra dentro de cada uno de ellos, esas fusiones sólo podrán funcionar si sus departamentos absorben a los otros. Todos asienten con la cabeza. Hacen un bosquejo de la visión estratégica de la nueva empresa, con la mayoría de los departamentos drásticamente reducidos o eliminados, salvo el suyo, que se convierte en algo grande y portentoso. ¡Bien! Los corazones se aceleran de entusiasmo. Cada bando se ilumina con un único propósito.

Sin embargo, cuando Dirección General vuelve a reunirse en la sala, cada bando percibe que los demás también han formado alianzas. Se miran con recelo. Todo el mundo se da cuenta de lo que sucede: algunos miembros están aprovechando la reorganización de la empresa para inflar sus responsabilidades. Esta acusación —al principio encubierta, luego no tanto y finalmente explícita— cae sobre una bomba sobre la mesa de roble. Los diversos bandos lo niegan con vehemencia. ¡Será que les van a aumentar el sueldo por ocuparse de más gente! (Lo cual es cierto. Sucedió en cierta ocasión, pero no se ha vuelto a repetir desde lo que ahora se conoce como el «Incidente de las siete secretarias».) ¡Un departamento mayor sólo implica más trabajo!

Lo cual es cierto también. Tal vez a los no directores les parezca realmente que Dirección General está dispuesta a asumir más trabajo por el bien de la empresa. Precisamente por eso, los no directores no son directores. No se llega hasta los puestos más altos de la Corporación Zephyr eludiendo responsabilidades, sino todo lo contrario, asumiendo cuantas más mejor, aprendiendo a dominarlas y pidiendo más a gritos. Dirección General reclama responsabilidades de la misma forma que un pajarillo recién nacido, con los ojos cerrados y las alas extendidas, reclama gusanos regurgitados: es decir, por instinto. Eso es lo que hacen. Eso es lo que son. Por eso cuando Dirección General mira a su alrededor y sólo ve miradas duras y sedientas, se da cuenta de que va a ser un día muy largo.

Elizabeth avanza de nuevo a empujones hacia el cuarto de baño. Son las diez de la mañana y ya es su tercera visita hoy. Ha vomitado una vez, de forma discreta, y si la pauta se mantiene se producirá un nuevo incidente dentro de veinte minutos. Entretanto regresa a Berlín Occidental. Elizabeth no puede pasarse el día en el cuarto de baño agarrada a la taza del inodoro. (Tampoco puede pasarse el día doblada sobre el fregadero, una posición sólo levemente más digna. ¿Qué ocurriría si la viera Sydney? ¿O Holly? Holly ya sospecha algo. Es probable que sepa ya lo que sucede, sin darse cuenta del todo. A Elizabeth aún no se le nota la barriga, pero se le están hinchando los pechos y se siente sumamente cansada. El otro día llegó incluso a dormirse por unos segundos en la reunión de Ventas de Formación y cuando abrió los ojos Holly la estaba mirando.)Elizabeth ha comenzado a soñar con cintas. Cintas de color azul, verde y rojo, de ésas que utilizan las niñas para sujetarse el pelo. O mejor dicho, de ésas que utilizan las madres para sujetar el pelo de sus hijas. Por algún motivo, Elizabeth no puede quitarse esa imagen de la cabeza: ella y una niña pequeña, ella arreglándole el pelo a una niña pequeña. Desde que se estropeó la red, es lo único que ha hecho. Es un sueño estúpido y peligroso, pero no puede quitárselo de la cabeza.

La luz de su contestador telefónico sigue parpadeando. No es el que está reservado a todos los empleados, pues ya ha oído el mensaje que le dejaron. Fue tan escalofriante como cabía deducir de la reacción de Holly y Freddy, y Holly ha hecho ya media docena de llamadas tratando de recopilar más información. Este mensaje de voz será la respuesta a alguna de esas llamadas, supone. Es posible que Elizabeth reaccione con más lentitud y puede que tenga que ir al cuarto de baño con más frecuencia, pero aún no está fuera del circuito. Se sienta en la silla y marca el número de voz.

Es una voz masculina, sonora y suave.

—Buenos días. Recursos Humanos. Hemos notado algunas irregularidades en sus pautas de trabajo. Quisiéramos hacerle algunas preguntas. Por favor, preséntese en la planta tercera.

Su primer instinto le dice que es Roger. Pero éste tiene el teléfono en la oreja y está hablando:

—Escucha. Probablemente pueda conseguirte un puesto en Estrategias de Formación si Servicios de Personal es consolidado. Pero ¿qué me puedes ofrecer tú si suprimen Formación?

Si Roger estuviera detrás de ese asunto de Recursos Humanos, la estaría observando a ella, de eso no le cabe duda.

Por tanto no es Roger, sino Recursos Humanos. El estómago se le encoge. Eso es peor, mucho peor.

Elizabeth se da la vuelta y sale de Berlín Occidental.

Unos minutos más tarde Elizabeth sale del ascensor y se encuentra en la planta tercera. En todo el tiempo que lleva trabajando en la Corporación Zephyr jamás ha estado en Recursos Humanos, por eso abre mucho los ojos al ver las paredes azuladas y la iluminación no fluorescente. Avanza por el pasillo, sobre una moqueta tan gruesa que sus pies parecen hundirse en ella, y se detiene en el vacío mostrador de recepción. Mira a ambas puertas y en ese momento se abre la de la derecha.

—¿Hola?

Nadie responde. Elizabeth no está impresionada. Siempre le ha resultado difícil imaginar cómo podía ser Recursos Humanos, pero esto es ridículo. Entra en el pasillo con los labios firmemente apretados.

Percibe que cada vez hace más calor, aunque también puede que sea ella. No es fácil distinguirlo estos días. Nota que se le humedece la espalda, que se le pega la camisa y eso le molesta.

—¿Hola?

Se abre una puerta a su izquierda.

La puerta da a una habitación pequeña y con una silla de plástico como único mobiliario. La silla está frente a un espejo. Elizabeth mira alrededor.

—¡Vaya tela!

No hay respuesta. Entra en la habitación, se lleva las manos a la cintura y mira de frente al espejo.

—¿Alguien me va a responder cara a cara o vais a esconderos detrás de ese espejo?

Silencio.

—De acuerdo —dice dirigiéndose hasta la silla. Las nauseas han desaparecido; se siente capaz de estrangular a un caimán. Se sienta y cruza las piernas.

Se oye una voz procedente de no se sabe dónde.

—Diga su nombre —dice.

—Elizabeth Millar. ¿Y el suyo?

—Diga su número de empleado.

—El 4148839.

—Diga el nombre de su departamento.

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