Read Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun (35 page)

BOOK: Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun
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A la mañana siguiente Glyneth despertó a Dhrun y le contó los episodios de la noche anterior. Dhrun sintió pena por no haber participado, pero contuvo la lengua.

La legítima Melissa preparó un desayuno de perca frita, recién cogida del río. Mientras Dhrun y Glyneth comían llegó el ayudante del carnicero.

—Melissa, ¿tienes algo para vender?

—Claro que sí. Un buen cerdito de un año, que no necesito. Lo encontrarás atado a un árbol en el fondo. No prestes atención a sus extraños gruñidos. Arreglaré cuentas con tu amo en mi próxima visita al pueblo.

—De acuerdo, Melissa. Vi el animal al llegar y parece estar en excelentes condiciones. Con tu permiso, continuaré con mis tareas. —El chico del carnicero se marchó y desde la ventana le vieron arrastrar el cerdo por el camino.

Casi inmediatamente después, Glyneth dijo cortésmente:

—Creo que nosotros también deberíamos marcharnos, pues hoy debemos viajar mucho.

—Haced lo que os parezca —dijo Melissa—. Hay mucho trabajo que hacer, de lo contrario os pediría que os quedarais más tiempo. Un momento. —Se fue de la habitación y pronto regresó con una moneda de oro para Dhrun y otra para Glyneth—. Por favor, no me deis las gracias. Estoy abrumada de felicidad por conocer nuevamente mi propio cuerpo, que fue sometido a tan mal uso.

Por temor a perturbar la fuerza mágica que residía en la vieja cartera, guardaron las monedas de oro en la cintura de los pantalones de Dhrun. Luego se despidieron de Melissa y siguieron viaje por carretera.

—Ahora que estamos a salvo, fuera del bosque, podemos empezar a hacer planes —dijo Glyneth—. Primero, encontraremos a un hombre sabio, que nos dirigirá hacia uno aún más sabio, que nos conducirá hacia el primer sabio del reino, y él ahuyentará las abejas de tus ojos. Y luego…

—¿Y luego qué?

—Aprenderemos lo que podamos sobre príncipes y princesas, y quién puede tener un hijo llamado Dhrun.

—Me contentaré con sobrevivir a siete años de mala suerte.

—Cada cosa a su tiempo. Ahora, en marcha. ¡Adelante, un paso, otro, otro! Allí está la aldea, y si hemos de creer en esa señal, se llama Wookin.

Delante de la posada de la aldea, un viejo sentado en un banco mondaba largos rizos claros de un trozo de aliso verde. Glyneth se le acercó con timidez.

—Señor, ¿quién es considerado el hombre más sabio de Wookin? —El viejo reflexionó durante el tiempo requerido para rasurar dos exquisitos rizos de madera de aliso.

—Daré una respuesta franca. Ten en cuenta que Wookin parece plácida y tranquila, pero el bosque de Tantrevalles se yergue a poca distancia. Una malvada bruja vive a un kilómetro camino arriba y arroja su sombra sobre Wookin. La aldea más cercana es Lumarth, a una distancia de seis kilómetros. Cada uno de estos kilómetros está dedicado a la memoria del salteador que hace tan sólo una semana hizo suyo ese kilómetro bajo el liderazgo de Janton Cortagargantas. La semana pasada los seis se reunieron para celebrar el santo de Janton, y fueron capturados por Núminante el Captor de Ladrones. En la Encrucijada de los Tres Kilómetros descubrirás nuestro hito más célebre y más curioso, el viejo Seis-de-un-Trago. Directamente al norte, apenas fuera de la aldea, hay un conjunto de dólmenes, dispuestos para formar el Laberinto-Adentro-Afuera, cuyo origen se desconoce. En Wookin residen un vampiro, un comedor de veneno, y una mujer que conversa con las serpientes. Wookin debe ser la aldea más variada de Dahaut. He sobrevivido aquí ochenta años. ¿Qué más se necesita para declararme el hombre más sabio de Wookin?

—Señor, pareces ser el hombre que buscamos. Este muchacho es el príncipe Dhrun. Las dríades enviaron abejas doradas para colocarle círculos zumbones en los ojos, y está ciego. Dinos quién puede curarlo o, en caso contrario, a quién podemos preguntar.

—No puede recomendar a nadie que esté cerca. Es magia de hadas y se debe curar con un hechizo de hadas. Busca a Rhodion, rey de las hadas, que lleva un sombrero verde con una pluma roja. Apodérate de su sombrero y él tendrá que hacer lo que le pidas.

—¿Cómo podemos encontrar al rey Rhodion? De verdad, es muy importante.

—Ni siquiera el hombre más sabio de Wookin conoce la respuesta a ese acertijo. A menudo visita las grandes ferias, donde compra cintas, cardenchas y otras bagatelas. Una vez lo vi en la Feria de Tinkwood, un alegre y viejo caballero a lomos de una cabra.

—¿Siempre monta una cabra? —preguntó Glyneth.

—Rara vez.

—¿Entonces cómo se lo reconoce? En las ferias hay cientos de alegres caballeros.

El viejo rasuró un rizo de su rama de aliso.

—Sin duda, ése es el eslabón débil del plan —dijo—. Tal vez un hechicero os sea más útil. Está Tamurello de Pároli, y Quatz, junto a Lullwater. Tamurello exigirá un trabajo agobiante, que requerirá una visita a los confines de la tierra: un nuevo defecto en el plan. En cuanto a Quatz, está muerto. Si tienes algún medio para resucitarlo, creo que se comprometería a cualquier cosa.

—Tal vez —dijo Glyneth con desánimo—. ¿Pero cómo…?

—Ya, ya. Has notado el defecto. Aun así, quizá se solucione con un plan astuto. Eso digo yo, el hombre más sabio de Wookin.

Una matrona de cara severa salió de la posada.

—¡Ven, abuelo! Es la hora de la siesta. Luego podrás permanecer despierto un par de horas esta noche, pues la luna despunta tarde.

—Bien, bien. La luna y yo somos viejos enemigos —le explicó a Glyneth—. La malvada luna envía rayos de hielo para congelarme la médula, y yo me esfuerzo para evitarlos. Planeo hacer una gran trampa para la luna en aquella colina, y cuando la luna venga a caminar, espiar y atisbar para encontrar mi ventana, echaré el cerrojo y ya mi leche no se cuajará en las noches de luna.

—Ya es hora, abuelo. Despídete de tus amigos y ven a tomar la sopa de pata de vaca.

Dhrun y Glyneth se alejaron de Wookin en silencio.

—Buena parte de lo que dijo parecía sensato —dijo al fin Dhrun.

—Eso me pareció —dijo Glyneth.

Más allá de Wookin, el río Murmeil viraba hacia el sur, y el camino atravesaba una región de bosques y de sembradíos de cebada, centeno y forraje. Plácidas granjas dormitaban a la sombra de robles y olmos, todas construidas con el basalto gris de la zona y con techos de paja. , Dhrun y Glyneth caminaron un kilómetro, luego otro, cruzándose con tres viajeros en total: un niño que llevaba caballos; un arriero con un rebaño de cabras y un latonero ambulante. Por el aire llegaba un hedor cada vez más fuerte: primero en hálitos y ráfagas, luego con una intensidad violenta y repentina, tan penetrante que Glyneth y Dhrun se pararon en seco en la carretera.

Glynet tomó la mano de Dhrun.

—Ven, caminaremos deprisa y así lo dejaremos atrás pronto.

Los dos trotaron camino arriba, conteniendo el aliento para no sentir esa pestilencia. Cien metros después llegaron a una encrucijada con una horca al lado. Un letrero, que señalaba a este y oeste, norte y sur, rezaba:

BLANDWALLOW: 3 - TUMBY: 2 WOOKIN: 3 - LUMARTH: 3.

Seis hombres muertos colgaban del patíbulo recortándose contra el cielo.

Glyneth y Dhrun pasaron deprisa, pero se detuvieron de nuevo. En un tronco bajo estaba sentado un hombre alto y delgado de cara larga y delgada. Vestía ropa oscura pero no llevaba sombrero; el pelo, ennegrecido y lacio, se le pegaba al cráneo angosto.

Glyneth pensó que tanto las circunstancias como el hombre eran siniestras y habría seguido de largo sin nada más que un cortés saludo, pero el hombre alzó un largo brazo para detenerlos.

—Por favor, queridos, ¿qué noticias hay de Wookin? Mi vigilia ha durado tres días y estos caballeros murieron con el cuello inusitadamente duro.

—No oímos noticias, señor, salvo la referente a la muerte de seis bandidos, que ya debes conocer.

—¿Por qué esperas? —preguntó Dhrun, con conmovedora simplicidad.

—¡Jauí! —rió agudamente el hombre flaco—. Una teoría propuesta por los sabios asegura que cada nicho de la estructura social, por estrecho que sea, encuentra quien lo llene. Confieso que tengo una ocupación tan específica que ni siquiera ha adquirido un nombre. Para decirlo con simpleza, espero bajo el patíbulo hasta que cae el cadáver, y entonces tomo posesión de las ropas y pertenencias valiosas. Encuentro poca competencia en este campo. Es una tarea aburrida, y nunca me volveré rico, pero al menos es honesta y tengo tiempo para soñar.

—Interesante —dijo Glyneth—. Que tengas suerte.

—Un momento. —El hombre estudió las rígidas siluetas colgantes—. Creí que hoy tendría al número dos. —Tomó una herramienta que estaba apoyada contra el patíbulo: una vara larga con punta bifurcada. Tanteó la cuerda por encima del nudo y la sacudió con fuerza. El cadáver quedó colgado como antes—. Mi nombre, por si queréis saberlo, es Nhabod, y a veces me conocen como Nab el Angosto.

—Gracias. Ahora, si no te importa, seguiremos nuestro camino.

—¡Esperad! Voy a decir algo que os puede resultar interesante. Allí, número dos en orden, cuelga el viejo Tonker el carpintero, que metió dos clavos en la cabeza de su madre: cuello duro hasta el final. Mirad —señaló con la vara, y su voz adquirió un tono didáctico— la magulladura roja. Esto es común y habitual en los primeros cuatro días. Luego aparece una mancha carmesí, seguida por esa palidez de tiza, que indica que el objeto está por caer. Por estos indicios he intuido que Tonker estaba maduro. Bien, suficiente por hoy. Tonker caerá mañana y después de él Pilbane el bailarín, quien asaltó en los caminos durante trece años, y hoy estaría asaltando si Numinante el Captor de Ladrones no lo hubiera descubierto dormido y Pilbane no hubiera bailado su última jiga. Luego está Kam el granjero. Un leproso pasó ante sus seis hermosas vacas lecheras, en esta misma encrucijada, y las seis se secaron. Como es ilegal derramar sangre de leproso, Kam lo empapó con aceite y le prendió fuego. Se dice que el leproso llegó de aquí a Lumarth en sólo catorce zancadas. Numinante interpretó la ley con un exceso de rigor y ahora Kam cuelga en el aire. El número seis es Bosco, cocinero de buena reputación. Durante muchos años sufrió las afrentas del noble y viejo Tremoy. Un día, con espíritu maligno, orinó la sopa de su señor. ¡Ay! Tres camareros y el repostero fueron testigos. ¡Ay! Allí cuelga Bosco.

—¿Y el siguiente? —preguntó Glyneth, interesada contra su voluntad. Nab el Angosto tocó los pies oscilantes con su vara.

—Éste es Pirriclaw, un salteador de extraordinaria percepción. Podía mirar a un probable cliente… así… —bajó la cabeza y clavó los ojos en Dhrun—, o así. —Clavó la misma mirada penetrante en Glyneth—. Al instante adivinaba el lugar donde su cliente llevaba sus pertenencias, y era una habilidad muy útil. —Nab ladeó la cabeza, lamentando el fallecimiento de un hombre tan talentoso.

Dhrun se llevó la mano al cuello, para asegurarse de que su amuleto estuviera seguro; casi sin pensarlo, Glyneth se tocó el corpiño donde había escondido la cartera mágica.

Nab el Angosto, que aún miraba el cadáver, no pareció darse cuenta.

—¡Pobre Pirriclaw! Numinante lo capturó en la flor de la vida, y ahora espero sus ropas… y con ansiedad, debo añadir. Pirriclaw sólo vestía lo mejor y exigía triple costura. Tiene mi estatura, y tal vez yo mismo use las prendas.

—¿Quién es el último cadáver?

—¿Él? No vale mucho. Borceguíes, ropas remendadas tres veces y carentes de todo estilo. Este patíbulo se conoce como Seis-de-un-Trago. Tanto la ley como la costumbre prohíben que se cuelgue a cinco o a cuatro o tres o dos o uno de esa antigua viga. Un fugitivo desgraciado llamado Yoder Orejas Grises robó huevos a la gallina negra de la viuda de Hod, y Numinante decidió usarlo como ejemplo, y así puso un sexto para Seis-de-un-Trago. Y por primera vez en su vida Yoder Orejas Grises cumplió una función. Fue a la muerte, si no feliz, al menos como un hombre cuya vida brinda un servicio final, cosa que no todos podemos afirmar.

Glyneth asintió dubitativamente. Los comentarios de Nab se estaban volviendo demasiado líricos, y ella se preguntó si no se estaría divirtiendo a costa de ambos. Tomó el brazo de Dhrun.

—¡Ven! Aún nos faltan tres kilómetros para Lumarth.

—Tres kilómetros seguros, ahora que Numinante ha limpiado el camino —dijo Nab el Angosto.

—Una última pregunta. ¿Puedes decirnos dónde hay una feria donde se reúnan hombres sabios y magos?

—Por supuesto. Cincuenta kilómetros después de Lumarth está la ciudad de Avellanar, donde una feria evoca los festivales de los druidas. ¡Estad allí en dos semanas, cuando los druidas celebran Lugrasad!

Glyneth y Dhrun continuaron la marcha. A ochocientos metros un salteador alto y delgado salió de una mata de zarzamoras. Llevaba una capa larga y negra, un sombrero chato y negro de ala muy ancha, y un paño también negro le tapaba toda la cara salvo los ojos. En la mano izquierda empuñaba una daga.

—¡Alto! —gritó—. ¡Dadme vuestras pertenencias u os cortaré la garganta de oreja a oreja!

Se acercó a Glyneth, le hundió la mano en el corpiño y le arrancó la cartera de su cálido escondrijo entre ambos senos. Luego se volvió a Dhrun y blandió la daga.

—¡Tus bienes, rápido!

—Mis bienes no te interesan.

—¡Claro que sí! Me declaro poseedor del mundo y de todos sus frutos. Quien usa mis bienes sin permiso provoca la más intensa de mis iras. ¿No es esto justicia?

Dhrun, desconcertado, no supo qué responder. Entretanto el salteador le arrebató el amuleto del cuello.

—¿Qué es esto? Bien, lo averiguaremos más tarde. Ahora seguid vuestro camino humildemente, y tened más cuidado en el futuro.

Glyneth, en hosco silencio, y Dhrun, sollozando de rabia, continuaron la marcha precedidos de una gran risotada.

—¡Jauí!

Luego el salteador se perdió entre las matas.

Una hora después, Glyneth y Dhrun llegaron a la aldea Lumarth. Fueron de inmediato a la posada del Ganso Azul, donde Glyneth preguntó dónde podía encontrar a Numinante el Captor de Ladrones.

—Por los caprichos de Fortunatus, encontraréis a Numinante en el comedor, bebiendo cerveza de un cuenco del tamaño de su cabeza.

—Gracias, señor. —Glyneth entró en el comedor con cautela. En otras posadas la habían sometido a indignidades: besos ebrios, palmadas en las nalgas, sonrisas y cosquillas. En el mostrador había un hombre de estatura mediana, con aire de delicada sobriedad desmentido por el tazón del que bebía su cerveza.

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