Read Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun (39 page)

BOOK: Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun
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La última afirmación desesperó a Falael.

—¡Ay, la gema…! Buen rey Throbius, no me maltrates así. ¡Adoro ese color! ¡Es mi tesoro favorito!

—¡Lo siento! ¡Largo de aquí!

—¿Entonces me devolverás a Dhrun? —preguntó Aillas.

—¿Me arrastrarías a una guerra con Trelawny Shee, o Zady Shee, o el Shee del Valle Brumoso? ¿O cualquier otro castillo de hadas del bosque? Debes pedir un precio razonable por tu piedra. ¡Flink!

—Sí, majestad.

—¿Qué podemos ofrecer al príncipe Aillas para satisfacer sus necesidades?

—Majestad, puedo sugerir el Nunca-falla, usado por Chil el caballero-hada.

—¡Feliz idea! ¡Flink, eres muy ingenioso! ¡Ve a prepararlo, al instante!

—¡Al instante será, majestad!

Aillas metió la mano con la gema dentro de su morral.

—¿Qué es un Nunca-falla? —preguntó con recelo.

La voz de Flink, jadeante y chillona, sonó junto al rey Throbius.

—Aquí lo tengo, majestad, tras grandes y diligentes trabajos a tus órdenes.

—Cuando exijo prisa, Flink vuela —le dijo el rey Throbius a Aillas—. Cuando dijo «al instante», para él significa «ya».

—Así es —jadeó Flink—. ¡Ah, cuánto he trabajado para complacer al príncipe Aillas! Si él se digna dirigirme una sola palabra de alabanza, me sentiré más que recompensado.

—¡Ése es mi Flink! —le dijo el rey Throbius a Aillas—. ¡Franco y honesto!

—Flink me interesa menos que mi hijo Dhrun. Estabas por traerlo a mí.

—¡Mejor aún! El Nunca-falla te servirá toda la vida, siempre para indicarte dónde se encuentra Dhrun. ¡Fíjate! —El rey Throbius exhibió un objeto irregular de siete centímetros de diámetro, tallado en una chapa de nogal y suspendido de una cadena. Una protuberancia lateral culminaba en una punta con un diente filoso. El rey Throbius meció el Nunca-falla cogiéndolo de la cadena—. ¿Ves la dirección que indica el diente blanco? En ese rumbo encontrarás a tu hijo Dhrun. El Nunca-falla es infalible y está garantizado para siempre. ¡Tómalo! El instrumento te guiará infaliblemente hacia tu hijo.

Aillas sacudió la cabeza con indignación y dijo:

—Señala hacia el norte, dentro del bosque, hacia dónde sólo van los tontos y las hadas. Este Nunca-falla señala el rumbo de mi propia muerte… o puede llevarme sin fallar hasta el cadáver de Dhrun.

El rey Throbius estudió el instrumento.

—Está vivo, de lo contrario el diente no buscaría esa dirección con tanto énfasis. En cuanto a tu propia seguridad, sólo puedo decir que el peligro existe por doquier para ti y para mí. ¿Te sentirías seguro recorriendo las calles de la ciudad de Lyonesse? Sospecho que no. ¿O de Domreis, donde el príncipe Trewan espera llegar a rey? El peligro es como el aire que respiramos. ¿Por qué asustarse del garrote de un ogro o de las mandíbulas de una fiera? La muerte llega a todos los mortales.

—¡Bah! —masculló Aillas—. Flink es rápido. Que él se interne en el bosque con el Nunca-falla y traiga de vuelta a mi hijo.

Por todas partes estallaron risas que cesaron de golpe cuando el rey Throbius alzó el brazo de mal talante.

—El sol se yergue alto y caliente; el rocío se evapora y las abejas llegan primero a nuestras flores. Estoy perdiendo interés en las transacciones. ¿Cuáles son tus condiciones finales?

—Como he dicho, quiero a mi hijo sano y salvo. Eso significa sin mordéis de mala suerte y con Dhrun, mi hijo, en mis seguras manos. A cambio de esta gema.

—Uno sólo puede hacer lo razonable y conveniente —dijo el rey Throbius—. Falael levantará el mordet. En cuanto a Dhrun, aquí está el Nunca-falla y con él nuestra garantía: te guiará hasta Dhrun, que está vivo. Tómalo ahora. —Puso el Nunca-falla en las manos de Aillas, quien entreabrió la palma. El rey Throbius le arrebató la gema y la levantó—. ¡Es nuestra!

De todos lados llegó un suspiro de reverencia y alegría.

—¡Ah, ah! ¡Vedla brillar!

—¡Un torpe, un idiota!

—¡Mirad lo que dio por una bagatela!

—Por tal tesoro debió exigir una nave de viento, o un palanquín llevado por veloces grifos, asistido por hadas-doncella.

—O un castillo de veinte torres en Prado Brumoso.

—¡Qué tonto, qué tonto!

Las ilusiones parpadearon; el rey Throbius empezó a perder autoridad.

—¡Espera! —gritó Aillas, aferrando la capa escarlata—. ¿Qué me dices del mordet? ¡Debe levantarse!

—Mortal —dijo el azorado Flink—, has tocado el real atuendo. Es una ofensa imperdonable.

—Vuestras promesas me protegen —dijo Aillas—. ¡Se debe levantar el mordet de mala suerte!

—¡No es fácil! —suspiró el rey Throbius—. Pero supongo que debo encargarme de ello. ¡Falael! En vez de rascarte con tanto afán el vientre, elimina la maldición. Yo eliminaré tu picazón.

—¡Mi honor está en juego! —exclamó Falael—. ¿Quieres que parezca veleta?

—Nadie se fijaría.

—Que se disculpe por sus miradas malignas.

—Como padre de él —dijo Aillas—, actúo en su nombre y presento sus profundas disculpas por los actos que te hayan molestado.

—Después de todo, no fue amable al tratarme así.

—¡Claro que no! Eres sensible y justo.

—En ese caso, recordaré al rey Throbius que el mordet fue de él. Yo sólo engañé a Dhrun para que mirara hacia atrás.

—¿Así fueron las cosas? —preguntó el rey Throbius.

—En efecto, majestad —dijo Flink.

—Entonces no puedo hacer nada. La maldición real es indeleble.

—¡Devuélveme la gema! —exclamó Aillas—. No has respetado el trato.

—Prometí hacer todo lo razonable y conveniente, y lo he hecho. Todo lo demás es contraproducente. ¡Flink! Aillas me está aburriendo. ¿De qué parte atrapó mi manto… norte, este, sur u oeste?

—Oeste, majestad.

—¿Oeste, eh? Bien, no podemos dañarlo, pero podemos echarlo. Llévalo al oeste, ya que tal parece ser su preferencia, lo más lejos posible.

Aillas fue arrebatado por un remolino que se remontó en el cielo. Ráfagas de viento le aullaron en los oídos mientras el sol, las nubes y la tierra giraban a su alrededor. Subió a gran altura, bajó hacia aguas relucientes y se posó en la arena a orillas del mar.

—Más al oeste no puedes estar —dijo una voz ahogada en regocijos—. ¡Piensa bien de nosotros! Si fuéramos rudos, el oeste podría estar medio kilómetro más alejado.

La voz desapareció. Aillas se levantó con dificultad. Estaba solo en un lúgubre promontorio no lejos de una ciudad. Le habían arrojado el Nunca-falla a los pies, en la arena húmeda. Lo recogió antes de que el oleaje se lo llevara.

Se organizó las ideas. Aparentemente estaba en Cabo Despedida, en el extremo occidental de Lyonesse. Esa ciudad debía de ser Pargetta. Asió el Nunca-falla de la cadena. El diente giró para apuntar hacia el nordeste.

Aillas soltó un suspiro de frustración, luego caminó playa arriba hasta Pargetta, bajo el castillo Malisse. En la posada comió pan y pescado frito y luego, después de regatear una hora con el establero, compró un semental gris y maduro con cabeza de martillo, terco y tosco, pero capaz de prestar buenos servicios si no se le exigía demasiado y —no menos importante— a un precio relativamente bajo.

El Nunca-falla apuntaba hacia el nordeste; con medio día aún por delante, Aillas tomó por la Calle Vieja
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, subió por el valle del río Siringa y entró en las frondosidades del Troagh, la culminación meridional del Teach tac Teach. Pasó la noche en una solitaria posada de montaña y a última hora del día siguiente llegó a Nolsby Sevan, pueblo donde se cruzaban tres carreteras importantes: el Sfer Arct, que iba al sur hasta la ciudad de Lyonesse, la Calle Vieja y el Pasaje de Ulf, que serpenteaba al norte internándose en las Ulflandias a través de Kaul Bocach.

Aillas se alojó en la Posada del Caballo Blanco y al día siguiente partió hacia el norte por el Pasaje de Ulf, a la mayor velocidad que le permitía su terca cabalgadura. Sus planes no eran complejos ni detallados, dada la situación. Atravesaría el paso, entraría en Ulflandia del Sur por Kaul Bocach y llegaría a Dahaut por la Trompada, sorteando Tintzin Fyral. En los Rincones de Camperdilly dejaría la Trompada para tomar el Camino Este-Oeste, una ruta que según el Nunca-falla lo llevaría casi directamente hacia Dhrun, si así lo permitía el mordet de siete años.

Al cabo de un trecho Aillas alcanzó a un grupo de buhoneros que se dirigían a Ys y a las ciudades de la costa de Ulflandia del Sur. Se unió al grupo para no pasar solo por Kaul Bocach, donde podría despertar sospechas.

En Kaul Bocach recibió noticias perturbadoras, traídas por refugiados del norte. Los ska habían asolado nuevamente Ulflandia del Norte y del Sur, casi aislando la ciudad de Oaldes, con el rey Onante y su ridícula corte, y aún se ignoraba por qué los ska eran tan pacientes con el impotente Oriante.

En otra operación los ska habían avanzado por el este, hasta la frontera de Dahaut y más allá, para capturar la gran fortaleza Poelitetz, frente a la Llanura de las Sombras.

La estrategia ska no presentaba misterios para el sargento diurno de Kaul Bocach.

—Se proponen tomar las Ulflandias, el norte y el sur, como un lucio toma una perca. ¿Puede haber alguna duda? Un mordisco cada vez: una dentellada aquí, una roída allá, y pronto la bandera negra ondeará desde Cabeza Tawzy hasta Cabo Tay, y algún día quizá tengan la audacia de probar suerte con Ys y Valle Evander, si pueden adueñarse de Tintzin Fyral. —Alzó la mano—. ¡No, no me digáis! Así no es como un lucio toma una perca: la engulle de un trago. ¡Pero al final es todo uno!

Los intimidados buhoneros deliberaron en un bosquecillo de álamos y finalmente decidieron continuar con cautela, al menos hasta Ys.

Ocho kilómetros más tarde los buhoneros se encontraron con un grupo de campesinos, algunos con caballos o asnos, otros conduciendo carretones cargados de pertenencias, otros a pie, con niños: refugiados, así se identificaron, echados de sus moradas por los ska. Un gran ejército negro, decían, ya había asolado Ulflandia del Sur, eliminando toda resistencia, esclavizando a los hombres y mujeres aptos, incendiando las fortalezas y castillos de los barones ulflandeses.

Los desesperados buhoneros deliberaron una vez más, y por enésima vez decidieron seguir al menos hasta Tintzin Fyral.

—¡Pero no más lejos sin garantías de seguridad! —declaró el más sagaz del grupo—. Recordad: un paso en el valle y debemos pagar los peajes del duque.

—¡Adelante pues! —dijo otro—. A Tintzin Fyral, y veremos qué nos deparan esas tierras.

El grupo continuó la marcha, sólo para encontrarse al poco tiempo con otro contingente de refugiados que traía noticias alarmantes: el ejército ska había llegado a Tintzin Fyral y acababa de iniciar un ataque.

Era imposible seguir adelante: los buhoneros dieron media vuelta y retrocedieron hacia el sur con más entusiasmo que cuando avanzaban hacia el norte.

Aillas quedó solo en la carretera. Tintzin Fyral estaba a unos ocho kilómetros. No le quedaba más opción que tratar de descubrir una ruta que sorteara Tintzin Fyral: una que trepara a las montañas, las cruzara y bajara nuevamente a la Trompada.

En una barranca pequeña y empinada, sofocada por robles y cedros achaparrados, Aillas desmontó y siguió una tenue huella hacia el horizonte. Una tosca vegetación le cerraba el paso y rodaban piedras sueltas en el suelo; el caballo con cabeza de martillo no disfrutaba de ese ejercicio. Durante la primera hora, Aillas apenas avanzó un kilómetro. Al cabo de otra hora llegó a la cima de una estribación que se extendía desde el peñasco central. La ruta se volvió más practicable y adoptó un rumbo paralelo al de la carretera de abajo, pero siempre en ascenso hacia esa montaña de cima chata conocida como Cerro Tac: el punto más elevado que había a la vista.

Tintzin Fyral no podía estar lejos. Deteniéndose para recobrar el aliento, Aillas creyó oír débiles gritos. Continuó pensativamente, tratando de mantenerse oculto. Calculó que Tintzin Fyral se erguía poco más allá, detrás del Tac. Se estaba acercando a la escena del sitio más de lo que se había propuesto.

La puesta de sol le sorprendió a cien metros de la cima, en un pequeño valle junto a un bosquecillo de alerces de montaña. Aillas se hizo un lecho de ramas, ató el caballo cerca de un arroyuelo. Prescindiendo de la comodidad de una fogata, comió pan con queso de la alforja. Extrajo el Nunca-falla del morral y notó que el diente giraba hacia el nordeste, quizás un poco más al este que antes.

Se lo guardó en el morral, el cual ocultó junto a las alforjas bajo una mata de laurel y subió hacia el risco para echar una ojeada. Los reflejos del sol aún bañaban el cielo mientras una enorme luna llena ascendía desde la negrura del Bosque de Tantrevalles. En ninguna parte se veía el destello de una vela o una lámpara, ni el chisporroteo de un fuego.

Aillas examinó la alta cima que se erguía a sólo cien metros. En la penumbra reparó en una huella; otros habían recorrido antes ese camino, aunque no por la ruta por donde él había ido.

Aillas avanzó hasta la cima y encontró una zona llana de una o dos hectáreas. En el centro un altar de piedra y cinco dólmenes se perfilaban a la luz de la luna.

Sorteando el altar, Aillas cruzó la cima chata y llegó hasta el borde opuesto. Tintzm Fyral parecía tan cerca que podría haber arrojado una piedra al tejado de la torre más alta. El castillo estaba iluminado como para una celebración de gala, las ventanas relucientes de luz áurea. A lo largo del risco que había detrás del castillo chisporroteaban cientos de fogatas rojas y anaranjadas; entre ellas se movían altos y sombríos guerreros, en una cantidad que Aillas no supo estimar. Detrás de ellos, opacos a la luz del fuego, se erguía el delgado perfil de cuatro enormes máquinas de sitio. Obviamente no se trataba de una aventura antojadiza ni improvisada.

El abismo que había a los pies de Aillas caía abruptamente hasta el suelo de Valle Evander. Unas antorchas alumbraban una plaza de armas al pie del castillo, ahora desocupada; otras, en hileras paralelas, marcaban los parapetos de una muralla a lo largo del cuello angosto del valle, al igual que la plaza de armas, desprovista de defensores.

Kilómetro y medio hacia el oeste, a lo largo del risco, otro enjambre de fogatas indicaba un segundo campamento, presumiblemente ska.

La escena tenía una extraña imponencia que conmovió a Aillas. Observó un rato, luego dio media vuelta y bajó por el claro de luna hasta su propio campamento.

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