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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (4 page)

BOOK: Malditos
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—No te disculpes —gruñó Lucas frotándose el pecho. Jamás podría haberse imaginado que Helena fuese tan fuerte, pero no podía sentirse feliz por ello.

En el rostro de su madre se reflejaba una expresión de estupefacción, pero tanto ella como Claire estaban bien, y eso era lo primordial en aquel instante.

—Uuuhh —añadió Jasón, mostrando así la misma opinión que Lucas.

Claire se puso en cuclillas junto a Jasón y le dio unas palmaditas en la espalda con irónica compasión mientras este se daba la vuelta para recuperar el aliento.

—No esperaba que llegarais a casa tan temprano, chicos —tartamudeó Noel—. Héctor suele llamar cuando estáis entrenando…

—No es culpa tuya, mamá —la tranquilizó Lucas, interrumpiendo así a su madre. Después le ofreció la mano a Jasón para ayudarle a ponerse en pie y preguntó—: ¿Estás bien, hermano?

—No —dijo Jasón con total honestidad. Al incorporarse inspiró varias veces más, hasta dejar de notar la opresión del golpe en el pecho—. Odio esto.

Los primos compartieron una mirada afligida. Los dos echaban de menos a Héctor y no podían soportar la presencia de las furias. De repente, Jasón se dio media vuelta y salió de la cocina, encaminándose otra vez hacia la lluvia.

—Jasón, espera —llamó Claire, que no dudó en salir tras él.

—No pensé que llegaríais tan pronto —repitió Noel, más bien para sí misma que para su hijo y su sobrino, como si no pudiera perdonárselo.

Lucas se acercó a su madre y le dio un beso en la frente.

—No te preocupes. Todo irá bien —consoló con voz sofocada.

Tenía que salir de ahí cuanto antes. Con un nudo en la garganta, Lucas corrió escaleras arriba para cambiarse de ropa. A medio camino entre el pasillo y su habitación, y medio desnudo, Lucas escuchó la voz de Helena detrás de él.

—Tenía entendido que mentías muy bien —susurró—, pero ni siquiera yo me he tragado tu «todo irá bien».

Lucas dejó caer su camiseta mojada al suelo y se volvió hacia Helena. No consiguió resistirse y la rodeó por la cintura antes de apoyar la cabeza sobre el cuello de la joven. Ella recibió el gesto aceptando el abrazo de Lucas hasta que él se calmó lo suficiente como para poder hablar.

—Un parte de mí quiere salir en su busca. Darle caza —confesó, incapaz de contárselo a alguien más que no fuera Helena—. Cada noche sueño que le estrangulo con mis propias manos sobre la escalinata de la biblioteca.

Veo mi propia imagen, golpeándole una y otra vez y me despierto pensando que, quizás, esta vez sí le he matado. Y me siento aliviado… —Chis, tranquilo —le calmó Helena mientras le acariciaba el cabello húmedo, peinándolo, recorriéndole los hombros y los músculos de la espalda con las manos—. Yo me encargaré de arreglar todo esto —prometió—; te lo juro, Lucas; encontraré a las furias y pondré punto final a esta historia.

Él se apartó ligeramente para poder mirar a Helena y meneó la cabeza.

—No. Lo último que quiero es que te sientas todavía más presionada. Me atormenta que cargues tú con el peso de toda la responsabilidad.

—Lo sé.

Así de simple. Sin culpas, sin un «pobre de mí». Solo aceptación. Lucas la contemplaba con delicadeza mientras le acariciaba su hermoso rostro con los dedos.

Le encantaban los ojos de Helena. Cambiaban todo el rato. Le divertía clasificar las distintas tonalidades que cobraban. Cuando se reía, su mirada se tornaba de color ámbar pálido, como la miel en un tarro de cristal colocado junto a una ventana soleada. En cambio, cuando la besaba, se ensombrecían hasta tornarse del agradable color caoba, pero con destellos carmesíes y dorados. En ese preciso instante se estaban oscureciendo, invitándole así a besarla.

—¡Lucas! —espetó su padre.

Los dos chicos se separaron súbitamente y al girarse descubrieron a Cástor en lo alto de la escalera, con el rostro desencajado y el cuerpo rígido.

—Ponte una camiseta y acompáñame al despacho. Helena, vete a casa.

—Papá, ella no…

—¡Ahora! —gritó Cástor.

Lucas no lograba recordar la última vez que había visto a su padre tan furioso.

Helena huyó del pasillo a toda prisa. Al pasar junto a Cástor agachó la cabeza y salió corriendo de casa antes de que Noel pudiera preguntar qué había sucedido.

—Siéntate.

—Ha sido culpa mía. Estaba preocupada por mí —empezó Lucas con una postura un tanto desafiante.

—Me da igual —replicó Cástor fulminando con la mirada a su hijo—. Me importa bien poco si empezó inocentemente. Acabó contigo medio desnudo, abrazándola y los dos a solas a varios pasos de tu cama.

—No iba a… —Lucas no fue capaz de acabar la mentira. Claro que iba a besarla, del mismo modo que era consciente de que si la besaba no se separaría de Helena a menos que ella misma o un cataclismo lo impidiera.

En realidad, ya no le importaba que un tío que él jamás había conocido fuera el padre de Helena. La amaba, y eso jamás cambiaría, por mucho que todos lo desaprobaran.

—Permíteme que te explique algo.

—Somos primos. Ya lo sé —interrumpió Lucas—. ¿Acaso no crees que me doy cuenta de que Helena es como Ariadna, familia, sangre de mi sangre?

Pero yo no lo siento así.

—No te engañes a ti mismo —dijo Cástor con cierto misterio—. El incesto ha acosado a los vástagos desde los tiempos de Edipo. Y ha habido otros en esta casta que se han enamorado de primos carnales, como Helena y tú.

—¿Qué les ocurrió? —quiso saber Lucas, aunque estaba casi seguro de lo que su padre le iba a responder.

—El resultado es siempre el mismo —contesto mirando a Lucas con intensidad—. Al igual que la hija de Edipo, Electra, los niños engendrados de vástagos emparentados siempre sufren nuestra peor maldición.

Demencia.

Lucas se sentó mientras sus pensamientos iban a mil por hora, tratando de encontrar una vía de escape en aquel callejón sin salida.

—Pero…, pero nosotros no tenemos hijos.

No hubo ningún aviso que indicara que Lucas había ido demasiado lejos.

Sin producir sonido alguno, su padre se precipitó sobre él como un toro. El joven lo esquivó con un salto, pero después de eso no supo qué hacer. Era el doble de fuerte, pero no osó a utilizar sus manos, ni siquiera cuando Cástor le agarró por los hombros y le arrastró hasta inmovilizarlo contra la pared. Clavó la mirada en los ojos de su hijo y, durante unos instantes, Lucas creyó que su padre lo despreciaba.

—¿Cómo puedes ser tan egoísta? —gruñó Cástor con tono indignado y furioso—. No quedan tantos vástagos en el mundo para que tú o Helena decidáis que no queréis tener descendientes. ¡Estamos hablando de nuestra especie, Lucas! —exclamó. Una vez le hizo entender sus razones, Cástor golpeó el cuerpo de Lucas contra la pared con tal fuerza que incluso empezó a desmenuzarse—. Las cuatro castas deben sobrevivir y seguir separadas para conservar la Tregua y mantener a los dioses encarcelados en el Olimpo. ¡De lo contario, cada mortal de este planeta sufrirá hasta la saciedad!

—¡Ya lo sé! —chilló Lucas.

Una lluvia de yeso se desprendió de la pared y, además de rociarlos por completo, llenó el aire de polvo. Lucas no desaprovechó la ocasión para librarse de las manos de Cástor.

—¡Pero ya hay otros vástagos que lo hacen! ¿Qué más da si Helena y yo no tenemos hijos?

—¡Porque Helena y su madre son las últimas de su linaje! Helena debe engendrar un heredero para preservar la casta de Atreo y mantener las castas separadas, no solo para esta generación, sino también para las venideras.

Cástor estaba gritando a pleno pulmón y hacía caso omiso a la lluvia de polvo blanco y pedazos de mampostería que se desprendían de la pared.

Era como si todas las creencias de su padre estuvieran desmoronándose sobre su cabeza, asfixiándole.

—La Tregua ha durado miles de años y debe persistir miles más o los Olímpicos convertirán a los mortales y a los vástagos en marionetas. Iniciarán guerras, violarán a nuestras mujeres y lanzarán horrendas maldiciones a su antojo —continuó Cástor con ademán implacable—. Piensas que un puñado de nosotros basta para preservar la raza y mantener la Tregua, pero no es suficiente para sobrevivir a los dioses. Debemos perdurar. Y para hacerlo, cada uno de nosotros debe procrear.

—¿Qué queréis de nosotros? —contestó Lucas inesperadamente, apartando a su padre de un empujón—. Haré lo que sea por mi casta, igual que Helena. ¡Tendremos hijos con otras personas si hace falta y encontraremos la forma de aceptarlo y vivir con ello! Pero no me pidas que me aleje de Helena, porque no puedo. Podemos soportarlo todo. Todo menos eso.

Se miraron fijamente durante unos segundos, ambos resollando de emoción y recubiertos de polvo que, al mezclarse con el sudor, se había vuelto pastoso.

—Es muy fácil para ti decidir lo que Helena puede o no puede soportar, ¿verdad? ¿Acaso no la has visto últimamente? —preguntó Cástor con dureza, soltando a su hijo con una mirada de indignación—. Está sufriendo, Lucas.

—¡Ya lo sé! ¿Acaso crees que no haría cualquier cosa para ayudarla?

—¿Lo que sea? Entonces aléjate de ella.

Fue como si toda la ira se esfumara de la voz de Cástor en un abrir y cerrar de ojos. En vez de gritarle, ahora le suplicaba.

—¿Te has planteado en algún momento que la tarea que Helena está procurando hacer en el Submundo no solo traería la paz entre las castas, sino que también traería a Héctor de vuelta a esta familia? Ya hemos perdido mucho. Ájax, Aileen, Pandora —enumeró, pero al pronunciar el nombre de su hermana pequeña, la voz se entrecortó. Su muerte era aún muy reciente—. Helena se está enfrentando a algo que ninguno de nosotros puede imaginar, y necesita cada gota de fuerza que tiene para conseguirlo. Por el bien de todos.

—Pero yo puedo ayudarla —se defendió Lucas. Necesitaba que su padre estuviera de su lado—. No puedo seguirla hasta el Submundo, pero puedo escucharla y darle todo mi apoyo.

—Crees que la ayudas, pero en realidad la atormentas —puntualizó Cástor meneando la cabeza con pesar—. Puede que tú hayas logrado perdonarte por lo que sientes por ella, pero Helena no puede controlar sus sentimientos. Eres su primo, y la culpabilidad la está desgarrando por dentro. ¿Por qué eres el único incapaz de darse cuenta? Existen más de mil razones para distanciarte de ella, pero ninguna es lo bastante importante para ti, así que, por lo menos, aléjate porque es lo mejor para ella.

Lucas quería replicarle, pero no encontró argumento alguno. Recordó que Helena le había dicho que si hablaba con él sobre el Submundo «lo pagaría más tarde». Su padre tenía toda la razón. Cuanto más cerca estuvieran, más sufriría Helena. De todos los razonamientos que su padre le había ofrecido, este le había atravesado el corazón. El joven se arrastró hasta el sofá y se acomodó en él para que su padre no se percatara que le temblaban las piernas.

—¿Qué debo hacer? —susurró Lucas, desorientado—. Es como un río que corre hacia abajo. Helena fluye como el agua de ese río hacia mí. No puedo apartarla.

—Entonces construye una presa —suspiró Cástor mientras se sentaba junto a Lucas y se limpiaba el yeso de la cara. Por su abatimiento, daba la sensación de haber perdido una batalla, aunque en realidad la había ganado al arrebatarle todo a su hijo—. Tú eres el encargado de parar todo esto. Evita las confidencias, el coqueteo en los pasillos del instituto y las charlas en voz baja en rincones oscuros. Tiene que odiarte, hijo.

Helena y Casandra estaban trabajando en la biblioteca, tratando de encontrar algo, cualquier dato, que pudiera ayudar en el Submundo. Fue una tarde frustrante. Cuanto más leían e interpretaban, más convencidas estaban de que la mitad de las escrituras sobre el Hades fueron redactadas por escribas medievales bajo los efectos de una sobredosis considerable de algún estupefaciente.

—¿Alguna vez has visto esqueletos de caballos hablantes en el Hades? —preguntó Casandra con escepticismo.

—No. Ningún esqueleto hablante. Ni siquiera de caballo —respondió Helena frotándose los ojos.

—Creo que podemos clasificar este en la pila de «definitivamente, estaba colocado» —decidió Casandra al dejar a un lado el pergamino. Después, clavó su mirada en Helena y preguntó—: ¿Cómo estás?

Helena encogió los hombros y sacudió la cabeza, mostrándose así poco dispuesta a hablar sobre el tema. Desde que Castor les había pillado junto a la habitación de Lucas, cada vez que Helena venía a estudiar e investigar se deslizaba por los pasillos de puntillas para después quedarse atrapada, noche tras noche, en la casa de los infiernos.

Una vez en el Submundo, solía pasar al menos una o dos noches a la semana en una playa infinita de arena que no conducía a ningún océano.

La joven vagaba por la playa, sin rumbo, perdida. Aquellas dunas eternas le resultaban más que molestas, pues sabía que no llegaría a ningún lugar en particular. Aunque, a decir verdad, comparado con la casa tapiada era como ir de vacaciones. No sabía cuánto tiempo más podría soportarlo, pero no se sentía cómoda hablando de esto con nadie. ¿De qué manera podía explicar el abrigo de lana pervertido y las espeluznantes cortinas de color melocotón sin sonar ridícula?

—Creo que debería ir a casa y comer algo —dijo Helena en un intento de no pensar en la noche que le esperaba.

—Pero es domingo. Te quedas a cenar, ¿no?

—Um. Creo que a tu padre no le hace mucha gracia que ande por aquí.

«Y creo que a Lucas tampoco», pensó. Lucas no la había mirado a los ojos desde el mismo día en que Cástor les había sorprendido abrazados en el pasillo, pese a que Helena había probado varias veces de sonreírle en el instituto. Pero él pasaba junto a ella como si nada, ignorándola por completo.

—Menuda tontería —respondió Casandra con firmeza—. Formas parte de esta familia; si no te quedas a cenar, mi madre se sentirá ofendida.

La pequeña Delos rodeó la mesa y tomó la mano de Helena para arrastrarla hacia la cocina. La chica se quedó de piedra ante el gesto cariñoso de Casandra, tan poco habitual en ella, y la siguió sin hacer el menor ruido.

Era más tarde de lo que las chicas habían supuesto y la cena ya había empezado. Jasón, Ariadna, Palas, Noel, Cástor y Lucas ya estaban sentados. Casandra tomó asiento en su tradicional lugar de la mesa, junto a su padre. Solo quedaba un sitio libre en el banco, justo entre Ariadna y Lucas.

Cuando Helena fue a sentarse, empujó por accidente a Lucas y rozó el brazo de este sin la menor intención. El joven se puso tenso al instante y, con un gesto muy poco discreto, se apartó ligeramente de ella.

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