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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (32 page)

BOOK: Malditos
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Era como si se hubiera dado un golpe en la cabeza y hubiera perdido el conocimiento durante un par de horas y ahora empezara a recuperarse de la conmoción. Igual que un salto en el montaje de una película. Lo último que recordaba era el mensaje de Orión. Ahora se encontró mirando a la alfombrilla del baño. Ya había amanecido, tenía el cabello seco y su padre estaba levantándose de la cama.

Notaba el cuerpo pegajoso y tembloroso, de modo que, aunque su cerebro había estado desconectado algunas horas, no había conseguido lo que necesitaba. No había descendido, lo cual era un alivio, pero tampoco había soñado. Y eso no era una buena señal. Perséfone le había desvelado que no le quedaba mucho tiempo. Helena no sabía cuánto más podría aguantar sin soñar.

Tras escuchar a Jerry abrir el armario, la chica se puso en marcha. De un brinco desmanteló el nido en el que se había acurrucado por la noche y rápidamente se puso a cepillarse los dientes para que su padre se creyera que acababa de entrar en el cuarto de baño.

Era lunes, el inicio de una nueva semana, y esta vez era el turno de Helena en la cocina. Entró a toda prisa a su pequeño iglú un tanto atemorizada por lo que iba a encontrarse. Fue una gran sorpresa descubrir que la mayor parte ya se había descongelado. De pronto se le encendió una bombilla en la cabeza. Aquel frío intenso sin duda tenía algo que ver con el hecho de convertir su cama en un portal que la transportaba al Submundo. Puesto que no había descendido esa noche, el frío se había disipado. Seguía siendo una cámara frigorífica y el hielo había dejado un rastro húmedo a su paso, pero al menos no tenía que enchufar un secador de pelo para poder abrir los cajones, como había tenido que hacer el día anterior.

Hasta el momento se las había ingeniado para ocultar a su padre el frío que hacía en su habitación, pero era consciente de que no podría alargar esa mentira mucho tiempo más. Decidió que no podía hacer nada al respecto. Su única esperanza era que Jerry no se acercara a su habitación.

Tenía cosas más importantes por las que preocuparse.

Se vistió tan rápido como pudo y después corrió escaleras abajo para preparar el desayuno y así aprovechar para calentarse un poco las manos.

Durante varios segundos mantuvo el gas encendido como si de una fogata se tratara. Cuando al fin dejó de tiritar, suspiró de felicidad y cerró los ojos, pero algo no encajaba. Notaba la presencia de alguien más en la cocina, así que abrió de golpe los ojos y echó un vistazo a su alrededor.

De pronto volvieron a surgirle dudas. No oía voces, pero sentía que no estaba sola, que había alguien más en la cocina. Y eso era imposible. Sabía que estaba volviéndose majara. No viviría mucho tiempo más, pero poca cosa podía hacer hasta que oscureciera. Se volvió hacia la cocina y se puso manos a la obra.

Cuando acabó de preparar las tortitas de calabaza comprobó la hora. Su padre iba con cierto retraso, así que decidió esforzarse un poco más en la elaboración del plato y espolvoreó las tortitas con azúcar glas, utilizando un molde en forma de murciélago, como solía hacer cuando era pequeña.

Al acabar, volvió a echarle una ojeada al reloj de la cocina. Justo cuando estaba a punto de llamar a su padre desde el pie de la escalera, le oyó bajar los peldaños de dos en dos.

—¿Por qué has tardado tanto en…?

Helena enmudeció al ver a Jerry.

Llevaba un vestido negro hecho jirones con unas medias de rayas rojas y blancas, una peluca blanca y la cara embadurnada con una pasta verde.

Se quedó mirándole con detenimiento y la boca abierta.

—Perdí una apuesta con Kate —se justificó avergonzado.

—Oh, papá. Tengo que hacerte una foto —dijo mientras se destornillaba de la risa y cogía su teléfono. Tomó una instantánea de su padre antes de que pudiera escaparse y se la envío de inmediato a casi todos los contactos—. Hoy es Halloween, ¿verdad? Ya no sé en qué día vivo.

—Es mañana —rectificó Jerry antes de sentarse a desayunar las tortitas—. Tengo que ir vestido de mujer dos días. Jamás volveré a celebrar Halloween, te lo prometo.

Halloween siempre era una época de mucho trasiego en la cafetería y, por mucho que Jerry protestara por tener que llevar un vestido, Helena sabía que, en el fondo, le encantaba celebrar todas las fiestas del año. Le preguntó si necesitaba ayuda en la cafetería, pero él se negó en rotundo a que fuera a trabajar.

—Tienes la cara más verde que la mía —dijo con tono preocupado—. ¿Prefieres quedarte en casa en vez de ir a la escuela?

—Estaré bien —dijo ella encogiéndose de hombros sin apartar la mirada de su desayuno para esconder la culpa. Para ser sincera, no creía que fuera a estar bien, pero no era capaz de mirar a su padre a los ojos y mentirle.

En ese momento Claire pasó con el coche y bajó la ventanilla del copiloto.

Llevaba la radio a todo volumen y apenas se oían los bocinazos.

—Será mejor que me vaya antes de que los vecinos llamen a la policía —bromeó Helena mientras recogía sus cosas. Después salió pitando de la casa sin despedirse.

—Ven a casa después de clases; ¡necesitas descansar! —gritó Jerry. Helena hizo un gesto evasivo hacia la puerta. Sabía que no podría ir a casa porque tenía que entrenar con Ariadna para su regreso al Submundo. El reloj de Helena no dejaba de avanzar y tenía muchas promesas que cumplir antes de que las agujas se detuvieran.

Lucas vio a Helena salir corriendo de su casa y subirse de un salto al coche de Claire. Parecía agotada y había adelgazado muchísimo, pero, aun así, la sonrisa que le dedicó a su mejor amiga era brillante, hermosa y llena de amor. Esa era Helena. A pesar del tormento que estaba sufriendo, tenía esa capacidad mágica de abrir su corazón para los demás. Solo estar cerca de ella le hacía sentirse querido, aunque sabía que su amor había dejado de ser para él.

Helena había estado a punto de pillarle otra vez esa mañana. Empezaba a sospechar que su presencia la asustaba. No lograba explicárselo, pero la joven podía sentirle. Lo averiguaría tarde o temprano, porque, sin duda, no estaba dispuesto a dejar de vigilarla para protegerla. No hasta que alguien le asegurara que Automedonte se había ido para no volver.

Claire y Helena empezaron a berrear una de sus canciones favoritas de Bob Marley, destrozándola por completo. Helena era una cantante nefasta.

De hecho, era una de las cosas que más le gustaban de ella. Cada vez que gorjeaba como un gato cuando alguien le pisa la cola se moría de ganas de cogerla y…, en fin… Tras repetirse una vez más que Helena era su prima, se deshizo de su capa y alzó vuelo. Tenía que regresar a su rutina habitual, así que encendió el teléfono y descubrió que tenía un mensaje: «Sé que estabas allí abajo con nosotros. Y creo que sé cómo lo has hecho. Tenemos que hablar».

«¿Quién eres?», respondió Lucas, a pesar de conocer la respuesta. Después de todo, ¿quién más podía ser? Pero se negaba a ponerle el camino fácil.

No podía. Estaba demasiado enfadado.

«Orión.»

Eso le había dolido. Ver escrito el nombre de ese tipo e imaginarse a Helena pronunciarlo le recomía por dentro. Con el paso de los días, la rabia empeoraba y tuvo que tomarse un momento para calmarse y no arrojar el teléfono al otro lado del Atlántico.

«Genial. ¿Qué quieres?», contestó Lucas cuando las manos le dejaron de temblar. Permitir que Helena se marchara de su lado le había roto el corazón. ¿Acaso también tenía que aguantar que el tipo que la acompañaba cada noche le enviara mensajitos?

«Necesitas ponerte gallito, de acuerdo. Pero no hay tiempo. Helena se está muriendo.»

—¡Estás de muy buen humor! —comentó Helena.

—¡Así es! —dijo Claire prácticamente gritando.

—¡Oh, déjame adivinar! Mejillas sonrosadas, mirada inocente…
Could you be loved? Oh, yeah!
—canturreó la última estrofa de la canción de Bob Marley que llevaba cinco minutos aullando.

Eso explicaba a la perfección la euforia de Claire y, por si aún le cabía la menor duda, su mejor amiga también chilló la parte de «
Oh, yeah!
», respondiendo así la pregunta tácita de Helena.

—¿Qué puedo decir? En realidad es una especie de Dios —suspiró Claire sin dejar de soltar risitas nerviosas mientras iba a toda velocidad por la carretera.

—¿Qué pasó? —vociferó Helena, un poco mareada.

Volver a reír le sentaba tan bien que Helena se olvidó de todos sus problemas.

—¡Por fin me besó! Anoche —explicó casi cantando—. ¡Escaló hasta mi ventana! ¿Puedes creerlo?

—Ejem… ¿Sí? —dijo Helena con una gran sonrisa.

—Ah, claro, se me había olvidado —dijo sin perder el buen humor—. Bueno, al caso. Abrí la ventana para decirle que iba a despertar a mi abuela, ya sabes que es capaz de escuchar el pedo de un perro a dos manzanas de aquí. Pero me dijo que tenía que verme, que no podía seguir lejos de mí y entonces, ¡me besó! ¡Es el mejor primer beso de la historia!

—¡Al fin! ¿Por qué ha tardado tanto? —se rio Helena.

Pero la carcajada se convirtió en un gañido en cuanto Claire pisó el pedal del freno de repente para obedecer a una señal de «STOP». Varios coches hicieron sonar la bocina a modo de protesta.

—Oh, qué sé yo —dijo Claire. Continuó conduciendo como si tal cosa, ignorando por completo el hecho de que había estado a punto de provocar un accidente mortal—. Cree que soy demasiado frágil, que no tengo ni idea del peligro en el que estoy…, bla, bla, bla. Y me lo dice a mí, que he crecido al lado de un vástago. Ridículo, ¿no te parece?

—Sí. Qué absurdo —opinó Helena con expresión de miedo. Aquella actitud despreocupada de su amiga hacia los vástagos y su conducción temeraria la inquietaban a la par que atemorizaban—. ¿Sabes una cosa, Risitas? El amor no te hace inmune a los accidentes de coche.

—¡Ya lo sé! Dios mío, parece que esté hablando con Jasón —replicó Claire, que se fundió por dentro al pronunciar el nombre del muchacho. Condujo el coche hacia la zona de aparcamiento del instituto, apagó el motor y se volvió hacia Helena para confesarle—: Estoy enamorada hasta las trancas.

—¡Ni que lo digas! —respondió su amiga con una amplia sonrisa.

Helena intuía que Jasón no la consideraba su persona favorita, pero a pesar de cómo la trataba desde hacía cierto tiempo, sabía que Claire necesitaba su apoyo en eso.

—Jasón es un tipo fantástico, Risitas. Me alegro muchísimo por los dos.

—Pero no es japonés —anunció con pesar—. ¿Cómo se supone que voy a presentárselo a mis padres?

—Quizá no les importe tanto —trató de animar Helena—. Eh, acabaron aceptando nuestra amistad, ¿no?

Claire le lanzó una mirada dubitativa, alzó ambas palmas y las balanceó hacia arriba y abajo, como queriendo decir «a medias».

—¿En serio? —exclamó Helena. No podía creérselo—. ¿Somos amigas desde que nacimos y todavía no les caigo bien?

—¡Mi madre te adora! Pero tienes que entender, Lennie, que eres alta como un pino y no paras de sonreír. A mi abuela eso no le mola mucho.

—Estoy alucinando —refunfuñó Helena un tanto malhumorada mientras se apeaba del coche—. He pasado más tiempo con ese viejo murciélago que…

—¡Es muy tradicional! —la defendió Claire.

—¡Es racista! —argumentó Helena. Su amiga enseguida desistió porque sabía que, en el fondo, tenía razón—. Jasón es perfecto para ti, Risitas. ¡No permitas que el hecho de no ser japonés arruine esta historia! Ese tío estaría dispuesto a morir por ti.

—Ya lo sé —dijo Claire con la voz ronca por la emoción. La joven asiática se quedó inmóvil en mitad del aparcamiento mientras el resto de los estudiantes corrían hacia la puerta para no llegar tarde. Helena se detuvo junto a ella, conmovida por aquella extraña demostración de vulnerabilidad—. Tuve tanto miedo allí abajo, Len. Estaba perdida, muerta de sed. Y entonces… apareció él. Todavía no puedo creerme que bajara hasta el mismo Infierno para salvarme.

Helena esperó a que Claire se calmara. Su mejor amiga había estado al borde de la muerte y eso le había dejado duras secuelas que tardaría en olvidar. En ese instante, reparó en lo horrible que, en realidad, era el Submundo. Orión había sido una bendición. Había cambiado de forma tan drástica su experiencia en el Infierno que había dejado de considerar un castigo merodear por él. Siempre y cuando él la acompañara, incluso se podría decir que disfrutaba.

—Pero no lo quiero solo porque me salvó —continuó Claire, despejando la imagen de Orión de la mente de Helena—. Jasón es una de las mejores personas que he conocido. Aunque no hubiera arriesgado su vida por mí, lo admiraría.

—Entonces olvídate de lo que piense tu abuela —afirmó Helena.

—¡Puf, ojalá pudiera! Pero no hay forma de cerrarle el pico —gruñó después de cerrar la puerta del coche de golpe.

Cuando reanudaron el paso, las dos amigas se echaron a reír. Helena casi había olvidado lo divertido que era hacer el ganso con Claire. Podía decirse que había empezado el día de buen humor.

El resto de la mañana, sin embargo, fue como zambullirse lentamente en un estado de agotamiento. Le costaba una barbaridad mantener los ojos abiertos y en más de una ocasión sus profesores la reprendieron por estar a punto de quedarse dormida encima de la mesa. Pero logró sobrevivir hasta la hora del almuerzo, cuando volvió a reunirse con Claire.

Tras acomodarse en su mesa habitual, Helena distinguió a Matt al otro lado de la cafetería y le hizo un gesto para invitarle a sentarse con ellas. El muchacho asintió y, mientras zigzagueaba entre los bancos del comedor, Claire le dio un codazo a Helena y le señaló la fila de chicas que observaban detenidamente a Matt y cuchicheaban a su paso.

Tenía un corte en el labio y varios rasguños en los nudillos a causa del entrenamiento al que le sometía Ariadna. La camiseta que un mes antes le iba bastante suelta ahora le quedaba un poco ajustada. A través del algodón blanco resultaba muy sencillo darse cuenta de que tenía el pecho y los músculos de los hombros destrozados. Había perdido los mofletes de bebé, de modo que lucía unos rasgos más marcados y adultos; incluso su forma de caminar había cambiado, dando la impresión de que estaba preparado para cualquier cosa.

—Oh, Dios mío —dijo Claire con una mirada de incredulidad—. Lennie, ¿Matt es un rompecorazones?

Helena casi se atraganta con el bocadillo y, antes de contestar, tuvo que tragarse el bocado a toda prisa.

—¿Verdad? ¡De repente nuestro Matt se ha convertido en el tío bueno del instituto!

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