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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (33 page)

BOOK: Malditos
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Claire y Helena se quedaron calladas, se miraron y exclamaron «¡¡Uuuuuuggghh!!» al mismo tiempo y antes de explotar de la risa.

—¿Qué pasa? —preguntó Matt cuando llegó a la mesa, mirándolas extrañado. Señaló el bocadillo de Helena y trató de adivinar—. ¿Pepino y extracto de levadura?

—No, talán talán. No es por el bocadillo —respondió Claire secándose las lágrimas de los ojos de tanta carcajada—. ¡Es por ti! ¡Eres oficialmente un pibón!

—Oh, cállate —replicó Matt, que enseguida se puso rojo de vergüenza. Se quedó mirando a Ariadna embobado. La joven se había parado para charlar con otra compañera de clase, y Matt, aún ruborizado, enseguida apartó la mirada.

—Deberías hacer algo —le susurró Helena a Matt mientras Claire le indicaba a Ariadna que se sentara con ellos a comer.

—¿Y poner mi vida en peligro? —respondió con aire triste meneando la cabeza—. Ni por asomo.

—No sabes si… —empezó Helena, pero Matt la interrumpió con convencimiento.

—Sí, lo sé.

Cuando Ariadna se reunió con ellos, Helena no tuvo más opción que dejar correr el tema, aunque no lograba entender cuál era el problema. Le constaba que apreciaba a Matt y, quizá, lo único que debía hacer él era aprovechar una oportunidad y besarla, como hizo Jasón con Claire. Justo entonces volvió a acordarse de Orión y le vino a la memoria el tacto de sus labios.

—¿Helena? —llamó Ariadna.

Cuando alzó la mirada se percató de que todos la miraban con atención.

—¿Sí? —respondió, apabullada y un tanto desconcertada.

—No has escuchado una sola palabra de lo que acabamos de decir, ¿verdad? —preguntó Casandra.

—Lo siento —se disculpó Helena un tanto a la defensiva. «¿Cuándo demonios ha llegado Casandra?», se preguntó.

—¿Soñaste anoche? —preguntó la pequeña, como si fuera la décima vez que repetía la pregunta.

Helena sacudió la cabeza. Casandra se dejó caer sobre su silla y se cruzó de brazos, con el ceño fruncido y los labios rojos apretados.

—¿Por qué no has dicho nada? —quiso saber Claire.

Su mejor amiga estaba preocupada, pero al mismo tiempo parecía sentirse culpable por haber monopolizado la conversación matutina.

—No sé —farfulló Helena—. Hace tanto tiempo que no sueño que supongo que me olvidé de mencionarlo.

—Bueno, pues Orión no —dijo Casandra con voz calmada. Súbitamente, la expresión de su cara cambió de forma drástica y se inclinó hacia Helena.

Durante un segundo volvió a ser una chica normal y corriente—. ¿Orión es siempre tan…? —Se quedó pensativa durante unos instantes, buscando la palabra apropiada para acabar de formular la pregunta.

—¿Divertido? ¿Tozudo? ¿Enorme? —disparó Helena casi sin respirar, tratando de completar la pregunta de Casandra con cada adjetivo que le venía a la cabeza cuando pensaba en Orión.

—¿Es tan grande? —preguntó Ariadna, curiosa—. ¿Como el Orión original?

—Es gigantesco —respondió Helena enseguida, intentando no sonrojarse. Se le ocurrieron unos cuantos términos más que podían describirlo, pero prefirió guardárselos para sí misma—. Pero dime, Cass, ¿qué querías decir? Que siempre es tan ¿qué?

—Imprevisible —dijo al fin Casandra.

—Sí. De hecho, has escogido una buena palabra para describirle. Espera, ¿cómo lo sabes?

—No presentí a Orión, no adiviné que vendría —contestó más bien para sí.

—¿De qué estás hablando? ¿Te envió un mensaje o algo así? —consultó Helena, cada vez más confundida—. Nunca le di tu número de teléfono.

—Ha sido Lucas —dijo Casandra, como si todo el mundo ya lo supiera.

—¿Qué?

—Orión se puso en contacto con mi hermano a primera hora de la mañana.

—¿Y cómo ha conseguido Orión…?

Helena empezó a liarse con las palabras y, de golpe y porrazo, sintió que se ahogaba. No podía pronunciar ambos nombres, el de Lucas y el de Orión, en la misma frase, bajo ningún pretexto.

El timbre que marcaba el fin del almuerzo sonó y todo el mundo comenzó a recoger sus cosas, a excepción de Helena, que se quedó con la mirada clavada en el infinito, incapaz de borrar el nombre de Lucas de su mente.

Sabía que la falta de sueño le había trastornado el cerebro, pero, aun así, estaba convencida de que el nombre que le había fulminado el sistema nervioso era el de Lucas, y no el de Orión.

—¿Por qué no has dicho nada, Len? —preguntó Claire con tono lastimoso.

Al darse cuenta de que Helena no respondía al estridente timbre del instituto, su mejor amiga la cogió del brazo y la arrastró hasta el aula donde tenían dase.

—¿Decir el qué? —masculló Helena, aturdida.

—¡Esta mañana! No has dicho ni mu sobre, ya sabes…, me has dejado que te diera la tabarra con el tema de Jasón, como si lo tuyo no fuera importante.

—Risitas, para —dijo Helena con cariño—. Créeme, prefiero escuchar cómo me cuentas lo feliz que te sientes que explicarte lo desquiciada que estoy.

De veras. Oír que a otras personas les suceden cosas bonitas me alegra el día, sobre todo si la protagonista eres tú. Quiero que seas insultantemente feliz el resto de tu vida, pase lo que me pase. Lo sabes, ¿verdad?

—Dios, te estás muriendo de verdad, ¿me equivoco? —murmuró Claire—. Jasón me lo dijo, pero no le creí.

—Todavía no he estirado la pata —bromeó Helena con una risa floja antes de entrar en el aula—. Ve a clase, Risitas. Estoy segura de que sobreviviré a Ciencias Sociales.

Claire, triste y afligida, le dijo adiós con la mano y salió pitando hacia su clase, mientras Helena se sentaba en su silla habitual. Atónita, vio como Zach entraba en clase y se sentaba junto a ella. El muchacho intentó decir algo, pero Helena no le permitió ni articular su nombre.

—No me lo puedo creer. ¿Y encima tienes el descaro de sentarte a mi lado?

Helena se levantó y recogió sus cosas, pero Zach la cogió por el brazo para impedir que se cambiara de sitio.

—Por favor, Helena; estás en peligro. Mañana… —susurró como sí el tema fuera urgente.

—No me toques —siseó soltándose de Zach.

El chico la miraba desesperado, como si no tuviera a quién recurrir.

Durante un instante, Helena sintió compasión por él y se le ablandó el corazón. Y justo entonces se acordó de que Héctor había estado a punto de ser asesinado por culpa de Zach, y el corazón se le tornó duro como una piedra. Lo conocía desde la guardería, pero aquellos tiempos quedaban muy atrás. Helena se fue a otro pupitre sin dirigirle la palabra.

Al finalizar las clases, Helena y Claire fueron a entrenar, y después se dirigieron juntas al hogar de los Delos. Al llegar no había nadie en casa, ni siquiera Noel, que había dejado un mensaje pegado en la nevera para informar a toda persona hambrienta que entrara en la cocina de que no había nada y de que regresaría al cabo de unas horas con provisiones. Las chicas esbozaron una mueca al leer la nota y acto seguido empezaron a asaltar todos los armarios y cajones en busca de algo que llevarse a la boca y calmar el tigre que hacia rugir su estómago. Tras el pequeño tentempié que habían logrado ratear, dedujeron por qué no había un alma en la casa.

Palas y Cástor seguían en Nueva York, enfrascados en un eterno debate en el Cónclave. Según su última carta, todavía no habían convencido al resto de los miembros de la importancia de deshacerse de forma permanente del esbirro, aunque sí habían dictaminado que no le permitirían establecer su residencia en la isla, lo cual, en realidad, era bastante inútil porque; por lo visto, todo este tiempo había estado viviendo en un yate. Jasón y Lucas estaban jugando al fútbol con el equipo; por otro lado, puesto que el violonchelo de Casandra no estaba en la biblioteca, Helena y Claire asumieron que Ariadna y ella todavía estarían en el instituto, ensayando para la obra de teatro.

De algún modo habían conseguido convencer a las dos chicas Delos para tocar la música de la producción invernal de
Sueño de una noche de verano
. Ninguna tenía tiempo libre para invertir en la obra y, de hecho, Casandra estaba bastante molesta con el tema. No veía el sentido de esforzarse en aparentar ser normal, cuando su cuerpecillo de niña y su misterioso silencio demostraban precisamente lo contrario. Helena sabía que mantener las apariencias era importante, pero estaba de acuerdo con la pequeña de los Delos. Jamás podría parecerse a una adolescente de entre catorce y quince años, así que, ¿para qué torturar a la pobre niña con una obra de teatro?

—Eh, Risitas —caviló Helena tras haberse zampado las galletas de chocolate que Jasón guardaba en su escondijo secreto—. ¿Cuánto pesas?

—¿Ahora mismo? Unos cuarenta y cinco kilos, más o menos —dijo limpiándose las migas de las galletas del regazo—. ¿Por qué lo preguntas?

—Me gustaría probar una cosa, aunque puede ser un poco peligroso. ¿Te animas?

—Pues claro que sí. Me apetece jugar un poco —respondió con una sonrisita traviesa.

Claire estuvo armando jaleo durante todo el camino hasta el campo de entrenamiento de los Delos. No se cansaba de intentar atizar golpecitos a Helena con la cadera, hacerle la zancadilla o tirarla del hombro, lo cual era bastante inútil porque su fuerza era sobrenatural. Cuando al fin se colocaron en el centro de la arena, después de comentarios irónicos y risas, Helena se puso seria y ordenó a Claire que se mantuviera inmóvil.

Sin alejarse mucho de ella, se concentró en el cuerpo de su pequeña amiga.

—¡Len, me haces cosquillas! —exclamó Claire con un ataque de risa—. ¿Qué estás haciendo?

—Intento hacerte ingrávida para enseñarte de una vez por todas qué se siente al volar —murmuró Helena, que seguía con los ojos cerrados—. ¿Podrías poner las manos encima de mis hombros?

Claire obedeció, con ansiedad e impaciencia. Siempre había deseado saber qué notaban Helena y Lucas cuando alzaban el vuelo y planeaban sobre la isla, pero, hasta ahora, su amiga no estaba segura de su talento y se había negado en rotundo a cumplir aquel sueño. Lucas la había advertido de que llevar a un pasajero era algo difícil, pero ya no estaba asustada. Quizá no volvería a tener la oportunidad de hacerle ese regalo a Claire, así que no se lo pensó dos veces.

En cuanto la chica se inclinó hacia Helena, las dos se elevaron varios metros en el aire. Claire se quedó boquiabierta.

—Me siento… ¡Es maravilloso!

Sonaba eufórica. Helena, a pesar de seguir concentrada en las variables que las mantenían en el aire, no pudo evitar sonreír.

Volar era algo realmente increíble y, a pesar de lo que Lucas le había asegurado, Helena se sorprendió al descubrir que alzar a Claire era complicado, sí, pero no agotador. Confiaba en Lucas y sabía que jamás la engañaría sobre algo así, de modo que no tuvo más remedio que admitir lo que tantas veces le había repetido. Era mucho más fuerte y poderosa que él. Se envalentonó y subió un poco más.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Jasón desde el suelo mirándolas sobresaltado.

Claire chilló como un animal y Helena se desconcentró. No tuvo tiempo de recuperarse cuando las dos empezaron a caer en picado. Miró bajo sus pies y Helena fue consciente de la altura que habían alcanzado. Aunque ya habían descendido varios metros, aún estaban a otros diez por encima de Jasón, Casandra, Ariadna y Matt, quienes las observaban muertos de miedo.

—¡Bájala ahora mismo! —mandó Jasón, furioso.

—Jasón, estoy bien —le tranquilizó Claire, pero él no atendía a razones.

—Ahora, Helena —rugió.

Pese a estar a varios metros de altura, a Helena no le pasó desapercibido e1 hecho de que Jasón estaba rojo de rabia. Decidió que lo mejor sería hacer lo que le pedía antes de que le explotara una vena, así que empezó a hacer bajar a Claire con sumo cuidado.

Estaban flotando a unos tres metros del suelo, casi a punto de aterrizar, cuando Jasón pegó un brinco y le arrebató a Claire de los brazos. Estaba tan enfadado que ni siquiera miró a la chica cuando la dejó en el suelo. En cuanto Helena rozó el suelo con los pies, Jasón empezó a dar vueltas a su alrededor con ademán desafiante.

—¿Cómo has podido ser tan egoísta? —preguntó con voz ahogada.

—¿Egoísta? —chilló Helena con incredulidad—. ¿Dices que yo soy la egoísta?

—¿No te has planteado el daño que podrías haberle hecho a Claire si se hubiera caído? —vociferó. Con cada palabra, iba poniéndose más nervioso—. ¿Te haces una idea de lo que duele romperse una pierna?

¿Incluso después de curarse? ¡El dolor puede durar toda una vida!

—Jasón —susurró Claire para interrumpirle, pero para entonces Helena ya estaba con su réplica.

—¡Es mi mejor amiga! —aulló—. ¡Jamás permitiría que le ocurriera nada malo!

—No puedes prometerlo. ¡Ninguno de nosotros puede garantizarle seguridad, precisamente por lo que somos!

—Jasón… —dijo Ariadna posando una mano tranquilizadora sobre el hombro de su mellizo, una mano que él rechazó de inmediato.

—Y tú no te creas mejor que ella, Ari. Te niegas en rotundo a salir con Matt, pero ¿crees que entrenándole le ayudas? —espetó mientras la ira le bullía por dentro—. ¿Cuántas veces tenemos que revivir esta historia para aceptar la realidad de una vez por todas? Las personas que se rodean de vástagos no suelen vivir muchos años ¿O acaso no os habéis fijado en que no tenemos madre?

—¡Jasón! ¡Basta! —exclamó Ariadna, que no pudo reprimir las lágrimas.

Pero él ya había dicho lo que tenía que decir. Con un movimiento rápido y ágil, se dio media vuelta y echó a correr hacia la playa. Claire lanzó una mirada de súplica a su mejor amiga antes de ir tras él. Helena articuló la palabra «perdón» y, como respuesta, ella suspiró y encogió los hombros, como si nadie pudiera hacer nada al respecto. Y justo después salió disparada hacia la orilla, donde Jasón la esperaba entre las sombrías dunas.

—Estas son mi madre, Aileen, y mi tía Noel cuando iban a la universidad, en Nueva York —dijo Ariadna. Sacó una fotografía que estaba escondida entre las páginas de un libro colocado sobre una estantería de su habitación y saltó sobre la cama para enseñársela a Helena.

La instantánea mostraba a dos jovencitas despampanantes detrás de la barra de un bar, sirviendo bebidas. Había algo llamativo y atrevido en aquellas dos chicas que se enseguida cautivó a Helena. Se reían a carcajadas mientras preparaban cócteles multicolor que ofrecían a la avalancha de dientes que se agolpaban en el bar.

—¡Fíjate en Noel! —gritó Helena, asombrada—. ¿Lleva pantalones de cuero?

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