Las cuatro vidas de Steve Jobs (8 page)

BOOK: Las cuatro vidas de Steve Jobs
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«El estilo de dirección de Steve daba muy mala impresión a quienes le rodeaban», admite Steve Wozniak. «Y aunque yo no tenía que soportarle personalmente, lo que me contaban dibujaba un Jobs muy diferente del que yo conocía. No tenía ni idea de qué era lo que estaba marcando su comportamiento porque nadie lo sabía pero, al mismo tiempo, parecía estar dando en el clavo y sugería cosas que, en la mayoría de los casos, terminaban cayendo por su propio peso».

Poco antes de terminar el año 1977, Jobs y Wozniak recibieron una noticia imprevista, el anuncio de que a mediados de abril se celebraría la primera feria de aficionados a la microinformática (oficialmente la Feria de la Informática de la Costa Oeste) en el auditorio municipal de San Francisco. Aquello representaba una oportunidad soñada para transmitir el mensaje de que el Apple II era la revolución esperada en microinformática. Jobs insistió en alquilar inmediatamente el espacio principal del salón y, desde ese momento, la empresa al completo se volcó en el acontecimiento.

Para atraer al máximo número posible de visitantes, Jobs trató de alquilar un vídeo proyector en una época en la que ese tipo de aparatos no eran nada comunes mientras que Wozniak creó un programa humorístico para demostrar las capacidades del Apple II. El usuario introducía su apellido y, acto seguido, se le preguntaba sobre su país de origen. En función de su respuesta, el programa mostraba en pantalla chistes sobre la nacionalidad en cuestión.

Wozniak aprovechó la ocasión para gastarle una pequeña broma a sus compañeros de Apple, empezando por Jobs. Antes de la feria creó una publicidad falsa de un producto imaginario al que había bautizado como Zaltair. Adam, un estudiante de instituto de Los Ángeles, le ayudó a redactar el argumentario cuya descripción incluía algunas exageraciones claramente intencionadas. «Imaginad un ordenador capaz de resolver todos los problemas del mundo. ¡Es como un coche con cinco ruedas!». El folleto concluía con una comparación entre Zaltair y otros microordenadores, incluido el Apple II. Woz mandó imprimir 8000 ejemplares en el máximo secreto. Tan sólo dos empleados de Apple estaban al corriente de la falsa publicidad: Randy Wigginton y Chris Espinosa (quien, a sus quince años, se sentía intimidado por Steve Jobs y disfrutaba con aquella farsa).

La primera Feria de la Informática de la Costa Oeste, que se celebró el 16 y 17 de abril de 1977 en San Francisco, supuso un espaldarazo para tres fabricantes que sobresalieron entre el resto: Apple, Tandy y Commodore. Los visitantes se encontraban de frente con el
stand
de Apple, situado justo a la entrada del salón, y se veían sorprendidos por una atractiva decoración supervisada personalmente por Jobs y creada con el objetivo de ser el espacio más bonito de toda la exposición. Los empleados de Apple acudieron al completo a presentar el ordenador a los visitantes.

Jerry Manock había fabricado 22 carcasas de plástico para la feria pero únicamente se habían terminado tres unidades del Apple II, así que Jobs colocó los tres ordenadores encendidos al frente del
stand,
y dejó el resto detrás para dar la impresión de que Apple era una empresa madura y con una producción en consecuencia.

Jobs era el encargado de hacer las demostraciones mientras que Mike Markkula se reunía con los responsables de tiendas y recibía los pedidos. El Apple II causó sensación por su diseño y robustez que contrastaban con la oferta de la competencia. Markkula mandó imprimir 20.000 folletos de presentación del Apple II y su profesionalidad causó un efecto excelente entre los distribuidores potenciales.

Mientras tanto, Wozniak, Wigginton y Adam aprovechaban sus ratos libres para colocar una caja llena de folletos del Zaltair en una mesa reservada a los comunicados de las empresas. Al rato ya no quedaban ejemplares, así que tuvieron que poner otra caja.

Aunque el Apple II brillaba por su diseño, los especialistas se quedaron estupefactos ante la concepción de Wozniak (había sido capaz de utilizar la mitad de chips que su competencia y obtener un mayor nivel de rendimiento). El impacto causado fue tal que, al término de la feria, cuando los empleados de Apple estaban cargando los equipos en los coches, Markkula se desgañitó: «¡Vamos a ganar 500 millones de dólares de aquí a cinco años!».

Al día siguiente, de vuelta a las oficinas de Cupertino, Wozniak sacó un folleto del Zaltair del bolsillo y le preguntó a Jobs si lo había visto. Jobs comenzó a leer el texto descriptivo del ordenador en voz alta y Rod Holt le interrumpió. Era imposible que un ordenador con esas características fuese una realidad. Jobs replicó afirmando que el folleto incluía la referencia a la marca registrada y un logo comercial. Wozniak hacía lo posible por contener la risa.

Jobs seguía desgranando el folleto y se enorgulleció de que en la tabla comparativa que figuraba en el folleto hubiesen salido tan bien parados. El Apple II era el único que se acercaba en términos de rendimiento al Zaltair. Incapaces de aguantar la carcajada, Wozniak y Wigginton se excusaron para abandonar la sala. Al regresar a la reunión, Jobs les comunicó que había llamado a MITS, el supuesto fabricante, y le habían informado de que el prodigio no existía. Seis años después, Wozniak le regaló a Jobs un folleto enmarcado del Zaltair por su cumpleaños y, al descubrir que su amigo había sido el autor de la broma, el propio Jobs soltó una carcajada.

A mediados de junio de 1977, con un título universitario en el bolsillo, Dan Kottke regresó a California para ofrecer sus servicios a Apple Inc., convirtiéndose en el empleado número doce de la empresa. En el momento de su incorporación, la empresa estaba preparando la entrega de los primeros Apple II. «Me encargué del ensamblado de los primeros Apple II», recuerda. «Después asumí el puesto de técnico reparador de ese ordenador».

Felices por el reencuentro, Jobs y Kottke alquilaron una casa de una planta cerca de Apple. Jobs se instaló en la habitación principal mientras que Chris-Ann Brennan, su novia, se quedó en el otro dormitorio grande. Kottke, ante el reducido tamaño de las dos habitaciones restantes, optó por dormir en el salón. Seguirían compartiendo casa durante un par de años más, cuando Jobs, prendado de Barbara Jasinksi, de la agencia McKenna, comenzó a ausentarse con frecuencia de su domicilio en Cupertino.

El Apple II recibió el elogio unánime de la crítica especializada. Las revistas ensalzaban el hecho de que pudiese comprarse en una tienda y funcionar nada más sacarlo de la caja. Enseguida se convirtió en el primer microordenador de éxito y, tal y como había previsto Jobs, comenzaron a vender un millar largo de unidades al mes, una cifra nada desdeñable. También era revolucionario el concepto de su uso para jugar y para el ocio, en un momento en el que los ordenadores parecían ser únicamente útiles como herramienta de trabajo. El aparato incluía varios programas básicos como ColorMath (que servía para crear fichas de revisión de matemáticas), un programa bastante elemental de contabilidad (que Mike Markkula, ayudado por los programadores, había supervisado directamente para facilitar la gestión de sus cuentas personales) u, obedeciendo los deseos de Wozniak, una versión especial de Breakout.

El punto débil del Apple II, al igual que los demás microordenadores de la época, era la lentitud de carga de los programas. El principal impedimento para aumentar la velocidad era físico: la carga se hacía desde casetes, cuya lentitud y poca practicidad dejaban clara la siguiente etapa. Jobs insistió en que el Apple II dispusiera lo antes posible de un lector de disquete que permitiera cargar más rápidamente los programas. En agosto de 1976, la empresa Shugart había anunciado el primer lector de disquetes a un precio relativamente bajo (menos de 400 dólares la unidad) y Markkula sugirió que incorporaran enseguida aquella innovación antes de la Feria de la Electrónica de Consumo que se celebraría en enero de 1978 en Las Vegas.

Durante las navidades de 1977 e incluso el día de año nuevo, Wozniak trabajó sin descanso para conectar el Apple II al lector de disquetes de Shugart, con la ayuda de Randy Wigginton. Como de costumbre, aunque avanzaba a ciegas y con muy pocas nociones de la tecnología en particular, fue fiel a su reputación y logró un diseño de una eficacia endiablada.

El Apple II con lector de disquetes se presentó en la Feria de la Electrónica de Consumo de Las Vegas y Wozniak tuvo la oportunidad de descubrir por primera vez aquella ciudad poco corriente, donde los fuegos artificiales brillaban a cualquier hora del día y de la noche. El anuncio de la incorporación del lector de disquetes del Apple II causó sensación y llenó de esperanzas a aficionados y distribuidores.

Los resultados a principios de 1978 eran muy halagüeños. Markkula y sus compañeros se mantenían expectantes ante lo que el Apple II podía deparar. La empresa había concluido el año con beneficios y todos los indicadores eran buenos. A Jobs le encantaba gestionar las relaciones con los distribuidores pero su verdadera pasión era poder influir con su estilo lírico en las comunicaciones de la compañía.

06
El millonario más joven de EE.UU.

Aunque el Apple II aún no era un fenómeno social, ya estaba rodeado de un cierto aura. El público lo percibía como ordenador pequeño y eficaz pero simpático, y vinculaba a Apple con la imagen nostálgica de libertad que aún perduraba en EE.UU. Woodstock era historia pero el interés de aquella juventud apacible por los conciertos multitudinarios al aire libre había calado y grupos como Fleetwood Mac, que ofrecía un rock adaptado a los nuevos tiempos, triunfaba en las cadenas de radio de frecuencia modulada.

Descolocados por la ambición, las mentiras y la paranoia de Richard Nixon, que habían salido a la luz gracias al caso Watergate, los norteamericanos habían elegido a Jimmy Carter como presidente. Carter era un hombre brillante intelectualmente y abiertamente pacífico pero carecía de una autoridad real. En los cines triunfaba el fenómeno de
La Guerra de las Galaxias,
una fábula épica de ciencia ficción que servía como evasión inocente a la crueldad del mundo real. En ese caldo de cultivo, el Apple II se ajustaba con naturalidad al espíritu
posthippy
de la época.

Apple iba viento en popa y la plantilla no dejaba de crecer para hacer frente a su imparable expansión. Wozniak continuaba perfeccionando la implementación del lector disquetes con sucesivas mejoras y los distribuidores esperaban con febrilidad cualquier avance en la mejora del nuevo accesorio. Sin embargo, el éxito parecía abrumar a Jobs, que se sentía visiblemente superado por los acontecimientos, sobreexcitado y nervioso. En ocasiones incluso tenía que salir a relajarse dando paseos por el aparcamiento para evitar romper a llorar en las reuniones de trabajo. El Apple II tenía dos grandes competidores, el TRS-80 de Tandy RadioShack y el PET de Commodore, pero la inferioridad de sus prestaciones evitaba que fuesen una amenaza real. Sin embargo Jobs estaba realmente preocupado por una amenaza mayor, aunque más imprecisa y lejana. ¿Qué ocurriría si IBM se lanzaba a la fabricación de ordenadores personales? ¿Acaso no arrasaría con toda la competencia, como ya había hecho en el campo de los grandes ordenadores, donde su predominio era aplastante? ¿Estaba Apple en condiciones de sobrevivir a la intrusión del Gran Azul?

En estas, en mayo de 1978, mientras Jobs vivía al ritmo de la compañía, una realidad más terrenal le absorbió de repente. Pocas semanas después de haber empezado a salir con Barbara Jasinksi, directiva de McKenna, su ex-novia, Chris-Ann Brennan, le anunció que estaba embarazada. La noticia le dejó paralizado. Desconcertado e incapaz de afrontar aquella realidad que iba a trastocar su proyecto personal, optó por esconderse y negar la paternidad. «Nadie que hubiese visto a Steve Jobs con Ann en su casa de Cupertino podía negar que él fuese el padre», asegura Wozniak. «Creo, sencillamente, que no le gustaba la idea de ser padre y entrar en una situación en la que él no tuviese el control. En mi opinión, no toleraba la idea de que otra persona tuviese ese poder sobre él».

En contra de los deseos de Jobs, Chris-Ann Brennan se negó a deshacerse del bebé e insistía en tenerlo, costara lo que costara. Varios meses después, daba a luz a una niña llamada Lisa Nicole. Jobs se mantenía en sus trece y seguía mostrándose reacio a pagar la mínima pensión a su ex pareja, así que Chris-Ann Brennan decidió vivir de la ayuda social. Finalmente, el condado de California obligó a Jobs a someterse a una prueba de paternidad que reveló que tenía más del 94% de posibilidades de ser el padre de Lisa Nicole. Aun así, Jobs seguía empecinado en no reconocer que Lisa pudiera ser su hija biológica y, para poner fin a las desavenencias, Brennan se ofreció a olvidarse del tema a cambio de 20.000 dólares. Habría que esperar a que Apple entrara en Bolsa en 1980 para que Jobs aceptara pagar una pensión alimenticia. En 1986, cuando la niña ya había cumplido los siete años, Jobs reconoció la paternidad.

Uno de los secretos del éxito del Apple II era la inclusión de VisiCalc, un programa desarrollado en 1978 por Dan Bricklin, un joven estudiante de Económicas en Harvard. VisiCalc era la primera hoja de cálculo que facilitaba las simulaciones financieras y el precursor del exitoso y célebre Excel que aparecería ocho años después. Bricklin lo había diseñado para resolver un problema concreto y personal.

Convencido de que la profesión de programador estaba en vías de desaparición, ya que los programas serían cada vez más fáciles de diseñar, decidió aprovechar su estancia en Harvard para sumergirse en el mundo de los negocios y estudiar administración de empresas en una facultad distinguida por sus múltiples ejercicios en que los alumnos simulaban la gestión de una sociedad. Durante los trabajos prácticos, se dio cuenta de que perdía un tiempo considerable en hacer los cálculos de datos financieros así que, para simplificar la tarea, diseñaba pequeños programas en el ordenador PDP-10 de la universidad para cada uno de los ejercicios. Era una tarea fastidiosa porque para cada problema debía escribir un programa nuevo. Harto de tener que adaptar cada programa que implementaba, se decidió a concebir un programa que facilitara los cálculos financieros. Su profesor de finanzas le aconsejó que hablase con un antiguo alumno de Harvard, Dan Fylstra, que acababa de crear su propia colección de programas informáticos. Fylstra trabajaba con un Apple II, así que Bricklin desarrolló en ese entorno su VisiCalc.

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