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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (5 page)

BOOK: Nivel 5
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»E1 veintitrés de mayo de 1985 se produjo una pequeña violación del sistema de seguridad del laboratorio soviético. Al parecer, un trabajador del laboratorio de transfección se cayó y dañó el traje bioestanco que llevaba. Como recordarán de Chernobil, los niveles soviéticos de seguridad pueden ser execrables. El trabajador no comunicó a nadie el accidente, y más tarde, al terminar su jornada, regresó a su casa, en el mismo complejo, junto a su familia. Durante tres semanas, el virus se incubó en su peritoneo, duplicándose y extendiéndose. El catorce de junio, este trabajador cayó enfermo y se acostó con fiebre muy alta. Al cabo de pocas horas se quejó de sentir una extraña presión en el intestino. Emitió una gran cantidad de gases de olor nauseabundo. Cada vez más nerviosa, su esposa llamó al médico. Sin embargo, y antes de que pudiera llegar el médico, el hombre… y me disculparán por la descripción gráfica, vació la mayor parte de sus intestinos. Habían supurado dentro de su propio cuerpo y se habían convertido en una especie de pasta. Literalmente, el hombre defecó sus propias entrañas. Como es obvio, cuando llegó el médico, el hombre había muerto.

Levine se detuvo y miró a los presentes, como si esperara que alguno levantara la mano para preguntar algo. Nadie lo hizo.

—Desde entonces, ese incidente se ha mantenido en secreto ante la comunidad científica. El virus en cuestión no tiene nombre oficial. Sólo es conocido como Cepa 232. Ahora sabemos que una persona expuesta a él queda contagiada cuatro días después de la exposición, aunque los síntomas tardan varias semanas en aparecer. El índice de mortalidad de la Cepa 232 ronda el ciento por ciento. Para cuando el trabajador murió, había expuesto a docenas, e incluso a centenares de personas al contagio. Podríamos denominar a ese trabajador como vector cero. En las setenta y dos horas siguientes a su muerte, docenas de personas empezaron a sufrir la misma presión gastrointestinal, y pronto corrieron el mismo y cruel destino.

»Lo único que ha impedido hasta el momento una pandemia mundial fue la localización del lugar donde estalló. En 1985 se controló muy estrechamente todo movimiento de entrada y salida de la Zona Restringida Catorce. La gente de la zona empezó a cargar sus pertenencias en coches, camiones e incluso carromatos tirados por caballos. Muchos trataron de huir en bicicleta, e incluso a pie, abandonándolo todo en su desesperación.

»A partir de los documentos sacados de Rusia por el coronel huido, hemos podido averiguar, uniendo las piezas del rompecabezas, la respuesta del ejército soviético. Se formó un equipo especial dotado de trajes bioestancos y se dispuso una serie de bloqueos de carreteras para impedir que nadie abandonara la zona afectada. Eso fue relativamente fácil de hacer, puesto que la Zona Catorce ya estaba vallada y controlada. A medida que la epidemia se extendió por los pueblos vecinos, familias enteras murieron en las calles, los campos y las plazas de los mercados. Cuando una persona experimentaba los primeros síntomas agudos, sólo le quedaban tres horas de vida. El pánico fue tan grande que, en los puntos de control, se ordenó a los soldados que dispararan a matar… indiscriminadamente. Así fueron asesinados viejos, niños y mujeres embarazadas. Se diseminaron desde el aire minas antipersonales, en amplias zonas de bosques y campos. Lo que no consiguieron estas medidas, lo hicieron las alambradas de espino y las trampas antitanques. Luego, el laboratorio fue bombardeado y reducido a cenizas. No para destruir el virus, claro, puesto que las bombas no tendrían ningún efecto sobre él, sino para borrar las huellas, para ocultarle a Occidente lo que había sucedido realmente.

»Ocho semanas más tarde, todos los seres humanos que se encontraban en la zona de cuarentena habían muerto. Los pueblos quedaron desiertos, los cerdos y los perros se atracaban con los cadáveres, las vacas iban de un lado a otro sin que nadie las ordeñara, y un horrible olor nauseabundo se extendió por los edificios vacíos.

Levine se detuvo un momento y tomó un sorbo de agua antes de continuar.

—Esto es un historia espantosa, el equivalente biológico de un holocausto nuclear. Pero me temo que el último capítulo aún está por escribir. Las ciudades que han sido irradiadas con bombas atómicas se pueden evitar, pero el legado de Novo-Druzhina es mucho más difícil de evitar. Los virus son oportunistas y no les gusta quedarse en el mismo sitio. Aunque todos sus huéspedes humanos hayan muerto, existe una gran posibilidad de que la Cepa 232 sobreviva en alguna parte de esta zona devastada. A veces los virus encuentran reservas secundarias donde pueden esperar pacientemente la siguiente oportunidad para infectar. Es posible que la Cepa 232 se haya extinguido. Pero también es posible que allí quede una bolsa. Mañana, un desventurado conejo puede abrirse paso por entre una madriguera por debajo de la valla que rodea el perímetro. Un granjero puede cazar a ese conejo y llevarlo al mercado. Y entonces es muy probable que acabe el mundo, tal como lo conocemos.

Hizo una prolongada pausa antes de exclamar repentinamente:

—¡Y ésa es la promesa de la ingeniería genética!

Se interrumpió y dejó que el silencio descendiera sobre la sala. Finalmente se enjugó la frente y habló de nuevo, esta vez más apaciblemente.

—Ya no necesitaremos más el proyector.

La imagen desapareció de la pantalla, y dejó la sala en la penumbra.

—Amigos míos —prosiguió Levine—, hemos llegado a una encrucijada crítica en nuestro dominio sobre este planeta, y estamos tan ciegos que ni siquiera podemos verla. Hemos recorrido la Tierra durante cinco mil siglos, pero durante los últimos cincuenta años hemos aprendido lo suficiente para destruirnos realmente. Primero con las armas nucleares y ahora con la reestructuración genética de la naturaleza, lo que es infinitamente más peligroso. — Sacudió la cabeza—. Hay un viejo dicho según el cual «la naturaleza es un juez que ahorca». El incidente de Novo-Druzhina ha estado a punto de ahorcar a la raza humana. Y sin embargo, ahora mismo, mientras hablo, hay otras empresas diseminadas por el globo que se dedican a manipular virus, a intercambiar material genético entre virus, bacterias, plantas y animales, indiscriminadamente, sin reparar en las consecuencias.

«Claro que los actuales laboratorios avanzados de Europa y Estados Unidos son mucho más modernos que el de Siberia en 1985. ¿Debe eso tranquilizarnos? Pues no. Los científicos de NovoDruzhina sólo realizaron manipulaciones sencillas de un virus simple, y crearon accidentalmente una catástrofe. Actualmente, apenas a un tiro de piedra de esta misma sala, se llevan a cabo experimentos más complicados con virus infinitamente más exóticos y peligrosos.

»Edwin Kilbourne, el virólogo, postuló en cierta ocasión un patógeno al que denominó Virus Máximamente Maligno, o VMM. Según teorizó, el VMM tendría la estabilidad ambiental del virus de la polio, la mutabilidad antigénica del virus de la gripe, la gama de huéspedes sin restricciones de la rabia, la latencia del herpes. Esa idea, aunque pareció ridícula cuando la planteó, es ahora mortalmente seria. Esa clase de patógeno podría crearse, y quizá se esté creando en un laboratorio situado en alguna parte de este planeta. Sería más devastador que cualquier guerra nuclear. ¿Por qué? Porque una guerra nuclear puede autolimitarse. Pero con la difusión de un VMM, toda persona infectada se convierte en una bomba andante de código desconocido. Y las rutas de transmisión actual son tan extensas, están tan rápidamente al alcance de los viajeros internacionales, que sólo se necesita a unos pocos portadores para que un virus se globalice.

Levine abandonó el podio y se adelantó hacia su audiencia.

—Los regímenes aparecen y desaparecen. Las fronteras políticas cambian. Los imperios surgen y caen. Pero estos agentes de destrucción, una vez liberados, duran para siempre. Y yo preguntó: ¿debemos permitir que se continúen realizando experimentos de ingeniería genética, sin regulación ni control alguno, en laboratorios por todo el mundo? Ésa es la verdadera cuestión que nos plantea la Cepa 232.

Asintió con un gesto y las luces volvieron a encenderse.

—En el próximo número de
Política Genética
se publicará un amplio informe sobre el incidente de Novo-Druzhina. Gracias.

Se volvió y empezó a recoger sus papeles.

El hechizo se rompió, los estudiantes se levantaron y recogieron sus pertenencias, para dirigirse después hacia las salidas. Los periodistas que habían permanecido al fondo de la sala ya habían salido para preparar sus artículos.

Un hombre joven apareció entonces en lo alto de la sala y se abrió paso por entre la gente que salía. Descendió lentamente por los escalones centrales hacia el podio.

Levine levantó la mirada, y luego miró a derecha e izquierda.

—Pensé que le habían advertido que nunca se acercara a mí en público —dijo.

El joven se adelantó, tomó a Levine por el codo y le susurró algo al oído, con apremio. Levine dejó de guardar los papeles en la cartera.

—¿Carson? —preguntó—. ¿Se refiere a ese brillante vaquero que no hacía más que interrumpir mis clases para discutir?

El hombre asintió con un gesto de la cabeza. Levine guardó silencio, con la mano sobre la cartera abierta. Luego la cerró de golpe.

—Dios mío —se limitó a decir.

Carson miró a través del aparcamiento hacia un extenso conjunto de edificios blancos que se elevaban bruscamente sobre las arenas del desierto, con sus curvas, planos y cúpulas surgiendo de la tierra. La dura situación de los edificios en medio del terreno desértico, junto con la ausencia de cualquier atisbo de jardín, daba al laboratorio un aspecto de pureza zen. Muchos de los edificios, conectados entre sí por pasarelas cerradas de cristal, formaban dibujos que se entrecruzaban.

Singer condujo a Carson por una de las pasarelas cubiertas.

—Brent es un fervoroso partidario de la arquitectura como medio de inspirar el espíritu humano —dijo—. Nunca olvidaré el día en que el arquitecto…, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, Guareschi, llegó desde Nueva York para «tomar contacto» con el lugar. — Singer emitió una risita sofocada—. Llegó vestido con traje, zapatos de borla y un sombrero de paja, aunque debo admitir que el tipo sabía muy bien lo que se llevaba entre manos. Llegó a acampar en esta zona durante cuatro días, hasta que pilló una insolación y tuvo que ser llevado de regreso a Manhattan.

—Es hermoso —dijo Carson.

—Sí, lo es. A pesar de su mala experiencia, el hombre se las arregló para captar la escasez del desierto. Insistió en que no hubiera nada de jardines, sobre todo porque no teníamos agua. Pero también deseaba que el complejo pareciera parte del desierto, no algo que se le había impuesto. Evidentemente, nunca olvidó el calor que pasó aquí. Creo que por esa razón todo es blanco: el taller, los barracones de almacenamiento, hasta la central eléctrica.

Indicó con un gesto hacia un edificio alargado, con techumbre de elegantes curvas.

—¿Eso es la central eléctrica? — preguntó Carson con incredulidad—. Parece más bien un museo de arte. Este lugar tiene que haber costado una fortuna.

—Varias fortunas —asintió Singer—. Pero allá por el año ochenta y cinco, cuando se inició su construcción, el dinero no era ningún problema. — Indicó a Carson la dirección a seguir hacia el complejo residencial, compuesto por una serie de bajas estructuras de líneas curvadas, dispuestas como las piezas de un rompecabezas—. Conseguimos un contrato de novecientos millones de dólares a través de DATRADA.

—¿De quién?

—Tecnología Avanzada para la Defensa, de la Administración de Investigación y Desarrollo.

—Nunca la he oído nombrar —dijo Carson.

—Era una agencia secreta del Departamento de Defensa. Fue desmantelada después de la época de Reagan. Todos tuvimos que firmar un montón de documentos de lealtad formal y cosas por el estilo. Medidas secretas, medidas de máximo secreto, llámelo como quiera. Recibí llamadas de antiguas novias a las que no había visto desde hacía veinte años. «Un grupo de tipos trajeados ha estado por aquí haciendo preguntas sobre ti. ¿Qué demonios haces ahora, Singer?» —Se echó a reír.

—De modo que ha estado usted aquí desde el principio —dijo Carson.

—En efecto. Sólo los científicos permanecen aquí por períodos de seis meses. Supongo que se imaginan que yo no hago un verdadero trabajo para quemarme. — Rió de nuevo—. Soy el más viejo aquí. Yo y Nye. Y unos pocos más, como el viejo Otto Franz, y el tipo al que acaba de conocer, Mike Marr. En cualquier caso, las cosas han sido más agradables desde que nos hicimos civiles. Los militares fueron un verdadero absceso en el trasero.

—¿Cómo se produjo el cambio? — preguntó Carson.

—Al principio nos dedicamos a investigación estrictamente de defensa. Así fue como se consiguieron estas tierras en el Missile Range. Nuestro trabajo consistía en buscar vacunas, contramedidas y antitoxinas para las supuestas armas biológicas soviéticas. Cuando se desmoronó la Unión Soviética, lo mismo sucedió con nuestro trabajo. Perdimos el contrato en 1990. Y también estuvimos a punto de perder el laboratorio, pero Scopes presionó tras las puertas cerradas. Sólo Dios sabe lo que hizo, pero el caso es que conseguimos un arriendo de treinta años, bajo la ley de conversión de la industria de defensa.

Singer abrió una puerta que daba acceso a un alargado laboratorio. Una serie de mesas negras brillaban bajo las luces fluorescentes. Había quemadores Bunsen, frascos Erlenmeyer, tubos de cristal, microscopios con estereozoom y diversas piezas de equipo de baja tecnología, todas inmaculadamente dispuestas en hileras.

Carson nunca había visto un laboratorio tan limpio y ordenado.

—¿Es la instalación de bajo nivel? — preguntó con incredulidad.

—Nada de eso —contestó Singer—. Esto no es más que el escaparate edulcorado para congresistas y metomentodos militares. Esperan ver una versión a escala faraónica de su viejo laboratorio de química de la universidad, y eso es lo que les mostramos.

Pasaron a otra sala, mucho más pequeña, en cuyo centro había un gran y reluciente instrumento.

Carson lo reconoció enseguida.

—El mejor micrótomo del mundo, el Ultrafeitado de Precisión Científica —dijo Singer—. Así es como lo llamamos nosotros. Todo está controlado por ordenador. Es una hoja de diamante capaz de cortar un cabello humano en dos mil quinientas secciones, a lo ancho, claro. Esto sólo es para mostrar, claro. En el interior tenemos en funcionamiento otras dos unidades idénticas.

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